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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL QUINTO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 22 de mayo de 2004

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Con gran alegría os doy la bienvenida, obispos de las provincias eclesiásticas de San Antonio y Oklahoma City, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Durante los últimos meses he tenido el placer de encontrarme con muchos obispos de vuestro país, en el que se halla una amplia y fervorosa comunidad católica:  "En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros,... teniendo presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 2-3). Estas visitas no sólo fortalecen el vínculo que nos une, sino que también nos brindan una oportunidad única para examinar más atentamente la gran obra ya realizada y los desafíos que aún debe afrontar la Iglesia en Estados Unidos.

En mis últimas conversaciones abordé temas relacionados con el munus sanctificandi. En particular, hablé de la llamada universal a la santidad y de la importancia de una comunión amorosa con Dios y con los demás, como clave para la santificación personal y comunitaria. "Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza:  llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor" (Familiaris consortio, 11; cf. Gn 1, 26-27).

Estas relaciones esenciales se basan en el amor de Dios, y actúan como punto de referencia para toda la actividad humana. La vocación y la responsabilidad de toda persona de amar no sólo nos dan la capacidad de cooperar con el Señor en su misión de santificar, sino que también suscita en nosotros el deseo de hacerlo. Por tanto, en esta reflexión final sobre el oficio de santificar, deseo centrarme de modo especial en una de las piedras angulares de la Iglesia misma, es decir, el conjunto de relaciones interpersonales llamado familia (cf. Familiaris consortio, 11).

2. La vida familiar se santifica en la unión del hombre y la mujer en la institución sacramental del santo matrimonio. Por consiguiente, es fundamental que el matrimonio cristiano se comprenda en su sentido más pleno y se presente como institución natural y como realidad sacramental. Hoy muchos comprenden claramente la naturaleza secular del matrimonio, que incluye los derechos y los deberes que las sociedades modernas consideran como factores determinantes para un contrato matrimonial. Sin embargo, parece que algunos no comprenden adecuadamente la dimensión intrínsecamente religiosa de esta alianza.

La sociedad moderna rara vez presta atención a la naturaleza permanente del matrimonio. De hecho, la actitud hacia el matrimonio que domina en la cultura contemporánea exige que la Iglesia trate de ofrecer una mejor instrucción prematrimonial encaminada a formar parejas en el sentido de esta vocación, y que insista en que sus escuelas católicas y sus programas de educación religiosa garanticen que los jóvenes, muchos de los cuales provienen de familias rotas, se eduquen desde niños en la enseñanza de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio. A este respecto, agradezco a los obispos de Estados Unidos su solicitud por proporcionar una correcta catequesis sobre el matrimonio a los fieles laicos de sus diócesis. Os animo a seguir poniendo gran énfasis en el matrimonio como vocación cristiana a la que las parejas están llamadas, y a brindarles los medios para vivirla plenamente a través de los programas de preparación matrimonial, que sean "serios en su objetivo, excelentes en su contenido, suficientemente amplios y de naturaleza obligatoria" (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 202).

3. La Iglesia enseña que el amor entre un hombre y una mujer, santificado en el sacramento del matrimonio, es un reflejo del amor eterno de Dios a su creación (cf. Ritual del Matrimonio, Prefacio III). Del mismo modo, la comunión de amor presente en la vida familiar sirve como modelo de las relaciones que deben existir en la familia de Cristo, la Iglesia. "Entre los cometidos fundamentales de la familia cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio de la edificación del reino de Dios en la historia, mediante la participación en la vida y misión de la Iglesia" (Familiaris consortio, 49). Para asegurar que la familia sea capaz de cumplir esta misión, la Iglesia tiene el sagrado deber de hacer todo lo posible por ayudar a los matrimonios a hacer de la familia una "iglesia doméstica" y a ejercer correctamente el "cometido sacerdotal" al que toda familia cristiana está llamada (cf. ib., 55). Uno de los modos más eficaces de ejercer este cometido consiste en ayudar a los padres a ser los primeros heraldos del Evangelio y los principales catequistas en la familia. Este apostolado particular requiere algo más que una mera instrucción académica sobre la vida familiar; requiere que la Iglesia comparta los problemas y las luchas de los padres y de las familias, así como sus alegrías. Por tanto, las comunidades cristianas deberían hacer todo lo posible por ayudar a los esposos a transformar sus familias en escuelas de santidad, ofreciendo un apoyo concreto al ministerio de la vida familiar a nivel local. Esta responsabilidad incluye la gratificante tarea de hacer que vuelvan a la Iglesia muchos católicos que se han alejado de ella, pero que desean regresar ahora que tienen una familia.

4. La familia como comunidad de amor se refleja en la vida de la Iglesia. En efecto, la Iglesia puede considerarse como una familia, la familia de Dios formada por hijos e hijas de nuestro Padre celestial. Como una familia, la Iglesia es un lugar donde sus miembros se sienten animados a sobrellevar sus sufrimientos, conscientes de que la presencia de Cristo en la oración de su pueblo es la mayor fuente de curación. Por esta razón, la Iglesia mantiene un compromiso activo en todos los niveles del ministerio familiar y especialmente en los sectores que afectan a los jóvenes y a los adultos jóvenes. Los jóvenes, ante una cultura secular que promueve la gratificación inmediata y el egoísmo en vez de virtudes de autocontrol y generosidad, necesitan el apoyo y la guía de la Iglesia. Os animo a vosotros, así como a vuestros sacerdotes y colaboradores laicos, a considerar la pastoral juvenil como parte esencial de vuestros programas diocesanos (cf. Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 203; y Pastores gregis, 53). Numerosos jóvenes están buscando modelos fuertes, comprometidos y responsables, que no tengan miedo de profesar un amor incondicional a Cristo y a su Iglesia. A este respecto, los sacerdotes han dado siempre, y deberían seguir dando, una especial e inestimable contribución a la vida de los jóvenes católicos.

Como en toda familia, a veces la armonía interna de la Iglesia puede debilitarse por la falta de caridad y la presencia de conflictos entre sus miembros. Eso puede llevar a la formación de facciones dentro de la Iglesia, las cuales a menudo buscan hasta tal punto sus propios intereses que pierden de vista la unidad y la solidaridad, que son los fundamentos de la vida eclesial y las fuentes de la comunión en la familia de Dios. Para afrontar este preocupante fenómeno, los obispos deben actuar con solicitud paterna, como hombres de comunión, a fin de asegurar que sus Iglesias particulares actúen como familias, de modo que "no haya división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen lo mismo los unos de los otros" (1 Co 12, 25). Esto requiere que el obispo se esfuerce por remediar cualquier división que pueda surgir entre sus fieles, tratando de volver a crear un nivel de confianza, reconciliación y entendimiento mutuo en la familia eclesial.

5. Queridos hermanos en el episcopado, al concluir estas consideraciones sobre la vida familiar, pido en mi oración para que continuéis vuestros esfuerzos por promover la santificación personal y comunitaria a través de las devociones de la piedad popular. Durante siglos el santo rosario, el vía crucis, las oraciones antes y después de las comidas y otras prácticas de devoción han contribuido a formar una escuela de oración en las familias y las parroquias, enriqueciendo la vida sacramental de los católicos. Una renovación de estas devociones no sólo ayudará a los fieles en vuestro país a crecer en la santidad personal, sino que será también una fuente de fortaleza y santificación para la Iglesia católica en Estados Unidos.

Mientras vuestra nación celebra de modo especial el 150° aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, concluyo con las palabras de mi ilustre predecesor, el beato Papa Pío IX:  «Tenemos la segura esperanza de que la santísima Virgen, con su poderosísima protección, hará que desaparezcan todas las dificultades y se disipen todos los errores, de modo que nuestra santa Madre, la Iglesia católica, florezca cada día más en todos los pueblos y naciones, y que reine "de mar a mar, y del gran río hasta el confín de la tierra"» (Ineffabilis Deus). Invoco la intercesión de María Inmaculada, patrona de Estados Unidos, la cual, sin mancha de pecado, ruega incesantemente por la santificación de los cristianos, y de corazón imparto mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y alegría en Jesucristo.



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