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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS ITALIANA DE CAPUA
Y A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE LA FIGURA DE ARMIDA BARELLI

Sábado 8 de junio de 2002

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Me alegra daros a cada uno mi cordial bienvenida. Gracias por esta visita que habéis querido hacerme para recordar mi viaje pastoral realizado hace diez años a la amada archidiócesis de Capua. Conservo aún un vivo recuerdo de los lugares y las personas con las que me encontré en aquella memorable ocasión. ¿Cómo olvidar la calurosa acogida de la antigua y noble ciudad de Capua?

Deseo una vez más manifestaros mi gratitud y saludar con afecto a vuestro arzobispo, monseñor Bruno Schettino, al que agradezco las cordiales palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Saludo, asimismo, al querido monseñor Luigi Diligenza, pastor emérito de la Iglesia de Capua y principal artífice del importante acontecimiento que queréis conmemorar hoy. Saludo a los presbíteros, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos comprometidos al servicio del Evangelio.

Dirijo también un deferente y respetuoso saludo a las autoridades que han querido participar en esta audiencia.

2. Como acaba de recordar el arzobispo, vuestra diócesis ha tenido el privilegio de recibir el anuncio del Evangelio desde los tiempos apostólicos, y ha sido fecundada por la sangre de numerosos mártires. La han guiado pastores insignes por su fe, su cultura y su santidad de vida:  me complace recordar la figura y la obra de san Roberto Belarmino, que hace 400 años inició en vuestra diócesis un servicio pastoral breve, pero rico en doctrina y celo apostólico. ¿Cómo no esforzarse por ser dignos de una herencia espiritual tan singular?

La visita pastoral que vuestro arzobispo iniciará el próximo 17 de septiembre, precisamente fiesta de san Roberto Belarmino, ofrecerá a vuestra diócesis esta singular oportunidad. No dejéis de ir al encuentro de Cristo con nuevo ardor, para escuchar su voz, que os llama a una fidelidad evangélica más intensa. Os pide que lo hagáis presente donde el hombre se encuentra solo, marginado o humillado por el dolor y la violencia, y donde las personas, cansadas de palabras humanas, sienten una profunda nostalgia de Dios.

3. Deseo que la visita pastoral suscite un vigoroso impulso misionero, especialmente en las parroquias, donde la comunión eclesial encuentra su expresión más inmediata y visible. Que toda comunidad parroquial sea lugar privilegiado de la escucha y del anuncio del Evangelio; casa de oración reunida en torno a la Eucaristía; y verdadera escuela de comunión, donde el ardor de la caridad prevalezca  sobre  la tentación de una religiosidad superficial e infructuosa.

La búsqueda de la santidad dará renovado vigor y motivaciones cada vez más fuertes al laudable esfuerzo caritativo en favor de los inmigrantes y los pobres, que ya representa una feliz realidad de vuestra diócesis. Así os acercaréis a quien carece de un hogar y de un puesto de trabajo, y a cuantos están afectados por antiguas y nuevas pobrezas, no sólo para proveer a sus necesidades más urgentes, sino también para construir juntamente con ellos una sociedad acogedora, respetuosa de las diversidades y deseosa de justicia y de solidaridad.

4. "Id (...) y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28, 19). Comentando estas palabras del Resucitado a los Doce, hace diez años, invité a los jóvenes de Capua a responder generosamente a la invitación de Jesús, y les recordé que se puede anunciar el Evangelio de Cristo sin ir lejos. Se puede estar en la propia casa y en el propio ambiente, en la propia escuela, en el propio puesto de trabajo y en la propia familia, y testimoniar de modo eficaz la propia fe.

Hoy deseo extender esta invitación a los jóvenes de diez años después:  no perdáis jamás el orgullo de ser cristianos, de entablar amistad con Cristo, de buscar lo que él buscaba y de comportaros como él se comportaba. Jesús debe convertirse en el centro de vuestra vida. Él os ayudará a ser "sal y levadura" de vuestra tierra.

5. María, cuya perpetua virginidad reafirmó el Concilio plenario que se celebró precisamente en Capua hace más de dieciséis siglos, os haga dóciles a la palabra del Señor, os transforme en obreros humildes, creíbles y eficaces del Evangelio, y os sostenga en vuestros buenos propósitos.

A ella y a los santos que han enriquecido el camino de fe de vuestro pueblo os encomiendo a todos vosotros y, en particular, a los pequeños, a los pobres y a los enfermos. Queridos hermanos, sostenidos por esos poderosos intercesores, dirigíos sin temor hacia las metas elevadas de la santidad que el Señor os propone porque os ama.

6. Dirijo ahora un cordial saludo a los participantes en el Congreso sobre la figura de Armida Barelli, que han venido aquí juntamente con monseñor Francesco Lambiasi y con la doctora Paola Bignardi, respectivamente consiliario general y presidenta nacional de la Acción católica.

A distancia de medio siglo, resalta con creciente actualidad la figura de la mujer a quien solían llamar "hermana mayor" de la Juventud femenina de la Acción católica. Como infatigable discípula de Cristo, Armida Barelli desplegó una intensa actividad apostólica, caracterizada por una singular intuición de las nuevas exigencias de los tiempos. Respondiendo con genialidad femenina a los deseos y a las directrices de mis predecesores Benedicto XV, Pío XI y Pío XII sobre el laicado, reunió a más de un millón de mujeres jóvenes y muchachas en el Movimiento católico italiano. Dio también una aportación decisiva al nacimiento de la Universidad católica del Sagrado Corazón, así como a la fundación de las Misioneras de la Obra de la Realeza.

El manantial de su multiforme y fecundo apostolado era la oración, y especialmente una ardiente piedad eucarística, cuyo recurso más concreto y eficaz era la devoción al Corazón de Jesús y la adoración del santísimo Sacramento. Queridos hermanos, seguid con fidelidad el camino trazado por esta mujer fuerte e intrépida, imitando su búsqueda de la santidad, su celo misionero, y su compromiso civil y social para fermentar con la levadura del Evangelio los vastos campos de la cultura, la política, la economía y el tiempo libre. Os sostenga el Corazón Inmaculado de María, que conmemoramos hoy.

Con estos deseos, de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.



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