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VISITA DE SU BEATITUD TEOCTIST,
PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA RUMANA

 

DISCURSO DE SU BEATITUD TEOCTIST
AL PAPA JUAN PABLO II

Sábado 12 de cotubre de 2002 

 

Santidad;
eminencias: 


"Una sima grita a otra sima, con voz de cascadas" (Sal 42, 8). Con estas palabras se expresa el rey y poeta David, que estaba lleno de la sabiduría del Espíritu Santo, al proclamar la sabiduría divina. Impregnados de esta verdad y con el propósito de ponerla de relieve, podemos constatar que el amor que Dios ha sembrado en nosotros, que somos sus ministros, ha producido amor. Ese amor nos lleva a acercarnos unos a otros y nos desvela el misterio de nuestro servicio y de nuestro crecimiento común en Cristo, nuestro Señor. También fuimos colmados de las riquezas de esta fuente de amor cuando nos encontramos en Bucarest, y somos colmados igualmente hoy de nuevo, rodeados por nuestros colaboradores en el servicio diario a la Iglesia de Cristo.

Tomando de esta misma fuente de amor, deseo expresarle mi gratitud por su invitación, que me brinda la ocasión de compartir con usted nuestras preocupaciones con respecto al servicio permanente al que el Espíritu Santo nos ha llamado al inicio del tercer milenio.

Santidad, el período del totalitarismo ateo ha terminado. Una de las principales preocupaciones de nuestra Iglesia consiste en redescubrir y poner en práctica la misión cristiana en la sociedad actual, en particular la catequesis de los fieles, a través de una educación y una participación activa y consciente en la vida litúrgica y social de la Iglesia. Después de un período tan largo de fuertes limitaciones, de represión de control de toda actividad en la profesión de la fe cristiana fuera de las iglesias y de compromiso en la vida social, nuestra empresa es ardua. Pero, con la ayuda de Dios, los esfuerzos realizados durante este período de renacimiento han comenzado a dar frutos.

La Iglesia debe afrontar hoy problemas nuevos, que derivan de los del pasado. Eso supone descubrir formas nuevas de testimonio para que el mensaje del Evangelio de Cristo sea comprendido, seguido y vivido en el mundo contemporáneo. Los valores morales cristianos tradicionales deben hacer frente a la difusión de los seudovalores, a menudo contrarios al Evangelio. Cada vez ganan más terreno la indiferencia religiosa y el intento de expulsar la fe religiosa de la esfera pública y de transformarla en una cuestión privada e individual. De este modo, se trata de debilitar y relativizar la fe apostólica en Cristo, que es "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). Son fenómenos cada vez más frecuentes en la vida del hombre moderno. En la mayoría de los casos, la fe religiosa se sustituye con otros sistemas de creencias, por lo general sincretistas, que tratan de satisfacer las necesidades particulares de algunos individuos o grupos. En la esfera social, se observa que cada vez se agudiza más el fenómeno de la globalización, especialmente en los países que se han liberado del yugo comunista. Los valores que nos definen y que han demostrado su validez a lo largo de nuestra historia bimilenaria, se hallan amenazados, son objeto de ataques, o se ven pérfidamente relativizados. En este marco, el número de las personas que viven por debajo del nivel de pobreza sigue creciendo de modo alarmante. Hoy, más que nunca, el pueblo espera que la Iglesia haga sentir su voz también sobre estos problemas y que dé a conocer al mundo los valores del Evangelio de Cristo, confrontándolos con los nuevos desafíos del mundo moderno.

Por lo que se refiere al plan misionero, todos somos conscientes de que estas nuevas realidades no atañen sólo a una Iglesia o confesión cristiana, sino a todos los cristianos por igual. En consecuencia, si en el pasado la importancia dada al aspecto misionero tenía como fin la promoción y defensa de la identidad confesional, hoy la necesidad de un testimonio común de todos los cristianos resulta mucho más patente. Si las Iglesias, en más de una ocasión, han sido capaces de unir sus esfuerzos para sobrevivir al período comunista, hoy la unidad en el testimonio del Evangelio de Cristo es aún más necesaria para que ese testimonio pueda influir efectivamente en la sociedad y "para que el mundo crea" (Jn 17, 21). A este respecto, nuestra Iglesia ha permanecido fiel a la apertura ecuménica y a la colaboración entre cristianos con vistas al restablecimiento de la unidad de todos los cristianos.

Por desgracia, el espíritu contemporáneo, caracterizado por la globalización y la competición, se manifiesta también en las relaciones entre cristianos. Sin tener en cuenta la existencia de las Iglesias locales que, en el momento de las crueles persecuciones, supieron mantener viva la llama de la fe con sus sacrificios, grupos que se autodefinen "evangelizadores" han asaltado a nuestros fieles, considerando estos territorios como "vacíos" espirituales o como "tierras de misión", en las que el Evangelio no ha sido anunciado. Naturalmente, esas actitudes han provocado en nosotros muchas frustraciones y sufrimientos. La esperanza de recibir ayuda de las Iglesias de los países libres, con el fin de dar nuevo impulso a la obra misionera y afianzar a las Iglesias locales de esos territorios, se ha transformado rápidamente en desilusión, confusión, desconfianza y actitudes esporádicamente antiecuménicas. Las Iglesias históricas locales han debido afrontar maniobras de competición desleal, con estructuras eclesiásticas paralelas, fundadas incluso por algunas Iglesias de las que se esperaba una ayuda fraterna.

