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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

12 - 05.10.2001

RESUMEN

NOVENA CONGREGACIÓN GENERAL (VIERNES, 5 DE OCTUBRE DE 2001 - POR LA TARDE)

A las 17.00 horas de hoy viernes 5 de octubre de 2001, en presencia del Santo Padre, con la oración del Adsumus, ha iniciado la Novena Congregación General de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, para la continuación de las intervenciones de los Padres Sinodales en el Aula sobre el tema sinodal El obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Presidente Delegado de turno S. Em. R. Card. Bernard AGRE, Arzobispo de Abiyán.

En esta Congregación General, que se ha concluido a las 18.55 horas con la oración del Angelus Domini, estuvieron presentes 247 Padres.

INTERVENCIONES EN EL AULA (CONTINUACIÓN)

Intervinieron los siguientes Padres:

Publicamos a continuación los resúmenes de las intervenciones:

- S.E.R. Mons. Vincent Michael CONCESSAO, Arzobispo de Delhi (India)

Hace unos días, cuando vimos en la televisión la destrucción del World Trade Center y supimos de la muerte de más de seis mil personas, nos quedamos todos aturdidos. En algunos países del mundo, hoy, es un negocio diario y, a menudo, un signo de desesperación, resultado del desamparo.

Hay otro tipo de terrorismo, sutil, escondido, del que se habla poco. Me refiero al terrorismo de un sistema económico injusto que oprime hasta la muerte a miles de personas cada día. Según un estudio sobre la deuda internacional publicado hace dos años, once millones de niños menores de cinco años de edad mueren cada año en el mundo sobre todo a causa de la falta de comida y de asistencia sanitaria para enfermedades evitables.

Con la actual tendencia a la globalización, la situación de los pobres empeora cada vez más. Pequeñas

industrias se cierran dejando a miles de personas sin un empleo remunerado; como parte del programa de regulación estructural, se reducen los gastos públicos para las necesidades básicas de los pobres; los pobres cada vez están más marginados y llevados a la desesperación. Se convierten en víctimas fáciles de los políticos y de los fundamentalistas. ¿Tenemos un mensaje de esperanza para ellos, no sólo en palabras sino también en programas de acción concreta?

La situación estadística de la pobreza en el tercer milenio es estremecedora. Con casi un billón de personas analfabetas en el mundo, más de 110 millones de niños en edad escolar que no frecuentan la escuela, casi 1.3 billones de personas que no tienen acceso al agua potable y casi la mitad de la población mundial sin acceso a una asistencia sanitaria adecuada, el mundo gasta 400 billones de dólares estadounidenses en drogas y 780 billones en defensa; sólo Europa gasta 50 billones de dólares estadounidenses en tabaco y 105 billones en bebidas alcohólicas.

Hay una frase aterradora en el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes) del Decreto de Graciano: "Da de comer al que muere de hambre, porque si no le diste de comer lo mataste". Es un caso de asesinato por omisión.

Hay suficientes recursos hoy en el mundo para toda la gente, pero no son suficientes para su codicia (Mahatma Gandhi). ¿No deberíamos adoptar una opción clara con y para los pobres y contra el sistema en el que ellos no cuentan nada? Sería parte de nuestro compromiso para una cultura de la vida y una civilización del amor. Nuestras razones de esperanza deben reflejarse en nuestra celebración de la Palabra y los Sacramentos y, también, en nuestra interacción diaria con la gente. Mateo era un recaudador de impuestos, un marginado social. Jesús le dice. "Ven, sígueme". Mateo le sigue y se transforma. Otro ejemplo es Zaqueo. Rebosante del gesto de Jesús, cambió. Nuestro ministerio es pasar la esperanza a todos.

[00143-04.03] [IN118] [Texto original: inglés]

- Revdo. P. Peter-Hans KOLVENBACH, S.I., Prepósito General de la Compañía de Jesús.

Deseo exponer algunas consideraciones sobre el diálogo interreligioso tratado en el Instrumentum Laboris, capítulo 5, números 135-136. Bajo la guía de los obispos ya comprometidos en este campo, muchos miembros de la vida consagrada se dedican a la misión de la Iglesia de emprender y proseguir el diálogo interreligioso, convencidos de encontrar la única verdadera religión en la fe a ellos enseñada por la Iglesia católica, a la cual el Señor Jesús ha encomendado la misión de comunicar la buena nueva a todos los pueblos, de cualquier religión. En esta misión, difícil y delicada, donde uno aprende a proceder sólo a través de ensayos y errores, la vida consagrada espera y aprecia la guía y el apoyo de los obispos.

