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El escándalo de los abusos sexuales de menores

El rigor de Benedicto XVI contra la suciedad en la Iglesia

por Giuseppe Versaldi*

Conviene hacer algunas precisiones acerca de los abusos sexuales de menores perpetrados en el pasado por miembros del clero católico y que ahora, especialmente en algunos países, están saliendo a la luz con gran evidencia en muchos medios de comunicación. Ante todo, es preciso confirmar la condena sin reservas de estos gravísimos delitos que repugnan a la conciencia de cualquier persona. Si, además, estos delitos son cometidos por personas que desempeñan un papel en la Iglesia —personas en las que los fieles y particularmente los niños ponen una confianza especial—, el escándalo es todavía más grave y execrable. Justamente la Iglesia no quiere tolerar ninguna incertidumbre sobre la condena del delito y el alejamiento del ministerio de quien consta que se ha manchado con tan gran infamia, acompañado de la justa compensación para las víctimas.

Sin embargo, una vez reafirmada esta posición, es preciso subrayar que existe un ensañamiento contra la Iglesia católica, casi como si fuera la institución en la que tienen lugar con más frecuencia este tipo de abusos. Por amor a la verdad es necesario decir que en América del norte, donde se han registrado la mayoría de casos, el número de sacerdotes culpables de estos abusos es muy reducido; y en Europa es todavía menor. Aunque esto redimensiona cuantitativamente el fenómeno, no atenúa de ningún modo su condena ni la lucha por extirparlo, pues el sacerdocio exige que accedan a él sólo personas humana y espiritualmente maduras. Incluso un solo caso de abuso por parte de un sacerdote sería inaceptable.

Sin embargo, no se puede menos de hacer notar que la imagen negativa atribuida a la Iglesia católica a causa de estos delitos es exagerada. También hay quien imputa al celibato de los sacerdotes católicos la causa de los comportamientos desviados, cuando en cambio está probado que no existe ningún nexo de causalidad:  ante todo, porque es bien sabido que los abusos sexuales de menores están más generalizados entre los laicos y los casados que entre el clero célibe; en segundo lugar, los datos de las investigaciones ponen de relieve que los sacerdotes culpables de abusos ya no observaban el celibato.

Pero es mucho más importante subrayar que la Iglesia católica —pese a la imagen deformada con la que se la quiere representar— es la institución que ha decidido librar la batalla más clara contra los abusos sexuales en perjuicio de los menores, comenzando desde dentro. Y aquí es preciso reconocer que Benedicto xvi ha dado un impulso decisivo a esta lucha, también gracias a su experiencia de más de veinte años como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. En efecto, no hay que olvidar que precisamente desde ese observatorio el cardenal Ratzinger tuvo la posibilidad de seguir los casos de abusos sexuales que se denunciaban y favoreció una reforma, también legislativa, más rigurosa en esa materia.

Ahora, como Pastor supremo de la Iglesia, el Papa mantiene también en este campo —aunque no sólo— un estilo de gobierno que busca la purificación de la Iglesia, eliminando la "suciedad" que anida en ella. Benedicto XVI, por tanto, demuestra que es un pastor que vigila su rebaño, en contra de la imagen falseada de un estudioso dedicado solamente a escribir libros, que delegaría en otros el gobierno de la Iglesia, según un estereotipo que algunos, lamentablemente incluso dentro de la jerarquía católica, querrían acreditar. Precisamente gracias al mayor rigor del Papa, varias Conferencias episcopales están intentando aclarar casos de abusos sexuales, colaborando a su vez con las autoridades civiles para hacer justicia a las víctimas.

Por consiguiente, es paradójico que se represente a la Iglesia como si fuera la responsable de los abusos de menores; y es una falta de generosidad no reconocerle, y especialmente a Benedicto xvi, el mérito de una batalla abierta y decidida contra los delitos cometidos por sus sacerdotes. Y se añade otra paradoja:  cuando la Iglesia sabiamente establece normas más severas para prevenir el acceso al sacerdocio de personas inmaduras en el campo sexual, en general los mismos que la acusan de ser la principal responsable de los abusos de menores la atacan y la critican. En cambio, en la Iglesia —y no sólo— la línea rigurosa y clara que ha asumido la Santa Sede se debe percibir como destinada a garantizar la verdad, la justicia y la caridad con todos.

*Obispo de Alessandria (Italia)
Catedrático emérito de derecho canónico y psicología en la Pontificia Universidad Gregoriana

 

El rigor de Benedicto XVI contra la suciedad en la Iglesia: artículo de mons. Giuseppe Versaldi, Obispo de Alessandria (Italia), canonista, en L'Osservatore Romano, n. 12, Edición en lengua española del 21 de marzo de 2010

 

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