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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II A BERNA
5-6 DE JUNIO DE 2004

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Palacio de Deportes de Berna
Sábado 5 de junio de 2004

 

Queridos jóvenes suizos: 

Me siento feliz de estar con vosotros hoy. Vuestro entusiasmo ha rejuvenecido mi corazón. ¡Gracias! ¡Gracias por vuestra cordialidad! Sois el buen futuro de Suiza.

1. "¡Levántate!" (Lc 7, 14).

Esta palabra del Señor al joven de Naím resuena hoy con fuerza en nuestra asamblea, y se dirige a vosotros, queridos jóvenes amigos, muchachos y muchachas católicos de Suiza.

El Papa ha venido de Roma para volverla a escuchar, juntamente con vosotros, de labios de Cristo y para hacerse eco de ella. Os saludo a todos con afecto, queridos amigos, y os agradezco vuestra cordial acogida. Saludo también a vuestros obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a los animadores que os acompañan en vuestro camino.

Dirijo con afecto un saludo particular al señor Joseph Deiss, presidente de la Confederación Helvética; al pastor Samuel Lutz, presidente del Consejo sinodal de las Iglesias Reformadas de Berna-Jura-Soleure, y a vuestros amigos de otras Confesiones que han querido participar en este encuentro.

2. El Evangelio de san Lucas narra un encuentro:  por una parte, está el triste cortejo que acompaña al cementerio al joven hijo de una madre viuda; por otra, el grupo festivo de los discípulos que siguen a Jesús y lo escuchan. También hoy, jóvenes amigos, podríais formar parte de aquel triste cortejo que avanza por el camino de la aldea de Naím. Eso sucedería si os dejáis llevar de la desesperación, si los espejismos de la sociedad de consumo os seducen y os alejan de la verdadera alegría enredándoos en placeres pasajeros, si la indiferencia y la superficialidad os envuelven, si ante el mal y el sufrimiento dudáis de la presencia de Dios y de su amor a toda persona, si buscáis saciar vuestra sed interior de amor verdadero y puro en el mar de una afectividad desordenada.

Precisamente en esos momentos, Cristo se acerca a cada uno de vosotros y, como hizo al muchacho de Naím, os dirige la palabra que sacude y despierta:  "¡Levántate!". "Acoge la invitación que te hará ponerte de pie".

No se trata de simples palabras:  es Jesús mismo, el Verbo de Dios encarnado, quien está delante de vosotros. Él es "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9), la verdad que nos hace libres (cf. Jn 14, 6), la vida que el Padre nos da en abundancia (cf. Jn 10, 10). El cristianismo no es un simple libro de cultura o una ideología; y ni siquiera es sólo un sistema de valores o de principios, por más elevados que sean. El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro:  Jesús, el que da sentido y plenitud a la vida del hombre.

3. Pues bien, yo os digo a vosotros, queridos jóvenes:  No tengáis miedo de encontraros con Jesús. Más aún, buscadlo en la lectura atenta y disponible de la sagrada Escritura y en la oración personal y comunitaria; buscadlo participando de forma activa en la Eucaristía; buscadlo acudiendo a un sacerdote para el sacramento de la reconciliación; buscadlo en la Iglesia, que se manifiesta a vosotros en los grupos parroquiales, en los movimientos y en las asociaciones; buscadlo en el rostro del hermano que sufre, del necesitado, del extranjero.

Esta búsqueda caracteriza la existencia de muchos jóvenes coetáneos vuestros que se han puesto en camino hacia la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Colonia en el verano del año próximo. Ya desde ahora os invito cordialmente también a vosotros a esa gran cita de fe y de testimonio.

También yo, como vosotros, tuve veinte años. Me gustaba hacer deporte, esquiar, declamar. Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos e inquietudes. En aquellos años, ya lejanos, en tiempos en que mi patria se hallaba herida por la guerra y luego por el régimen totalitario, buscaba dar un sentido a mi vida. Lo encontré siguiendo al Señor Jesús.

4. La juventud es el momento en que también tú, querido muchacho, querida muchacha, te preguntas qué vas a hacer con tu existencia, cómo puedes contribuir a hacer que el mundo sea un poco mejor, cómo puedes promover la justicia y construir la paz.

Esta es la segunda invitación que te dirijo:  "¡Escucha!". No te canses de entrenarte en la difícil disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la vida diaria, a través de las alegrías y los sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que se encuentran a tu lado, a través de la voz de tu conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de belleza.

Si abres tu corazón y tu mente con disponibilidad, descubrirás "tu vocación", es decir, el proyecto que Dios, en su amor, desde siempre tiene preparado para ti.

5. Y podrás formar una familia, fundada en el matrimonio como pacto de amor entre un hombre y una mujer que se comprometen a una comunión de vida estable y fiel. Podrás afirmar con tu testimonio personal que, a pesar de las dificultades y los obstáculos, se puede vivir  en plenitud el matrimonio cristiano como experiencia llena de sentido y como "buena nueva" para todas las familias.

Y si Dios te llama, podrás ser sacerdote, religioso o religiosa, entregando con corazón indiviso tu vida a Cristo y a la Iglesia, transformándote así en signo de la presencia amorosa de Dios en el mundo de hoy. Podrás ser, como muchos otros antes que tú, apóstol intrépido e incansable, vigilante en la oración, alegre y acogedor en el servicio a la comunidad.

Sí, también tú podrías ser uno de ellos. Sé muy bien que ante esta propuesta titubeas. Pero te digo. ¡No tengas miedo! Dios no se deja vencer en generosidad. Después de casi sesenta años de sacerdocio, me alegra dar aquí, ante todos vosotros, mi testimonio:  ¡es muy hermoso poder consumirse hasta el final por la causa del reino de Dios!

6. Os quiero hacer una tercera invitación:  joven de Suiza, "¡Ponte en camino!". No te limites a discutir; no esperes para hacer el bien las ocasiones que tal vez no se presenten nunca. ¡Ha llegado el tiempo de la acción!

En los albores de este tercer milenio, también vosotros, jóvenes, estáis llamados a proclamar el mensaje del Evangelio con el testimonio de vuestra vida. La Iglesia necesita vuestras energías, vuestro entusiasmo, vuestros ideales juveniles, para hacer que el Evangelio impregne el entramado de la sociedad y suscite una civilización de auténtica justicia y de amor sin discriminaciones.

Hoy, más que nunca, en un mundo a menudo sin luz y sin la valentía de ideales nobles, no es tiempo para avergonzarse del Evangelio (cf. Rm 1, 16). Más bien, es tiempo de proclamarlo desde las terrazas (cf. Mt 10, 27).

El Papa, vuestros obispos, toda la comunidad cristiana cuentan con vuestro compromiso, con vuestra generosidad y os siguen con confianza y esperanza:  jóvenes de Suiza, ¡poneos en camino! El Señor camina con vosotros.

Llevad en vuestras manos la cruz de Cristo; en vuestros labios, las palabras de vida; y en vuestro corazón, la gracia salvadora del Señor resucitado.

¡Levántate! Es Cristo quien te habla. ¡Escúchalo!

 



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