En esta misión suya de diálogo, será una gran ayuda para la vida consagrada que el obispo promueva en su diócesis la conciencia del significado y de la práctica de este diálogo. De hecho, casi cuarenta años después del Concilio, muchos católicos aún no comprenden bien lo que la Iglesia se propone en la misión y en una espiritualidad de diálogo. Algunos piensan que no se debe hacer otra cosa que predicar desde lo alto, mientras otros no se sienten preparados para una discusión teológica con hombres y mujeres de otras religiones.

El diálogo no es tarea solamente de expertos y profesionales. Diálogo quiere decir compartir la propia vida, en todos los niveles, con personas de otras religiones. Que es precisamente hacia lo que apunta la enseñanza de la Iglesia cuando delinea los muy conocidos cuatro niveles de diálogo:

- participación de la vida a nivel de estar con otros en un camino común,

- participación a nivel de trabajo con otros en el diálogo de acción y solidaridad para el bien común,

- participación con otros de ideas y convicciones, estudiando y discutiendo juntos cuestiones, incluso teológicas,

- participación con otros de la experiencia de Dios, en lo posible, en el diálogo acerca de los compromisos religiosos y espirituales.

En cada uno de estos niveles, como ha dicho el Papa Juan Pablo II en la Redemptoris Missio (57), el diálogo es deber y responsabilidad de cada cristiano y de cada comunidad cristiana. Como expresión del mandamiento nuevo, este diálogo requiere un enfoque integral y no puede permanecer en un nivel de palabras amables, de un lenguaje ambiguo o de reuniones que, más que verdaderos encuentros, son acontecimientos para los medios de comunicación.

El Instrumentum Laboris insiste en la responsabilidad del obispo de enseñar con las palabras y con el ejemplo qué significa en realidad el diálogo. A través de cartas pastorales y declaraciones públicas que tengan siempre en cuenta el diálogo interreligioso, el obispo enseña a los fieles de su diócesis el significado y la práctica del diálogo, sus motivaciones, sus posibilidades y sus condiciones. El obispo enseña, con la disponibilidad, a encontrar personas de otras religiones para discutir con ellas; con el deseo de hacer declaraciones comunes sobre cuestiones importantes; con el propósito de trabajar juntos por la paz y la reconciliación, siempre preparado -según el espíritu del Señor- para dar el primer paso. El obispo enseña también instituyendo en la diócesis una comisión eficiente para el diálogo, con actos significativos de buenos deseos en las festividades de las otras religiones y recibiendo de buena gana sus visitas con ocasión de celebraciones cristianas y, finalmente, asegurando una preparación adecuada de manera que miembros de diversas religiones puedan vivir juntos en seminarios, facultades y casas de formación de vida consagrada. El Santo Padre ya ha abierto de esta manera tantas puertas que hasta ahora habían permanecido cerradas desde hacía siglos.

Modelo del diálogo permanece siempre la manera de actuar del Señor. Su diálogo con la samaritana y el descubrimiento de la fe por parte de un militar romano son sólo dos ejemplos del Verbo de Dios que propone, no impone, la buena nueva. La dimensión kenótica del Señor adquiere un significado especial para una espiritualidad del diálogo. Sin perder su propia identidad, el Señor ha asumido por amor forma y semejanza humanas. El Papa Juan Pablo II indica el himno kenótico de la carta a los Filipenses como característica esencial de la espiritualidad misionera (Redemptoris Missio 88) de la cual el diálogo interreligioso es una dimensión.

El obispo está llamado a enseñar este amor humilde y frecuentemente humillante, que nutre el diálogo, repitiendo - sobre todo en circunstancias de violencia y polarización- la verdad del Evangelio, anunciando que el Señor ama a todos sin excepción; que no se puede recurrir jamás a la violencia en el nombre de un Cristo que ama, y que es justamente el sincero amor hacia los otros en el Espíritu lo que debe caracterizar a los cristianos cuando toman parte en un diálogo que testimonia el amor cristiano.

[00144-04.03] [IN119] [Texto original: italiano]

S. Em. R. Card. Friedrich WETTER, Arzobispo de Munich y Freising (Alemania)

La Iglesia no ha expuesto nunca la enseñanza que vincula su Oficio y Servicio de una forma tan clara y completa como en el Concilio Vaticano II. La enseñanza relativa al oficio del obispo está dentro de una visión trinitaria. Concretamente, desarrolla el concepto de la incorporación del apóstol en el envío de Cristo por parte del Padre. La Palabra de Jesús: "Como el Padre me envió, yo os envío" (Jn, 20,21ss) es también el anuncio de la creación del episcopado. Al obispo le ha sido otorgada la plenitud del Sacramento de la orden. Según la insuperable interpretación de San Ignacio de Antioquía, los sacerdotes y los diáconos participan en este oficio y ejercen su servicio in communio con el obispo.

