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 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

MAGISTERIO Y TEOLOGÍA*

(1975)

 

Introducción

«No solamente las relaciones del Magisterio con la teología [...] tienen mucha importancia, sino que hay que reconocerles hoy un carácter muy acentuado de actualidad» [1]. En las páginas que siguen, se hace un esfuerzo para esclarecer la relación que existe entre «el mandato que constituye [al Magisterio eclesiástico] guardián de la Revelación divina y la tarea confiada [a los teólogos] de estudiar y exponer la doctrina de la fe»[2].

Tesis I

Se llama Magisterio eclesiástico la tarea de enseñar, que pertenece en propiedad, por institución de Cristo, al colegio episcopal o a cada uno de los obispos en comunión jerárquica con el Sumo Pontífice. La denominación de «teólogo» se aplica a los miembros de la Iglesia, a quienes sus estudios y su comunión de vida en la fe cualifican para promover, según un modo científico propio, una inteligencia más profunda de la Palabra de Dios y asimismo, en virtud de una misión canónica, para enseñarla. Con respecto al Magisterio de los pastores, de los teólogos o doctores y sus relaciones mutuas, la manera de hablar del Nuevo Testamento y de la Tradición que se ha desarrollado durante el curso de los siglos, reviste un carácter analógico, que implica a la vez semejanza y desemejanza. A este propósito, la continuidad es real, y hay que admitir también cambios muy profundos. Las relaciones y articulación recíprocas ente el Magisterio y la teología presentan formas concretas diversas en el correr de los tiempos.

I. Elementos comunes al Magisterio y los teólogos en el ejercicio de su tarea

Tesis II

El Magisterio y la teología tienen en común, aunque de una forma analógica y según su modo particular, la tarea de «conservar el depósito sagrado de la Revelación, y de penetrarlo siempre más profundamente, de exponerlo, enseñarlo y defenderlo»[3], al servicio del Pueblo de Dios y para la salvación del mundo entero. Este servicio implica, ante todo, el deber de salvaguardar la certeza de la fe. Esta tarea está asegurada, de diferente manera, por el Magisterio y el ministerio de los teólogos, sin que se pueda ni se deba establecer una separación entre la acción del uno y de los otros.

Tesis III

El Magisterio y la teología están vinculados el uno y la otra, en este servicio común de la verdad, a ciertas obligaciones:

1. Ambos están obligatoriamente guiados por la Palabra de Dios. En efecto, «el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues [...] lo escucha devotamente, lo conserva celosamente y lo expone fielmente, y todo lo que propone para ser creído como revelado por Dios, lo saca de este único depósito de la fe»[4]. Por su parte, «la teología se apoya en la Palabra de Dios escrita, lo mismo que en la santa Tradición, como sobre un fundamento permanente; allí encuentra la garantía más sólida de su fuerza y principio de una juventud siempre renovada, mientras que escruta a la luz de la fe toda la verdad encerrada en el misterio de Cristo»[5].

2. Una y otra tienen la obligación de atender al «sentido de la fe» poseído por la Iglesia en el pasado y en el presente. La Palabra de Dios, en efecto, se propaga de una manera vital a través de los tiempos en el «sentido común de la fe», del que está animado el Pueblo de Dios en su totalidad y según el cual «la colectividad de los fieles, teniendo la unción que proviene del Santo, no puede equivocarse en la fe»[6]. Como se ve, esto vale en cuanto que se realice «una singular concordia entre pastores y fieles en el mantenimiento, la práctica y la confesión de la fe transmitida»[7].

3. Los documentos de la Tradición en los que ha sido propuesta la fe común del pueblo de Dios, son un término de referencia que se impone tanto al Magisterio como a la teología. Aunque con respecto a algunas de estas enseñanzas el papel del uno y de la otra es diferente, ni el Magisterio ni la teología tienen el derecho de desatender las huellas que la fe ha dejado en la historia de la salvación del pueblo de Dios.

4. Es necesario hablar también de una obligación común nacida de la responsabilidad pastoral y misionera con relación al mundo. Sin duda alguna, el Magisterio del Sumo Pontífice y de los obispos es pastoral por un título específico, pero los teólogos no están exonerados, por el carácter científico de su trabajo, de una responsabilidad pastoral y misionera. Este aspecto pastoral del trabajo teológico debe ser hoy tanto menos olvidado cuanto que los medios modernos de comunicación favorecen una divulgación muy rápida de cuanto concierne a la ciencia. Además en razón de la función vital que debe realizar en el seno del Pueblo de Dios y en su beneficio, la teología debe tender a un fruto pastoral y misionero, y debe realizarlo efectivamente.

