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OFICINA DE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO PONTÍFICE
 

VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

Via Crucis - 2003

PRESENTACIÓN   

Bajo el signo de la fidelidad

El Vía Crucis es uno de los ejercicios de piedad predilectos del Santo Padre; una predilección que hunde sus raíces en la tradición familiar, en la práctica de la parroquia donde Karol Wojtyła fue bautizado y en las opciones pastorales de aquella Polonia en cuyo cuerpo – su tierra – herido, dividido y despojado por potencias extranjeras se ha prolongado el misterio de la pasión de Cristo. Se comprende, pues, cómo el piadoso ejercicio del Vía Crucis, que ya había adquirido la forma actual en la primera mitad del siglo XVIII y había sido aprobado por la Santa Sede, se difundiera rápidamente en Polonia, enraizándose firmemente en el humus de la piedad popular.

Juan Pablo II, desde que Dios, en su designio providencial, lo llamó a la cátedra de Pedro (16 de octubre de 1978), nunca ha faltado al «Vía Crucis del Coliseo» la tarde de Viernes Santo. El Santo Padre siente en él con gran intensidad una profunda relación que une Jerusalén, la ciudad donde Jesús cargado con la Cruz recorrió el último tramo del camino de su vida, con Cracovia, su antigua sede episcopal, cuya catedral se yergue en la colina Wawel, durante muchos siglos corazón de la monarquía y de la Iglesia, prácticamente un emblema de la Polonia gloriosa y arrasada. Y también con Roma, sede del Sucesor de Pedro, a quien Jesús confió la misión de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 31), de apacentar sus corderos y sus ovejas (cf. Jn 21, 15-17) y a quien dirigió la última y perentoria invitación: «tú sígueme» (Jn 21, 22).

 

Los dos Jubileos de la Redención

Durante el Pontificado de Juan Pablo II se han celebrado dos Jubileos de ámbito universal: el primero en 1983-1984, 1950º aniversario de la Redención; el segundo en 2000, bimilenario del nacimiento de Cristo. En ambos Jubileos, los textos y las oraciones del Via Crucis del Viernes Santo han sido escritos por el mismo Santo Padre.

El Jubileo de 1984

En el Jubileo de 1984, Juan Pablo II escribía: «Jesús de Nazaret – al final de su itinerario terrenal – debe identificarse con la Cruz. Unirse a ella. Fundirse con ella, en un signo único de salvación para el mundo».[1] El texto del Vía Crucis es una invitación a todo hombre a entrar «en el profundo Misterio de la Redención».[2] Sin entrar en el Misterio no hay salvación para el hombre, el cual, apagada la luz de la esperanza, recae en la oscuridad de una existencia desesperada.

Las oraciones del Vía Crucis de 1984 son generalmente muy breves, como jaculatorias intensas orientadas a invertir la inaudita paradoja: que la suprema injusticia – Jesús, el Justo, condenado a una muerte infamante – se convierta para nosotros en fuente de vida y de gracia.

El Jubileo de 2000

 En el Vía Crucis de 2000 las meditaciones son más amplias, más numerosas las referencias bíblicas, más articuladas las oraciones. Meditaciones y plegarias son un comentario pertinente a las “estaciones” que se contemplan, pero el pensamiento del Santo Padre se dirige a veces al acontecimiento que domina el año 2000: la celebración del bimilenario del nacimiento de Cristo. Jesús ha nacido para ser el Cordero inmaculado será inmolado para expiar nuestros pecados (cf. 1 Jn 2, 2; Rm 3, 25). Ha nacido para ser el Sumo Sacerdote que ofrecerá el sacrificio redentor sobre el altar de la Cruz. Pero el año 2000 es el alba de un nuevo milenio, por lo que Juan Pablo II piensa espontáneamente también al tercer milenio de la era cristiana que apenas ha comenzado. También él deberá ser marcado por el «signo del amor salvífico de Dios por el hombre»; sólo así «transmitiendo al nuevo milenio / el signo de la Cruz / seremos auténticos testigos de la redención».[3]

En el Vía Crucis se afloran recuerdos de la piedad popular polaca: citas de cantos cuaresmales, reflexiones de pensadores, referencias a imágenes queridas por los fieles, como la Afligida Benefactora (Smętna Dobrodziejka) venerada en la iglesia de los franciscanos en Cracovia. Y, sobre todo, se recuerda frecuentemente a la Virgen Dolorosa, en la IV, VIII, XIII y XIV estación.

Jubileo del Pontificado

Además de los grandes Jubileos de 1984 y 2000, precisamente en este año 2003, en el Pontificado de Juan Pablo II se cumple un tercer jubileo. Es de otro tenor y tiene otras motivaciones. En efecto, se celebra el 25º aniversario de servicio pastoral de Juan Pablo II como Obispo de Roma. Es un jubileo universal porque se refiere al Pastor de toda la Iglesia. No obstante, es una conmemoración sin estructura jurídica alguna, aunque intensamente sentida por el mismo Santo Padre ante todo, por su Diócesis de Roma, por sus inmediatos colaboradores y por los fieles de todo el mundo. Este jubileo adquiere espontáneamente el tono de acción de gracias a Dios por el don a la Iglesia del Pastor Juan Pablo II, y la actitud suplicante, para que el Señor le conforte, lo sostenga e ilumine en la cotidiana e incansable solicitud por todas las Iglesias.