En la óptica de la Eclesiología de comunión resulta evidente que el colegio de los apóstoles tiene su continuación en el colegio episcopal. Por eso, como el oficio de los apóstoles fue concebido, desde su creación por Jesucristo, colegial en unión con Pedro y bajo su guía, así el colegio episcopal de la Iglesia Católica y apostólica está concebido en unión con el Sucesor del Apóstol Pedro y bajo su guía.

Hoy en día, la dimensión cristológica y neumatológica del mandato episcopal destaca de forma especial. De hecho, en la actualidad existen corrientes que quieren reducir el oficio espiritual en la Iglesia a una función únicamente organizadora. Y contra este relativismo eclesiológico hace falta apoyarse firmemente en el aspecto sacramental del mandato episcopal, válido también para el oficio de los presbíteros y los diáconos. A fin de atender de forma aún más eficaz este magisterio de colegialidad, quisiera reflexionar sobre lo siguiente:

1 Para ordenar a un obispo, en los primeros siglos, era decisivo el voto de los obispos de la provincia eclesiástica como expresión de la colegialidad episcopal. Lamentablemente, en la praxis moderna ellos no son tenidos en consideración. Sin duda su voto tiene un peso eclesiológico superior al del Capítulo de la Catedral, como se hace en algunos países. Por este motivo propongo que antes de enviar la Terna a Roma, el Nuncio Apostólico convoque al Consejo de los Obispos de la provincia eclesial y a continuación someta su decisiones a la Sede Apostólica, junto con su voto. De esta forma la libre elección del Santo Padre permanece sin interferencias.

2 El método de trabajo del Sínodo tendría que ser más conciso. Además, propongo que se elabore un número concreto de las cuestiones que son importantes para toda la Iglesia y están todavía por aclarar.

3 En la óptica de la colegialidad, también en las Iglesias locales hace falta que se profundice desde un punto de vista teológico en la conciencia de la íntima unidad del oficio apostólico, con el objetivo de que ello repercuta también en la espiritualidad de los sacerdotes y de los diáconos. De este modo se puede evitar la peligrosa interpretación personal y, por tanto, limitativa, del mandato espiritual.

[00145-04.02] [in120] [Texto original: alemán]

S.E.R. Mons. Eusébio Oscar SCHEID, S.C.I., Arzobispo de São Sebastião do Rio de Janeiro (Brasil).

La misión evangelizadora del obispo, siervo del Evangelio, se define para la esperanza del mundo como "Sacramento de la Bondad de Dios". Sacramento entendido en sentido analógico, como un signo concreto que transforma las personas y las relaciones humanas.

No se pretende permanecer sólo a nivel de ideas, sino descender a la realidad de la vida, a la que deben dirigirse sobre todo los presbíteros y los jóvenes, tan faltos de esta bondad.

Se parte de un análisis muy general, desde la Bondad en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento, "cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador" (Tt 3, 4) y se manifestó en los momentos centrales de la historia de la salvación. Los primeros apóstoles se quedaron fascinados por los gestos de bondad de Jesús hacia ellos, hacia los enfermos, los niños, las personas abandonadas en general.

Nuestro queridos presbíteros, más que nadie, sienten la necesidad imperiosa de vislumbrar en nosotros ese testimonio de bondad que les compromete y les estimula a enfrentarse a los grandes retos de la actualidad.

Los jóvenes, según parece, - la mayoría de ellos -, no se han dejado todavía atraer por los valores teándricos del Evangelio.

El camino más abierto tiende a la bondad como hospitalidad, comprensión, empatía. La bondad será para ellos (como para muchos otros) un signo eficaz que los conquiste para las causas más nobles de la sociedad actual, como "centinelas de la noche" que anuncian la aurora de un mundo nuevo.

[00146-04.02] [IN121] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Aleksander KASZKIEWICZ, Obispo de Grodno (Bielorrusia)

Bielorusia se halla a la búsqueda de su proprio futuro. En el plano político quiere encontrarlo en los vínculos con Rusia. En la relación con Occidente se intentan acentuar las divergencias hasta subrayar la propia, presunta superioridad.

En el plano cultural y espiritual, la realidad en Bielorusia es mucho más compleja. La historia demuestra el rico patrimonio enriquecido por el cristianismo. La riqueza es el conjunto de catolicismo y ortodoxia. En el pasado, la supremacía de una de las dos tradiciones dependía de la pertenencia política de los territorios. Además, permanecía en relación con el propio dinamismo. En el período comunista, los valores cristianos se han salvado gracias a los testimonios del Evangelio conocidos por nombre, y a aquellos héroes desconocidos, que en las pruebas permanecieron fieles a Jesús.

La Iglesia católica opera con libertad relativa. En primer lugar, hemos puesto la reconstrucción del proprio presbiterio. A continuación, procederemos con la organización de las parroquias para re-evangelizar la sociedad de los creyentes.

