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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL EMBAJADOR DE BÉLGICA ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 19 de diciembre de 1968

 

Señor Embajador:

Os damos de todo corazón la bienvenida al Vaticano, donde vuestra misión viene a inserirse en una bella y ya larga tradición.

En efecto, han pasado muchos años desde el día en que Bélgica estableció relaciones diplomáticas, que fueron siempre cordiales y nos parece que han ido ganando importancia con el correr de los años, a medida que se engrandecía la posición política de Bélgica y que se afirmaba de un modo particular su función en la organización de Europa.

La Santa Sede ha seguido muy de cerca y con vivo interés el desarrollo de las instituciones internacionales que tienen su sede en vuestra capital, y no puede menos que desear la prosecución e intensificación, con la ayuda de vuestro país, del trabajoso proceso que deberá conducir finalmente a la unificación orgánica de este gran continente.

Vuestra Excelencia ha hecho alusión a esta «búsqueda de los ideales europeos», que entran en las miras de la Santa Sede lo mismo que en las de Bélgica. Ha mencionado también el esfuerzo que se realiza en vistas a la tregua y al retorno de la paz. Nos parece que el primero de estos objetivos puede constituir una notable contribución para la realización del segundo, y que una Europa unida significará un gran paso hacia la paz.

En cuanto a la asistencia a los países en fase de desarrollo, de los que Vuestra Excelencia también hizo mención, pensamos que hemos manifestado suficientemente, con palabras y hechos, hasta qué punto nos preocupa este problema, tan importante también para la paz del mundo y, sobre todo, para un cristiano, tan conforme con las exigencias de su fe.

Como veis, con relación a estas cuestiones, la Santa Sede – desde el punto de vista propio de su misión espiritual, por supuesto – se introduce en los dominios de la actividad temporal internacional, en los que vuestro país se muestra a la vez preocupado y capaz de aportar una contribución a la que no se puede dejar de rendir homenaje.

Pero todavía más que el papel de Bélgica en la vida internacional, su puesto en la Iglesia explica y justifica todo el valor que la Santa Sede atribuye al mantenimiento de buenas relaciones con patria. Guiada por una larga y gloriosa tradición, Bélgica ha revestido siempre, a los ojos de la Iglesia, el carácter de nación católica, título al que hace honor con abundantes instituciones educativas, sociales y culturales, cuyo elogió no es necesario hacer. Nuestro mayor deseo es que Bélgica católica sea fiel a su tradición y que también sepa encontrar en ella la fuerza necesaria para superar sus dificultades actuales.

No es sorprendente que se vea perturbada hoy, como muchas otras naciones, por fermentos de renovación, que testimonian su vitalidad y que a veces pueden ser también causa de alguna inquietud, tanto en el orden civil como en el religioso. Es nuestro deseo que sepa discernir con lucidez y sabiduría cristiana lo que esté de acuerdo con su verdadero bien y que continúe, en la concordia entre todos sus hijos, su impulso hacia el progreso en todos los dominios.

Vuestra Excelencia tendrá a bien hacerse intérprete de estos votos ante S. M. el Rey y S. M. la Reina de Bélgica, hacia quienes se dirige ahora nuestro pensamiento lleno de cordial y deferente estima.

Invocamos de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas sobre sus personas, sobre el Gobierno y pueblo de Bélgica, sobre Vuestra Excelencia y el feliz desempeño de la misión que comienza hoy ante Nos.

 


*ORe (Buenos Aires), año XVIII, n°832, p.5.

 



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