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Lunes 15.05 - Laudes

HOMILÍA DEL EMO. CARD. CAMILLO RUINI VICARIO GENERAL DEL SANTO PADRE PARA LA DIÓCESIS DE ROMA

 

Sacerdotes queridos, es para mí una alegría verdadera celebrar hoy con vosotros este oficio de Laudes, aquí en la Basílica de San Juan de Letrán, Catedral del Papa, en el marco del Jubileo de los sacerdotes.

La lectura de Jeremías 31,33 contiene la profecía de la nueva alianza, escrita en nuestros corazones, esa alianza que fue realizada y sellada durante la última cena y en la cruz del Señor Jesús. De este modo nos hallamos de inmediato en el centro del misterio del nuevo pueblo de Dios, y en ello, de nuestro sacerdocio, depositario del Antiguo Testamento. Recordemos la palabra que Jesús resucitado les dirige a los Once: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros" (Jn 20, 21); y anteriormente Jesús había dicho: "El que recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que recibe a mí, recibe al que me envió" (Mt 10,40).

De aquí procede esa naturaleza "relacional" de nuestra identidad de sacerdotes, de la que habla la Exhortación "Pastores dabo vobis" (N. 12). La relación primera y originaria evidentemente es la de nuestro sacerdocio a Cristo, y por Cristo al Padre, en el don del Espíritu Santo. Como cifra la Exhortación Apostólica, "la referencia a Cristo es la llave absolutamente necesaria para comprender las realidades sacerdotales". De esto proceden de inmediato algunos criterios básicos de orientación para nuestra vida y espiritualidad de sacerdotes, como el desapego de nosotros mismos y la gratuidad de nuestro servicio: sólo de esta forma podemos adecuarnos concretamente a Cristo y el misterio de la Santísima Trinidad.

La naturaleza relacional de nuestro sacerdocio se extiende sin embargo de Cristo y el Padre a toda la realidad de la Iglesia. Escuchemos una vez más la "Pastores dabo vobis" (N.16): "La referencia a la Iglesia está inscripta en la misma y única referencia del sacerdote a Cristo, en el sentido que es la representación sacramental de Cristo quien funda y anima la referencia del sacerdote de la Iglesia". Por lo tanto, esta relación con la Iglesia se desarrolla según la dinámica típicamente cristológica del buen pastor, que entrega su vida por sus ovejas (Jn 10,11), del jefe que, como tal, es servidor, porque ha venido para servir y no para ser servido (Mt 20,28), del esposo que ama a la Iglesia su esposa y se entrega a sí mismo por ella (Ef 5,25-27).

Precisamente en virtud de esta naturaleza relacional de nuestro sacerdocio no tenemos más remedios que ser hombres de comunión, y nuestro mismo sacerdocio tiene, con las palabras de la "Pastores dabo vobis" (N. 17), una "forma comunitaria" radical. En concreto, cada uno de nosotros está al servicio de una Iglesia particular en la comunión de la Iglesia universal. Aún más: el Concilio ya había destacado, en el Decreto "Presbyterorum ordinis" (N. 10), cómo el "don espiritual que recibieron los presbíteros en su ordenación no les prepara para una misión limitada, sino para una misión de salvación amplísima y universal hasta los confines últimos de la tierra, ya que cualquier ministerio sacerdotal participa en la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles": estas palabras, hoy en día, tienen una actualidad extraordinaria, si realmente queremos servir las necesidades apostólicas de la Iglesia; este Jubileo, con su alcance universal, les ayuda a los sacerdotes, y a los Obispos en especial, para que tomemos en serio estas exigencias, al tomar nuestras decisiones pastorales y existenciales.

A fin de ser verdaderamente hombres de comunión, es preciso alimentar y fomentar de forma permanente, y en primer lugar a partir de nuestra vida interior, esa espiritualidad de comunión, y, quisiera añadir, esa mística de la comunión que ya al principio de la primera carta de San Juan (1,3) encontró su expresión más feliz:

"Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo".

Pidamos al Señor que la gracia de este Jubileo de los sacerdotes sea para nosotros especialmente la gracia de comunión, en ese sentido pleno, trascendente y a la vez fraternal que se indica en este texto de San Juan.

Para quienes que, como nosotros, recibieron el don del sacerdocio ministerial, la comunión asume el rostro específico de la caridad pastoral: "Sit amoris officium pascere dominicum gregem", sea tarea y deber pastar el rebaño del Señor (en Iohannis Evangelium Tractatus 123,5). El Santo Padre nos dio un comentario muy sugerente de estas palabras de S. Agustín, diciendo que el "sacerdote que recibe la vocación al ministerio es capaz de hacer de eso una elección de amor, por lo que la Iglesia y las almas se vuelven en su interés primordial, y con esta espiritualidad concreta, llega a ser capaz de amar a la Iglesia universal y aquella parte de ella que le corresponde, con todo el amor de un esposo hacia su esposa" (Discurso a los sacerdotes del 4 de noviembre de 1980).

Por cierto, la caridad pastoral encuentra su mejor alimento y su más llena expresión en la Eucaristía. Nuestra Misa diaria es entonces el secreto de nuestra capacidad de servir sin cansarnos, de amar y perdonar. Las palabras pronunciadas por el Papa el 27 de octubre de 1995, en el Simposio promovido por la Congregación para el Clero en el trigésimo aniversario del Decreto "Presbyterorum ordinis", "la Santa Misa es el centro absoluto de mi vida y de todos mis días", sean también para cada uno de nosotros, Obispos y presbíteros, la verdad que día tras día se vuelve en el centro de nuestra vida.

La pastoral de las vocaciones al ministerio sacerdotal, para ser realmente fecunda y eficaz, en primer lugar necesita presbíteros y Obispos que vivan así, y que encontrando el sentido y la alegría de su propia vida en el misterio de su vocación y elección, sepan comunicar y difundir espontánea y naturalmente esta misma alegría y atraer así a otros hermanos, jóvenes y adultos, hacia el sacerdocio. Quisiera dedicar este oficio nuestro de las Laudes especialmente a la oración por las vocaciones, porque el sacerdote que ama a la Iglesia y se entrega a sí mismo por ella no tiene más remedio que cuidar del futuro de la Iglesia misma, un futuro en el que el sacerdocio ministerial quedará, como siempre ha sido, el elemento constitucional del ser y de la misión de la Iglesia. Que María Santísima, nuestra madre, dé fuerza a esta oración nuestra.

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