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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACI
ÓN JUAN PABLO II

Martes 4 de noviembre de 2003

 

Doy mi cordial bienvenida a todos los presentes. Agradezco a los queridos arzobispos las amables palabras que me han dirigido. Saludo a los peregrinos de la archidiócesis de Gdansk, que, siguiendo una tradición ya consolidada, me acompañan en el día de mi patrono, san Carlos Borromeo. Saludo también a los peregrinos de las diócesis de Gniezno y Tarnów, juntamente con sus pastores. Muchas gracias por vuestra presencia. Mi cordial agradecimiento va a todos los artistas, que han preparado este hermoso programa.

De modo particular, deseo saludar a los miembros y a los amigos de la Fundación Juan Pablo II, que ha organizado esta solemne velada. Les estoy agradecido, porque es una ocasión para encontrarme con el numeroso grupo de mis compatriotas, tanto los que viven en Roma como los que vienen de diversas partes del mundo. Desde hacía mucho tiempo no se celebraba un encuentro como este. En cierto sentido, forma parte de los objetivos que la Fundación se propuso hace veinte años.

En efecto, como establece el Estatuto original, la finalidad de la Fundación es la actividad religiosa, cultural, científica, pastoral y caritativa en favor de los polacos que viven en la patria y de los que han emigrado, para facilitar la consolidación de los vínculos tradicionales existentes entre la nación polaca y la Santa Sede, y promover la difusión del patrimonio de la cultura cristiana polaca y la profundización del estudio de la doctrina de la Iglesia. Hoy el ámbito de la actividad de la Fundación se ha ampliado, de modo que posee carácter internacional. Sin embargo, no podemos olvidar las raíces polacas. Habéis hecho bien en recordarlas hoy de este modo poético.

Están presentes hoy aquí los amigos de la Fundación de Estados Unidos y de Indonesia. Quiero saludarlos cordialmente y expresarles mi gratitud porque colaboran de buen grado y con generosidad en esta obra. Os doy las gracias no sólo porque sostenéis materialmente la Fundación, sino también porque lleváis a cabo iniciativas de carácter religioso y cultural, que se convierten en ocasión de evangelización y difusión de una cultura impregnada de espíritu cristiano. Dios os bendiga.

Saludo también a los amigos de la Fundación que han venido de Francia. Sé cuánto bien se realiza gracias a vuestro compromiso, a vuestro testimonio de fe y a vuestra adhesión al Sucesor de Pedro. Os agradezco la ayuda que dais a la Fundación y a todos los que se benefician de sus iniciativas. Pido a Dios que os sostenga con su gracia y con su bendición.

Saludo cordialmente a los huéspedes que han venido de Roma y de Italia. Constato con gratitud que en este país la Fundación puede desarrollar su actividad en un clima de benevolencia y de apoyo. Expreso en particular al señor cardenal Camillo Ruini y a la Conferencia episcopal italiana mi agradecimiento por la ayuda material en la obra de instrucción de los jóvenes de los países del ex bloque oriental, que estudian en Lublin, Varsovia y Cracovia. Es una expresión significativa de la solidaridad de la Iglesia en Italia con las Iglesias que siguen sanando las heridas de la época pasada. Que Dios recompense vuestra bondad.

Hoy, junto con vosotros, doy gracias a Dios por todo el bien que a lo largo de veintidós años se ha realizado por iniciativa de la Fundación. Gracias al esfuerzo desinteresado de numerosas personas, miles de peregrinos que llegan a Roma desde varias partes del mundo han podido encontrar asistencia espiritual y la ayuda necesaria de todo tipo. He podido encontrarme personalmente con muchos de ellos. Me daba siempre mucha alegría su testimonio de fe y su oración. Los numerosos testimonios de unión espiritual con el Sucesor de Pedro han sido para mí fuente de aliento y de fuerza. Confío en que la Fundación siga sosteniendo a todos los que llegan a la ciudad eterna para fortalecer su fe en Cristo y en la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

La Fundación ha asumido el compromiso de la preservación de los documentos relativos al pontificado y a la difusión de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. Es necesario que este patrimonio, acumulado por gracia divina en este tiempo, se conserve para las generaciones futuras. En el último cuarto de siglo se han producido numerosos y significativos acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, que muestran que nuestras acciones humanas, aunque sean torpes, se insertan en el plan de la bondad divina y dan frutos que debemos a su gracia. Esos acontecimientos no pueden olvidarse. Que su recuerdo forme la identidad cristiana de las generaciones futuras y sea motivo de acción de gracias a Dios por su bondad.

No se puede por menos de mencionar los éxitos de la Fundación en el campo de la difusión de la cultura cristiana. Gracias al esfuerzo de los hombres de ciencia y al apoyo material de la Fundación, han aparecido numerosas y valiosas publicaciones, que ponen al alcance de los hombres de hoy los secretos de la historia, el desarrollo de la filosofía y la teología. Pero la obra más valiosa es la que deja para siempre una huella en el corazón y en la mente de los jóvenes. Gracias a la Fundación, centenares de estudiantes de los países ex comunistas han podido gozar de becas y terminar en Polonia sus estudios en diversas disciplinas. Vuelven a sus países de origen para servir allí con su ciencia y con su testimonio de fe a quienes durante años estuvieron privados del acceso a la ciencia y a la cultura entendida en sentido amplio, al mensaje del Evangelio. Algunas veces me he encontrado con esos jóvenes, y siempre me han dado la impresión de que constituyen un tesoro del que podemos estar orgullosos.

Han pasado veintidós años desde el 16 de octubre de 1981, día en que firmé el primer Estatuto de la Fundación. Aquel documento, en el que se definieron tanto las finalidades como los medios de la Fundación, a lo largo de los años ha puesto las bases para desarrollar numerosas iniciativas de índole religiosa, cultural y pastoral, que han dado grandes frutos. Sin embargo, la experiencia adquirida durante estos dos decenios ha mostrado la necesidad de adaptar el Estatuto de la Fundación a los desafíos actuales. Por eso, el consejo de la Fundación ha presentado un proyecto de cambios en el Estatuto que yo, conservando la validez del decreto de fundación, aprobé y confirmé el pasado 16 de octubre, exactamente veintidós años después de la institución de la Fundación. En este solemne momento quiero entregar al presidente del consejo de la Fundación, arzobispo Szczepan Wesoly, el nuevo decreto, en virtud del cual desde hoy entrará en vigor el Estatuto renovado de la Fundación. Ojalá que ayude a cumplir de modo más eficaz las finalidades que guiaron a los fundadores al inicio de este pontificado.

Os agradezco una vez más a todos la benevolencia. Os pido que recéis y perseveréis en hacer el bien. Os bendigo de corazón a todos:  en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 



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