El otro campo de actividad de la Iglesia es llevar el Evangelio a la mayoría de la sociedad, que no ha perdido la sensibilidad espiritual, no obstante la propaganda atea.

El problema que empeora la situación es la presente actividad de las sectas. Los éxitos alcanzados por ellas son el resultado de su rapidez en moverse y del modo en el cual se presentan.

El catolicismo y la ortodoxia operan sobre el mismo campo. Este es el hecho ecuménico.

El obispo, con su presbiterio, es mandado por una parte de la Iglesia y de la familia humana. Su deber es conocerla y extender los horizontes transmitiendo el anuncio de la Palabra, con la Persona de Jesús, Dios Hombre, el Único Salvador del mundo, en el centro.

De aquí surge el deber del obispo: ser el custodio, el intérprete y el anunciador del Evangelio y de la Tradición. Él, junto con su Iglesia, traspasa el umbral de la esperanza, porque comparte su suerte de vida, siendo consciente de poseer la palabra de salvación.

[00085-04.04] [in064] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Justo MULLOR GARCÍA, Arzobispo titular de Bolsena, Nuncio Apostólico y Director de la Pontificia Academia Eclesiástica (Ciudad del Vaticano).

El orador ha comenzado citando tres de las frases del discurso del Santo Padre ante la Pontificia Academia Eclesiástica con ocasión del tercer centenario: "Están aquí, ante todo, para proveer a vuestra santificación: lo exige vuestro futuro servicio a la Iglesia y al Papa; todo aquello que aprenden aquí está orientado a hacer que esté presente la Palabra de Dios hasta los confines de la tierra; ustedes no serán promotores - ni podrán nunca serlo - de alguna "razón de estado". Ha comentado a este propósito: "Sus Legados actuales y futuros Le están agradecidos, Santidad, por estas líneas de pensamiento y de acción".

Dirigiéndose luego a los Padres Sinodales, ha mostrado la sintonía profunda de tales afirmaciones pontificias con el tema del Sínodo. La esperanza del mundo, ha comentado, aún cuando se trata de un mundo en parte secularizado, está en nuestra santidad personal. Y esto, independientemente del sitio ocupado, al frente o al servicio de una diócesis, de un Dicasterio de la Curia Romana o de una Representación Pontificia.

Tarea de los pastores es no sólo hablar como maestros. Como discípulos de Cristo, de los obispos deben surgir gestos que hablen. La autenticidad es el precio que hay que pagar para que los hombres que la miran hoy desde afuera vean en la Iglesia y en su Jerarquía el rostro de Cristo.

Las palabras citadas, dirigidas por Juan Pablo II a los futuros diplomáticos de la Santa Sede, delinean tres actitudes eclesiales de fondo - una personal, otra pastoral y una tercera socio política - válidas para todos los cristianos, comenzando por los Obispos.

En calidad de encargado de la formación de los futuros diplomáticos pontificios, el orador ha trazado los criterios y las normas que regulan actualmente su formación. Ha invitado, por último, a los Obispos, no sólo a responder afirmativamente a las invitaciones eventuales a enviar a sus sacerdotes a la Pontificia Academia Eclesiástica o a la Curia Romana, sino también a tomar la iniciativa, por ejemplo, con ocasión de las visitae ad limina, de proponer a algunos de ellos, considerados particularmente idóneos, para prestar el servicio de colaboradores del ministerio de Pedro.

[00073-04.04] [IN052] [Texto original: italiano]

S. Em. R. Card. François Xavier NGUYÊN VAN THUÂN, Presidente del Pontificio Consejo para Justicia y Paz.

Sobre todo hoy, en un contexto que presagia gravísimos peligros, la Iglesia católica debe ser el sacramento que Dios ha querido para llevar a cabo la unidad y la fraternidad del género humano, en la justicia y en la paz. Antes de la diversidad, de cualquier diversidad, hay, de hecho, una vocación originaria de la humanidad a la unidad, a ser y a concebirse como familia unida en la solidaridad y en la paz. El valioso bien de la unidad del género humano es la tarea ardua y el bien arduo que empeña a la Iglesia.

El nuevo escenario mundial nos pide a nosotros, Obispos, un elevado discernimiento espiritual y pastoral acerca de cómo y qué cosa la Iglesia católica puede hacer en términos de anuncio y de presencia. Me parece que es urgente que todos convengamos acerca de las valiosas orientaciones espirituales y pastorales de la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, uno de los frutos más estimulantes de la experiencia del Gran Jubileo. Me refiero sobre todo a la valiosa indicación del crecimiento en la santidad de vida que implica también el crecimiento del empeño y del testimonio de las obras de caridad y de solidaridad. Sobre todo en estas circunstancias, en las cuales es fuerte la tendencia a encaminarse por calles sin salida, la Iglesia debe poner de relieve como, sin un retorno al Evangelio, no se pueden resolver los dramáticos problemas ligados a la defensa y a la promoción de los derechos humanos, a la resolución de numerosísimos y sangrientos conflictos, a la urgente exigencia de dar respuestas concretas a la pobreza de miles de seres humanos.

