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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL SR. ANTONIO SEGNI,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA,
CON OCASIÓN DE SU VISITA OFICIAL*

Martes 3 de julio de 1962

 

Señor Presidente:

Su visita Nos es grata y valiosa por la dignidad de su persona lo mismo que por el significado que acompaña su gesto ante toda Italia y la cristiandad.

Nos es grato recordar que el primer encuentro personal entre Nos se remonta al 23 de octubre de 1956, cuando en Sarmeola, cerca de Padua, Ud., por entonces Presidente del Consejo de Ministros, y el humilde Cardenal Patriarca de Venecia, rodeado por la noble corona de Prelados de aquella ilustre y fervorosa provincia eclesiástica, Nos reunimos para la bendición y colocación de la primera piedra de la «Casa de la Divina Providencia» dedicada precisamente a San Antonio – su homónimo Patrono Celestial, que sigue recogiendo en el mundo católico tanto fervor de culto popular.

Nos tenemos todavía en la memoria el saludo que en aquella circunstancia ofrecimos, en nombre de los Obispos, a su persona y al grupo notable de distinguidos representantes de las administraciones provinciales y municipales vénetas, que habían correspondido a la bienhechora iniciativa del venerable Obispo de Padua. ¿Y Nos permitiréis añadir, con sonrisa respetuosa, la alusión que Nos dejamos en la página de aquel día de Nuestro diario, intercalada entre comillas: nuestra complacencia «por las sencillas pero valiosas y gratas palabras del Presidente Segni en respuesta al Patriarca», como conclusión de aquella tan lograda manifestación de humana y cristiana solidaridad?

A los seis años de aquella fecha, henos aquí, Señor Presidente, reunidos en Nuestra morada para un nuevo encuentro, que en octubre de 1956 ciertamente Nos no hubiéramos esperado.

Si Nos miramos bien en los ojos ¿no es verdad que Uno se siente invitado a dejar que sobre él corra – temblando, sí, siempre un poco, pero con sentimientos de humildad – la frase bíblica a Domino factum est istud: et est mirabile in oculis nostris? (cfr. Sal. 117,- 23)..

Las funciones personales de cada uno implican aquí en Roma determinaciones precisas. Una cosa es, en efecto, el Papa en el Vaticano y en Letrán, y otra cosa es en el Quirinal el Presidente de la República Italiana. Esta Roma es seguramente la domus Patris, ubi mansiones multae sunt. En verdad, mansiones multae y entre sí muy distintas en cuanto a naturaleza y gracia. Pero sobre ellas se refleja la luz de una misma fuente, la luz de la buena y Divina Providencia celestial, que todo lo ha dispuesto y sigue disponiendo en graduación diversa y singular para cada uno de nosotros, graduación de energías y de atribuciones inconfundibles, in bonum Ecclesiae Sanctae, et ad salutem omnium gentium.

Este concepto Nos venía a la mente feliz y muy a propósito, en la noche del jueves, al recordar en la Basílica Vaticana el comentario del gran Papa Inocencio III a las palabras que en las orillas del lago dirigió Jesús, en la barca, a San Pedro: Duc in altum (Luc. 5, 4). Palabras alentadoras y amonestadoras..

Señor Presidente: repitámoslas con confianza y apliquémoslas a nosotros mismos que estamos en las buenas manos del Señor que nos mira y nos sostiene.

Desde hace ya cuatro años él humilde sucesor de San Pedro continúa en su altísima y sagrada misión de honrar a la verdad, a la bondad sincera e impertérrita, a la justicia, a la equidad y a la paz en el mundo.

Todas las naciones de la tierra, todas las almas honestas y abiertas están invitadas a cooperar en esta gran empresa de restauración mundial a la luz y en el esplendor no de las armas materiales de la destrucción, sino conforme a los principios eternos del orden cristiano penetrado, reconstruido y aplicado a las diversas condiciones de los pueblos y de las familias.

La Santa Iglesia de Cristo ha preparado y está organizando en Roma el Concilio Ecuménico, asamblea imponente de representaciones competentes e iluminadas, que ha de marcar los caminos de esta general restauración del orden social cristiano.

Su misión de nuevo Presidente de la República Italiana ha comenzado simultáneamente con esfuerzos nobles, que también Roma e Italia están llamadas a prestar para el éxito del gran acontecimiento que tan vivamente interesa al mundo entero....

Para encauzamiento de los trabajos del Concilio, Ud. sabe que ya hace un año Nos hemos difundido un grave documento de carácter social, que sigue despertando en todas las naciones de la tierra ecos felicísimos y fervorosos de aprobación y de aplauso. En la «Mater et Magistra» se ponen de relieve problemas de justicia y de caridad social y se proponen acuerdos y soluciones que son preparación y saboreo anticipado de importantísimos principios dignos de la proclamación de un Concilio.

Como conclusión de ese documento providencial – lo recordamos siempre con emoción – en sus páginas doctrinales ya selladas Nos mismo quisimos añadir, de Nuestro puño y letra, algunas expresiones escogidas del Libro Sagrado de los Salmos. Hoy Nos deseamos repetirlas como augurio felicísimo, cordial y de bendición para el servicio que implica su nombramiento como Jefe del Estado Italiano. Son del Salmo 84:

«Escucharé lo que para mí dice el Señor Dios: porque habla de paz a su pueblo, a sus Santos y a los que entren en sí mismos. Ciertamente su salvación está próxima a los que le temen, y de nuevo habitará la gloria de Dios en nuestra tierra. La verdad y la bondad se han encontrado; la justicia y la paz se han besado... La justicia va siempre delante para preparar el buen camino» (Sal. 84, 9 y sig.).


*ORe (Buenos Aires), año XII, n°517, p.3.

 

 



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