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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD DE LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA*


Sábado 29 de mayo de 2004

 

Monseñor presidente;
queridos sacerdotes alumnos de la Academia eclesiástica pontificia:

1. Me alegra acogeros en audiencia especial, al concluir vuestro año académico, y os saludo a todos con afecto. Saludo, en primer lugar, al presidente, monseñor Justo Mullor García, al que manifiesto profunda gratitud por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes de afecto y adhesión filial al sucesor del apóstol san Pedro. Le renuevo mi felicitación cordial por el 25° aniversario de su ordenación episcopal.

Extiendo mi saludo a todos los que forman parte de la Academia eclesiástica pontificia y, en particular, a cuantos se dedican a vuestra formación, queridos alumnos, que provenís de diversas naciones. Envío un cordial saludo también a los pastores de vuestras respectivas diócesis, agradeciéndoles el haberos destinado a este peculiar servicio pastoral.

2. Como acaba de recordar vuestro presidente, nuestro encuentro tiene lugar en la víspera de Pentecostés, solemnidad litúrgica que pone de relieve la vocación misionera de la Iglesia. Después de recibir el Espíritu Santo, los Apóstoles salieron de Jerusalén llenos de valentía y entusiasmo, y comenzaron a recorrer el mundo anunciando la buena nueva. Desde entonces, jamás ha dejado de resonar entre los hombres este anuncio: Cristo, Hijo unigénito de Dios, es el Salvador del hombre, de todo hombre y de todo el hombre.

A lo largo de los siglos, la evangelización se ha confrontado con culturas diversas, y, de modo especial recientemente, también ha entablado un diálogo con las instituciones civiles nacionales e internacionales.

Queridos alumnos de la Academia eclesiástica pontificia, en este contexto se inserta vuestra participación específica en la misión evangelizadora de la Iglesia. Las representaciones pontificias, manteniéndose en contacto con el Papa, están llamadas a representarlo ante las comunidades eclesiales de los países donde actúan, ante los Gobiernos de las naciones y los organismos internacionales. Esto exige del personal de dichas misiones capacidad de diálogo, conocimiento de los diferentes pueblos y de sus expresiones culturales y religiosas, así como de sus legítimas expectativas. Al mismo tiempo, os resulta indispensable una adecuada formación teológica y pastoral y, sobre todo, una fidelidad madura y total a Cristo. Sólo si os mantenéis unidos a él con la oración y la constante búsqueda de su voluntad, vuestro trabajo será fecundo y sentiréis plenamente realizado vuestro sacerdocio.

3. Queridos alumnos, os deseo que mantengáis encendido en la mente y en el corazón el fuego vivificante del Espíritu Santo, que en estos días imploramos fervientemente, y que seáis testigos de paz y de amor dondequiera que la Providencia os conduzca.

La Virgen María vele sobre vosotros y os haga mansos y valientes apóstoles de su Hijo divino. Que las dificultades jamás frenen vuestra generosa entrega a Cristo y a su Iglesia.

Os aseguro un recuerdo diario en la oración y con afecto os bendigo a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.23, p.8.



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