The Holy See
back up
Search
riga

DISCURSO : Durante el encuentro con los diáconos permanentes con ocasión de su jubileo, sábado 19 de febrero

Llevad a todos hacia Cristo

Participaron más de 1500 diáconos permanentes de todo el mundo, con sus familias

 

 

El jubileo de los diáconos permanentes se celebró los días 18, 19 y 20 de febrero. En él participaron más de 1.500 diáconos de todo el mundo, algunos de ellos con sus familias.

El viernes día 18 tuvo lugar a las cinco de la tarde el acto de acogida en la basílica de Santa María la Mayor, por parte del cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el clero, que presidió un rosario meditado, seguido de la adoración y bendición eucarística.

El sábado día 19 comenzó con una misa en la sala Pablo VI, presidida por mons. Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica. Siguió una conferencia del profesor Francesco Moraglia, director de la oficina «Cultura y universidad» de la archidiócesis italiana de Génova, sobre el tema: «El diácono san Lorenzo: un ejemplo leído en el contexto contemporáneo». Después del canto de la hora Tercia, presidida por el cardenal Pio Laghi, protodiácono de la santa Iglesia romana, tuvo lugar la audiencia con el Santo Padre. Su Santidad dirigió a los presentes el discurso que ofrecemos. Entre los obispos presentes se hallaban: mons. Csaba Ternyák, secretario de la Congregación para el clero, y mons. Carles Soler Perdigó, obispo titular de Anglona, auxiliar de Barcelona y presidente del comité para el diaconado de la Conferencia episcopal española. A las cuatro de la tarde, mons. Roberto Octavio González, o.f.m., arzobispo de San Juan de Puerto Rico, tuvo —también en la sala Pablo VI— una relación sobre «El diácono permanente: su identidad, función y perspectivas», a la que siguió un diálogo y presentación de testimonios. Mientras tanto, en la iglesia del Espíritu Santo «in Sassia», tuvo lugar un encuentro para las familias de los diáconos permanentes casados. El tema de reflexión fue «La familia ideal del diácono permanente casado», que tuvo por relator al cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos. A las seis, se congregaron todos junto al obelisco, desde donde partió la procesión penitencial que, atravesando la Puerta santa, entró en la basílica vaticana. Todos hicieron la profesión de fe y los diáconos permanentes renovaron los compromisos asumidos en el momento de su ordenación. Después, participaron en la plegaria del peregrino a las siete de la tarde en la plaza de San Pedro.

El domingo día 20, asistieron a la misa en la basílica vaticana, presidida por el cardenal Darío Castrillón Hoyos, en la que fueron ordenados dieciocho diáconos. Concluida la eucaristía, en la plaza de San Pedro escucharon las palabras del Santo Padre y rezaron el Ángelus con los fieles.

Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; amadísimos diáconos y familiares:

1. Con gran alegría me encuentro con vosotros en esta significativa cita jubilar. Saludo al prefecto de la Congregación para el clero, cardenal Darío Castrillón Hoyos, y a sus colaboradores, que han organizado estas intensas jornadas de oración y fraternidad. Saludo a los señores cardenales y a los prelados presentes. Os saludo especialmente a vosotros, amadísimos diáconos permanentes, a vuestras familias y a cuantos os han acompañado en esta peregrinación a las tumbas de los Apóstoles.

Habéis venido a Roma para celebrar vuestro jubileo. Os acojo con afecto. Esta ocasión es muy propicia para ahondar en el significado y el valor de vuestra identidad estable y no transitoria de ordenados, no para el sacerdocio, sino para el diaconado (cf. Lumen gentium, 29). Como ministros del pueblo de Dios, estáis llamados a actuar con la acción litúrgica, con la actividad didáctico-catequística y con el servicio de la caridad, en comunión con el obispo y el presbiterio. Y este singular año de gracia, que es el jubileo, os quiere ayudar a redescubrir aún más radicalmente la belleza de la vida en Cristo: la vida en él, que es la Puerta santa.

