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RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DE UN NUEVO TRANSMISOR
DE RADIO VATICANA PARA LAS EMISIONES
A AUSTRALIA Y NUEVA ZELANDA
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Martes 27 de noviembre de 1962

 

“Alabad al Señor todas las gentes, alabadle. todos los pueblos” (Salmo 116, 1).

Con el corazón emocionado os hablamos, queridos hijos de Australia y Nueva Zelanda. En este fausto día, mientras vuestros obispos participan en la Asamblea Ecuménica, inauguramos esta nueva estación transmisora, con cuya ayuda será más eficaz la propagación hasta vosotros, y a todo el Extremo Oriente, de las emisiones diarias de nuestra Radio Vaticana.

Traspasando en cierto modo vuestros umbrales, os abrazamos, ante todo, con paternal caridad, y os saludamos con las mismas palabras del Divino Redentor: “Paz a esta casa. Paz a vosotros” (Mt 10, 12; Jn 20, 19).

¡Oh! gran Dios, que con los avances de la técnica moderna, Nos proporciona la singular oportunidad de casi recibiros y de daros Nuestra felicitación. Hacemos también partícipes de esta benevolencia a vuestros hijos que, desde el Colegio de Propaganda Fide, en el Janículo, contemplan levantarse hasta el cielo estas antenas de Radio Vaticana. Estos están dedicados ahora ardientemente a la piedad y a los estudios eclesiásticos, para que cuando regresen a su patria sean viva voz de la Iglesia entre vosotros.

Queridos hijos: Os damos afectuosas gracias por la liberalidad en concedernos la ayuda necesaria para conseguir este instrumento, en servicio de una mayor difusión de la caridad y de la verdad, por la faz de la tierra. Habéis conseguido con esto un gran mérito, pues estas admirables obras del ingenio humano, en las que más luminosamente brillan los resplandores del divino poder, han sido elevadas con Cristo, siendo de gran utilidad al consorcio de los pueblos, subsanando sus mutuas necesidades, nutriendo la paz y la concordia.

Por tanto, Nuestro corazón se llena de gozo.

En Roma, se celebra el Concilio Ecuménico, al que asisten vuestros pastores, habiendo superado tan ingentes obstáculos de tierra y mar. Esta gran asamblea no busca otra cosa, ni es otro su deseo, que —lo mismo que Cristo es predicado a través de las ondas etéreas— el santísimo nombre de Jesús llegue a toda la familia humana, y ésta le rinda el debido honor, a Aquél que es “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la paz” (Is 9, 6).

Él es fuente segura de salvación, en Él residen la esperanza cierta de prosperidad, la unidad real de todas las voluntades y la verdadera paz. Este es el magnífico don de la Iglesia, en el que vosotros, también, tenéis vuestra parte, pues la eficiencia de la solicitud maternal está basada en la disposición obsequiosa de los hijos.

Por la cual os exhortamos a que seáis testigos fieles del nombre cristiano en la búsqueda y en la actualización de todas las virtudes en vuestra noble nación. “Y el Dios de la esperanza os colme de lodo gozo y paz en el creer, para que abundéis más y más en la esperanza por la virtud del Espíritu Santo” (Rm 15, 13).

Al paso que os manifestamos estos deseos, imploramos para vosotros, a Dios, toda suerte de felicidades, pidiendo ubérrimos dones celestiales para vuestros hijos, enfermos, ancianos, de los cuales es amantísima muestra esta Bendición Apostólica.


*  AAS  55 (1963) 50.



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