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DISCURSO DEL SANTO PADRE  JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA SEXTA SESIÓN PÚBLICA
DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS


Jueves 8 de noviembre de 2001

 

Señores cardenales;
señores embajadores;
ilustres académicos pontificios;
amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Me alegra dirigiros mi saludo cordial a cada uno de vosotros, que en esta sesión pública de las Academias pontificias deseáis renovar vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro y vuestro compromiso en favor de la promoción del humanismo cristiano en la era de la globalización.

Dirijo un afectuoso saludo al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo de coordinación entre Academias pontificias, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Saludo, además, a los cardenales, a los hermanos en el episcopado, a los embajadores, a los sacerdotes, a los consagrados y las consagradas, así como a los integrantes del coro interuniversitario de Roma, que han amenizado con la belleza de la música nuestro encuentro.

2. Este año la Academia pontificia de Santo Tomás de Aquino y la Academia pontificia de Teología organizan la sesión pública según el estimulante tema:  Dimensiones culturales de la globalización:  un desafío al humanismo cristiano. Como he recordado muchas veces, los aspectos culturales y éticos de la globalización constituyen para la comunidad cristiana un motivo de especial interés y mayor atención, con respecto a los efectos puramente económicos y financieros del fenómeno.

La reflexión cristiana sobre la globalización puede encontrar indicaciones útiles en el acontecimiento de Pentecostés. En el libro de los Hechos san Lucas narra que, llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles "se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse", y la gran muchedumbre procedente de "todas las naciones que hay bajo el cielo" escuchó, en las diversas lenguas del mundo, el anuncio de "las maravillas de Dios" (cf. Hch 2, 4-11). La Iglesia, enviada a la gente para ser "sacramento universal de salvación" (Lumen gentium, 48), al inicio del tercer milenio —tertio millennio ineunte— sigue recorriendo los innumerables caminos del mundo para anunciar por doquier el Evangelio de Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6). Al enseñar a todas las naciones (cf. Mt 28, 19), introduce en las culturas del mundo la sal de la verdad y el fuego de la caridad, juntamente con la novedad y la salvación traídas por Cristo. En su misión diaria, la Iglesia "habla en todas las lenguas, comprende y abraza en el amor a todas las lenguas, superando así la dispersión de Babel" (Ad gentes, 4).

Experta en humanidad, se siente interpelada para discernir y valorar el novum cultural producido por la globalización. Es un novum que implica a toda la comunidad de los hombres, llamada por Dios, Creador y Padre, a formar una sola familia en la que se reconozcan a todos los mismos derechos y deberes, en virtud de la dignidad común y fundamental de la persona humana.

3. El discernimiento, que como discípulos de Cristo estamos llamados a realizar, aun abarcando también el aspecto económico y financiero de la globalización, tiene como objeto primario sus inevitables reflejos humanos, culturales y espirituales. ¿Qué imagen del hombre se propone de este modo y, en cierto sentido, también se impone? ¿Qué cultura se favorece? ¿Qué espacio se reserva a la experiencia de fe y a la vida interior?

Se tiene la impresión de que los complejos dinamismos, suscitados por la globalización de la economía y de los medios de comunicación, tienden a reducir progresivamente al hombre a una de las variables del mercado, a una mercancía de intercambio, a un factor del todo irrelevante en las opciones más decisivas. De este modo, el hombre corre el riesgo de sentirse aplastado por mecanismos de dimensiones mundiales sin rostro y de perder cada vez más su identidad y su dignidad de persona.

A causa de estos dinamismos, también las culturas, si no se las acoge y respeta según su originalidad y riqueza propias, sino que se las adapta forzadamente a las exigencias del mercado y las modas, pueden correr el peligro de la homologación. El resultado es un producto cultural caracterizado por un sincretismo superficial, en el que se imponen nuevas escalas de valores, derivadas de criterios a menudo arbitrarios, materialistas, consumistas y reacios a cualquier tipo de apertura al Trascendente.

4. Este gran desafío, que al inicio del nuevo milenio pone en juego la misma visión del hombre, su destino y el futuro de la humanidad, impone un atento y profundo discernimiento intelectual y teológico del paradigma antropológico-cultural, creado por estos cambios históricos. En este marco, las Academias pontificias pueden dar una valiosa contribución, orientando las opciones culturales de la comunidad cristiana y de toda la sociedad y proponiendo ocasiones e instrumentos de confrontación entre fe y culturas, entre revelación y problemáticas humanas. Asimismo, están llamadas a sugerir itinerarios de conocimiento crítico y de diálogo auténtico, que pongan siempre al hombre y su dignidad en el centro de todo proyecto con el fin de promover su desarrollo integral y solidario.

Es preciso vencer todo temor y afrontar estos desafíos históricos, confiando en la luz y en la fuerza del Espíritu que el Señor resucitado sigue dando a su Iglesia. "Duc in altum, rema mar adentro", repetí muchas veces en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Hoy os confío también a vosotros esta invitación de Cristo, para que afrontéis con valentía y competencia los múltiples y complejos problemas de nuestro tiempo, a fin de sostener un humanismo en el que el hombre pueda reencontrar la alegría de ser imagen más viva y más hermosa del Creador.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, como bien sabéis, hace seis años instituí el Premio de las Academias pontificias, a fin de suscitar nuevos talentos y animar el compromiso de jóvenes estudiosos, artistas e instituciones que dedican su actividad a la promoción del humanismo cristiano. Acogiendo la propuesta del Consejo de coordinación entre Academias pontificias, en esta solemne ocasión me alegra entregar este premio a la doctora Pía Francesca de Solenni, por su trabajo en teología tomista titulado:  A Hermeneutic of Aquina's Mens through a Sexually Differentiated Epistemology. Towards an Understanding of Woman as Imago Dei, presentado en la Universidad pontificia de la Santa Cruz.

Deseo ofrecer también, como signo de aprecio, una medalla del pontificado al doctor Johannes Nebel, recién doctorado, miembro de la familia espiritual "La Obra", por su tesis:  Die Entwicklung des römischen Messritus im ersten Jahrtausend anhand der Ordines Romani. Eine synoptische Darstellung, presentada en el Ateneo pontificio San Anselmo de Roma.

Al término de esta solemne sesión, me agrada manifestar a todos los académicos, y especialmente a los miembros de las Academias pontificias de Teología y de Santo Tomás, mi profundo aprecio por la actividad desarrollada y expresarles mi deseo de un renovado compromiso en el campo filosófico y teológico, así como en la formación de los jóvenes estudiosos.

Con estos sentimientos, os encomiendo a cada uno de vosotros, así como a vuestra valiosa obra de estudio e investigación, a la protección materna de la Virgen María, Sede de la sabiduría, y de corazón os imparto a todos una especial bendición apostólica.

 



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