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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PATRIARCA BARTOLOMÉ I
CON MOTIVO DE LA FIESTA DE SAN ANDRÉS

 

A Su Santidad
BARTOLOMÉ I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

"La gracia, la misericordia y la paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, estarán con nosotros según la verdad y el amor" (2 Jn 3).

Con esta bendición del apóstol san Juan, lo saludo a usted, Santidad, así como a todos los miembros del Santo Sínodo y a todos los fieles del Patriarcado ecuménico en esta feliz circunstancia de la fiesta de san Andrés, apóstol y hermano de san Pedro. La delegación guiada en mi nombre por nuestro hermano el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, asegurará la participación fraterna de la Iglesia de Roma. Se unirá a vosotros para implorar del Señor "la estabilidad de las santas Iglesias de Dios y la unión entre todos" (Liturgia de san Juan Crisóstomo).

La fiesta de san Andrés, el primero de los Apóstoles en haber sido llamado por Jesús, nos recuerda constantemente el misterio de la vocación cristiana y el deber de anunciar la buena nueva:  "Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús" (Jn 1, 40). La vocación cristiana está intrínsecamente unida al reconocimiento del Mesías, indicado por el Bautista:  "He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 36), a quien los Apóstoles proclamarán sin cesar con sus palabras y sus obras, con su vida e incluso con su martirio, como san Pedro y san Andrés.

En nuestros días, los discípulos de Cristo están llamados a proclamar con una misma voz el anuncio de la salvación. Al celebrar juntos a san Andrés y a san Pedro, manifestamos nuestra voluntad común de transmitir unidos la fe apostólica a los hombres de nuestro tiempo, los cuales muy a menudo caen en una indiferencia religiosa que lleva a la pérdida del sentido de la existencia. Así pues, nuestra preocupación misionera exige de nosotros un testimonio cristiano común y fiel "en la verdad y en el amor". Las divisiones que aún persisten y la aspereza que se manifiesta a veces entre los cristianos debilitan la fuerza de la predicación cristiana, que proclama el amor de Dios y el amor al prójimo. Pero tengo confianza, pues "el Señor ha concedido a los cristianos de nuestro tiempo ir superando las discusiones tradicionales" (Ut unum sint, 49).

Santidad, deseo expresarle mi gratitud por la disponibilidad que ha manifestado con constancia, respondiendo favorablemente a las peticiones de colaboración que provienen de la Iglesia católica y apoyando las iniciativas de las Iglesias ortodoxas que prevén la participación de la Iglesia de Roma. Aprecio, en particular, el nombramiento de un delegado fraterno del Patriarcado ecuménico a la reciente Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos de la Iglesia católica. Fue una nueva ocasión de diálogo, de intercambio fraterno y de conocimiento recíproco.

La Iglesia católica está dispuesta a hacer todo lo posible para promover el desarrollo de las relaciones con las Iglesias ortodoxas. Hay que analizar y superar las dificultades encontradas durante estos últimos años por la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico. El diálogo debe recuperar su espíritu positivo inicial y estar animado por la voluntad de resolver los verdaderos problemas. También debe dar prueba de un cierto entusiasmo, que sólo la fe y la esperanza teologales pueden alimentar.

Según la invitación del concilio Vaticano II (cf. Unitatis redintegratio, 24), pongamos nuestra esperanza en Dios para que avancemos por el camino de la unidad y el mundo conozca un futuro mejor. En estos últimos tiempos, el terrorismo y las guerras, con toda su carga de muerte y desastre que conllevan, han engendrado una ansiedad que paraliza a las poblaciones y turba el ritmo normal de la vida civil. Para implorar de Dios su protección sobre todos los pueblos y reavivar la conciencia de los hombres, he considerado oportuno convocar a todos los creyentes a una jornada de ayuno y oración por la paz, el 24 de enero del año próximo. El Señor escuchará la invocación que, con un solo corazón, elevaremos juntos por la salvación de toda la humanidad.

En la inminencia de la fiesta del apóstol san Andrés, antes de ese próximo encuentro, elevemos juntos nuestra oración al Señor y acojamos la invitación que san Juan, en su segunda carta, hace a los cristianos de Asia menor:  "Amémonos unos a otros" (2 Jn 5). Así caminaremos en el amor y en la verdad. Y la paz estará en todos nosotros.

Con esta esperanza, orando por todos los miembros de su patriarcado, intercambio con Su Santidad el beso de la paz y le aseguro mi afecto fraterno.

Vaticano, 22 de noviembre de 2001

JUAN PABLO II



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