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Comité para el Jubileo de la
comunidad con personas con discapacidad 

  Ficha de preparación 
de la Jornada jubilar 
del 3 de diciembre de 2000 

  Ficha n. 4 

La persona con discapacidad: 
sujeto destinatario 
de evangelización y de catequesis 
  

La persona con discapacidad, en su entrañable riqueza, es un desafío constante para la Iglesia y la sociedad, un llamado para que éstas se abran al misterio que ella presenta. 

La persona con discapacidad es, con pleno derecho, sujeto-destinatario de evangelización y de catequesis. 

La discapacidad no es un castigo. Es el lugar donde se conoce el “misterio de la fe” y se lo vive en plenitud, en la vida cotidiana de la Iglesia y de la sociedad.   

Esta ficha quiere ser una ayuda para descubrir en la persona con discapacidad un sujeto destinatario de evangelización y de catequesis. 

Se les confía a todos, para que integren e incorporen a pleno título a las personas con discapacidad en la vida de la Iglesia y de la sociedad, valorando los dones que ellas poseen y fomentando la reconciliación allí donde se hayan cometido faltas contra ellas, para crear, en el espíritu del Gran Jubileo, una mentalidad de aceptación, promoción y solidaridad. 

  

El Comité Organizador   

Roma, 17 de mayo de 2000 


LA PERSONA CON DISCAPACIDAD: 
SUJETO ACTIVO Y DESTINATARIO DE EVANGELIZACIÓN Y DE CATEQUESIS 

  

Premisa  

“Todo bautizado por el hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana”(CT 14). 

La humanidad, compuesta de hombres y mujeres, por sí misma no halla certeza sobre su origen, su camino y su destino. 

Por eso, el Padre ha mandado al Hijo, encarnado por obra y gracia del Espíritu Santo, para iluminar al hombre en su “misterio” y liberarlo de la esclavitud del pecado, de la violencia y del dominio egoísta sobre los demás seres vivientes y sobre sí mismo. 

El Hijo instituyó la Iglesia, que, guiada por el Espíritu Santo, continúa en el tiempo la obra de Jesús, revelador del Padre-Amor. 

Ella anuncia el misterio de Dios y su designio salvífico realizado en Jesús, su visión de la altísima vocación del hombre, el estilo de vida evangélico que comunica la alegría del Reino, la esperanza que la invade, el amor que siente por el hombre y por todas las criaturas de Dios, y dona a todos, por medio de una catequesis adecuada, los tesoros espirituales y humanos de su rico patrimonio, derramados sobre ella por su Señor y Redentor: sacramentos, palabra de Dios, vida en la Iglesia. Haciendo esto, ella misma camina hacia la plenitud de la madurez de la fe, la contemplación de Dios “cara a cara” (1Cor 13,12) en el perfecto culto de alabanza y acción de gracias. 

La Iglesia acoge en su seno a las personas con discapacidad como un don de Dios para la manifestación de su gratuidad y de su amor por la humanidad, y reconoce su existencia como lugar teológico donde Dios “obra sus maravillas”. 

Ella ayuda a superar la situación de aislamiento y de rechazo, de la cual todos pueden ser víctimas, haciendo descubrir a cada uno, incluso a las personas con discapacidad, la dignidad inviolable de toda persona humana y sus derechos: derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la creación de una familia, a la participación en la vida pública, a la libertad religiosa. 

Es consciente también de que la pobreza religiosa y cultural, con la negación o limitación de los derechos, agrava el dolor y el sufrimiento provocados por la condición de aislamiento, empobreciendo a la persona incluso más de lo que logra la mera privación de los bienes temporales.   

  

La Iglesia anuncia y explica la Palabra  

La Iglesia “existe para evangelizar” (EN 14), para “llevar la Buena Noticia a todos los estratos de la humanidad y, con su influencia, transforma desde adentro, hace nueva a la humanidad misma” (EN 18). Ella, cual Madre y Maestra, genera e instruye a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios (cf. LG 64). A todos lleva el anuncio del Salvador, e introduce también a todos y cada uno en el misterio de Dios, revelado en Jesús, y forma a todos integralmente para una conversión plena, para vivir así la vocación universal a la santidad en el servicio a la caridad. 

La Iglesia, animada por el Espíritu Santo, es maestra en la fe y continúa en la historia de la humanidad la misión de Jesús Maestro. Conserva fielmente el Evangelio, como María (cf. Lc 2, 19), en su corazón (cf. LG 64; DV 10a), lo anuncia, lo celebra, lo vive y lo transmite en la catequesis a todos los que deciden seguir a Jesús. 

