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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

32 - 27.10.2001

RESUMEN

SOLEMNE CONCLUSIÓN DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIADEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

A las 10.30 horas de este mañana, sábado 27 de octubre de 2001, en la Basílica Patriarcal Vaticana, junto a la tumba del Apóstol Pedro, el Santo Padre Juan Pablo II ha presidido la Solemne Concelebración Eucarística con los Padres Sinodales, con ocasión de la conclusión de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se ha celebrado en el Aula del Sínodo en Vaticano desde el 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001, sobre el tema: El Obispo: Servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo.

Concelebraban con el Papa los Padres Sinodales y los colaboradores (55 Cardenales, 7 Patriarcas, 70 Arzobispos, 106 Obispos, 10 Presbíteros, 5 Oyentes y 15 Colaboradores).

Mientras el Santo Padre y los Concelebrantes se dirigían hacia el Altar, se entonaba el Canto de entrada Iubilate Deo.

En el transcurso del Sagrado Rito, después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre ha pronunciado la homilía en italiano que publicamos a continuación.

La Oración de los fieles ha sido realizada en Italiano, Polaco, Árabe, Alemán, Francés, Chino y Portugués.

La Santa Misa se ha concluido con la Bendición Apostólica y el canto de la Antífona mariana Sub Tuum Praesidium.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

1."Anunciaremos a los pueblos la salvación del Señor" (sal. resp.)

Estas palabras del Salmo responsorial expresan bien la actitud interior que nos aúna, venerables Hermanos, al término de la X Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos. La prolongada y profunda discusión sobre el tema del obispado ha renovado en cada uno de nosotros la apasionada conciencia de la misión que nos ha sido encomendada por el Señor Jesucristo. Con fervor apostólico, en nombre de todo el Colegio episcopal que aquí representamos, reunidos junto a la tumba del apóstol Pedro, queremos reiterar nuestra adhesión coral al mandato del Resucitado: "Anunciaremos a los pueblos la salvación del Señor".

Es casi una nueva partida, en la huella del Gran Jubileo del Dos Mil y al inicio del tercer milenio cristiano. Al clima jubilar nos ha conducido la primer Lectura, el oráculo mesiánico de Isaías repetido tantas veces durante el Año Santo. Es un anuncio cargado de esperanza para todos los pobres y los afligidos. Es la inauguración del "año de misericordia del Señor" (Is 61,2), que ha encontrado en el Jubileo su expresión fuerte, pero que trasciende cada calendario para extenderse allí donde llegue la presencia salvífica de Cristo y de su Espíritu.

Volviendo a escuchar hoy este anuncio, nos sentimos confirmados en la convicción expresada al término del Gran Jubileo: "la puerta viva que es Cristo" permanece abierta más que nunca de par en par para las generaciones del nuevo milenio (cf. Novo millenio ineunte, 59). Es Cristo, de hecho, la esperanza del mundo. Tarea de la Iglesia y, de manera particular, de los Apóstoles y de sus sucesores, es la de difundir su Evangelio hasta los confines de la tierra.

2.La exhortación del apóstol Pedro a los "ancianos", escuchada en la segunda Lectura, como también la pericope evangélica, proclamada ahora, utilizan la simbología del pastor y de la grey, presentando el ministerio de Cristo y de los Apóstoles en clave "pastoral". "Apacentad la grey de Dios que os está encomendada" escribe san Pedro, testigo del mandato que él mismo había recibido de Cristo: "Apacienta mis corderos ... Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 15.16.17). Y, aún más significativa, es la autorevelación del Hijo de Dios: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10, 11), con la connotación sacrifical: "Doy la vida por las ovejas" (cf. Jn 10, 15)

Por esto Pedro se define "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse" (1 P 5, 1). El Pastor es, en la Iglesia, ante todo, portador de este testimonio pascual y escatológico, que encuentra su culminación en la celebración de la Eucaristía, memorial de la muerte del Señor y preanuncio de su retorno glorioso. La celebración de la Eucaristía es, por lo tanto, la acción pastoral por excelencia: el "Haced esto en memoria mía" comporta, no sólo la repetición ritual de la Cena, sino también, como consecuencia, la disponibilidad a ofrecerse a sí mismos por la grey, en el ejemplo de cuanto ha hecho Él durante su vida y, sobre todo, en su muerte.