La evangelización de lo social, que tiene en la doctrina social de la Iglesia su instrumento fundamental, necesita de una más puntual consideración que tenga en la debida cuenta la evolución de las cuestiones culturales, económicas y políticas, a nivel nacional e internacional, sobre las cuales la Iglesia católica debe, cada vez más, reflexionar para actualizar eficazmente su mensaje de justicia y de paz. En esta perspectiva resulta oportuno intensificar la referencia y la conexión del magisterio social de los Obispos con el magisterio universal del Santo Padre, de manera tal que resulte una enseñanza coherente, unitaria en sus fundamentos y en sus principios inspiradores. En un momento caracterizado por tantos extravíos espirituales y culturales, la difusión de la doctrina social de la Iglesia, con su esclarecedora enseñanza sobre la dignidad de la persona humana, el valor de la comunidad, el deber de perseguir la justicia y la paz, se impone como una entre las más significativas oportunidades para dar una contribución especial a la renovación de la cultura económica y política actuales y también como una de las más sólidas bases para alimentar el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural y hacer crecer la confianza y la esperanza, en las cuales cada hombre expresa su propia humanidad. El futuro de la comunidad humana, de todas las comunidades, especialmente ahora, depende del crecimiento en humanidad de las personas que las componen.

[00095-04.02] [IN072] [Texto original: italiano]

S. Em. R. Card. Frédéric ETSOU-NZABI-BAMUNGWABI, C.I.C.M., Arzobispo de Kinshasa y Presidente de la Conferencia Episcopal.

La Conferencia Episcopal Nacional de la República Democrática del Congo ha examinado con gran interés el Instrumentum laboris. Quisiéramos, por lo tanto, resumir en dos puntos el pensamiento de los obispos del Congo para este nuevo milenio de gracia y esperanza.

El Obispo africano de hoy.

Viviendo entre su gente, el obispo africano comparte las alegrías y los sufrimientos, las esperanzas y las angustias. Asume un papel importante en la construcción de la civilización del amor y del Reino de Dios en África. Ya sea que se trate de problemas relacionados con la familia, con el ambiente, la salud, la enseñanza, los salarios, los medios de comunicación social o la política, el obispo africano tiene una sola palabra para decir y una sola acción para emprender. Él es la voz de quien no tiene voz para hacer que reine la verdad, la justicia, el respeto por la persona y por sus derechos inalienables, como el Buen Pastor que da la vida por su rebaño.

Desde la perspectiva de la encarnación del mensaje de Cristo en las realidades africanas, dejando en claro la unidad de la fe en Jesucristo, los obispos africanos deben elaborar un lenguaje catequístico y teológico apropiado, que se corresponda mejor con la mentalidad de sus pueblos (cf. Ad Gentes N. 22). Llamado a ser el promotor de la inculturación de la fe, el obispo debe estimular a los teólogos para que, en sus reflexiones y en sus investigaciones, elaboren una auténtica teología africana.

Por lo demás, desearíamos que los diferentes oficios de los dicasterios romanos manifestasen una mayor atención a la repartición de subsidios, debido a que para poner en pie unas infraestructuras de base para una evangelización profunda de la persona africana, frecuentemente faltan los medios materiales.

Promover la colegialidad episcopal.

Deseamos ardientemente que la Santa Sede confíe en las Conferencias Episcopales nacionales y regionales, siendo éstas el sitio privilegiado del ejercicio de la colegialidad y del espíritu de comunión con la Iglesia universal y entre las Iglesias particulares. Todo esto, sobre todo, en la resolución de los problemas pastorales, de organización y de gestión de las diócesis y de los seminarios; en la elección, en el nombramiento y en el traslado de los obispos. Pues viviendo en sus comunidades y compartiendo regularmente sus preocupaciones pastorales, las opiniones de los obispos de una conferencia nacional o regional deberían ser acogidas con mucha más atención en las nunciaturas y en los dicasterios romanos. Escuchar y dar confianza a los obispos son necesidades de la colegialidad.

Esperamos que las relaciones entre los nuncios apostólicos y los dicasterios romanos y los obispos diocesanos, se caractericen por una colaboración más fraterna y por una real solicitud pastoral en el respeto de las competencias. Que el nuncio sea, entre los obispos diocesanos como un hermano que comparte en la fe con ellos sus preocupaciones pastorales, buscando juntos los nuevos caminos de la misión de la Iglesia-Familia de Dios.