También para este jubileo, las meditaciones del Vía Crucis han sido escritas por el mismo Santo Padre, pero no para la feliz conmemoración de 2003, sino en ocasión de los ejercicios espirituales que él, siendo Cardenal Arzobispo de Cracovia, dirigió en 1976 al Papa Pablo VI y a la Curia Romana en el Vaticano, en la Capilla Matilde (ahora Capilla Redemptoris Mater).

Con el título emblemático de Signo de Contradicción (cf. Lc 2, 34), las meditaciones fueron publicadas en 1977 y, en una segunda edición, en 2001.[4] El Santo Padre ha querido tomar de nuevo aquel Via Crucis, sacándolo por decir así del retiro de la Capilla Matilde para celebrarlo en una inmensa platea, en la auténtica Statio Urbis et Orbis del Coliseo-Foros imperiales-Palatino en la noche del Viernes Santo. Una decisión meditada e iniciativa feliz que, en otras cosas, permite constatar cómo el Magisterio de Juan Pablo II, «tan grande, tan rico, tan oportuno», está ya en muchos puntos «sintéticamente presente en Signo de Contradicción».[5]

«Signo de contradicción»

Mientras el Santo Padre pensaba en el Via Crucis 2003 el mundo estaba preocupado por las noticias, cada vez más precisas, de la inminente amenaza de un imponente conflicto bélico. De nuevo Jesús «Príncipe de la paz» (Is 9, 5) se convertía en «signo de contradicción» (Lc 2, 34): a su ofrecimiento de amor el mundo ha respondido con el odio, a su luz vivificante opone la tiniebla homicida, a la propuesta de verdad y de libertad prefiere la mentira y la opresión. El Santo Padre, obedeciendo a la misión recibida de Cristo, ha intentado evitar que estallara la guerra con su voz libre y fuerte, la múltiples iniciativas diplomáticas y, sobre todo, con el ayuno, la oración y la confiada invocación a la Virgen.

Pero la angustiada exhortación del Santo Padre no ha sido acogida: el 20 de marzo ha estallado la guerra, devastadora. El texto de 1976 no ha sido modificado. Era y es trágicamente actual: «la tierra se ha convertido en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas [...]. Entre todas las tumbas diseminadas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la cual el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, con la muerte ha vencido a la muerte. “O mors! Ero mors tua!” (1 ant. Laudes de Sábado Santo)». Pero ni siquiera la nuevas tumbas, cada vez más numerosas, abiertas por el conflicto bélico en curso, podrán matar la esperanza ni impedir la victoria de Cristo sobre la muerte.

En el signo de la Virgen

El comienzo del año jubilar del servicio episcopal en Roma de Juan Pablo II (1978 – 16 de octubre – 2003) coincide con la promulgación de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, con la cual el Santo Padre ha proclamado el Año del Rosario (2003 – 16 de octubre – 2004). También el Via Crucis 2003 se desarrollará bajo el signo de la Virgen. El Cardenal Stefan Wyszyński, Primado de Polonia y heroico testigo de la fe, cuenta que el Cardenal Karol Wojtyła se resistía a aceptar la invitación que Pablo VI le hizo, pero que al final aceptó confiando en la Virgen, porque se sentía hijo «de esa Nación que tiene por costumbre decir “sí” solamente a Dios, a la Iglesia de Cristo y a su Madre».[6]

En la Oración inicial del Vía Crucis 2003, el Santo Padre recuerda:

Con nosotros está también Santa María. Ella estuvo sobre la cumbre del Gólgota como Madre del Hijo moribundo, Discípula del Maestro de la verdad, nueva Eva junto al árbol de la vida, Mujer del dolor asociada al «Varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53, 3), Hija de Adán, Hermana nuestra, Reina de la Paz. Madre de misericordia, Ella se inclina sobre sus hijos, aún expuestos a peligros y afanes, para ver los sufrimientos, escuchar el gemido que surge de su miseria, para confortarles y reavivar la esperanza de la paz.

Ciudad del Vaticano, 31 de marzo de 2003

 

 + Piero Marini
Obispo titular de Martirano
Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias


 


[1] Via Crucis al Colosseo nell’Anno giubilare della Redenzione, Tipografía políglota Vaticana, 1984, p. 9.

[2] Ibíd., p. 10

[3] Via Crucis al Colosseo nell’Anno giubilare 2000, Tipografía políglota Vaticana, 2000, p.14.

[4] Primera edición Vita e Pensiero, 1977; segunda edición Gribaudi, 2001.

[5] L. Negri, en el prólogo a la edición de 2001.

[6] S. Wyszyński, en el prólogo a la edición de 1977.

  

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