3.La imagen del Buen Pastor ha sido evocada muchas veces durante estas semanas en las intervenciones en el Aula sinodal. Efectivamente, ella es el "icono" que ha inspirado a lo largo de los siglos a muchos santos Obispos y que, mejor que ninguno, describe las tareas y el estilo de vida de los sucesores de los Apóstoles. Desde esta perspectiva, no se puede dejar de observar como la Asamblea sinodal, que hoy concluimos, se conecta idealmente a todo el magisterio que la Iglesia nos ha dejado en el curso de su historia. Baste pensar, por ejemplo, en el Concilio de Trento, del cual nos separan alrededor de cuatro siglos y medio. Entre las razones por las cuales ese Concilio ha tenido un enorme influjo innovador en el camino del Pueblo de Dios, seguramente está la reiterada propuesta de la cura animarum como primera y principal tarea de los Obispos, comprometidos en residir de manera estable con su grey y en formarse como colaboradores válidos en el ministerio pastoral mediante la institución de los seminarios.

Cuatrocientos años más tarde, el Concilio Vaticano II ha retomado y desarrollado la lección del Tridentino, abriéndola a los horizontes de la nueva evangelización. En el alba del tercer milenio, la figura ideal del Obispo sobre quien la Iglesia sigue contando es la del Pastor, que configurado en Cristo en la santidad de la vida, se dona generosamente por la Iglesia que se le ha encomendado, llevando contemporáneamente en el corazón la solicitud hacia todas las Iglesias esparcidas sobre tierra (cf. 2 Cor 11, 28).

4.El Obispo, buen Pastor, encuentra luz y fuerza para su ministerio en la Palabra de Dios, interpretada en la comunión de la Iglesia y anunciada con fidelidad valiente "a tiempo y a destiempo" (2 Tim 4, 2). Maestro de la fe, el Obispo promueve todo aquello que hay de bueno y positivo en la grey que se le ha confiado, sostiene y guía a quienes son débiles en la fe (cf. Rom 14, 1), interviene para desenmascarar las falsificaciones y para combatir los abusos.

Es importante que el Obispo tenga conciencia de los desafíos que hoy la fe en Cristo encuentra a causa de una mentalidad basada en criterios humanos que, a veces, relativizan la ley y el designio de Dios. Sobre todo, él debe tener el coraje de anunciar y defender la sana doctrina, aún cuando esto conlleve sufrimientos. El Obispo, de hecho, en comunión con el Colegio apostólico y con el Sucesor de Pedro, tiene el deber de proteger a los fieles de toda clase de insidias, mostrando en un retorno sincero al Evangelio de Cristo la solución verdadera para los complejos problemas que pesan sobre la humanidad. El servicio que los Obispos están llamados a prestar a su grey será fuente de esperanza en la medida en que reflejará una eclesiología de comunión y de misión. En los encuentros sinodales de estos días, ha sido subrayada varias veces la necesidad de una espiritualidad de comunión. Citando el Instrumentum laboris, ha sido repetido que "la fuerza de la Iglesia está en la comunión, su debilidad está en la división y en la contraposición" (N. 63).

Sólo si será perceptible claramente una profunda y convencida unidad de los Pastores entre ellos y con el Sucesor de Pedro, como también de los Obispos con sus sacerdotes, podrá darse una respuesta creíble a los desafíos que provienen del actual contexto social y cultural. A este respecto, queridísimos Hermanos Miembros de la Asamblea sinodal, deseo expresaros mi grato aprecio por el testimonio que habéis dado en estos días de jubilosa comunión en la solicitud por la humanidad de nuestro tiempo.