Sería deseable que las diversas Conferencias Episcopales nacionales y regionales pudieran elaborar y presentar a la Secretaría de Estado el "perfil del nuncio apostólico" para que sea acreditado en este nuevo milenio a esta o aquella área geográfica-cultural. Ésta es una necesidad de comunión y de colegialidad entre las Iglesias particulares y los diferentes dicasterios de la Santa Sede.

[00109-04.02] [IN086] [Texto original: francés]

S.E.R. Mons. Orlando B. QUEVEDO, O.M.I., Arzobispo de Cotabato y Presidente de la Conferencia Episcopal (Filipinas)

Sobre la espiritualidad y la caridad pastoral del Obispo, Instrumentum Laboris, números 44-46, páginas 117-119. En la Misa de apertura del Sínodo, el Santo Padre nos ha recordado que la pobreza es un rasgo esencial de Jesús y "representa uno de los requisitos indispensables" para que el Evangelio sea escuchado y acogido. La afirmación del Santo Padre sugiere cómo nosotros, Obispos, deberemos responder a la realidad global de la enorme pobreza, a la escandalosa diferencia entre ricos y pobres, y a los nuevos y múltiples rostros de la pobreza en el mundo que lucha con el problema de la supervivencia y la desesperación vital. En Jesús, Dios ha visitado a los pobres y Él mismo se hizo pobre para que nos hiciéramos ricos por medio de su pobreza (2 Cor 8,9). Jesús les ha proclamado la Buena Nueva (cf. Lc 4, 18; Is 61,1). Los llamó a ser sus discípulos. Eran sus amigos. Vivía con ellos. Los llamaba "bienaventurados" porque a ellos pertenecía el Reino de Dios (Lc 6,20). En el último entre sus hermanos y hermanas, imprimió su especial presencia divina (cfr. Mt. 25, 40-45). Jesús era la Spes Pauperum. A imagen del Jesús pobre, hoy, también nosotros, los Obispos, tenemos que estar con los pobres para presentar a Jesús como su esperanza. Debemos convertirnos en su voz moral, defendiendo sus derechos y denunciando las injusticias sociales. Debemos compartir sus angustias, meditar, rezar y actuar con ellos. No debemos permitir distinciones de clase en los Sacramentos. Sobre todo, debemos ser pobres. Esto exige una profunda conversión del corazón para tener la actitud mental y los valores de Cristo pobre, su simplicidad y austeridad, su libertad total de la riqueza, su amor preferente por los pobres, su falta de ambición hacia los honores, su completa confianza en Dios su Padre. Éstos son los elementos fundamentales de una Espiritualidad de Pobreza. Como Obispo no puedo más que ser pobre si sigo el modelo de la Encarnación. Con la Gracia de Dios, gracias a la inmersión en la vida de los pobres, yo asumo la condición del pobre. Me vuelvo pobre en espíritu y de hecho. Mi pobreza evangélica será un signo elocuente para los pobres del amor de Dios y de su preferencia por ellos. También entonces, al fin de cada jornada, el Espíritu del amor de Dios moverá mi corazón con la pregunta: "¿Soy verdaderamente un Pastor y un Servidor de los Pobres? ¿Son ellos mis amigos con quienes transcurro el tiempo mejor? ¿Con mi vida y mi ministerio soy verdaderamente el signo de Cristo que es la Spes Pauperum?"

[00147-04.03] [IN122] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Oscar Mario BROWN JIMÉNEZ, Obispo de Santiago de Veraguas (Panama)

La exposición se basa en los números 139 y 143 del Instrumentum Laboris. En ellos, se nos invita a contemplar la figura del Obispo, como ministro del Evangelio que por fidelidad al mismo, debe iluminar los nuevos problemas sociales y las nuevas pobrezas que gravitan sobre nuestra época. La Iglesia no pretende resolver las difíciles cuestiones económicas y sociales contemporáneas, pero no puede dejar de anunciar el Evangelio del cual se derivan los principios fundamentales para construir un sistema social y económico justo.

Entre estos problemas cabe citar la brecha creciente entre ricos y pobres; las guerras por razones étnicas; religiosas y socio-políticas; el terrorismo y la violencia institucionalizada.

A esto habría que añadir la manipulación genética, los abortos, el tráfico de armas y el narcotráfico. En medio de esta problemática, los cristianos debemos dar razón de nuestra esperanza de construir un mundo de paz, porque Dios reina como Padre y Soberano, los hombres se reconocen como hermanos y se respetan los derechos humanos que son universales e indivisibles.

