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DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
AL SR.
RENÉ COTY,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
FRANCESA*

 Lunes 13 de mayo de 1957

 

Nos es sumamente grato, Señor Presidente de la República francesa, recibir a Vuecencia, y tener la satisfacción de saludarle en presencia del Señor Ministro de Asuntos Exteriores y demás ilustres personalidades del séquito. Esta audiencia, que indudablemente será memorable en la historia secular de las relaciones entre la Santa Sede y la nobilísima nación francesa, evoca glorias de vuestro pueblo, del valor y virtudes de vuestros antepasados; suscita igualmente esperanzas y presagios favorables para su futuro por los caminos del honor, en el que Nos lo acompañamos siempre con nuestros votos más fervorosos.

Francia, en efecto, fecunda en santos y héroes, sigue siendo un foco único del pensamiento y de la investigación. Desde hace largos siglos las aportaciones más diversas se funden y asimilan en ella y encuentran a menudo en vuestra lengua su expresión universal. El genio de vuestra raza ha visto sus dones de claridad y de lógica extenderse de la manera más feliz en la visión del universo, que proviene del Evangelio. De ahí procede sin duda ese equilibrio de espíritu y de sensibilidad que constituye el valor incomparable del clasicismo francés.

Y si dejando el campo más bien histórico, Nos echamos una mirada a la tierra de Francia y al cuadro armonioso de sus provincias, verdaderos cofres en los que las maravillas del arte se unen a las de la naturaleza, ¿qué riqueza y variedad no encontramos en ella? Sus montañas y sus bosques, sus catedrales y sus castillos, sus centros intelectuales y su industria, forman un conjunto que atrae al viajero y que maravilla al sabio. Y así Nos vemos con alegría este campo de trabajo tan diverso y prometedor, brindar a la futura generación la ocasión de desarrollar en nuevas formas de vivir, las cualidades tradicionales del pasado. A todo este pueblo generoso, con sus gloriosas herencias y sus notables dones, es al que Nos saludamos en Vos, Señor Presidente, y para él expresamos nuestro paternal afecto.

Nos hemos querido, en esta ocasión solemne, condecorar a Vuestra Excelencia con la Orden de Cristo, la más alta de las Ordenes ecuestres pontificias según la expresión del Santo Pontífice Pío X, a la que ninguna otra sobrepasa en dignidad y que sobre todas resalta en dignidad y esplendor. Al conferiros esta Orden suprema entendemos ante todo reconocer los altos méritos que Vuestra Excelencia ha conquistado en el curso de su vida. Pero, además, queremos dar a este gesto el valor de un símbolo y de un augurio: que la doctrina de Cristo, que es para las Naciones fuente inextinguible de luz y de civilización y de amor, resplandezca y brille en todas partes en vuestra dulce y grande Patria y sea aportadora, en el gran número de gloriosos ejemplos del pasado y de las claras necesidades del presente un renacimiento de vida y de ardor con vistas a las más altas conquistas pacíficas para el bienestar y para el verdadero progreso de todo el género humano.


*ORe (Buenos Aires), año 6, n°289, p.3.

 



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