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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Sábado 15 de mayo de 2004

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os dirijo mi saludo cordial a todos vosotros, que habéis venido de diversas regiones del mundo para participar en la asamblea plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso.

Saludo al presidente, monseñor Michael Louis Fitzgerald, y le agradezco las palabras que amablemente me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo al secretario y a los demás colaboradores del Consejo pontificio y a cuantos han preparado este importante encuentro, con el cual se quiere celebrar el 40° aniversario de la erección del dicasterio, que tuvo lugar el 19 de mayo de 1964.

La decisión de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI nació, como él mismo afirmó, "del clima de unión y de expectativas que ha caracterizado claramente el concilio Vaticano II" (Discurso al Colegio cardenalicio, 23 de junio de 1964). Y del Concilio mismo, sobre todo de la declaración Nostra aetate, este nuevo organismo recibió las líneas directrices para su actividad orientada a promover las relaciones con personas de otras religiones.

2. Durante los cuarenta años transcurridos, el Dicasterio ha prestado con celoso empeño su servicio eclesial, encontrando respuestas positivas y convergencias fructuosas en numerosas diócesis, así como en Iglesias y comunidades cristianas de diferentes denominaciones.

Además, la importancia del trabajo que lleváis a cabo ha sido apreciada por muchas organizaciones de otras religiones, que han tenido en el pasado y siguen teniendo aún provechosos contactos con vuestro Consejo pontificio, y comparten con vosotros diversas iniciativas de diálogo. Es preciso intensificar esta fructuosa cooperación, orientando la atención hacia temas de interés común.

3. En los próximos años la Iglesia se esforzará aún más por responder al gran desafío del diálogo interreligioso. En la carta apostólica Novo millennio ineunte afirmé que el milenio recién iniciado se sitúa en la perspectiva de un "marcado pluralismo cultural y religioso" (n. 55). Por tanto, el diálogo es importante y debe continuar, pues "forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia", en "íntima vinculación" con el anuncio de Cristo y, al mismo tiempo, distinto de él, sin confusión ni instrumentalización (cf. Redemptoris missio, 55). Sin embargo, al promover este diálogo con los seguidores de otras religiones, debe evitarse todo relativismo e indiferentismo religioso, esforzándose por ofrecer a todos con respeto el gozoso testimonio de "nuestra esperanza" (cf. 1 P 3, 15).

4. Como expliqué en la Novo millennio ineunte, el diálogo interreligioso también es importante para "proponer una firme base de paz" y hacer que "el nombre del único Dios" llegue a ser "cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (n. 55). Los cristianos, en virtud del "ministerio de la reconciliación" que Dios les ha confiado (cf. 2 Co 5, 18), saben que pueden contribuir a la edificación de la paz en el mundo, dejándose animar por el amor a todos los hombres y a todo hombre, buscando con valentía la verdad y cultivando una sed profética de justicia y de libertad. Este esfuerzo va acompañado siempre por una perseverante, humilde y confiada oración a Dios. En efecto, la paz es ante todo don divino, que se ha de implorar incansablemente.

La Virgen María acompañe el trabajo de vuestro Consejo pontificio y haga fructuosos todos vuestros proyectos. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, y de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.



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