[00149-04.03] [in123] [Texto original: español]

S. Em. R. Card. Ivan DIAS, Arzobispo de Bombay (India).

"Para vosotros yo soy un obispo, con vosotros yo soy un cristiano". Con esta frase San Agustín indica cómo el ministerio sacerdotal y el sacerdocio común de todos los bautizados en la fe deberían interactuar en un obispo. En virtud de su llamada, el obispo es un sucesor de los Apóstoles, entra a formar parte del Colegio de los Obispos y se le confía la tarea de enseñar, santificar y guiar al santo pueblo de Dios. Hoy parece que los obispos son, en un cierto sentido, identificados solamente con la dimensión institucional de la Iglesia, mientras que el obispado es también un carisma. San Pablo, de hecho, puso a los "apóstoles" en el primer lugar en la lista de los carismas (1 Cor 12:28; Ef 4:11). En el obispo por lo tanto institución y carisma deben converger armoniosamente y deben ayudarle a coordinar los carismas de quienes han sido confiados a su cuidado pastoral, por que aquellos son un don especial del Espíritu Santo otorgado de forma gratuita a su rebaño (ya sean sacerdotes, religiosos o laicos) y no deben ser ignorados o despreciados, sino más bien utilizados con orden y dignidad para la construcción del Reino de Dios en la tierra.

Es importante subrayar el valor del carisma de los laicos en el enorme reto que está afrontando la Iglesia en el campo de la nueva evangelización. El Tercer Milenio cristiano ha anunciado la hora de los laicos. Aunque desde los primeros días del Cristianismo haya habido muchos santos y evangelizadores entre laicos, entre reyes y reinas, personas casadas, viudas y viudos, entre jóvenes y ancianos, entre soldados, médicos, entre estudiantes y estadistas, la "plenitud de los tiempos" para los laicos ha comenzado ahora. El Espíritu Santo ha hecho madurar rápidamente el apostolado de los laicos, inspirando a muchos testigos laicos y alentando la creación de muchas asociaciones laicas, movimientos eclesiales y comunidades que sean de indispensable ayuda para los obispos, sacerdotes y religiosos, en un renovado impulso del Pentecostés para proclamar la Buena Nueva de Jesucristo. Hemos entrado en una época en la que, una vez más, institución y carisma deben convivir juntas en armonía: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos deben tabajar mano a mano de acuerdo con el carisma especial de cada uno para propagar el reino de Dios. El Papa Juan Pablo II lo llama espiritualidad de la comunión en su Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (n.45). Los obispos deben, por lo tanto, considerar a los laicos como compañeros en la misión de la evangelización en defensa de la vida de los no nacidos, los ancianos y los enfermos terminales, y como agentes útiles del diálogo ecuménico e interreligioso. También a través de los laicos, como de sus sacerdotes y religiosos, el obispo puede aprender lo que el Espíritu dice a su Iglesia. Los obispos deben cuidar especialmente la formación de los laicos, para que realmente puedan ser la sal de la tierra y la luz del mundo, siempre dispuestos a "dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1P 3:15). Los laicos, hombres y mujeres, tienen que ser preparados para ser unos defensores decididos de su fe, pero no para estar a la defensiva; deben conocer bien el contenido de la doctrina Cristiana y el ethos de su identidad católica.

Además de las tres imágenes presentadas en el Instrumentum laboris para ilustrar la figura del obispo como servidor-guía, es decir, el Buen Pastor, el pescador de hombres y Jesús lavando los pies a Sus apóstoles, hay todavía otra imagen que expresa su significado: Jesús subiendo a Jerusalén a lomos de un asno. Así como ese asno que simboliza humildad, docilidad y servicio, también el obispo tiene que elevar la luz de Jesús por encima de todo en su vida ya que ÉL (Jesús) guía a Su esperanzado pueblo hacia la Jerusalén Celestial.

[00150-04.02] [in124] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Ignacio GOGORZA IZAGUIRRE, S.C.I., Obispo de Ciudad del Este (Paraguay)

Importancia del testimonio de vida.

Los obispos se sienten identificados con el contenido general del documento "Instrumentum laboris". Presentan algunas características propias:

Santidad del Obispo.

El ejemplo del Buen Pastor nos invita a intentar vivir en la caridad corno signo de comunión. Es alimentada esta comunión mediante la participación frecuente en distintas reuniones y eventos. Comprobamos, sin embargo, limitaciones. La Palabra de Dios nos fortalece y nos ilumina en nuestro ministerio de profetas y anunciadores del mensaje de salvación. El pueblo de Dios en general espera y exige estos mensajes. Existe también cercanía con los religiosos. Cada dos años realizamos un encuentro en conjunto obispos y superiores mayores.

Promotores de la justicia y de la paz

Al contemplar en nuestras comunidades diocesanas rostros dolientes, sufridos, a causa de las injusticias, del desinterés por el bien común de parte de diversos sectores de la sociedad, procuramos ser promotores y defensores de la justicia a favor de los necesitados. Intentamos ser también constructores de la paz, haciéndonos puente de comunicación entre los distintos sectores de la sociedad.

