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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA COMISIÓN EUROPEA ROMANO PRODI*


Jueves 28 de octubre de 2004

 

Señor presidente:

1. Lo saludo muy cordialmente, junto con las distinguidas personalidades que lo acompañan, y le agradezco esta amable visita.

Su presencia en Roma, durante estos días, está motivada por el solemne acto de la firma del tratado constitucional europeo por parte de los veinticinco Estados que componen ahora la Unión europea. El lugar elegido, el mismo en el que en 1957 nació la Comunidad europea, reviste un claro valor simbólico: en efecto, Roma significa irradiación de valores jurídicos y espirituales universales.

2. La Santa Sede ha favorecido la formación de la Unión europea, aun antes de que se estructurara jurídicamente, y después ha seguido con gran interés sus diversas etapas. También ha sentido siempre el deber de expresar abiertamente las justas expectativas de gran número de ciudadanos cristianos de Europa, que solicitaban su intervención.

Por eso, la Santa Sede ha recordado a todos que el cristianismo, en sus diferentes expresiones, ha contribuido a la formación de una conciencia común de los pueblos europeos y ha dado una gran aportación para forjar su civilización. Reconocido o no en los documentos oficiales, este es un dato innegable que ningún historiador podrá olvidar.

3. Hoy, en particular, deseo congratularme con usted, señor presidente, por la obra desarrollada durante su mandato como presidente de la Comisión europea y, al mismo tiempo, expreso mi deseo de que las dificultades surgidas en estos días con respecto a la nueva Comisión encuentren una solución de respeto recíproco, con espíritu de concordia entre todas las instancias afectadas.

Señor presidente, invoco la bendición del Señor sobre usted y sobre las personalidades que lo acompañan, así como sobre todos los representantes de los Estados que han venido a Roma para la inminente firma del tratado constitucional, y sobre todos los pueblos de Europa.

Quiera Dios que la Unión europea exprese siempre lo mejor de las grandes tradiciones de sus Estados miembros, trabaje activamente en el campo internacional por la paz entre los pueblos, y ofrezca una ayuda generosa para el crecimiento de los pueblos más necesitados de los demás continentes.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.45, p.7./p>

 



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