A través de la catequesis, ella alimenta a sus hijos con su propia fe y los incorpora a la familia eclesial. Les ofrece el Evangelio en toda su autenticidad y pureza, el cual les es dado, al mismo tiempo, como alimento adecuado, enriquecido culturalmente, y como respuesta a las aspiraciones más profundas del corazón humano. 

“En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo” (CT 5). 

La catequesis favorece el espíritu de humildad y de simplicidad (Mt 18,3), la solicitud por los más pequeños (Mt 18,6), la atención especial por aquellos que se han alejado (Mt 18,15), la corrección fraterna (Mt 18,15), la oración en común (Mt 18,19), el perdón recíproco (Mt 18,22). Y el amor fraterno unifica todas estas actitudes (Jn 13,34).   
 

La catequesis es compromiso de todos, también de las personas con discapacidad   

Hacer conocer “el misterio de la fe” (CT 41) es tarea de todos los miembros de la comunidad eclesial. “La catequesis para todos los bautizados es tarea urgente de la comunidad cristiana” (CEI, RdC 123). 

También las personas con discapacidad deben ser consideradas partes activas en la realización del proyecto de salvación confiado por el Señor a la Iglesia. 

De ello se siguen: la plena inserción de las personas con discapacidad en la vida eclesial como sujetos responsables, con los mismos derechos y deberes; la misión fundamental, que es común a todos los bautizados; y la vocación personal que se debe actualizar. 

“Ellos están llamados a celebrar sacramentalmente su vida de fe, según los dones recibidos de Dios y el estado en que se encuentran. Así, participando en la catequesis, en la liturgia y en la vida de la Iglesia, podrán cumplir su camino de fe y transformarse en sujetos activos de evangelización, capaces de enriquecer con los propios dones y carismas a la comunidad cristiana” (C.E. de Emilia Romagna, 1981). 

La universalidad de la catequesis, sea como primer anuncio que como conversión y crecimiento constante de fe en las distintas fases de la vida, envuelve a las personas con discapacidad en una experiencia cualificada del misterio de la fe, para que lo vivan en el seno de la Iglesia y en el interior de las comunidades eclesiales locales. 

“La catequesis prepara a la plena, concienzuda y activa participación de los fieles en las celebraciones litúrgicas” (CEI RdC 45). Cada uno, con la propia voz, con la propia ofrenda de sí mismo, alaba al Padre en Jesús por medio del Espíritu. También las personas con discapacidad, más allá de su minusvalidez física y/o psíquica, son capaces de dicho culto de alabanza, y el Padre no rechaza la alabanza de estos sus hijos/as predilectos que Él ha llamado a hacer partícipes en modo sublime del misterio de la redención, con “todo el hombre, alma y cuerpo”, realizado a través del sufrimiento y de la resurrección (Juan Pablo II, Enseñanzas, 31-3-1984, cf. SD 3 y 19). 

No sólo la participación en las celebraciones litúrgicas es la meta de la catequesis sino también la participación en lo que es la vida de la Iglesia en sus opciones y actividades pastorales. 

“Todos tienen un lugar en la Comunidad eclesial. Pero cada uno debe encontrar su puesto justo, en el que sea respetado, es decir, en el que sus dificultades y su minusvalidez, cualquiera ésta sea, sean tenidos en consideración” (Brunot 1991). 

  

Las personas con discapacidad hablan a la Iglesia   

“Jesús llamó a un niño y le puso en medio de ellos”(Mt 18,2).   

Las personas con discapacidad, siendo don de Dios a la Iglesia y a la humanidad entera, como en sí lo es toda persona, son también Palabra de Dios que todos están llamados a leer y a acoger con espíritu de conversión. 

Leyendo esta Palabra se superan egoísmos, individualismos, eficientismos y marginaciones. La presencia de la persona con discapacidad lleva a cambios de mentalidad, a descubrir valores determinantes en la vida, a asumir actitudes y comportamientos coherentes, a hacer opciones profundas y radicales. 

La humanidad de la persona con discapacidad acerca al “misterio” de Aquel que libre y voluntariamente ha querido ser víctima de la violencia, del rechazo, del aislamiento, de la exclusión, del abandono, de la traición psicológica, afectiva, emotiva y social, de ser rechazado por los hombres, y sostenido por Dios (cf. Salmo 41), según un plan de salvación a favor de todos. 