Ministros de la esperanza.

Nos acercamos con sencillez para compartir con todos, sus alegrías y sus tristezas junto con su historia. Muchas veces somos su última esperanza ante tantos abusos y engaños que sufren constantemente.

Algunos problemas particulares.

Somos cuestionados por nuestras limitaciones, por incomprensión de la misión. Existe dicotomía entre fe y vida en muchos cristianos. Desean mayor protagonismo del episcopado en estos momentos de crisis política. Algunas organizaciones campesinas critican a la Iglesia por no acompañarles siempre en sus luchas .Se nota también un déficit de relacionamiento efectivo con las religiosas y los religiosos.

Propuestas.

Necesidad de la formación permanente de los obispos. Establecer bibliotecas diocesanas para los obispos y sacerdotes.

[00151-04.02] [in125] [Texto original: español]

S. Em. R. Card. Jânis PUJATS, Arzobispo de Riga y Presidente de la Conferencia Episcopal (Letonia)

El Instrumentum Laboris de este Sínodo es un Vademecum bien elaborado para los obispos. Pero concretamente, ¿qué es lo más esencial y necesario para la salvación de las almas? En las Sagradas Escrituras leemos que Nabucodonosor tuvo una visión: una estatua cuya cabeza era de oro, el tronco de plata, el vientre de hierro y los pies de barro. Y como los pies no eran fuertes, toda la estatua quedó en ruinas. Como testimonia la historia, no quedó convertida en ruinas sólo la estatua del rey Nabucodonosor, sino también unas y otras provincias de la Iglesia. El peligro está presente cuando el pueblo vive en el pecado.

Alguien ha dicho muy bien: "La Iglesia camina con los pies de sus párrocos". Los responsables de la salvación del pueblo son los pastores. Por lo tanto, el trabajo pastoral debe ser organizado correctamente. El orden se altera si los sacerdotes no escuchan las confesiones de los fieles y si el pueblo accede a la Comunión sin el sacramento de la Penitencia. ¡He aquí la actual estatua del rey de Babilonia!

Qué valioso don ha dado Cristo a su Iglesia: "Recibid el Espíritu Santo: porque a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados ..." este don (o talento) no es de nuestra propiedad personal, sino que nos ha sido dado para perdonar los pecados de los fieles. Por lo tanto, es un derecho de los fieles. De hecho, ello es necesario para la salvación. Sabemos por el Evangelio que aquél que escondió el talento de su amo fue juzgado como siervo indigno.

El Señor ha dado siete Sacramentos como valiosos talentos para la salvación del pueblo. El pueblo conoce la fe de la Iglesia, sobre todo a partir de lo que ve y oye en la vida litúrgica: de qué manera los sacerdotes, en el templo, sirven a Dios a través del pueblo. Le sirven con piedad, fe y amor. En particular, de qué manera los sacerdotes se comportan con respecto a la Santísima Eucaristía.

En los seminarios se debe, por lo tanto, restituir a su prístino resplandor la disciplina de la Liturgia Sagrada.

[00152-04.02] [IN126] [Texto original: latino]

AVISOS

TRABAJOS SINODALES

La Décima Congregación General tendrá lugar mañana por la mañana, 6 de octubre de 2001, para la Audición de los Oyentes I, la primera Audición para las intervenciones de los Auditores en el Aula sobre el tema sinodal.

BRIEFING PARA LOS GRUPPOS LINGÜÍSTICOS

El quinto briefing para los grupos lingüísticos tendrá lugar mañana, sábado 6 de octubre de 2001, a las 13:10 horas (en los lugares de los briefing y con los Responsables de Prensa indicados en el Boletín N. 2).

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para el permiso de acceso (muy restringido).

POOL PARA EL AULA DEL SÍNODO

El sexto "pool" para el Aula del Sínodo será formado para la oración de apertura de la Décima Primera Congregación General del lunes 8 de octubre de 2001 por la mañana.

En la Oficina de Información y Acreditación de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (entrando a la derecha) están a disposición de los redactores las listas de inscripción al pool.

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) y fotógrafos tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para la participación al pool para el Aula del Sínodo.

Se ruega a los participantes al pool que estén a las 8:30 horas en el Sector de Prensa montado en el exterior, frente a la entrada del Aula Pablo VI del Sínodo, acompañados por un oficial de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales.

BOLETÍN

El próximo Boletín N. 13, relativo a los trabajos de la Décima Congregación General de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de mañana por la mañana sábado 6 de octubre de 2001, estará a disposición de los Señores periodistas acreditados una vez concluida la Congregación.

 
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