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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A UNA PEREGRINACIÓN DE EMIGRANTES ESPAÑOLES


Sábado 26 de junio de 1965

 

Amadísimos Hijos:

Interrumpiendo vuestras ocupaciones normales, llegáis de varios Países de Europa para encontraros, como en familia, en esta casa del Padre Común, a todos abierta, y manifestarnos vuestros sentimientos de religiosidad. Nos procuráis con ello un motivo de gozo sereno y profundo.

Venís con el Señor Cardenal Arzobispo de Tarragona, Presidente de la Comisión Episcopal de Emigración Española, a quien Nos place ver restablecido en su salud; os han querido acompañar también el Señor Ministro de Trabajo de vuestra Patria y diversas personalidades cuya presencia agradecemos.

Bienvenidos seáis todos. En este Nuestro saludo deseamos incluir a los esforzados y valientes trabajadores españoles. Los imaginamos y sentimos aquí, espiritualmente presentes con vosotros, dentro de Nuestro corazón, en el centro de la Iglesia; de esta Iglesia que siempre ha prestado su amorosa atención al sector del trabajo abriendo los caminos para su elevación humana y moral, invitando a realizarlo con dignidad y conciencia de su valor social y espiritual. 

Sí, queridísimos, la Iglesia os conoce, os ama, os defiende, sale a vuestro encuentro con el mensaje de Cristo que ella, Madre y Maestra, predica para deciros que el trabajo ha de estar siempre vivificado por la religión que da serenidad, alivio, mérito al mismo cansancio físico y ennoblece la actividad profesional haciendo a los hombres laboriosos, justos, magnánimos, fuertes, sanamente libres. Una existencia que se consumiese entre frías técnicas y duras fatigas, guiada por fines puramente económicos, sin orientarse por los altos y válidos ideales de la fe, acabaría oprimida de egoísmos, inútilmente cansada, vacíamente desolada.

Sed, pues, trabajadores conscientemente cristianos. Conservad esa gloriosa tradición que supo armonizar en España la fatiga de las manos con la plegaria del espíritu. Dad a vuestras horas el respiro del catolicismo vivido. No olvidéis que el trabajo, ley de naturaleza, complemento de la obra divina, fuente de dones, forma de penitencia, tiene una meta y una recompensa primordiales: Dios y el Cielo. Que las dificultades, sufrimientos, peligros, que pueden surgir al vivir separados de vuestros seres más allegados, que se incrementan por el desconocimiento del ambiente nuevo donde afloran frecuentemente ideas de desaliento y desequilibrios morales, no os sorprendan sino que sirvan para intensificar vuestros resortes de firmeza y vuestros impulsos de generoso optimismo. Para ello contáis con la asistencia espiritual que os presta el celoso grupo de Capellanes a los cuales va Nuestra gratitud porque en su ministerio reflejan la mirada maternal con que la Iglesia sigue siempre solícita a sus hijos que viven fuera de las fronteras patrias.

Bien sabemos los nobles intentos que animan a la Comisión Episcopal de Emigración la cual, a manera que aumenta el fenómeno emigratorio, trata de afrontar eficazmente las urgentes y múltiples necesidades que con él se crean. También las Autoridades civiles se interesan activamente por este acuciante problema. Por ello, expresamos Nuestro reconocimiento profundo puesto que - una vez más lo testimoniamos - cuanto se hace por el mayor bienestar del mundo del trabajo, afecta una de las preocupaciones más solícitas de Nuestro corazón.

A todos los aquí presentes otorgamos Nuestra particular Bendición Apostólica que gustosamente extendemos a vuestras familias, a la católica España, a vuestros compañeros de tareas a los que llevaréis Nuestro afecto y estima.

* * *

Deseamos también dirigir unas breves palabras de gratitud, bienvenida y saludo, a los amadísimos Sacerdotes procedentes de España, Portugal y de algunos Países de Hispano-América, exalumnos de la Sección de Humanidades Clásicas de la Universidad Pontificia de Salamanca, quienes al final de sus estudios quieren ofrecernos su homenaje de filial devoción.

Vuestra misión que tiende específicamente a la formación humanística, particularmente entre los alumnos de los Seminarios, ha de ser siempre y ante todo sacerdotal. Para que vuestro ministerio de enseñanza rinda los mejores frutos no deberéis olvidar la labor seria, metódica, del estudio, de la investigación, de la divulgación científica. Pero tened presente vuestra primordial condición: sois sacerdotes y ello comporta la dulce responsabilidad de una vida ejemplar, interior, mortificada, obediente, apostólica, santa. Que vuestros pasos sigan en todo las huellas del Señor.

Con estos ardientes deseos os impartimos, queridísimos Sacerdotes, Nuestra Bendición Apostólica.

   



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