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CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA
Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA 

HOMILÍA DEL CARDENAL FRANC RODÉ
EN LA MISA DE INAUGURACIÓN DE LA 35ª CONGREGACIÓN GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Lunes 7 de enero de 2008

 

Queridos miembros de la 35ª Congregación general de la Compañía de Jesús: 

Para san Ignacio la Congregación general es un trabajo y una distracción (cf. Constituciones, 677) que interrumpe momentáneamente las ocupaciones apostólicas de un gran número de personas cualificadas de la Compañía de Jesús. Diferenciándose netamente de cuanto es habitual en otros institutos, las Constituciones de la Compañía establecen que se celebre en tiempos determinados y no muy frecuentemente.

Es necesario reunirla principalmente en dos ocasiones:  para la elección del prepósito general y cuando se han de tratar asuntos de particular importancia, o problemas muy difíciles que afectan al cuerpo de la Compañía.

Es la segunda vez en la historia de la Compañía que se reúne una Congregación general para elegir un nuevo prepósito general viviendo todavía el predecesor. La primera vez fue en 1983, cuando la 33ª Congregación general aceptó la renuncia del tan amado p. Arrupe, imposibilitado por una improvisa y grave enfermedad para ejercer las funciones de gobierno. Hoy se reúne una segunda vez para realizar, delante del Señor, el discernimiento sobre la aceptación de la renuncia presentada por el reverendísimo p. Kolvenbach, que ha guiado la Compañía durante casi veinticinco años con sabiduría, prudencia, empeño y lealtad. Asimismo, se procederá a elegir a su sucesor. Deseo presentarle, reverendísimo padre Kolvenbach, en nombre de la Iglesia y en el mío, un vivo agradecimiento por su fidelidad, su sabiduría, su rectitud, su ejemplo de humildad y pobreza. Gracias, p. Kolvenbach.

La elección de un nuevo prepósito general tiene un valor fundamental para la vida de la Compañía, no sólo porque su estructura jerárquica centralizada concede constitucionalmente al general plena autoridad para el buen gobierno, la conservación y el crecimiento de todo el cuerpo de la Compañía, sino también porque, como dice muy bien san Ignacio, "como el bien o mal ser de la cabeza redunda a todo el cuerpo..., cuales fueran estos (los superiores), tales serán a una mano los inferiores" (Constituciones, 820). Por esto vuestro fundador, cuando indica las cualidades que ha de poseer el prepósito general, pone en primer lugar que sea "un hombre muy unido con Dios nuestro Señor y familiar en la oración" (Constituciones, 723). Después de mencionar otras importantes cualidades, que no se encuentran fácilmente reunidas en una sola persona, termina diciendo:  "Si algunas de las partes arriba dichas faltasen, a lo menos no falte bondad mucha y amor a la Compañía y buen juicio" (Constituciones, 735).

Por tanto, me uno a vuestra oración para que el Espíritu Santo, Padre de los pobres, dador de las gracias y luz de los corazones, os asista en vuestro discernimiento y en vuestra elección.

Esta Congregación se reúne también para tratar materias importantes y muy difíciles, que afectan tanto al cuerpo de la Compañía como al modo como realiza hoy su actividad. Los temas sobre los cuales reflexionará la Congregación general vierten sobre elementos fundamentales para la vida de la Compañía. Ciertamente, os interrogaréis sobre la identidad del jesuita hoy; sobre el significado y los valores de vuestro voto de obediencia al Santo Padre, que desde siempre ha caracterizado a vuestra familia religiosa; sobre la misión de la Compañía en el contexto de la globalización y de la marginación; sobre la vida comunitaria, la obediencia apostólica, la pastoral vocacional, y otras temáticas importantes.

En vuestro carisma y en vuestra tradición podréis encontrar eficaces puntos de referencia para iluminar las opciones que la Compañía tiene que realizar hoy.

