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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE HAITÍ
ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 10 de junio de 1977

 

Señor Embajador:

Os agradecemos las amables palabras que acabáis de pronunciar. Estamos contento de recibiros y de daros la bienvenida al Vaticano. Ojalá que los contactos que vais a tener aquí, sean siempre cordiales y muy provechosos.

Vuestra Excelencia ha recordado la larga tradición que la fe cristiana tiene en Haití, el amor del pueblo a la Iglesia y la presencia afortunadamente activa de ésta última en dicho país. Es cierto que la Iglesia, fiel a la enseñanza y al ejemplo de su divino Fundador, trata de promover la elevación humana de los pueblos a quienes aporta la fe en Cristo. La Iglesia en Haití se ha esforzado por realizar esta obra desde hace mucho tiempo. ¿No fue la Santa Sede uno de los primeros, en su tiempo, que reconoció y alentó a vuestro país en el momento en que éste proclamaba su independencia? Y la Iglesia se esfuerza también hoy en contribuir a este progreso humano dándole más vastas dimensiones. Es, en efecto, el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres, lo que hay que asegurar.

Evocábamos algunos de sus aspectos esenciales en nuestra Encíclica Populorum progressio, deseando el acceso a condiciones más humanas, tales como «El remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos... el aumento en la consideración de la dignidad de los demás... la cooperación en el bien común... el reconocimiento por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin» (21).

Con el fin de favorecer una colaboración fructífera en estos campos, deseamos que se intensifiquen las buenas relaciones entre los responsables civiles que vos representáis y las autoridades de la Iglesia, para mantener el clima indispensable de confianza y de libertad, dentro del respeto de la esfera de autonomía de cada uno, tal como corresponde a su competencia, de acuerdo con el espíritu y los deseos explícitos del reciente Concilio Vaticano II. En estas condiciones los unos y los otros podrán ejercer, de un modo mejor, su propia responsabilidad, que es ante todo servicio exigente y desinteresado en favor de toda la población. Y estamos seguro de que nuestros hijos de Haití, guiados por sus obispos tan estimados, tan solícitos por la calidad de vida de sus compatriotas, están dispuestos a contribuir con todas sus fuerzas, manteniéndose fieles a su vocación cristiana y humana, en bien de su país.

Es un honor de la República de Haití contar en primer lugar con sus propias fuerzas, con el valor de sus hombres y con sus posibilidades naturales para hacer frente a su destino, favoreciendo, a todos los niveles, esta responsabilidad y este espíritu de servicio. Pero esperamos también con vos que la cooperación internacional ayude a vuestro país a resolver sus problemas de desarrollo.

Por nuestra parte, durante nuestro pontificado, no hemos cesado, ni cesaremos, de recordar el deber moral de solidaridad entre naciones más favorecidas y menos favorecidas; y de hacer llamamientos a esta fraternidad de los pueblos que es la única que puede construir un mundo nuevo verdaderamente humano.

Señor Embajador, os aseguramos nuestra benevolencia y os expresamos nuestros votos por el feliz cumplimiento de nuestra misión. Os pedimos que os hagáis intérprete de nuestros saludos y de nuestros deseos ante Su Excelencia D. Jean Claude Duvalier y del querido pueblo de Haití, sobre el cual invocamos las bendiciones del Señor Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.25, p.9.



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