A pesar de esta dolorosa realidad, la Iglesia ortodoxa de Rumanía ha permanecido fiel a la colaboración entre cristianos y sigue contribuyendo de modo específico a los esfuerzos de diálogo ecuménico bilateral y multilateral. A nivel local, desde hace algunos años están surgiendo varios proyectos de colaboración ecuménica y tenemos la determinación de apoyarlos y hacer que lleguen a ser más numerosos en el futuro. Permanecemos fieles a la apertura ecuménica porque el testimonio común de los cristianos no es sólo una necesidad del momento para hacer que el Evangelio sea vivo y operante en el mundo de hoy. Esa apertura constituye también una vocación de todos los cristianos, un mandato que expresa la voluntad de Cristo, cabeza de la Iglesia, "para que todos sean uno", sobre el fundamento de la profesión de fe de los Apóstoles y del testimonio de innumerables santos a lo largo de la historia (cf. Hb 12, 1). Para realizar esta vocación, poseemos a la vez el fundamento escrito y tradicional de la Iglesia ortodoxa, las decisiones panortodoxas tomadas en el decurso de los siglos y los principios convergentes enunciados en los documentos ecuménicos relativos al testimonio común y que derivan de la colaboración entre los cristianos.

Deseo recordar ahora brevemente algunos principios que la Iglesia ortodoxa de Rumanía ha establecido como prioridad en la promoción de la misión ecuménica.

El testimonio que se da de Cristo está sustancialmente vinculado a la pertenencia común al cuerpo de la Iglesia y a la identidad del cristiano en cuanto portador del Espíritu, templo del Espíritu Santo. El cristiano se convierte en "testigo" (cf. Hch 1, 8) mediante su participación en la gracia del Espíritu Santo y su incorporación al Cuerpo de Cristo por medio de los sacramentos.

En el símbolo de la fe niceno-constantinopolitano, síntesis de la expresión ecuménica de la fe cristiana, el artículo sobre la Iglesia:  "Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica", es tan importante como los demás artículos de fe del Credo. Por tanto, la búsqueda de la unidad plena de la Iglesia es una vocación y un deber para todos nosotros, juntos, y para cada uno individualmente.
El testimonio común auténticamente cristiano evita cualquier manifestación clara u oculta de proselitismo, así como cualquier competición confesional desleal. El proselitismo es un antitestimonio y es preciso denunciarlo como tal en toda circunstancia (los documentos elaborados sobre este tema en el marco de las relaciones ecuménicas son numerosos. Constituyen para nuestra Iglesia auténticos puntos de referencia para la colaboración ecuménica entre los cristianos. Cf. los documentos del Consejo ecuménico de las Iglesias Testimonio cristiano, proselitismo y libertad religiosa, Nueva Delhi 1961, y Hacia un testimonio común. Llamada a entablar relaciones responsables en la misión y a renunciar al proselitismo, Ginebra 1997; así como los documentos elaborados por la Comisión mixta de trabajo entre el Consejo ecuménico de las Iglesias y la Iglesia católica:  Testimonio común y proselitismo, de 1970; Testimonio común, de 1982; y Desafío del proselitismo y llamada al testimonio común, de 1995. También reviste particular importancia la Declaración común de Balamand, de 1993, elaborada por la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica). Los documentos elaborados en el marco ecuménico sobre la cuestión del proselitismo son particularmente elocuentes. Solamente tenemos la tarea de ponerlos en práctica en el ámbito de las realidades actuales, con un espíritu pacífico.

La misión, en un contexto particular, es de competencia de la Iglesia local, que es la expresión de la catolicidad de la Iglesia universal. Otras Iglesias, procedentes de otros lugares, y que deseen participar en la obra misionera de la Iglesia, son bienvenidas, pero sólo al lado y en plena colaboración con la Iglesia local. Este principio convergente adoptado en el marco del diálogo ecuménico resulta aún más urgente para las Iglesias históricas tradicionales como la Iglesia católica romana y las Iglesias ortodoxas, pues está igualmente confirmado por los cánones de la Iglesia indivisa del primer milenio. El principio del "territorio canónico", que no proviene de deseos exclusivamente legalistas encaminados a la solución de un problema histórico temporal, sino de un fundamento profundamente eclesiológico, conserva aún hoy el mismo valor y la misma importancia (cf. Canon apostólico, n. 35; canon n. 2 del II Sínodo ecuménico; canon n. 8 del III Sínodo ecuménico; canon n. 20 del VI Sínodo ecuménico, etc.).

Denunciar el proselitismo y la competición confesional desleal no obstaculiza, sino que más bien reafirma la libertad religiosa y de conciencia de la persona, tal como está enunciada en la "Declaración universal de derechos del hombre".

El testimonio común y las relaciones fraternas entre los cristianos son un auténtico acto de kénosis. Requiere nuestros esfuerzos para curar recíprocamente las heridas  del pasado y para entablar relaciones sobre bases nuevas, que tengan en cuenta la época en que vivimos, limitándose a un diálogo sincero y abierto entre personas y comunidades que desean vivir nuevas relaciones ecuménicas.

Santidad; eminencias, a pesar de todas las dificultades y los problemas que nuestras Iglesias deben afrontar en el mundo contemporáneo, deseo concluir con un pensamiento positivo y lleno de esperanza para el futuro. Tanto nuestro Credo evangélico común como las realidades actuales llaman a nuestras Iglesias a esforzarse cada vez más para dar a nuestro mundo un testimonio común. Las bases de esa colaboración, que busca la realización de una comunión más profunda, ya existen. Unos y otros deben sólo esforzarse por ponerlas en práctica.

Oramos a Dios bueno y benevolente para que nuestra presencia aquí, como representantes de una Iglesia y de un pueblo cristiano antiguos, constituya un paso adelante en el cumplimiento de este mandato divino.

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