Ciertamente, durante esta Congregación realizaréis un trabajo importante, pero no es una "distracción" de vuestra actividad apostólica. Debéis mirar con la misma mirada de las tres personas divinas la "redondez de todo el mundo lleno de hombres", como os enseña san Ignacio en la obra de los Ejercicios espirituales (cf. n. 102). Ponerse a la escucha del Espíritu creador que renueva el mundo, volver a las fuentes para conservar vuestra identidad sin perder vuestro estilo de vida, el compromiso para discernir los signos de los tiempos, las dificultades y las responsabilidades de la puesta en práctica de las decisiones finales, son actividades eminentemente apostólicas porque formarán la base de una nueva primavera del ser religioso y del compromiso apostólico de cada uno de los miembros de la Compañía de Jesús.

Ahora la mirada se ensancha. Vosotros no trabajáis sólo para dar una calificación religiosa y apostólica a vuestros hermanos jesuitas. Son muchos los institutos de vida consagrada que, participando de la espiritualidad ignaciana, miran con atención a vuestras elecciones; son muchos los futuros sacerdotes que se preparan en vuestras universidades y ateneos para desempeñar un ministerio; son muchas las personas que dentro y fuera de la Iglesia frecuentan vuestros centros educativos con el deseo de encontrar una respuesta a los desafíos que la ciencia, la técnica, la globalización, la inculturación, el consumismo, la miseria, plantean a la humanidad, a la Iglesia y a la fe, con la esperanza de recibir una formación que los capacite para construir un mundo de verdad y de libertad, de justicia y de paz.

Vuestra tarea ha de ser eminentemente apostólica, con una amplitud universal bajo el aspecto humano, eclesial y evangélico. Debéis realizarla siempre a la luz de vuestro carisma, de modo que la creciente participación de los laicos en vuestras actividades no oscurezca vuestra identidad, sino que la enriquezca con la colaboración de aquellos que, provenientes de otras culturas, comparten vuestro estilo y vuestros objetivos.

Me uno de nuevo a vuestra oración para que el Espíritu Santo os acompañe en vuestro delicado trabajo.

Como hermano que sigue con interés y con grandes expectativas vuestros trabajos y vuestras decisiones, quiero compartir con vosotros tanto las alegrías y las esperanzas como las tristezas y las angustias (cf. Gaudium et spes, 1) que tengo como hombre de Iglesia llamado a prestar un difícil servicio en el campo de la vida consagrada, en mi calidad de prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.

Veo con placer y esperanza los miles de religiosos y religiosas que generosamente responden a la llamada del Señor y, dejando todo lo que tienen, se consagran con un "corazón indiviso" al Señor  para estar con él y colaborar con él en su voluntad salvífica de "conquistar  todo el mundo y así entrar en la gloria del Padre" (Ejercicios espirituales, 95).

Constato que la vida consagrada sigue siendo "un don divino que la Iglesia ha recibido del Señor" (Lumen gentium, 43); por eso, la Iglesia desea vigilar con solicitud para que el carisma propio de cada instituto se conozca cada vez más y, con las necesarias adaptaciones a los tiempos actuales, se mantenga siempre intacto en la propia identidad para el bien de toda la Iglesia.

La autenticidad de la vida religiosa se caracteriza por el seguimiento de Cristo y por la consagración exclusiva a él y a su reino mediante la profesión de los consejos evangélicos. El concilio ecuménico Vaticano II enseña que esta consagración será "tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Esposa, la Iglesia" (Lumen gentium, 44). No se puede separar la consagración al servicio de Cristo de la consagración al servicio de la Iglesia. Así lo consideraron san Ignacio y sus primeros compañeros cuando redactaron la Fórmula de vuestro instituto, en la cual se describe la esencia de vuestro carisma:  "servir al Señor y a su Esposa, la Iglesia, bajo el Romano Pontífice" (Fórmula I).

Veo con tristeza e inquietud que va decayendo sensiblemente también en algunos miembros de las familias religiosas el sentire cum Ecclesia del que habla frecuentemente vuestro fundador. La Iglesia espera de vosotros una luz para restaurar el sensus Ecclesiae. Vuestra especialidad son los ejercicios espirituales de san Ignacio. De esta obra maestra de la espiritualidad católica forman parte integrante y esencial las reglas del sentire cum Ecclesia. Son como un broche de oro con el cual se cierra el libro de los Ejercicios espirituales.

