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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE JÓVENES DE RUÁN


Sábado 6 de abril de 2002

 

Queridos jóvenes de la archidiócesis de Ruán: 

Me alegra daros una cordial bienvenida. Desde hace algunos días estáis realizando una peregrinación diocesana a Roma, aprovechando el tiempo para seguir a Cristo muerto y resucitado, que os invita a vivir su vida y a ser sus testigos. Saludo a los que os acompañan en vuestro itinerario, en particular a vuestro arzobispo, monseñor Joseph Duval, así como a los sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos presentes. Durante esta semana de encuentros, de oración y de visitas, os han ayudado a entrar en la intimidad de Jesús, para dejaros instruir por él

Habéis descubierto que sois valiosos a los ojos del Señor, el cual confía en vosotros para que cada día seáis responsables de vuestra existencia y de las opciones que debéis hacer. Deseo vivamente que este tiempo de gracia os permita abrir cada vez más vuestro corazón a Cristo, para responder con confianza y generosidad a la llamada personal que os hace a cada uno y a cada una de vosotros. ¡No tengáis miedo de dejaros conquistar por el Señor! Él os ayudará a vivir con plenitud, puesto que quiere hacer de toda vuestra existencia algo hermoso.

Durante vuestras jornadas romanas, habéis podido descubrir la vida de las comunidades cristianas de los primeros siglos. Habéis conocido aún más a los apóstoles san Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia. Siguiendo su ejemplo, cuando volváis a vuestros hogares poneos regularmente a la escucha de la palabra de Dios, que cambia el corazón e impulsa a la audacia misionera. Dedicad tiempo a contemplar, en el secreto de la oración, el rostro de Aquel que dio su vida por sus amigos y que os invita a hacer lo mismo. Acoged esta vida que Cristo os ofrece plenamente en los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación. Entonces, seréis felices de ser testigos del Señor, que es el camino, la verdad y la vida. La luz del Resucitado os ayudará a hacer rodar las pesadas piedras del egoísmo, la violencia, el placer fácil y la desesperación, que con mucha frecuencia cierran el corazón de numerosos jóvenes, impidiendo la construcción estable de su ser interior y un auténtico compromiso en favor de la promoción de la paz, la justicia y la solidaridad. La Iglesia, pueblo de los creyentes del que sois miembros por el bautismo, os invita a acoger el tesoro del Evangelio, para vivirlo con plenitud y darlo a conocer con audacia. Ojalá que el testimonio de los que, entre vosotros, van a recibir el sacramento de la confirmación durante esta peregrinación, reavive en todos la gracia de vuestro bautismo. Así, como jóvenes centinelas de este nuevo milenio, deseosos de poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas, podréis avanzar sin miedo para convertiros en sal de la tierra y luz del mundo.

En este camino difícil, pero tan exaltante, de vuestra maduración humana, intelectual y espiritual, os acompaño con la oración, y, encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, que dijo "sí" a Dios, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros, así como a todos los que os acompañan y a vuestras familias.



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