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Lunes 15 de mayo - Celebración de las vísperas

HOMILÍA DE S. EXC. MONS. CSABA TERNYÁK SECRETARIO DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

 

Queridos hermanos en el presbiterado,

 

Con el profeta Isaías podemos repetir esta tarde, con profunda alegría y vigorosa esperanza, que "como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar" (Is 55, 10), así será con la Palabra divina que hemos acogido, no sólo escuchado sino también pronunciado y cantado; ella no regresará a Dios sin efecto, sin haber operado en nosotros aquello que desea y sin haber cumplido aquello por lo cual fue enviada (cf. Is 55,11): nuestra conversión y reconciliación con Él.

Cada fiel cristiano, cada hijo de la Iglesia debería sentirse llamado por la común y urgente responsabilidad de una más profunda y sincera metanoia, que es adhesión a la vida nueva que nos ofrece Cristo con plenitud, pero de modo particular a nosotros, sacerdotes elegidos, consagrados y enviados para hacer emerger la contemporaneidad de Cristo, del cual nos convertimos en auténticos representantes y mensajeros (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular El Presbítero, maestro de la Palabra, ministro de los Sacramentos y guía de la Comunidad en vista del tercer milenio cristiano, Introducción).

Peregrinos con María, en espíritu de penitencia, en nuestro Jubileo sacerdotal en este año de gracia del Señor (cf. Lc 4,18-19), y próximos al lugar del martirio de Pedro, Príncipe de los Apóstoles y fundamento de la Iglesia (Mt 16,18), del lugar de su Confessio, máxima prueba de amor y de fidelidad a Cristo, invocamos las bendiciones y consolaciones de su Hijo con las palabras del Rezo de las Vísperas que en seguida repetiremos: "Rex amantissime, miserére" (Ad Vespras, Preces).

Nos inclinamos con humilde confianza de frente al gran misterio del amor del Corazón del Redentor y queremos rendirle gracias, honor y gloria.

¡Eh aquí el Corazón divino, signo elocuente de su invisible amor y fuente inagotable de una verdadera paz!

La paz traída sobre la tierra por Cristo es don de un Dios que ama, que ha amado al hombre en el corazón del unigénito Hijo. "Él es nuestra paz" (Fil 2,14) exclama el Apóstol. Sí, Jesús es la paz y nuestra reconciliación. Fue Él quien anuló la inamistad, nacida después del pecado del hombre y reconcilió con el Padre a todos los hombres, mediante la muerte en Cruz. En el Gólgota, donde el corazón de Jesús fue atravesado por la lanza, el Verbo encarnado nos manifestó el total dono de sí, sublime Epifanía de aquel amor oblatIvo y salvador con el cual Él "nos amó hasta el extremo" (Jn 13,1), constituyendo el fundamento de la amistad divina con los hombres. Las palabras del Apóstol de las gentes, que hemos escuchado recién en la Lectio brevis, lo sintetizan admirablemente: "Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo" (Ef 2,4-5).

Venerados hermanos en el Sacerdocio, sabemos muy bien que la Iglesia vive sin cesar del Evangelio de la caridad y de la paz: lo anuncia a todos lo pueblos y a todas las naciones, señalando sin cansancio los caminos de la paz y de la reconciliación. Introduce la paz derrumbando los muros de los prejuicios y de la hostilidad entre los hombres. Nosotros, como servidores de Cristo en su Iglesia, imagen viva de Él (cf. 1 Cor 4,1; Fil 2,7), estamos llamados a llevar su caridad y su paz sobre todo a través del sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación. Ofreciendo a los fieles la gracia de la divina misericordia y del perdón, acercamos a Cristo a las raíces mismas de las angustias humanas, y permitimos al Médico divino curar las conciencias heridas del pecado, donando la dulzura y la mancedumbre de su conforto y el bálsamo de la gracia santificante, y ofreciendo a los hombres aquella paz que el mundo no puede dar. (cf Jn 14,27).

También sabemos bien que las tendencias dominantes de la cultura contemporánea están contaminadas por el relativismo materialista y por el secularismo idolátrico, que debilitan el sentido del pecado y de la presencia de Dios en la vida del hombre, llamado a la comunión con Dios en una santidad de vida: "Vivens homo gloria Dei; vita hominis, visio Dei" nos recuerda San Ireneo. La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la manifestación de Dios" (Contra las herejías, IV, 20,7). Toda la creación, en realidad, es manifestación de su gloria; particularmente el hombre (vivens homo) es Epifanía de la gloria de Dios, llamado a vivir de la plenitud de la vida en Dios", comenta al respecto el Santo Padre (Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente, n. 6).

Es entonces necesario un mayor esfuerzo pastoral para ayudar a los fieles a descubrir nuevamente el sentido del pecado y la naturaleza personal de la ofensa contra Dios, en contra de aquel Dios que nos llama amigos. ¡Enseñemos a apreciar la belleza y la alegría del sacramento del perdón! Es ese el caluroso abrazo del Padre de la parábola del Hijo Pródigo (cf Lc 15, 11-32) que nos espera pacientemente en el tiempo de nuestra vida terrena y nos busca constantemente por los caminos del mundo, para acogernos festivamente y definitivamente en la felicidad de su Casa.

¡Seamos, entonces testigos del amor misericordioso de Dios!. Dispensemos con renovada fe y mayor sentido de responsabilidad su perdón en el Sacramento de la Reconciliación (cf CIC, can 986), sabiendo que esto se refiere a un preciso deber nuestro, dulce obligación de justicia y de caridad, con respecto a la Iglesia entera y a todos los hombres.

Formulemos, antes que nada en nosotros mismos, el propósito de acercarnos con mayor regularidad y con profundo espíritu arrepentido a este lugar de la amistad divina, tribunal del perdón, donde encontramos la Puerta Santa Jubilar, el mismo Cristo Señor. Queremos conformarnos a Él siempre más fielmente para ser alter Christus, ipse Christus, siendo esta nuestra identidad y el objetivo en nuestra vida en el ministerio ordenado.

Con la maternal intercesión y patrocinio de María, Madre de la Iglesia y de los Sacerdotes, Reina de la Evangelización, todos nosotros ministros de Cristo, en espíritu de penitencia y humildad, revistiámonos de la caridad de su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote, y con un corazón renovado por la abundante gracia sacramental, sirvamos al Pueblo de Dios que al alba del tercer milenio, anhela quizás más que nunca las fuentes del amor misericordioso de las cuales nosotros somos depositarios y dispensadores (cf Juan Pablo II, Cart. enc. Dives in misericordia, 30.11.1980, n. 13).

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