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CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS

HOMLÍA DEL CARDENAL CRESCENZIO SEPE
DURANTE LA SOLEMNE CONCELEBRACI
ÓN EUCARÍSTICA
EN LA CATEDRAL DE LA HABANA

Sábado 8 de marzo de 2003

 

«Les respondió Jesús:  "No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores"» (Lc 5, 31-32).

Eminencias;
señor nuncio apostólico;
excelencias;
queridos hermanos y hermanas: 


1. Al comienzo del tiempo cuaresmal la liturgia nos presenta a Jesús que revela al mundo el significado de su propia vida y de su misión. Después de haber llamado al publicano Leví, Jesús se sentó humildemente a la mesa de los "pecadores", para estar con ellos y ofrecerles su amistad y su perdón. Sin embargo, esta actitud misericordiosa del Maestro suscitó en quienes se sentían "sanos" y "justos" la crítica y la murmuración.

La Cuaresma, tiempo de penitencia y de gracia, viene en nuestra ayuda para convertirnos a Jesucristo, médico de nuestras almas, y para que, siguiendo su ejemplo, salgamos al encuentro de todos, especialmente de quienes se encuentran más alejados de él, y que, tal vez sin ser conscientes de ello, desean conocerle.

Sí, amadísimos hermanos y hermanas, es grande todavía el número de los que aún no conocen a Cristo; para esta humanidad, necesitada de encontrar el sentido de las realidades últimas y de la propia existencia, es urgente el anuncio de la buena noticia (cf. Redemptoris missio, 3). Sabemos que los positivos logros sociales y culturales alcanzados por un pueblo, y los encomiables esfuerzos por una justa y equitativa distribución de la riqueza material, no pueden saciar las aspiraciones más profundas que todo hombre y mujer alberga en su corazón; el amor divino, eterno y trascendente, que Jesucristo nos revela por medio de su humanidad, es el único capaz de apagar completamente dichos anhelos. La Iglesia desea ser, también en Cuba, anunciadora fiel y veraz de dicho amor.

2. Deseo manifestar mi gratitud al señor cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, pastor de esta arquidiócesis, por sus amables palabras de bienvenida en esta su sede arzobispal -que cinco años atrás tuvo el honor y la alegría de acoger al Peregrino de la paz, el Papa Juan Pablo II- y, de modo especial, por su reciente carta pastoral, "No hay patria sin virtud", en el 150° aniversario de la muerte del siervo de Dios padre Félix Varela. Recordando el testimonio evangélico del siervo de Dios, usted nos enseña, señor cardenal, a encomendar al Señor a "cada uno de nosotros, nuestra patria, su futuro y aquel programa que el Papa trazó en la Iglesia de Cuba en su visita de hace cinco años, para apoyar a los jóvenes, cuidar a las familias y convocar a nuestro pueblo a la esperanza".

Saludo con afecto al arzobispo de Guadalajara, cardenal Juan Sandoval Íñiguez, a los excelentísimos obispos que participan en esta ceremonia, y a todos y cada uno de los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles laicos aquí presentes. Dirijo también mi deferente y cordial saludo a las autoridades civiles de esta noble nación.

3. Estoy seguro de que las maravillosas jornadas que vieron la presencia del Vicario de Cristo en Cuba, sus palabras de esperanza, de concordia y reconciliación, resuenan todavía con fuerza en la mente y en el corazón de todos ustedes. Antes de salir de Cuba, el Santo Padre dijo en esta catedral un adiós emocionado a todos los hijos e hijas de este ilustre país. El Papa exhortó a todos los fieles cubanos a manifestar "que sólo Cristo es el camino, la verdad y la vida, y que sólo él tiene palabras de vida eterna", y a contribuir al bien común, en un clima de respeto mutuo y con profundo sentido de la solidaridad. En esta perspectiva de servicio al hombre, queridos hermanos y hermanas, la Iglesia quiere seguir ofreciendo su contribución a la sociedad cubana. Y por ello la Iglesia en Cuba "desea poder disponer del espacio necesario para seguir sirviendo a todos en conformidad con la misión y enseñanzas de Jesucristo".

