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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A SU GRACIA ROWAN WILLIAMS, ARZOBISPO DE CANTERBURY,
CON OCASIÓN DE SU ENTRONIZACIÓN

 

A Su Gracia
Reverendísimo y honorabilísmo
ROWAN WILLIAMS
Arzobispo de Canterbury

Lo saludo en el nombre del "único Dios y Padre de todos", y de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo (cf. Ef 4, 5-6), y con sentimientos de alegría y cordial estima le expreso mis mejores deseos, acompañados de la oración, con ocasión de su entronización como arzobispo de Canterbury.

La liturgia de su entronización será para usted y para la Comunión anglicana ocasión de celebrar la gloria de Dios, contemplando la visión de san Juan de una multitud que exclamaba:  "¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios" (Ap 19, 1). Usted meditará el misterio de Dios, que llama y envía a aquellos que, como Isaías, no se consideran preparados (cf. Is 6, 5-8).

Usted comienza su ministerio de arzobispo de Canterbury en un momento de la historia doloroso y lleno de tensiones, pero esperanzador y prometedor. Afligido por conflictos antiguos y aparentemente inevitables, el mundo está al borde de otra guerra. La dignidad de la persona humana está amenazada y minada de varios modos. Poblaciones enteras, especialmente las más vulnerables, viven en el miedo y el peligro. A veces la ardiente y legítima aspiración humana a la libertad y a la seguridad se manifiesta a través de medios equivocados, medios violentos y destructivos. Precisamente en medio de estas tensiones y dificultades de nuestro mundo estamos llamados a desempeñar nuestro ministerio.

Podemos alegrarnos sinceramente de que, en las últimas décadas, nuestros predecesores han desarrollado una relación cada vez más estrecha, incluso vínculos de afecto, mediante el diálogo constructivo y una comunicación intensa. Han puesto a la Iglesia católica y a la Comunión anglicana en un camino que esperaban conduciría a la comunión plena. A pesar de los desacuerdos y los obstáculos, nos hallamos aún en ese camino, y estamos comprometidos irrevocablemente con él.

Durante la última década, las diversas ocasiones en que me encontré con el doctor George Carey fueron signos particularmente útiles y alentadores del progreso en nuestro camino ecuménico. El trabajo de la Comisión internacional anglicano-católica, y la Comisión internacional para la unidad y la misión, constituida más recientemente, siguen ayudándonos a avanzar por ese camino.

Ambos somos conscientes de que no es fácil superar las divisiones, y de que la comunión plena llegará como don del Espíritu Santo. Este mismo Espíritu nos estimula y nos guía también ahora para seguir buscando una resolución para las demás áreas de desacuerdo doctrinal, y para comprometernos más profundamente en el testimonio y la misión comunes

Con renovados sentimientos de respeto fraterno, invoco sobre usted las bendiciones de Dios todopoderoso al asumir sus elevadas responsabilidades. Que en medio de cualquier prueba y tribulación que pueda encontrar, experimente siempre la gloria del Padre, la guía constante del Espíritu Santo y el rostro misericordioso de nuestro Señor Jesucristo.

Vaticano, 13 de febrero de 2003

 JUAN PABLO II



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