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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN


Viernes 7 de septiembre de 2001

 

Reverendo prior general;
queridos padres de la Orden de San Agustín: 

1. Os acojo con íntima alegría, con ocasión del capítulo general de vuestra Orden. Saludo en especial al prior general, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los cordiales sentimientos de todos los presentes. Os saludo a cada uno de vosotros, padres capitulares, y extiendo mi afectuoso saludo a toda la Orden de San Agustín, que durante estos días se halla espiritualmente unida a vuestra asamblea. Este encuentro reviste para vosotros una importancia singular, porque se sitúa al comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, mientras todavía sigue vivo el recuerdo del gran jubileo, que imprimió una huella indeleble en la vida y en la historia de la Iglesia y del mundo.

A lo largo de todo el Año santo pudimos experimentar a Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8), más cercano o, con las palabras mismas de san Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra misma intimidad" (Confesiones, 3, 11). Fue un año de intensa contemplación del misterio de la Encarnación, en el que se realizó un extraordinario "diálogo de amor" entre Dios y la humanidad. Al respecto, san Agustín escribió:  "El que era Dios se hizo hombre, asumiendo lo que no era, sin perder lo que era; y de este modo Dios se hizo hombre. En este misterio encuentras la ayuda para tu debilidad y hallas en él cuanto necesitas para alcanzar tu perfección. Que Cristo te eleve en virtud de su humanidad; te guíe en virtud de su humana divinidad, y te conduzca a su divinidad" (Comentario al evangelio de san Juan, 23, 6).

2. Dios vino en ayuda de la debilidad radical del hombre, que advierte en sí una inquietud interior, pues tiende, a veces de modo inconsciente, a algo que lo trasciende. San Agustín llegó al encuentro con Dios precisamente a través de estos senderos de la inquietud existencial, teniendo como compañeros de camino el estudio de la palabra de Dios y la oración.

La experiencia de san Agustín es similar a la de muchos contemporáneos, y por eso vosotros, queridos padres agustinos, con formas modernas de servicio pastoral podéis ayudarles a descubrir el sentido trascendente de la vida. Debéis ser para ellos acompañantes sabios hacia una fe más personal y, al mismo tiempo, más comunitaria, porque es la Iglesia la que mantiene viva la memoria de Cristo. San Agustín escribió:  "La Iglesia habla en Cristo y Cristo habla en la Iglesia; el cuerpo habla en la Cabeza y la Cabeza habla en el cuerpo" (Comentario al Salmo 30, 2. 4).

Queridos hijos espirituales de san Agustín, prestad a la Iglesia este importante servicio misionero, sacando del inagotable tesoro de vuestro gran maestro sugerencias y propuestas para una renovada acción apostólica. Seguid reflexionando en estos temas, que comenzasteis a abordar en el capítulo general intermedio de 1998, celebrado en Villanova, Estados Unidos. Proveed con sabiduría a la revisión de las Constituciones y a las reformas jurídicas y organizativas de la Orden de modo que permitan una transmisión más clara del carisma agustiniano. Si embargo, la tarea más importante consiste en salvaguardar inalterada y viva la herencia del mensaje de doctrina y de vida de san Agustín, en quien puede reflejarse la humanidad de todas las épocas sedienta de verdad, felicidad y amor.

3. San Agustín, profundo conocedor del corazón humano, sabe que en el fondo de la inquietud de la persona está Dios mismo, "belleza siempre antigua y siempre nueva" (Confesiones X, 27, 38). Dios se hace presente a través de múltiples signos y de muchas maneras, yendo al encuentro de su criatura sedienta de trascendencia y de interioridad. Vosotros, queridos padres agustinos, sed los "pedagogos de la interioridad", al servicio de los hombres del tercer milenio que buscan a Cristo. A él no se llega a través de un sendero superficial, sino por el camino de la interioridad. Es san Agustín mismo quien nos recuerda que sólo penetrando en el propio centro interior de gravedad es posible el contacto con la Verdad que reina en el espíritu (cf. De Magistro 11, 38).

Para alcanzar felizmente este objetivo, punto de partida y a la vez meta, como observaba san Agustín en las Confesiones (cf. I, 1, 1), es necesario un trabajo de inmersión en sí mismos, de liberación de los condicionamientos del mundo exterior y de escucha atenta y humilde de la voz de la conciencia. Se abre aquí un vasto ámbito pastoral muy acorde con vuestro carisma.

A este propósito, quisiera citar las palabras que mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, os dirigió con ocasión de un encuentro análogo a este:  "Nos complace recordar también —escribía— un elemento en el que se puede ver un rasgo peculiar y, diríamos, el genio de la Orden de San Agustín:  es la capacidad de realizar el apostolado intelectual (...). Disponéis del inestimable patrimonio doctrinal del Santo, tenéis ante vosotros una tradición ininterrumpida de estudios, contáis con un instrumento ágil y moderno, como es el Instituto patrístico "Augustinianum" y, por consiguiente, no podéis renunciar a estar activamente presentes en el campo religioso-cultural" (Carta al prior general de la Orden de San Agustín, con ocasión del capítulo general, 14 de septiembre de 1977).

4. ¡Qué abundante mies os confía el Señor! Para realizar esta tarea se requiere una adecuada formación intelectual y pastoral; pero, sobre todo, es indispensable tender a la santidad, o sea, estar enamorados de Dios y de su designio eterno de salvación.

En vuestra Orden ha florecido, en el curso de los siglos, una larga serie de santos. En estos últimos años tuve la alegría de añadirle otros. ¿No se trata de un signo de vitalidad espiritual y un estímulo para seguir por esa senda? Os sirva de ejemplo, entre otros, el testimonio de fe y caridad de vuestro hermano monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel, asesinado en los días turbios de la guerra civil española, en el corazón del siglo XX. Fiel a su lema episcopal, se entregó con alegría por las almas de sus fieles (cf. 2 Co 12, 15).

Pienso asimismo en el padre mexicano Elías del Socorro Nieves, asesinado por odio a la fe en 1928 y elevado a la gloria de los altares el 12 de octubre de 1997, y en la monja agustina madre María Teresa Fasce, que vivió en Casia, uno de los lugares más emblemáticos de vuestra espiritualidad, vinculada a la memoria de santa Rita, testigo del perdón sin límites y de la aceptación heroica del sufrimiento.

Contemplando esos modelos tan espléndidos y sostenidos por su intercesión, avanzad con confianza hacia el futuro. ¡Remad mar adentro! (cf. Lc 5, 4).

Os repito a vosotros cuanto escribí hace algunos años a todas las personas consagradas:  "Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (Vita consecrata, 110). Que durante estas jornadas de trabajo os inspire Dios, con la fuerza de su Espíritu, y que María, Madre del Buen Consejo, os ilumine y sostenga en todas vuestras elecciones y decisiones oportunas. Con este deseo, le imparto de buen grado a usted, reverendo prior general, a los capitulares y a todos los miembros de la orden agustiniana,  una  especial  bendición apostólica.

 



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