Esta presencia es motivo y signo de la piedad de Dios: el Señor está presente en la Iglesia, su casa, y le da a ella la capacidad de abrazar al mundo entero partiendo precisamente de la persona con discapacidad (Mt 1,29-34), asumiendo en sí la sabiduría de la piedad de Dios por toda la familia humana. 

Con la propia vida, la persona con discapacidad hace catequesis sobre el amor. La fuente de este amor es Dios mismo: “Yo te he llamado por tu nombre. Tú eres mío… Eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo”(Is 43,1.4). 

Los mensajes que ofrecen las personas con discapacidad pueden ser objeto de reflexión para modificar mentalidades reticentes. He aquí algunos ejemplos: 

-        el amor de Dios Padre, incluso cuando la humanidad está herida y es mortificada, es infinito; 

-        el valor primario de la vida aparece también en situaciones difíciles; 

-        se siente la necesidad de una vida física íntegra y eficaz, pero existe también la relatividad de sus muchos aspectos en una visión global y unitaria del hombre; 

-        es necesario descubrir el significado profundamente humano del sufrimiento, del límite, de la Cruz, como valores de purificación, de liberación, de crecimiento y de maduración; 

-        valorar la solidaridad, el amor y la comunión como camino para salir al encuentro de los hermanos y hermanas que sufren en la soledad y para constituir para ellos y con ellos posibilidades reales de vida serena y tranquila; 

-        la plenitud de una vida simple, esencial, pobre, humilde, puede ser el ideal de vida más importante para toda persona madura; 

-        la ciencia humana es necesaria para desvelar los males y las violencias que encontramos presentes en la humanidad, para limitar su vastedad y su crueldad con compromisos bien precisos.   

Por medio de las personas con discapacidad, la Iglesia forma la comunidad cristiana y supera la mentalidad eficientista y discriminante de la sociedad secularizada; acogiéndolas y aceptándolas plenamente, ella afirma la dignidad de toda vida humana desde el seno materno. 

Las personas con discapacidad tienen la capacidad de realizar acciones de caridad comprometida; son testigos privilegiados de la redención, una doxología eclesial viviente al Señor que vive en los siglos; ellas construyen el Cuerpo de Cristo (cf. SD 24). 

Además, las personas con discapacidad son ya desde ahora profecía de lo que toda persona podría ser en el futuro, cuando las fuerzas físicas disminuyen, cuando se pierde la propia autonomía, cuando se vuelve completamente dependientes. También entonces se desea ser tratados con dignidad y respeto, y ser todavía responsables de la propia vida y partícipes de los eventos comunitarios.   

  

La Iglesia catequiza a las personas con discapacidad   

“Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”(Mt 25,40).   

“Todas las comunidades cristianas consideran como personas predilectas del Señor a aquellas que, particularmente entre los menores, sufren de minusvalidez física o mental y de otras formas de malestar”(DGpC 1997).   

La posición de las personas con discapacidad como “personas predilectas”, impulsa a la Iglesia a comprometerse más para hacerles vivir el “misterio de la fe”, ofreciéndoles una catequesis adecuada a las necesidades y capacidades de cada uno, con el objetivo de conducirlos a una experiencia auténtica, viva y gozosa de Dios en el seno de la propia comunidad, hasta la santidad. 

La meta final de la catequesis es la santidad. “El amor del Padre hacia estos hijos más débiles y la continua presencia de Jesús con su Espíritu nos dan la seguridad de que toda persona, por más limitada que sea, es capaz de crecer en santidad” (DGpC 1997). Lleva, por tanto, a las personas con discapacidad a descubrir su llamada a vivir el discipulado en modo responsable y activo, y a enriquecer al pueblo de Dios con los dones que el Señor les ha confiado para embellecer a su Esposa. 

La catequesis ofrecida, que según los destinatarios, es especializada, no debe quedar al margen de la pastoral comunitaria. “Para que esto no suceda, es necesario que la comunidad sea advertida y sea involucrada constantemente… Las exigencias peculiares de esta catequesis exigen de los catequistas una competencia específica y hacen mucho más meritorio su servicio ” … “Se esperan con urgencia otros tipos de catequesis por parte de sectores humanos de gran sensibilidad: … las personas no aptas y minusválidas, que necesitan una pedagogía catequística especial, más allá de su plena integración en la comunidad (DGpC 1997). 