5.Quisiera rogaros que llevéis mi saludo a vuestros fieles y, en especial modo, a vuestros sacerdotes, a los cuales no dejareis de prestar una especial atención, estableciendo con cada uno de ellos una relación directa, confiada y cordial. Sé además que ya os esforzáis por hacerlo, convencidos como estáis de que una diócesis funciona bien sólo si su clero está unido jubilosamente, en fraterna caridad, alrededor de su Obispo.

Os pido también que saludéis a los Obispos eméritos, llevándoles la expresión de mi reconocimiento por el trabajo desarrollado al servicio de los fieles. He querido una representación de ellos en esta Asamblea sinodal, para reflexionar también sobre este argumento, que es nuevo en la Iglesia, pues ha nacido de un voto del Concilio Vaticano II, para el bien de las Iglesias particulares. Confío en que cada Conferencia episcopal estudie cómo valorizar a los Obispos eméritos que aún gozan de buena salud y energías, confiándoles algún servicio eclesial y, sobre todo, el estudio de los problemas sobre los cuales tienen experiencia y competencia, llamando a quien está disponible a formar parte de una u otra Comisión episcopal, al lado de los Hermanos más jóvenes, para que se sientan siempre como miembros vivos del Colegio episcopal.

Quisiera enviar un saludo particular también a los Obispos de China continental, cuya ausencia en el Sínodo no nos ha impedido advertir su espiritual cercanía en el recuerdo y en la oración.

6."Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se marchita" (1 P 5, 4). Como conclusión de esta primera Asamblea sinodal del tercer milenio, me agrada recordar los quince obispos canonizados durante el siglo veinte: Alejandro María Sauli, Obispo de Pavía; Roberto Bellarmino, Cardenal, Obispo de Capua, doctor de la Iglesia; Alberto Magno, Obispo de Ratisbona, doctor de la Iglesia; Juan Fisher, Obispo de Rochester, mártir; Antonio María Claret, Arzobispo de Santiago de Cuba; Vicente María Strambi, Obispo de Macerata y Tolentino; Antonio María Gianelli, Obispo de Bobbio; Gregorio Barbarigo, Obispo de Padua; Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia; Oliverio Plunkett, Arzobispo de Armagh, mártir; Justino De Jacobis, Obispo de Nilopoli y Vicario Apostólico de Abisinia; Juan Nepomucemo Neumann, Obispo de Filadelfia; Jerónimo Hermosilla, Valentín Berrio-Ochoa y otros seis Obispos, mártires en Vietnam; Ezequiel Moreno y Díaz, Obispo de Pasto (Colombia); Carlos José Eugenio de Mazenod, Obispo de Marsella. Dentro de menos de un mes, además, tendré la alegría de proclamar santo a José Marello, Obispo de Acqui.

De este selecto círculo de santos Pastores, que se podría alargar a la gran multitud de Obispos beatificados, surge, como en un mosaico, el rostro de Cristo Buen Pastor y Misionero del Padre. Sobre este icono viviente fijamos la mirada, en el inicio de la nueva época que la Providencia nos abre por delante, para ser, cada vez con más empeño, servidores del Evangelio, esperanza del mundo.

Nos asista siempre en nuestro ministerio la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles. En todo tiempo, Ella resplandece en el horizonte de la Iglesia y del mundo, como signo de consolación y de esperanza segura.

[00344-04.04] [NNNNN] [Texto original: italiano]

COMIDA FRATERNA CON EL SANTO PADRE

Después de la Solemne Concelebración Eucarística de clausura de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Juan Pablo II ha invitado a una comida fraterna a los Participantes en la Casa de Santa Marta, en señal de común regocijo como conclusión de las intensas jornadas de trabajo colegial.

 
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