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MENSAJE DE LA PRESIDENCIA
1. "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Pocas veces se han escuchado palabras tan solemnes y apremiantes. Ellas contienen el mandato misionero lanzado por el Señor Jesús a sus discípulos antes de partir al Padre, coronando así su obra salvadora en el mundo. Se trata -según expresión de Juan Pablo II- de la proclama solemne de la evangelización" (Discurso inaugural de la Conferencia de Santo Domingo, 2). En efecto, Jesucristo confió a la Iglesia naciente y encomienda a la Iglesia de todos los tiempos la tarea de llevar la buena noticia hasta los confines de la tierra. "Evangelizar -dice el recordado siervo de Dios Pablo VI- constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa" (Evangelii nuntiandi, 14). 2. Para llevar a cumplimiento esa misión apostólica, la Iglesia necesita evangelizadores. 3. Hay que tener presente, sin embargo, que son los sacerdotes a quienes, por especial vocación y naturaleza, corresponde realizar esa misión en nombre de Cristo, como educadores del pueblo de Dios en la fe, predicadores, ministros de la Eucaristía y de los sacramentos. Por eso, hablando de la evangelización, Pablo VI enseña que anunciar el Evangelio de Dios constituye la singularidad del servicio sacerdotal, ya que, en cuanto pastores, los sacerdotes han sido escogidos para proclamar con autoridad la palabra de Dios, para alimentar al pueblo de Dios con la Eucaristía y con los demás signos de la acción de Cristo que son los sacramentos, para mantenerlo en esa unidad de la que los sacerdotes son instrumentos activos y vivos, para animar sin cesar a esa comunidad reunida en torno a Cristo (cf. Evangelii nuntiandi, 68). 4. La "proclama de la evangelización" hecha por Jesús va acompañada con la promesa de la presencia permanente del Señor en medio de los suyos: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Este es un elemento fundamental: Jesús está con nosotros, nos acompaña siempre en la tarea de la evangelización, dado que él es el "primer y supremo evangelizador" (Juan Pablo II, Ecclesia in America, 67). Se trata de una promesa que nos llena de esperanza, consuelo, fortaleza y seguridad, de forma que en ella se inserta admirablemente el sugestivo lema escogido este año por los obispos españoles para el "Día de Hispanoamérica", que se celebra el domingo 2 de marzo en todas las diócesis de España: "Colabora con América en el relevo misionero". Este relevo es posible porque el Señor, con su presencia viva en la Iglesia, suscita continuamente nuevas y generosas vocaciones. Si bien el mismo Señor Jesús quiere que las pidamos en nuestras plegarias: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-38). Precisamente Juan Pablo II ha señalado como prioridad en América Latina "el fomento y cuidado de las vocaciones", ya que ese continente "necesita aún muchos más sacerdotes" (Discurso a la Pontificia Comisión para América Latina, 23 de marzo de 2001). 5. España siempre ha estado generosamente abierta a las necesidades de los pueblos hermanos de Hispanoamérica. El intercambio entre las Iglesias, por medio de una reciprocidad real que las prepare a dar y a recibir, es también fuente de enriquecimiento para todas y abarca varios sectores de la vida eclesial. Es de esperar que España siga ayudando cada vez más a esas Iglesias hermanas con la oración, con la limosna y, sobre todo, con el envío de sacerdotes, religiosos y religiosas que colaboren en la nueva evangelización de América. Así, con vuestra solidaridad afectiva y efectiva, vosotros, católicos de España, fieles a vuestra secular tradición, continuaréis prestando una eficaz ayuda a vuestros hermanos de Iberoamérica, continuando de este modo la gran epopeya evangelizadora comenzada hace algo más de 500 años. Vaticano, 6 de enero de 2003, solemnidad de la Epifanía del Señor Cardenal Giovanni BATTISTA RE
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