La catequesis, incluso cuando es “especializada”, acerca la técnica al corazón y al amor. Pero sobre todo mantiene unidas a las personas con discapacidad y a los “dotados” en las actividades normales del desarrollo del programa de catequesis de cada comunidad parroquial. El fundamento de una catequesis que debe producir los frutos deseados, es la relación personal que el catequista, la comunidad eclesial y la familia tienen con la persona con discapacidad, como, en general, con toda persona. “Los que loablemente se dedican al servicio de las personas minusválidas, deben conocer con inteligencia científica las discapacidades, pero, al mismo tiempo, deben comprender con el corazón a la persona portadora de minusvalidez” (Santa Sede, 1981). 

  

Motivos para una jornada jubilar de la comunidad con las personas con discapacidad   

“La ciudad entera estaba agolpada a la puerta”(Mc 1,33).   

El Señor Jesús se ofreció como víctima a la violencia humana, fruto del pecado y del abuso de la libertad, para que su Iglesia fuera siempre esplendente (cf. Ef 5,25-27). La realidad del pecado permanece siempre presente en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y por ello sus miembros a veces hacen opciones que no reflejan la voluntad de su “cabeza”. 

Impulsada por el hálito vital del Espíritu, la Iglesia tiene la valentía de mirarse a sí misma y de darse cuenta de los incumplimientos en la promoción de la vida de las personas con discapacidad.    

La jornada jubilar constituye un momento especial para el pedido de perdón y de reconciliación que la Iglesia quiere realizar con las personas con discapacidad, y también para que las personas ofrezcan su perdón a la Iglesia, con una liturgia que refleje estos aspectos (cf. TMA 33). Es por tanto una ocasión para reconciliarse con las personas con discapacidad en la vida de todos los días, como personas portadoras de un don, no sólo por el hecho de ser personas, sino también por la vocación particular a la cual han sido llamadas por Dios. Con esta acción, la Iglesia llega a ser efectivamente la casa del Padre, donde todos pueden encontrar la plenitud del amor divino y humano. 

Es una jornada propicia para superar con acciones concretas y significativas, a través de testimonios fuertes, la discapacidad como separación, distancia, diversidad, y para ver a las personas con discapacidad como personas, plenas de riquezas y de humanidad. 

La jornada celebrativa quiere volver a descubrir las indicaciones y las direcciones de los documentos del Magisterio de la Iglesia, que en muchas iglesias locales son desconocidos, poco estudiados, poco asimilados y apenas puestos en práctica. Por ello, ella quiere ser una ocasión para poner en obra tales indicaciones, sin dudar, según las situaciones y culturas locales, en la plena valorización e integración de la persona con discapacidad, en todos los niveles de la vida eclesial y civil. 

Las iglesias locales que ya desde hace tiempo están trabajando con provecho en este sector, tienen la oportunidad de hacer don de sus experiencias y reflexiones a las otras iglesias, las cuales todavía tienen por delante un largo trabajo para una integración plena de las personas con discapacidad en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Entre tanto, ellas son alentadas por la jornada jubilar, para continuar ulteriormente el camino emprendido. 

En esta jornada jubilar se prestará especial atención a las celebraciones de los sacramentos, como también al anuncio del Evangelio de la salvación, tanto a las personas con discapacidad, como a sus familias, algunas de las cuales no han escuchado jamás el anuncio sobre Jesús, mientras otras, en cambio, podrían haber oído hablar de Él en modo distorsionado. 

Esta es la ocasión de estudios, de reflexiones, de iniciativas, por parte de la iglesia local y parroquial, en pro de la centralidad de la persona con discapacidad; es por motivo de ella que la Iglesia y las comunidades pueden abrazar a todos: “La cualidad de una sociedad se mide por el respeto que ella manifiesta hacia los más débiles de sus miembros” (Juan Pablo II, 31 de marzo de 1984) (cf. Mc 1,30-34). 

Esta jornada quiere promover una mentalidad que penetra los “centros” de formación religiosa, civil, social, política y económica, para desenmascarar una “cultura de la muerte” y proclamar la “cultura de la vida”. En este sentido, el interés socio-eclesial y los testimonios de vida vivida y comprometida, por parte de las personas con discapacidad y de sus familias, son un vehículo privilegiado para la transformación y el crecimiento de la sociedad. Es una ocasión de autoeducación para la comunidad parroquial: ella puede así mirar a las personas con discapacidad con serenidad y confianza, y superar el temor y la difidencia hacia ellos. Por ello, el aliento que recibe la comunidad parroquial, la hace crecer en modo que ella sea comunidad acogedora y sin barreras ideológicas, mentales y psicológicas. Más allá de derribar las barreras arquitectónicas y comunicativas, ella ve a estas personas como un don especial de Dios, portadoras del triple ministerio sacerdotal, real y profético de Cristo.   

