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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL FINAL DEL PRIMER CONGRESO MARIANO INTERAMERICANO
CELEBRADO EN BUENOS AIRES
*

Domingo 13 de noviembre de 1960

 

Amadísimos fieles que os habéis reunido en el Primer Congreso Mariano Interamericano.

Con deslumbre de claridad celeste, irradiada del sol justicia, Cristo Nuestro Señor, se os presenta María a vosotros que en estos días habéis estudiado los privilegios y prerrogativas de la que es Madre de la Iglesia. Miles y miles de corazones ofrecen simbólico pedestal a su pie purísimo. Y son todas las naciones de América las que, como estrellas, forman corona en torno a su Reina y Protectora.

¡Cómo gozará ante este grandioso espectáculo la Virgen de Luján, de Guadalupe, del Cobre, de Copacabana, la de tantos y tantos Santuarios que adornan la geografía variada de vuestro Continente, irradiando vida y aliento sobrenatural sobre vuestros hogares y campiñas! Pues pensad la alegría que inunda el alma de este humilde Vicario de Cristo, quien os habla mientras os ve espiritualmente, unidos todos en el amor de la misma Madre.

¡Son tantas las cosas que irrumpen a Nuestros labios en esta ocasión! Pero no pudiendo ahora deciros todo, vamos a indicaron brevemente estas dos ideas:

I. Conservad cada día más viva la devoción a María.

La devoción mariana es el camino por excelencia que conduce a penetrar en las enseñanzas del Divino Maestro y a conformar la propia vida, en todos sus aspectos, con la vocación en virtud de la cual "filii Dei nominemur et simus" (1 Io. 3,1).

¿Quién más que María alentó el celo de los primeros misioneros españoles y de todos los que predicaron el evangelio en el Nuevo Mundo, cuya ruta abrió entre la "Pinta" y la "Niña" la nao "Santa María"? De los títulos y advocaciones de Nuestra Señora tomaron nombre las ciudades que se iban fundando en ese Continente, mariano por antonomasia. Y así la Reina de Cielos y Tierra aparece en vuestra historia como la Madre en cuyo regazo despertaron a la luz de la fe cristiana vuestros pueblos, esa fe, puntal firme de vuestro pasado, elemento básico de vuestra cultura y dato fundamental de vuestra personalidad.

Si, pues, en alguna ocasión el enemigo intentara arrebataros el legado tan valioso de vuestras tradiciones católicas, que en el seno de vuestros hogares sea entonces más intensa la devoción a María, que vuestros corazones vibren de amor a la que es cantada por la Liturgia como debeladora de herejías: "Cunctas haereses sola interemisti in universo mundo", la que vosotros en este Congreso habéis estudiado y considerado como "Mater Christi", "Mater gratiae", "Mater Ecclesiae".

II. Que reine la caridad en todas vuestras relaciones.

Los primeros cristianos se daban mutuamente el nombre de "hermanos", y no era esta expresión pura fórmula, ya que los mismos paganos quedaban admirados del amor que se tenían. De este modo el cristianismo alumbró en la humanidad un hontanar de donde habían de derivar tantas obras de misericordia, tantas instituciones que son gloria de la Iglesia. La caridad patrimonio del cristianismo se fundamenta en la sublime realidad de estar todos los hombres vinculados en un mismo Padre Creador, en un mismo Redentor y en una misma Madre que El nos dio en el momento cumbre de la cruz.

Este amor fraterno, sin distinciones, es fuente segura de bienestar para las sociedades y abraza perspectivas vastísimas desde el plano de las relaciones personales al de las colectividades.

La paz auténtica y estable, que no es algo superficial y negativo, aflora de la concordancia general y es fruto de una labor constante y progresiva que resuelve primero las tensiones sociales dentro de cada nación y tiende luego puentes de comprensión entre unos y otros países.

La gran tarea que en la hora actual el Nuevo Mundo tiene ante sí no podría ser realizada, si le faltara en su base la unidad, la concordia, y éstas no podrían ser sinceras ni duraderas si no estuvieran alentadas por el sentido cristiano de la gran familia humana.

¡Oh, si los hombres todos, los que mandan y los que obedecen, los pueblos poderosos y los débiles, tuvieran presente que la caridad es el supremo lazo, la suprema fuerza unitiva en cualquier comunidad de orden familiar, nacional o internacional!

San Juan Crisóstomo decía de las celebraciones litúrgicas cristianas: "Cuando estamos en el altar oramos ante todo por el mundo entero y por los intereses colectivos" (Hom. II in 2 Cor.; Migne PG 61, 398). Tal sea ahora y siempre en vuestra oración a Nuestra Señora: la sonrisa brotará de sus labios repleta de bendiciones.

Sea para todos este acto mariano un compromiso con que cada uno se obligue a vivir un cristianismo cada día más eficiente y pletórico de esencias marianas, de un amor mutuo más acrisolado, de una participación más completa en las obras católicas.

Que el Primer Congreso Mariano Interamericano constituya un punto de partida para agrupar las fuerzas de los hombres de buena voluntad en la defensa de la fe cristiana. ¡Cuántos bienes esperamos —los estamos ya casi viendo— de 'una colaboración fraterna para el florecimiento de la fe católica en las naciones americanas!

Estas gracias confiadamente pedimos invocando sobre vosotros el Santísimo nombre de Jesús, mientras con el más vivo afecto de Nuestro corazón de Padre damos a Nuestro dignísimo Cardenal Legado, al amadísimo y tan benemérito Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, a las Autoridades eclesiásticas y civiles ahí congregadas, al Clero, Religiosos y pueblo todo con cada 'una de las naciones de la queridísima América, una particular Bendición Apostólica.


* AAS 52 (1960) 980-982; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 11-14.



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