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OFICINA DE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS 
DEL SUMO PONTÍFICE  

VÍA CRUCIS
EN EL COLISEO

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI

VIERNES SANTO 2010

MEDITACIONES Y ORACIONES DE
 

Su Eminencia Reverendísima
el Señor Cardenal
CAMILLO RUINI
Vicario general emérito de Su Santidad
para la diócesis de Roma

 

INTRODUCCIÓN

CANTO

R. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi,
quia per Crucem tuam redemisti mundum.

1. Per lignum servi facti sumus, et per sanctam Crucem liberati sumus. R.

2. Fructus arboris seduxit nos, Filius Dei redemit nos. R.

 

MEDITACIÓN

Cuando el Apóstol Felipe dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”, él respondió: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces…? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 8-9). Esta noche, mientras acompañamos en nuestro corazón a Jesús, que camina bajo el peso de la cruz, no nos olvidemos de estas palabras suyas. También cuando lleva la cruz y cuando muere en ella, Jesús sigue siendo el Hijo de Dios Padre, una misma cosa con él. Mirando su rostro desfigurado por los golpes, la fatiga, el sufrimiento interior, vemos el rostro del Padre. Más aún, precisamente en ese momento, la gloria de Dios, su luz demasiado fuerte para el ojo humano, se hace más visible en el rostro de Jesús. Aquí, en ese pobre ser que Pilato ha mostrado a los judíos, esperando despertar en ellos piedad, con las palabras “Aquí lo tenéis” (Jn 19, 5), se manifiesta la verdadera grandeza de Dios, la grandeza misteriosa que ningún hombre podía imaginar.

En Jesús crucificado se revela además otra grandeza, la nuestra, la grandeza que pertenece a todo hombre por el hecho mismo de tener un rostro y un corazón humano. Escribe san Antonio de Padua: “Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú te mires en la cruz como en un espejo… Si te miras en él, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad… y tu valor… En ningún otro lugar el hombre puede darse mejor cuenta de cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz” (Sermones Dominicales et Festivi III, pp. 213-214). Sí, Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto por ti, por mí, por cada uno de nosotros, y de este modo nos ha dado la prueba concreta de cuán grandes y cuán valiosos somos a los ojos de Dios, los únicos ojos que, superando todas las apariencias, son capaces de ver en profundidad la realidad de las cosas.

Al participar en el Via Crucis, pidamos a Dios que nos dé también a nosotros esa mirada suya de verdad y de amor para que, unidos a él, seamos libres y buenos.

 

El Santo Padre:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.

El Santo Padre:

Oremos.

Breve pausa de silencio.

Señor, Dios Padre omnipotente,
tú lo sabes todo,
tú ves la enorme necesidad que tenemos de ti en nuestros corazones.
Da a cada uno de nosotros la humildad de reconocer esta necesidad.
Libra nuestra inteligencia de la pretensión,
equivocada y algo ridícula,
de poder dominar el misterio que nos circunda por todas partes.
Libra nuestra voluntad de la presunción,
un tanto ingenua e infundada,
de poder construir solos nuestra felicidad
y el sentido de nuestra vida.
Haz penetrante y sincero nuestro ojo interior,
para poder reconocer, sin hipocresía,
el mal que hay dentro de nosotros.
Pero danos también,
a la luz de la cruz y de la resurrección de tu único Hijo,
la certeza de que, unidos a él y sostenidos por él,
también nosotros podremos vencer el mal con el bien.
Señor Jesús,
ayúdanos a caminar con este espíritu detrás de tu cruz.

R/. Amén.

 

© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana

 

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