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Sor Marie Claire Naidu - Segunda mitad del siglo XX
Iglesia de la Asunción de la Santísima Virgen María
Bangalore (India)

DUODÉCIMA ESTACIÓN
La Madre de Jesús y el discípulo que él amaba, al pie de la cruz

 

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Del Evangelio según san Juan 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo:  «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

MEDITACIÓN

En el sufrimiento anhelamos la solidaridad. María, la madre, nos  recuerda el amor, el apoyo y la solidaridad dentro de la familia, Juan la lealtad dentro de la comunidad. Unión familiar, lazos comunitarios, vínculos de amistad son esenciales para el florecimiento de los seres humanos. En una sociedad anónima pierden vigor. Cuando faltan, nuestra misma humanidad se debilita. Además en María no notamos el mínimo signo de resentimiento; ni una palabra de amargura. La Virgen se convierte en un arquetipo del perdón en la fe y en la esperanza. Nos indica el camino hacia el futuro. También aquellos que quisieran responder a la injusticia violenta con una "justicia violenta" saben que esta no es la respuesta resolutiva. El perdón suscita la esperanza.

Existen también ofensas históricas que a lo largo de siglos hieren las memorias de la sociedad. Si no transformamos nuestra ira colectiva en nuevas energías de amor a través del perdón, pereceremos conjuntamente. Cuando la curación llega mediante el perdón, encendemos una luz que anuncia futuras posibilidades para «la vida y el bienestar» de la humanidad (cf. Ml 2, 5).

ORACIÓN

Señor Jesús, tu madre permaneció silenciosamente a tu lado en tu agonía final. Ella, que permanecía escondida cuando te aclamaban como a un gran profeta, está junto a ti en tu humillación. Haz que yo tenga el valor de permanecer fiel también donde no te reconocen. Haz que no me sienta nunca avergonzado por pertenecer al «pequeño rebaño» (Lc 12, 32).

Señor, ayúdame a recordar que también aquellos que considero mis "enemigos" pertenecen a la familia humana. Si me tratan injustamente, haz que mi oración sea «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Puede suceder que en este contexto alguien reconozca improvisamente el verdadero rostro de Cristo y grite como el centurión: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39).

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.

Fac me tecum pie flere
Crucifixo condolere
donec ego vixero.

 

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

     

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