  

Testimonios   

Oración de pedido de perdón por el abuso de los derechos del hombre   

– “Oremos por todos los seres humanos del mundo, especialmente por los menores que son víctimas de abusos, por los pobres, los marginados, los últimos; oremos por los más indefensos, los no nacidos que son suprimidos en el seno materno, o incluso utilizados con fines experimentales, por los que han abusado de las posibilidades ofrecidas por la bio-tecnología, invirtiendo las finalidades de la ciencia”. 

–       “Padre nuestro, que escuchas siempre el grito de los pobres, todas las veces que incluso los cristianos no te han reconocido en el que tiene hambre, en el que tiene sed, en el que está desnudo, en el que es perseguido, en el que está encarcelado, en quien está privado de toda posibilidad de autodefensa, sobre todos en los estados iniciales de la existencia. Por todos los que han cometido injusticias confiando en la riqueza y en el poder, y despreciando a los “pequeños”, que tanto amas, nosotros te pedimos perdón: Ten piedad de nosotros y recibe nuestro arrepentimiento” (Juan Pablo II, 12 de marzo de 2000).   

  

Testimonio de una madre  

“Soy madre de tres muchachos maravillosos: Francisco, Vicente y Gabriel. El más pequeño, Gabriel, a la edad de dos años comenzó a estar mal, y sin saber por qué, mi marido y yo lo encontramos en coma profundo. En esos momentos de desesperación rezaba incesantemente a María, para que obrara un milagro, pero nuestro hijo seguía estando mal. Poco a poco, Ella fue dirigiendo mi mirada hacia su Hijo crucificado, el cual, aun pudiendo, no rechazó el sufrimiento, sino que lo transformó en el gesto más grande de amor de la historia de todos los tiempos. Esta toma de conciencia empezó a incomodarme para pedir el milagro. Quería ver más claramente. Empecé entonces a “ver” y luego a “escuchar” la misa; la escucha de la Palabra me condujo gradualmente a “participar” en la celebración eucarística. Y gradualmente mi vida comenzó a cambiar bajo el efecto fuertemente sanador de la Reconciliación y de la Eucaristía. Mis días vividos con Cristo me llevaron a saborear del consuelo del Espíritu Santo. En esta nueva y espléndida aventura, experimenté la presencia materna de la Iglesia. 

Muchos teólogos afirman que hoy la única respuesta al ateísmo es la Trinidad. Dios no puede ser un Dios anónimo, del cual cada uno puede hacerse una representación según las propias necesidades e influencias culturales. Tampoco puede ser un Dios que desde lo alto se divierte en mirar a los hombres, distribuyendo alegrías y dolores por el mero gusto de poner a la prueba nuestra fe. Dios, como nos lo presentan las Escrituras, es el Padre siempre presente, que acompaña a su pueblo, que amó tanto al mundo hasta darle a su Hijo único, el cual vino a participar de nuestra condición humana y prometió permanecer siempre con nosotros por medio del “Espíritu consolador”. 

Sólo después de haber “conocido” a la Santísima Trinidad, tuve la experiencia sobrenatural del gozo y del sufrimiento. Entretanto, se descubrió que el mal de Gabriel es un tumor incurable. No es ciertamente el sufrimiento que pruebo el que me hace estar contenta –pues hay momentos en los que tengo miedo de lo que nos podrá suceder–, sino el saber que este dolor inmenso, a la luz de Cristo, tiene un sentido. Es un poco como en el parto: el dolor es fuerte pero sabes que estás dando a luz a un niño. En este caso, el hijo que se da a luz es la propia salvación. 

En esta maravillosa aventura, la acogida en mi comunidad parroquial, y luego, el “caminar” y el rezar juntos nos han ayudado a levantarnos de nuestras caídas, a salir de esos momentos en los que todo y todos nos dan fastidio. En la comunidad acogedora encontré a esas personas que tomándote de la mano te hacen sentir que están contigo, sin hablar o aconsejar demasiado, sin obrar demasiado sino simplemente compartiendo contigo la difícil y al mismo tiempo sorprendente peregrinación hacia la casa del Padre”. 

(Ndr: Esta mamá tenía el rostro reluciente el día en que Gabriel recibió su primera Comunión).  

   

Comité para la Preparación del Jubileo de la Comunidad con Personas con Discapacidad.

Sede en: Opera Don Guanella 

Via Aurelia Antica, 446 – 00165 Roma 

Tel.: +39-06-6622260 

Fax: +39-06-662-4658 

    

  

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