En vuestras manos tenéis los elementos para profundizar y actualizar este deseo, este sentimiento ignaciano y eclesial.

El amor a la Iglesia en toda la extensión de la palabra -tanto la Iglesia, pueblo de Dios, como la Iglesia jerárquica- no es un sentimiento humano que va y viene según las personas que la componen o según nuestra conformidad con las disposiciones emanadas por aquellos que el Señor ha puesto para gobernar la Iglesia. El amor a la Iglesia es un amor fundado sobre la fe, un don del Señor, el cual, precisamente porque nos ama, nos da la fe en él y en su Esposa, que es la Iglesia. El amor a la Iglesia presupone la fe en la Iglesia. Sin el don de la fe en la Iglesia no puede existir el amor a la Iglesia.

Me uno a vuestra oración para pedir al Señor que os conceda la gracia de creer cada vez más y de amar cada vez más a esta Iglesia que profesamos una, santa, católica y apostólica.

Con tristeza e inquietud veo también un creciente alejamiento de la jerarquía. La espiritualidad ignaciana de servicio apostólico "bajo el Romano Pontífice" no acepta esta separación. En las Constituciones que os dejó como norma de vida, san Ignacio quiso plasmar verdaderamente vuestro ánimo y en el libro de los Ejercicios (n. 353) escribió:  "Debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la verdadera Esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra santa madre Iglesia jerárquica". La obediencia religiosa se comprende sólo como obediencia en el amor. El núcleo fundamental de la espiritualidad ignaciana consiste en reunir el amor de Dios con el amor a la Iglesia jerárquica. Vuestra 33ª Congregación recogió esta característica de la obediencia declarando que "la Compañía reafirma en espíritu de fe el tradicional vínculo de amor y de servicio que la une al Romano Pontífice". Habéis retomado este principio en el lema:  "En todo amar y servir".

Sobre esta línea, seguida siempre por la Compañía en su historia pluricentenaria, debe situarse también la 35ª Congregación general, que se abre con esta liturgia celebrada cerca de los restos de vuestro fundador para indicar vuestra voluntad y vuestro compromiso de ser fieles al carisma que os dejó en herencia y de actualizarlo de la manera que mejor responda a las necesidades de la Iglesia en nuestro tiempo.

El  servir de la Compañía es un servir "bajo la bandera de la cruz" (Fórmula I). Todo servicio realizado por amor implica necesariamente un vaciamiento de uno mismo, una kénosis. Pero dejar de realizar cuanto se desea realizar para hacer cuanto desea la persona amada es un transformar la kénosis a imagen de Cristo que, sufriendo, aprendió a obedecer (cf. Hb 5, 8). Por eso san Ignacio, con realismo, añadió que el jesuita sirve a la Iglesia "bajo la bandera de la cruz" (Fórmula I).

San Ignacio se puso a las órdenes del Romano Pontífice "para no equivocarse in via Domini (Constituciones, 605) en la distribución de sus religiosos por el mundo y hacerse presente allí donde las necesidades de la Iglesia fueran mayores.

Los tiempos han cambiado y la Iglesia tiene que afrontar hoy nuevas y urgentes necesidades. Menciono una, que a mi juicio es hoy urgente y al mismo tempo compleja, y la propongo a vuestra consideración. Es la necesidad de presentar a los fieles y al mundo la auténtica verdad revelada en la Escritura y en la Tradición. La diversidad doctrinal de aquellos que, en todos los niveles, por vocación y misión, están llamados a anunciar el reino de verdad y de amor, desorienta los fieles y lleva a un relativismo sin horizonte. La verdad es una, aunque siempre puede conocerse más profundamente.

"El Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de Jesucristo" (cf. Dei Verbum, 10), es el garante de la verdad revelada. Los exegetas y los estudiosos de la teología están comprometidos en colaborar "para investigar la Escritura y para explicar, bajo  la vigilancia del Magisterio, las riquezas contenidas en ella" (cf. Dei Verbum, 23). Vosotros, con vuestra larga y sólida formación, con vuestros centros de investigación, con la enseñanza en el campo filosófico-teológico-bíblico, os encontráis en una situación privilegiada para realizar esta difícil misión. Realizadla con el estudio y la profundización; realizadla con humildad; realizadla con fe en la Iglesia; realizadla con amor a la Iglesia.

Aquellos que, según vuestra legislación, deben vigilar sobre la doctrina de vuestras revistas, de las publicaciones, deben hacerlo a la luz y según las "reglas para sentire cum Ecclesia" con amor y respeto.

Me preocupa, además, comprobar la separación cada vez mayor entre fe y cultura, separación que constituye un impedimento grave para la evangelización (cf. Sapientia cristiana, proemio).

Una cultura impregnada de verdadero espíritu cristiano es un instrumento que favorece la difusión del Evangelio, la fe en Dios creador del cielo y de la tierra. La tradición de la Compañía, desde los primeros tiempos del Colegio Romano, se ha situado siempre en la encrucijada entre la Iglesia y la sociedad, entre la fe y la cultura, entre la religión y el laicismo. Recuperad esas posiciones de vanguardia tan necesarias para transmitir la verdad eterna al mundo de hoy, con un lenguaje de hoy. No abandonéis este reto. Somos conscientes de que la tarea es difícil, incómoda y arriesgada, y a veces poco apreciada, si no mal entendida, pero es una tarea necesaria para la Iglesia y es parte de vuestro modo de proceder.

Los compromisos apostólicos que os pide la Iglesia son muchos y muy diversos, pero todos tienen un denominador común:  el instrumento que los realiza debe, según una frase ignaciana, ser un instrumento unido a Dios. Es el eco ignaciano del evangelio proclamado hoy:  "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en mí y yo en él, da mucho fruto" (Jn 15, 5). La unión con la vid, que es amor, sólo se realiza a través del intercambio de amor silencioso y personal que nace -en la oración- "del conocimiento interno del Señor, el cual por mí se ha hecho hombre y se extiende íntegro y vivo a cuantos están cerca de nosotros y a cuanto está cerca de nosotros". No es posible transformar el mundo, ni responder a los retos de un mundo que ha olvidado el amor, sin estar bien enraizados en el amor.

A san Ignacio le fue concedida la gracia mística de ser "contemplativo en la acción" (Anotaciones al examen, MNAD 5, 172). Fue una gracia especial donada gratuitamente por Dios a san Ignacio, que había recorrido un fatigoso camino de fidelidad y largas horas de oración en el retiro de Manresa. Es una gracia que, según el padre Nadal, está contenida en la llamada de todo jesuita. Guiados por vuestro magis ignaciano tened abierto vuestro corazón para recibir el mismo don, siguiendo el mismo camino que recorrió san Ignacio de Loyola en Roma, que fue un camino de generosidad, de penitencia, de discernimiento, de oración, de celo apostólico, de obediencia, de caridad, de fidelidad y de amor a la Iglesia jerárquica.

Mantened y desarrollad vuestro carisma, a pesar de las urgentes necesidades apostólicas, hasta ser y mostraros ante el mundo como "contemplativos en la acción" que comunican a los hombres y a la creación el amor recibido de Dios y los orientan de nuevo hacia el amor de Dios. Todos comprenden el lenguaje del amor.

El Señor os ha elegido para que vayáis y  deis  fruto  y vuestro fruto permanezca. Id y  dad  fruto  con la confianza  de  que "todo  aquello que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará" (cf. Jn 15, 16).

Me uno a vosotros en la oración al Padre, por Jesucristo, su Hijo, y en el Espíritu Santo, juntamente con María, Madre de la Divina Gracia, invocada por todos los miembros de la Compañía bajo el título Santa María del Camino, para que os conceda la gracia de "buscar y descubrir la voluntad de Dios sobre la Compañía de hoy que construye la Compañía de mañana".

 

 

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