 

El jubileo, tiempo de purificación interior

 

2. En efecto, el jubileo es tiempo fuerte de verificación y purificación interior, pero también de recuperación de la dimensión misionera ínsita en el misterio mismo de Cristo y de la Iglesia. Quien cree que Cristo Señor es el camino, la verdad y la vida; quien sabe que la Iglesia es su prolongación en la historia; quien experimenta personalmente todo esto, no puede menos de convertirse, por esta misma razón, en celoso misionero. Queridos diáconos, sed apóstoles activos de la nueva evangelización. Llevad a todos hacia Cristo. Que se dilate, también gracias a vuestro compromiso, su Reino en vuestra familia, en vuestro ambiente de trabajo, en la parroquia, en la diócesis y en el mundo entero.

La misión, al menos en cuanto a intención y pasión, debe apremiar en el corazón de los sagrados ministros e impulsarlos hasta la entrega total de sí. No os detengáis ante nada; proseguid con fidelidad a Cristo, siguiendo el ejemplo del diácono Lorenzo, cuya venerada e insigne reliquia habéis querido que estuviera aquí, para esta ocasión.

No faltan tampoco en nuestro tiempo personas a las que Dios llama al martirio cruento; pero mucho más numerosos son los creyentes sometidos al «martirio» de la incomprensión. No se turbe vuestro corazón por las dificultades y los contrastes; al contrario, crezca vuestra confianza en Jesús, que ha redimido a los hombres mediante el martirio de la cruz.

 

Entrar en la tierra santa de Jesús

 

3. Queridos diáconos, adentrémonos en el nuevo milenio junto con toda la Iglesia, que impulsa a sus hijos a purificarse, mediante el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y retrasos (cf. Tertio millennio adveniente, 33). Los primeros en dar ejemplo han de ser los ministros ordenados: obispos, presbíteros y diáconos. Esta purificación y este arrepentimiento se han de entender sobre todo en relación con cada uno de nosotros personalmente. Interpelan, en primer lugar, nuestra conciencia de ministros sagrados que actúan en este tiempo.

Ante la Puerta santa experimentamos la necesidad de «salir» de nuestra tierra egoísta, de nuestras dudas y de nuestras infidelidades, y sentimos la invitación apremiante a «entrar» en la tierra santa de Jesús, que es la tierra de la fidelidad plena a la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Resuenan en nuestro corazón las palabras del divino Maestro: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28).

Queridos diáconos, tal vez algunos de vosotros se sientan cansados por los compromisos gravosos, por la frustración causada por iniciativas apostólicas sin éxito y por la incomprensión de muchos. ¡No os desaniméis! Abandonaos en los brazos de Cristo: él os aliviará. Vuestro jubileo ha de ser una peregrinación de conversión a Jesús.

 

Amor evangélico fundado en la Eucaristía

 

4. Si sois fieles en todo a Cristo, amadísimos diáconos, seréis también fieles a los diversos ministerios que la Iglesia os confía. ¡Cuán valioso es vuestro servicio a la Palabra y a la catequesis! Y ¿qué decir de la diaconía de la Eucaristía, que os pone en contacto directo con el altar del sacrificio en el servicio litúrgico?

Asimismo, con razón os comprometéis a vivir el servicio litúrgico de modo inseparable con el de la caridad en sus expresiones concretas. Esto muestra que el signo del amor evangélico no se puede reducir a lo que se llama solidaridad, sino que es consecuencia coherente del misterio eucarístico.

En virtud del vínculo sacramental, que os une a los obispos y a los presbíteros, vivís plenamente la comunión eclesial. La fraternidad diaconal en vuestra diócesis, aunque no constituye una realidad estructural análoga a la de los presbíteros, os estimula a compartir la solicitud de los pastores. La identidad diaconal manifiesta con claridad todos los rasgos de vuestra espiritualidad específica, que se presenta esencialmente como espiritualidad de servicio.

 

Movilizar todas las energías apostólicas

 

5. Queridos hermanos, el jubileo es tiempo propicio para restituir a esta identidad y a esta espiritualidad su fisonomía originaria y auténtica, con vistas a renovar interiormente y movilizar todas las energías apostólicas.

La pregunta de Cristo: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8), resuena con singular elocuencia en esta ocasión jubilar.

La fe ha de transmitirse y comunicarse. También tenéis la tarea de anunciar a las generaciones jóvenes el único e inmutable Evangelio de la salvación, para que el futuro sea rico en esperanza para todos.

Os sostenga en esta misión la santísima Virgen. Yo os acompaño con mi oración, confirmada por una especial bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros, a vuestras esposas, a vuestros hijos y a todos los diáconos que trabajan al servicio del Evangelio en todo el mundo.

top