En sus veinticinco años de pontificado, Su Santidad Juan Pablo II nos ha ofrecido, y nos sigue ofreciendo, un testimonio admirable y sin igual. En cumplimiento de su ministerio apostólico, ha recorrido con incansable solicitud misionera los caminos del mundo, anunciando sin desfallecer la verdad sobre Jesucristo y la verdad sobre el hombre, su misión en el mundo, la grandeza de su destino y su inviolable dignidad. ¡Qué don inestimable ha hecho el Señor a su Iglesia dándole al Santo Padre Juan Pablo II!

Peregrino del amor y de la verdad, él nos confirma en la fe, nos anima en la esperanza, nos alienta en la caridad. En este momento de angustia de la humanidad, el Papa, elevando su voz profética por encima de intereses económicos y nacionales, llama a todos los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a ser "centinelas de la paz", y a vigilar para que "las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia". Queridos hermanos y hermanas, recemos también nosotros por la paz, por la paz en todas las naciones americanas, por la paz en el mundo.

4. Esta tarde celebraremos la inauguración del convento brigidino de La Habana. Es este un acontecimiento que, cinco años después de la peregrinación apostólica de Su Santidad Juan Pablo II, reviste una importancia particular.

En primer lugar porque, mediante la consagración del nuevo altar, se confirmará solemnemente la presencia en este querido país de las hermanas de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida. Todos ustedes han podido conocer de cerca y apreciar, durante estos años, el carisma de unidad, de oración y de servicio a los más pobres que el Señor ha dado a santa Brígida de Suecia, a la beata Madre Isabel Hesselblad, y a las hermanas que, en fiel comunión con los pastores de la Iglesia, siguen devotamente sus huellas y su inspiración.

Ellas, al igual que las otras religiosas y religiosos que con generosidad y entrega llevan a cabo su labor espiritual en la Isla, representan un signo providencial del amor de Dios hacia vuestra Iglesia y hacia vuestro país. A la abadesa general, madre M. Tekla Famiglietti, y a cada una de las hermanas, va nuestro más profundo agradecimiento por su generoso, discreto e inteligente servicio pastoral.

La inauguración de la casa brigidina en Cuba representa la feliz realización de una obra querida por el Señor. En el cumplimiento de esta voluntad divina han cooperado generosamente un gran número de personas. De esta manera, queridos hermanos y hermanas, el Señor se complace en actuar:  no imponiendo sus arbitrios, sino suscitando en muchos el deseo de quererlos, de hacerlos propios, y sentirlos, porque lo son, como un bien destinado a ofrecerse especialmente a aquellos hermanos nuestros más desvalidos y necesitados.

Inaugurar el convento brigidino de La Habana significa, por tanto, plantar otra semilla del Evangelio en la fecunda tierra cubana, colocar otra piedra en la construcción del templo de Cristo que es la Iglesia, reconocer la abnegada y fiel labor que muchos religiosos y religiosas han desarrollado en Cuba en tiempos más difíciles. La calurosa y sincera acogida que todos ustedes, autoridades eclesiásticas y civiles, pueblo de Dios e hijos e hijas de esta preclara nación, brindan a las hermanas brigidinas nos permite mirar al futuro con esperanza y confianza. Siendo así, no nos cabe sino desear que el fruto de este cordial recibimiento pueda manifestarse, incluso prontamente, en la apertura de alguna nueva casa religiosa, concebida como manantial espiritual y expresión de la amorosa cercanía del Señor hacia las familias cubanas.

Amadísimos hermanos y hermanas, en este momento de alegría espiritual, pidamos a Dios todopoderoso, por intercesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, Madre y Señora de todos los cubanos, que derrame abundantemente sus dones sobre todos nosotros y, de modo particular, sobre las religiosas de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida.

Que ella haga de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas, donde reine la fraternidad, la reconciliación y la paz de Cristo.

A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 

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