Index   Back Top Print

[ ES  - FR  - IT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA ITALIANA,
GIOVANNI GRONCHI, CON MOTIVO
DE SU VISITA OFICIAL A LA SANTA SEDE
*

Miércoles 6 de mayo de 1959

 

Señor Presidente:

La alegría que durante estos primeros meses de nuestro servicio en el Supremo Pontificado nos producen en singular y fausta proximidad de encuentros, los representantes más ilustres y calificados de algunos pueblos, se eleva hoy a la complacencia más alta por el gesto y el significado de su noble y grata visita.

Esta, en efecto, reviste un doble motivo, de común satisfacción, o sea, el gozoso saludo de Italia, la nación más cercana a la Sede del Sucesor de San Pedro, primer Obispo de Roma y piedra fundamental de la Iglesia de Cristo, y al mismo tiempo la fausta celebración del trigésimo aniversario de los Pactos Lateranenses.

Por lo tanto, al darle nuestra bienvenida, el pensamiento va unido a una vibración de singular afecto hacia todos los italianos que Vd., Sr. Presidente, tiene el honor de representar.

Desde cuando hicimos el acto de más decidida obediencia de Nuestra vida, de abandonar la tierra natal para una misión de universalidad, que por espacio de casi treinta años Nos permitió ocuparnos de problemas vastos y complejos relacionados con la realización del reino y de la civilización de Cristo, Nos pudimos rebasar los horizontes limitados a los confines de una sola nación y darnos cuenta, de Oriente a Occidente, de las condiciones del mundo entero. Y fue precisamente esta familiaridad más extendida la que Nos condujo –en los comienzos de aquella obediencia, habiendo sido nombrado Presidente de las Obras de cooperación misional en Italia– en sus diferentes regiones, a amarla más profundamente, tan rica como se Nos presentó en bendiciones de Dios.

En aquellas ya lejanas exploraciones de Norte a Sur, Piamonte, Lombardía, Véneto, hasta la Campania, las Pullas, la Calabria, Sicilia y Cerdeña, fue para Nos motivo de viva complacencia y de edificación el descubrir las riquezas espirituales que esta tierra guarda y a las que no deja de tributar honor: Obispos dignísimos y venerados, clero celoso y laborioso según las exigencias de su ministerio sacerdotal, poblaciones buenas y todavía inspiradas por la religión de los padres. Pero nos encontramos aún en la tierra, Señor Presidente, en Italia lo mismo que en otras partes, aunque los motivos para esperar fueron y son más válidos que los motivos para temer; incluso si acá y acullá son evidentes signos de confusión de ideas y de principios, que nos sugieren – Custos, quid de nocte? – vigilancia, claridad de afirmación, concordia y solidez de voluntad para la buena defensa de todo lo que es más sagrado para toda nación que se honra con el nombre y con el espíritu de Cristo Salvador y luz de las gentes humanas.

No tome a mal, Sr. Presidente, el que le recuerde aquí, en la casa del Padre Común, donde la Divina Providencia plugo traer a Nuestra humilde persona y proporcionarnos esta cortés reunión, el recordarle – decíamos – aquel Nuestro primer encuentro bajo las bóvedas de la Catedral de Pisa en la gran fiesta del Patrono S. Raniero : situadas nuestras dos presencias una frente a la otra ante el Altar de Dios para un rito solemne y muy amado, en el que el pueblo exultante saludaba, en actitud respetuosa y piadosa, al nuevo Presidente de la República Italiana, a quien una inesperada coincidencia asociaba al Cardenal Patriarca de Venecia, gozosos tanto el uno como el otro de representar, en nombre de dos ciudades marineras, el recuerdo de espléndidas y gloriosas páginas de la gran historia de Italia.

Señor Presidente. Su indulgencia nos permitirá que citemos una de las rápidas notas confiadas a nuestro diario de aquel día. Son éstas: "17 de Junio de 1955. En Pisa. Noche laboriosa para preparar tres palabras para la Misa Pontifical. Ceremonia en la Primacial que resulta impresionante, en si misma y por las circunstancias. Fue la primera participación del Presidente Gronchi en una solemne Misa oficial desde que fue nombrado. Al salir con él del templo entre el pueblo alborozado, me dijo: «La verdad proporciona gran consuelo en la vida. Espero que Dios me ayude a no ser inferior a mi grave misión y a las dificultades que lleva consigo».

Palabras valiosas, que recuerdan los deberes de quien se halla investido de responsabilidades públicas, que son, sí, de diverso carácter y amplitud, aunque en la sustancia igualmente características y graves.

Cada cual por su camino, en el esfuerzo de alcanzar las finalidades de sus funciones, animado, por lo tanto, de humildad y de confianza en Dios que ilumina y sostiene con su gracia el esfuerzo humano reservado a los buenos éxitos y a los consuelos más íntimos de la vida : decimos pues de la vida presente y de la futura.

Señor Presidente. Nos le damos las gracias por su visita. Las insignias de la Orden Suprema de Cristo, con las que Nos quisimos honrar su altísima dignidad, sean como prenda de nuestros cordiales votos por la bendita y amada Italia.

Al concederle esta distinción, que es la más antigua y la más alta, deseamos decirle, para terminar, que no fue ajena a nuestro espíritu la intención de honrar la memoria del gran Pontífice que la instituyó en el lejano 14 de marzo de 1309, y al último de los Papas de quien Nos recibimos como herencia la continuación del nombre: el Papa Juan XXII.

Señor Presidente: también los nombres vuelven en feliz coincidencia: y gustan de estar en buena compañía. Nomen et omen: como augurio y como auspicio.


* ORe (Buenos Aires), año VIII, n°383, p.2.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana