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Extracto del

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS
DE ATLANTA Y MIAMI (EE UU) EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 2 de abril de 2004

Queridos hermanos en el episcopado:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ef 1, 2). Al comienzo de esta serie de visitas ad limina Apostolorum de los obispos de Estados Unidos, os doy una cordial bienvenida a vosotros, mis hermanos en el episcopado de las provincias eclesiásticas de Atlanta y Miami, así como del Ordinariato militar.

De hecho, vuestra visita a la tumba de san Pedro y a la casa de su Sucesor es una peregrinación espiritual al centro de la Iglesia. Ojalá que sea para vosotros una invitación a un encuentro más intenso con Jesucristo, una pausa de reflexión y de discernimiento a la luz de la fe, y un impulso para un nuevo vigor en la misión. Espero que esta serie de visitas ad limina dé también como fruto particular un aprecio más profundo del misterio de la Iglesia en toda su riqueza y un amplio discernimiento de los desafíos pastorales que afrontan los obispos de Estados Unidos en el alba del nuevo milenio.

Nuestros encuentros tienen lugar en un momento difícil de la historia de la Iglesia en Estados Unidos. Muchos de vosotros ya me habéis hablado del dolor causado por el escándalo de los abusos sexuales en los últimos dos años y de la urgente necesidad de reconstruir la confianza y promover la reconciliación entre los obispos, los sacerdotes y los laicos de vuestro país. Confío en que la buena voluntad que habéis mostrado al reconocer y afrontar los errores y las faltas del pasado, tratando al mismo tiempo de aprender de ellos, contribuirá en gran medida a esta obra de reconciliación y renovación. Este tiempo de purificación, con la gracia de Dios, llevará a "un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo y a una Iglesia más santa" (Discurso a los cardenales y obispos de Estados Unidos, 23 de abril de 2002, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de abril de 2002, p. 9), una Iglesia cada vez más convencida de la verdad del mensaje cristiano, de la fuerza redentora de la cruz de Cristo y de la necesidad de unidad, fidelidad y convicción al dar testimonio del Evangelio ante el mundo


Extracto del

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA REGIÓN ECLESIÁSTICA DE PENSILVANIA
Y NUEVA JERSEY (EE UU) EN VISITA "AD LIMINA" 

Sábado 11 de septiembre de 2004

Durante nuestros encuentros, muchos habéis expresado vuestra preocupación por la crisis de confianza en los responsables de la Iglesia, provocada por los recientes escándalos relacionados con abusos sexuales, por la exigencia generalizada de fiabilidad en el gobierno de la Iglesia en todos los niveles, y por las relaciones entre los obispos, el clero y los fieles laicos. Estoy convencido de que hoy, como en cualquier otro momento crítico de su historia, la Iglesia encontrará los recursos para una auténtica renovación de sí misma en la sabiduría, el discernimiento y el celo de obispos excepcionales por su santidad. Reformadores santos como Gregorio Magno, Carlos Borromeo y Pío X comprendieron que la Iglesia sólo se "re-forma" auténticamente cuando vuelve a sus orígenes con una asimilación consciente de la Tradición apostólica y una revaloración purificadora de sus instituciones a la luz del Evangelio. En las actuales circunstancias de la Iglesia en Estados Unidos, esto supondrá un discernimiento espiritual y una crítica de ciertos estilos de gobierno que, aun con una legítima preocupación por una buena "administración" y una supervisión responsable, pueden correr el riesgo de alejar al pastor de los miembros de su grey y ofuscar su imagen como su padre y hermano en Cristo.

3. A este respecto, el Sínodo de los obispos  reconoció la necesidad que tiene actualmente todo obispo de cultivar "un estilo pastoral cada vez más abierto a la colaboración de todos" (Pastores gregis, 44), fundado en una clara comprensión de la relación entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los bautizados (cf. Lumen gentium, 10). Aunque el obispo mismo sigue siendo responsable de las decisiones autorizadas que está llamado a tomar en el ejercicio de su gobierno pastoral, la comunión eclesial "supone también la participación de todas las categorías de fieles, en cuanto corresponsables del bien de la Iglesia particular, de la cual ellos mismos forman parte" (Pastores gregis, 44). Dentro de una correcta eclesiología de comunión, el esfuerzo por crear mejores estructuras de participación, consulta y responsabilidad común no debe ser mal entendido como una concesión a un modelo secular y "democrático" de gobierno, sino como un requisito intrínseco del ejercicio de la autoridad episcopal y un instrumento necesario para fortalecer esta autoridad.

Extracto de

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS
DE BOSTON Y HARTFORD (EE UU) EN VISITA "AD LIMINA" 

Jueves 2 de septiembre de 2004

5. En diversas ocasiones, durante estos encuentros, os he expresado mi admiración por la notable contribución que la comunidad católica de Estados Unidos ha dado a la difusión del Evangelio, a la solicitud por los pobres, los enfermos y las personas necesitadas, y a la defensa de los valores humanos y cristianos fundamentales. Hoy deseo alentaros a vosotros y, a través de vosotros, a todos los católicos de Estados Unidos a seguir dando testimonio fiel de la verdad de Cristo y de la fuerza de su gracia para inspirar sabiduría, reconciliar las diferencias, sanar las heridas y abrir un futuro de esperanza. La Iglesia en vuestro país se ha visto probada por los acontecimientos de los dos últimos años, y con razón se han realizado muchos esfuerzos para comprender y afrontar las cuestiones del abuso sexual que han ensombrecido su vida y su ministerio. Mientras seguís afrontando los importantes desafíos espirituales y materiales que vuestras Iglesias locales están experimentando a este respecto, os pido que animéis a todos los fieles -sacerdotes, religiosos y laicos- a perseverar en su testimonio público de fe y esperanza, para que la luz de Cristo, que jamás puede extinguirse (cf. Jn 1, 5), siga brillando en la vida y en el ministerio de la Iglesia, y a través de ellos.

De modo particular, os pido que apoyéis firmemente a vuestros hermanos sacerdotes, muchos de los cuales han sufrido profundamente a causa de las debilidades, a las que se ha dado mucha publicidad, de algunos ministros de la Iglesia. También quisiera pediros que transmitáis mi gratitud personal por el servicio generoso y desinteresado que caracteriza la vida de tantos sacerdotes norteamericanos, así como mi profundo aprecio por sus esfuerzos diarios para ser modelos de santidad y de caridad pastoral en las comunidades cristianas confiadas a su cuidado.

En verdad, la renovación de la Iglesia está relacionada con la renovación del sacerdocio (cf. Optatam totius, 1). Por esta razón, os pido que hagáis todo lo posible por estar presentes como padres y hermanos entre vuestros sacerdotes, por mostrar sincera gratitud por su ministerio, por uniros frecuentemente a ellos en la oración y por estimularlos en la fidelidad a su noble vocación de hombres consagrados totalmente al servicio del Señor y de su Iglesia. En una palabra, ¡decidles a vuestros sacerdotes que yo los llevo en mi corazón!

 

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