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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES


Martes 18 de mayo de 2004

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Os dirijo a todos mi cordial saludo. Dirijo un saludo en particular a vuestro presidente, el cardenal Stephen Fumio Hamao, y le agradezco las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos comunes. Saludo al secretario y a los colaboradores del dicasterio, felicitándolos por su trabajo, que atañe a un sector cada vez más importante de la comunidad mundial.

También el tema de vuestro encuentro actual:  "El diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico en el contexto de las migraciones actuales", destaca la actualidad y la importancia del servicio que vuestro Consejo pontificio está llamado a prestar en este momento histórico.

2. La comunidad cristiana afronta hoy situaciones profundamente transformadas con respecto al pasado. Una de ellas es, ciertamente, el masivo fenómeno migratorio, que está marcado a veces por tragedias que sacuden las conciencias. De este fenómeno ha surgido el pluralismo étnico, cultural y religioso, que caracteriza en general las actuales sociedades nacionales.

La confrontación con la realidad actual de las migraciones insta a las comunidades cristianas a un renovado anuncio evangélico. Esto interpela el compromiso pastoral y el testimonio de vida de todos:  sacerdotes, religiosos y laicos.

3. En efecto, si "globalización" es el término que, más que cualquier otro, define la actual evolución histórica, también la palabra "diálogo" debe caracterizar la actitud, mental y pastoral, que todos estamos llamados a adoptar con vistas a un nuevo equilibrio mundial. El consistente número de cerca de doscientos millones de emigrantes lo hace aún más urgente.

Por tanto, la integración en el ámbito social y la interacción en el cultural se han convertido en una condición necesaria para una verdadera convivencia pacífica entre las personas y las naciones. Las exige hoy, más que nunca, el proceso de globalización, que une de modo creciente el destino de la economía, de la cultura y de la sociedad.

4. Toda cultura constituye un acercamiento al misterio del hombre también en su dimensión religiosa y, como afirma el concilio Vaticano II, esto explica por qué algunos elementos de verdad se encuentran también fuera del mensaje revelado, incluso entre los no creyentes que cultivan elevados valores humanos, aunque no conozcan su fuente (cf. Gaudium et spes, 92). Por eso, es necesario acercarse a todas las culturas con la actitud respetuosa de quien es consciente de que no sólo tiene algo que decir y dar, sino también mucho que escuchar y recibir (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 12).

Esta actitud no sólo es una exigencia impuesta por las transformaciones de nuestro tiempo; también es necesaria para que el anuncio del Evangelio pueda llegar a todos. De aquí la necesidad del diálogo intercultural:  se trata de un proceso abierto que, asumiendo todo lo bueno y verdadero que hay en las diversas culturas, elimina algunos obstáculos en el camino de la fe.

Este diálogo implica un profundo cambio de mentalidad y también de estructuras pastorales, por lo cual todo lo que los pastores invierten en la formación espiritual y cultural, también a través de encuentros y confrontaciones interculturales, se orienta al futuro y constituye un elemento de la nueva evangelización.

5. Los procesos de globalización no sólo impulsan a la Iglesia al diálogo intercultural, sino también al interreligioso. En efecto, la humanidad del tercer milenio tiene urgente necesidad de recuperar valores espirituales comunes, para fundar en ellos el proyecto de una sociedad digna del hombre (cf. Centesimus annus, 60).

Sin embargo, la integración entre poblaciones pertenecientes a culturas y a religiones diversas siempre encierra incógnitas y dificultades. Esto afecta, en particular, a la inmigración de creyentes musulmanes, los cuales plantean problemas específicos. A este respecto, es necesario que los pastores asuman responsabilidades precisas, promoviendo un testimonio evangélico cada vez más generoso de los cristianos mismos. El diálogo fraterno y el respeto recíproco no constituirán jamás un límite o un impedimento para el anuncio del Evangelio. Más aún, el amor y la acogida representan de suyo la forma primera y más eficaz de evangelización.

Así pues, es necesario que las Iglesias particulares se abran a la acogida, también con iniciativas pastorales de encuentro y de diálogo, pero, sobre todo, ayudando a los fieles a superar los prejuicios y educándolos para que también ellos se conviertan en misioneros ad gentes en nuestras tierras.

6. La presencia, cada vez más numerosa, de inmigrantes cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica ofrece, asimismo, a las Iglesias particulares nuevas posibilidades para la fraternidad y el diálogo ecuménico, impulsando a realizar, evitando fáciles irenismos y el proselitismo, una mayor comprensión recíproca entre Iglesias y comunidades eclesiales (cf. Erga migrantes caritas Christi, 58; Directorio para la aplicación de los principios y las normas sobre el ecumenismo, 107).

La actual proporción de las migraciones impulsa a reflexionar sobre la condición del pueblo de Dios, en camino hacia la patria del cielo. Así, el mismo movimiento ecuménico puede considerarse como un gran éxodo, una peregrinación, que se mezcla y se confunde con los éxodos actuales de poblaciones en busca de una condición de vida menos precaria. En este sentido, el compromiso ecuménico constituye un incentivo ulterior para acoger fraternalmente a personas que tienen modos de vivir y de pensar diversos de los que nosotros tenemos habitualmente. Así, el fenómeno migratorio y el movimiento ecuménico, en sus ámbitos respectivos, se convierten en un estímulo para una mayor comprensión humana.

Invocando la ayuda de Dios sobre vuestros trabajos, cuyo desarrollo encomiendo a la protección de la santísima Virgen, imparto a todos mi bendición.

 



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