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CONSISTORIO EXTRAORDINARIO
(AULA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, 21-23 DE MAYO DE 2001)


MENSAJE FINAL DE LOS CARDENALES REUNIDOS
EN CONSISTORIO

 

1. Al final del consistorio, los cardenales, que hemos venido de todas partes del mundo, reafirmamos nuestra profunda comunión de fe y amor con el Santo Padre, Sucesor de Pedro.
Le expresamos nuestra cordial gratitud porque, así como ya nos convocó en consistorio para la preparación del gran jubileo del año 2000, de la misma manera ahora, en este nuevo consistorio, nos ha llamado a reflexionar sobre la actuación espiritual y pastoral de la gracia jubilar, profundizando en las líneas programáticas presentes en la valiosa carta apostólica Novo millennio ineunte.

2. Con toda la Iglesia damos gracias al Señor, dador de todo don, por el río de gracias que con el Año santo se ha derramado sobre el pueblo de Dios y sobre la humanidad entera.

3. Estamos convencidos de que la gran herencia que el jubileo nos brinda como don y responsabilidad es renovar, con íntima convicción y creciente confianza, nuestra confesión de fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado, único y universal Salvador del mundo.

Por esto, acogemos con alegría y volvemos a proponer a todos la consigna de seguir teniendo fija la mirada en Cristo y contemplar su rostro a través de la familiaridad con la palabra de Dios, la oración asidua y la comunión personal con él, la participación en la Eucaristía sobre todo en el día del Señor, la acogida de la misericordia del Padre en el sacramento de la reconciliación, con un compromiso valiente de caminar hacia la unidad, sentido y destino de todo hombre, y manantial y fuerza de la actividad pastoral de la Iglesia. Así la experiencia jubilar podrá animar y orientar la vida de los creyentes, aceptando la primacía absoluta de la gracia.

4. La contemplación orante de Cristo, al mismo tiempo que lleva a la comunión de amor con él, alimenta la misión evangelizadora de la Iglesia. Frente a la gran necesidad que todo hombre tiene de Cristo, nos sentimos llamados con urgencia no sólo a "hablar" de él, sino también a hacerlo "ver":  con el anuncio de la Palabra que salva y con el audaz testimonio de fe, en un renovado impulso misionero.

5. La comunión, la unidad de los discípulos, por la que Cristo oró, es condición, fuerza y fruto de la misión evangelizadora.

En un mundo profundamente marcado por laceraciones y conflictos, y en una Iglesia herida por las divisiones, sentimos más fuerte el deber de cultivar la espiritualidad de la comunión:  tanto en el interior de las comunidades cristianas como prosiguiendo con caridad, verdad y confianza el camino ecuménico y el diálogo interreligioso, secundando el ejemplar impulso que ha dado el Santo Padre.

6. La comunión estimula a la Iglesia a ser solidaria con la humanidad, especialmente en el actual contexto de la globalización, con la multitud creciente de pobres, de personas que sufren, de hombres y mujeres a quienes se pisotea en sus sagrados derechos a la vida, a la salud, al trabajo, a la cultura, a la participación social y a la libertad religiosa.

A los pueblos que sufren a causa de tensiones y guerras les renovamos nuestro compromiso de trabajar por la justicia, la solidaridad y la paz. Pensamos particularmente en África, donde numerosas poblaciones se hallan probadas por conflictos étnicos, por una pobreza persistente o por graves enfermedades. A África vaya la solidaridad de toda la Iglesia.

Juntamente con el Santo Padre, dirigimos un apremiante llamamiento a todos los cristianos para que intensifiquen su oración por la paz en Tierra Santa y pedimos a los responsables de las naciones que ayuden a israelíes y palestinos a convivir pacíficamente. En la tierra de Jesús la situación se ha agravado recientemente y ya se ha derramado demasiada sangre. En unión con el Santo Padre, suplicamos a las partes implicadas que lleguen cuanto antes a un "cese el fuego" y reanuden el diálogo en un plano de igualdad y respeto mutuo.

7. Frente a los numerosos, graves y nuevos desafíos que la Iglesia encuentra en el actual cambio histórico de época, la experiencia de fe vivida con el jubileo nos lleva a no tener miedo, sino a remar mar adentro, poniendo nuestra esperanza en Cristo y confiando en la intercesión materna de María santísima.

Mientras acompañamos con la oración al Santo Padre en su próxima peregrinación a Ucrania, deseamos confirmar nuestra fraterna comunión con todas las Iglesias de Oriente.

Ciudad del Vaticano, 24 de mayo de 2001, solemnidad de la Ascensión del Señor.

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