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 DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA GENERAL DE LA FAO
*

Domingo 16 de noviembre de 1969

 

Señor Presidente,
Señor Director General,
Excelencias y estimados Señores:

¿Qué podemos hacer nosotros, la Iglesia Católica, para colaborar en el inmenso esfuerzo que realiza la FAO? Esta es la pregunta que surge en vosotros y en nosotros esta mañana.

1. Ante todo vemos con satisfacción que sois conscientes de las grandes necesidades de la mayor parte de la humanidad, que está subdesarrollada. Existe el hambre en el mundo. Se trata de un fenómeno conocido, estadísticamente comprobado, inserto en sus cuadros demográficos, que es objeto de previsiones para el futuro. Esta mirada atenta a las necesidades de los demás es ya un acto humanitario de altísimo valor, según el ejemplo de Cristo: « Tengo compasión de la muchedumbre » (Mt 15, 32). Así, pues, nuestra primera actitud ante vuestra obra es de alabanza por el admirable esfuerzo que realizáis.

2. Pero deseamos también hacer nuestro el llamamiento que habéis hecho al mundo en favor de los que sufren hambre, y cooperar a vuestra acción con nuestra exhortación. A todos los pueblos, a los ricos, a los productores, a los responsables de la política y de la economía, a los jóvenes... dirigimos nuestro llamamiento en favor « de la humanidad que sufre », (Discurso a la O.I.T., 10 de junio de 1969, n. 18).

¡Ay de todos aquéllos que disipan sus bienes y sus réditos en gastos escandalosos, tanto si se trata del lujo como si se trata de la guerra! ¡Ay de aquéllos que gozan egoístamente de su riqueza sin preocuparse los más mínimo de los pobres; y al decir pobres, nos referimos no sólo a personas, sino también a familias, clases sociales y pueblos. Debemos recordar y hacer nuestro, sin cansarnos nunca, el grito de nuestra encíclica Populorum progressio: « Cuando tantos pueblos tienen hambre... todo derroche público o privado, todo gasto de ostentación nacional o personal, toda carrera de armamentos se convierte en un escándalo intolerable. Tenemos el deber de denunciarlo. Quieran los responsables oírnos antes de que sea demasiado tarde » (n. 53). Lo pedimos en Bombay, lo volvimos a pedir en nuestra encíclica (n. 51), y hacemos otra vez hoy un nuevo llamamiento para constituir « un gran Fondo Mundial, alimentado por una parte de los gastos militares, con el fin de ayudar a los más necesitados ». Por nuestra parte, a pesar de nuestra debilidad, hemos querido crear un Fondo « Populorum progressio » para manifestar la importancia que damos a este problema y la urgencia que exige esta realización. Saludamos y estimulamos de corazón todos los valientes esfuerzos que se aúnan en este sentido, todas las iniciativas positivas que se han tomado ya, toda la generosidad que se está desplegando y que deseamos que sea cada vez más activa y contagiosa.

3. Después de estas palabras de alabanza y de exhortación, podemos ofreceros algo que nos pertenece de un modo especial: una palabra de esperanza. Sabemos que este período que sigue inmediatamente al primer decenio del desarrollo está marcado por una cierta desilusión. Esto equivale a deciros de cuántas esperanzas sois portadores, y cuán pesada es vuestra responsabilidad. Estad bien persuadidos de ello: triunfaréis si perseveráis. En realidad, vuestra misión consiste en secundar un designio preparado ya en la esfera del destino humano; el designio de la Providencia, es decir, aquella intención benéfica de Dios, siempre dispuesto a responder a nuestras solicitaciones inteligentes y audaces. Os lo decimos con energía: osad, osad con prudencia y atrevimiento, y de este modo provocaréis la acción de nuestro Padre celestial. Porque vuestra actividad no puede reducirse a algo profano: es también, a su manera, una oración: « El pan nuestro de cada día dánosle hoy... » (Mt 6, 11).

4. Finalmente, después de la alabanza, de la exhortación y de la esperanza, tenemos que deciros todavía una palabra poderosa y misteriosa. Quizás no todos puedan comprenderla en sí misma, porque para ello se necesita esa ciencia misteriosa que se llama la fe. Pero todos pueden apreciarla en sus consecuencias, porque se trata de una idea- fuerza, de una palabra que mueve al hombre, de una palabra que le hace ver y servir a Cristo en el pobre y en el hambriento: « Tuve hambre... » (Mt 25. 42). Esta palabra de amor es nuestra; es un motivo nuevo y trascendente que se añade a todos los que nos propone la civilización. Se trata de una palabra que nos hace tomar el peso de los demás, que transforma nuestro sacrificio en gozo. El hombre se entrega completamente al hombre porque el hombre es su hermano, llamado como él « a participar, como hijos en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres » (Populorum progressio, n. 21).

5. Este es el mensaje del que somos el humilde depositario, y que teníamos la obligación de trasmitiros una vez más esta mañana en esta basílica de San Pedro. Que Cristo, del que fue el primer Vicario y a quien nosotros representamos actualmente, os ayude a todos, a unos y a otros, en vuestra tarea; que El infunda en vuestros corazones su amor ardiente hacia cada uno de nosotros; que su caridad anime vuestra acción. Porque hoy la caridad se hace internacional. Es una obra inmensa que debéis realizar con lucidez y generosidad. Debéis aceptar con valentía e intrepidez este desafío que se os lanza en estos momentos. Con este deseo impartimos de corazón nuestra paternal bendición apostólica para vosotros y para vuestros seres queridos, como prenda de la abundancia de las gracias divinas sobre los trabajos de la XV Sesión de la Conferencia General de la FAO sobre la fecundidad de sus resultados.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.47 p.1, 2.

 



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