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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL PAUL POUPARD
CON OCASIÓN DEL XX ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA

 

Señor cardenal: 

1. Me uno de buen grado a usted y a sus colaboradores, a los embajadores acreditados ante la Santa Sede y a todas las personalidades que han venido para celebrar el vigésimo aniversario de la creación del Consejo pontificio para la cultura.

Desde el inicio de mi pontificado, he aprovechado toda ocasión para reafirmar cuán importante es el diálogo entre la Iglesia y las culturas. Se trata de un ámbito vital no sólo para la nueva evangelización y la inculturación de la fe, sino también para el destino del mundo y el futuro de la humanidad.

Durante los veinte años transcurridos han cambiado notablemente los modelos de pensamiento y las costumbres de nuestras sociedades, mientras que los progresos técnicos, con la llegada de las tecnologías modernas de la comunicación, han influido profundamente en las relaciones del hombre con la naturaleza, consigo mismo y con los demás. La globalización misma, inicialmente asociada al ámbito económico, se ha convertido ahora en un fenómeno que afecta también a otros sectores de la vida humana. Ante estos cambios culturales es muy pertinente la reflexión de los padres del concilio ecuménico Vaticano II, que, en la constitución pastoral Gaudium et spes, quisieron subrayar la importancia de la cultura para el pleno desarrollo del hombre. En la carta autógrafa para la creación del Consejo pontificio para la cultura escribí:  "La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida" (Carta al cardenal secretario de Estado, 20 de mayo de 1982:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

2. Después del Concilio, durante las Asambleas del Sínodo de los obispos, reaparecieron a menudo estos temas, que recogí en exhortaciones apostólicas específicas. Quisiera agradecer a ese Consejo pontificio, creado por mí el 20 de mayo de 1982, la ayuda que me ha prestado en este campo tan importante para la acción misionera de la Iglesia.

Además, en 1993 decidí unir el Consejo pontificio para el diálogo con los no creyentes, instituido por mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, a este dicasterio, con la convicción de que la cultura es un camino privilegiado para comprender el modo de pensar y sentir de los hombres de nuestro tiempo que no tienen ninguna creencia religiosa como punto de referencia. Desde esta perspectiva, escribí en aquella ocasión:  "El Consejo promueve el encuentro entre el mensaje salvífico del Evangelio y las culturas de nuestro tiempo, a menudo marcadas por la no creencia y la indiferencia religiosa, a fin de que se abran cada vez más a la fe cristiana, creadora de cultura y de ciencias, y fuente inspiradora de literatura y arte" (Inde a pontificatus, 25 de marzo de 1993, art. 1:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de mayo de 1993, p. 5).

3. Señor cardenal, quisiera aprovechar esta feliz circunstancia para animar al Consejo pontificio para la cultura y a todos sus componentes a proseguir el camino emprendido, haciendo que la voz de la Santa Sede llegue a los diversos "areópagos" de la cultura moderna, manteniendo contactos fecundos con los cultivadores del arte y la ciencia, las letras y la filosofía.

En los encuentros eclesiales e interculturales de ciencia, cultura y educación, así como en las organizaciones internacionales, esforzaos constantemente por testimoniar el interés de la Iglesia por el diálogo fecundo del Evangelio de Cristo con las culturas y en una participación activa de los católicos en la construcción de una sociedad cada vez más respetuosa de la persona humana, creada a imagen de Dios.

Invocando, ante la perspectiva de la inminente fiesta de Pentecostés, la luz del Espíritu divino sobre la actividad del dicasterio, le imparto de corazón a usted, señor cardenal, a sus colaboradores y a todos los que se han reunido para celebrar este feliz aniversario, una especial y afectuosa bendición apostólica.

Vaticano, 13 de mayo de 2002

JUAN PABLO II



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