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DECLARACIÓN DEL CARDENAL ROGER ETCHEGARAY
AL TÉRMINO DE SU MISIÓN EN IRAK


Domingo 16 de febrero de 2003 

 

Acabo de vivir en Irak unos días de intensidad extraordinaria en comunión con el Papa Juan Pablo II, que me envió. Raramente he sentido con tanta claridad que yo no era solamente portador de su mensaje de paz, sino que él mismo estaba presente. No he hecho más que seguirlo en medio de las comunidades cristianas, en medio de todo el pueblo iraquí, y ante el presidente Sadam Husein, el cual ha manifestado una amplia y profunda escucha de una palabra viva que viene de Dios y que todo creyente, descendiente de Abraham, acoge como el fermento más seguro de la paz.

Al partir de esta tierra injustamente aislada de las otras, quisiera ser solamente un eco, un amplificador de la aspiración de un país que tiene urgente necesidad de paz. Entre las grandes nubes que se han acumulado en este tiempo se ha abierto un pequeño claro. Pero nadie debe bajar los brazos. El nuevo y breve respiro que se ha logrado, debe ser utilizado por todos con dedicación plena y con un espíritu de confianza mutua para responder a las exigencias de la comunidad internacional. El paso más pequeño dado en estos próximos días tendrá el valor de un gran salto hacia la paz.

Sí, la paz es aún posible en Irak y para Irak. Yo parto hacia Roma proclamándolo con más fuerza que nunca.

 

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