Tesis IV

El Magisterio y los teólogos tienen en común —si bien con sus diferencias— el hecho de ejercer su misión de manera a la vez colegial y personal. El carisma de infalibilidad está prometido a «la colectividad de los fieles»[8], al colegio de los obispos que mantienen el lazo de comunión con el Sucesor de Pedro y al mismo Sumo Pontífice, jefe de este colegio[9]. Esto debe tener su efecto en la práctica de la corresponsabilidad y de una cooperación que reúnan colegialmente a los titulares del Magisterio y a todos los teólogos. Esta unión debe ser vivida entre los representantes del Magisterio y, tratándose de los teólogos, entre los colegas, así como entre el Magisterio y estos últimos. Sin embargo, hay que tener en cuenta la responsabilidad personal, de la que ningún teólogo puede eximirse. Sin esta responsabilidad personal no hay progreso científico posible; y esto no es menos verdadero cuando se trata de la ciencia de la fe.

II. Las diferencias entre el Magisterio y los teólogos

Tesis V

Debemos, ante todo, exponer la diferencia entre las funciones específicas del Magisterio y de la teología.

1. Al Magisterio le compete mantener con autoridad la autenticidad cristiana y la unidad en materia de fe y de moral. De ahí se derivan funciones específicas que, aunque en una primera mirada pudieran aparecer como marcadas por un carácter negativo, constituyen, sin embargo, un servicio positivo para la vida de la Iglesia. Se trata «de interpretar de forma auténtica la Palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición»[10]; de reprobar las opiniones que ponen en peligro la fe y la moral de la Iglesia; de proponer las verdades a las que las condiciones del momento confieren mayor actualidad. En fin, aunque no sea la tarea propia del Magisterio elaborar síntesis teológicas, su preocupación por la unidad le debe hacer considerar las diferentes verdades particulares a la luz de todo el conjunto del mensaje cristiano. La integración de cada una de ellas en el todo es, en efecto, una exigencia de la misma verdad.

2. Se puede decir que los teólogos están investidos de una función de mediación entre el Magisterio y el pueblo de Dios. «La teología se halla en relación a la vez con el Magisterio de la Iglesia y la comunidad cristiana toda entera. Ocupa, de alguna manera, una posición intermedia entre la fe de la Iglesia y su Magisterio»[11].

Por una parte, toca a la teología, «en cada gran área sociocultural [...] aquella consideración [...] que someta a nueva investigación, a la luz de la Tradición de la Iglesia universal, los hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas en la Sagrada Escritura y explicadas por los Padres y el Magisterio»[12]. En efecto, «las investigaciones y los descubrimientos recientes de las ciencias, como los de la historia y la filosofía, suscitan cuestiones nuevas que [...] exigen a los teólogos nuevas investigaciones»[13]. Así la teología «debe ayudar al Magisterio a ser siempre, según su función, luz y guía de la Iglesia»[14].

Por otra parte, por su trabajo de interpretación, de enseñanza, de transmisión dentro del modo de pensar contemporáneo, los teólogos insertan la doctrina y las tomas de posición del Magisterio en la síntesis de un contexto más amplio, y hacen así que el pueblo de Dios las conozca mejor. De esta manera, contribuyen «por su actividad a extender la verdad enseñada por la autoridad de Magisterio, a exponerla, a justificarla y a defenderla»[15].

Tesis VI

Hay otra diferencia que concierne a la cualificación de la autoridad en virtud de la cual ejercen sus funciones el Magisterio y la teología.

1. El Magisterio tiene su autoridad de la ordenación sacramental que «al mismo tiempo que el encargo de santificación, confiere también los de enseñar y gobernar»[16]. Esta autoridad «formal» es, a la vez, carismática y jurídica; fundamenta el derecho y el deber del Magisterio, en cuanto que es una participación de la autoridad de Cristo. Hay que procurar que el ejercicio de esta autoridad ministerial utilice igualmente la autoridad de la persona y el valor que se deriva de la misma verdad propuesta.

2. Los teólogos deben su autoridad específicamente teológica a su cualificación científica. Esta cualificación no puede ser separada del carácter propio de esta investigación que es la ciencia de la fe, y que no puede hacerse sin una experiencia vivida y sin la práctica de la misma fe. Bajo este aspecto, la teología tiene en la Iglesia no solamente una autoridad profana y científica, sino también una autoridad eclesial: se inserta evidentemente en el orden de las autoridades que se derivan de la Palabra de Dios y que están confirmadas por una misión canónica.

Tesis VII

Aparece todavía una nueva diferencia en la manera como el Magisterio de una parte y los teólogos por otra están vinculados a la Iglesia. Si la acción del Magisterio y la de los teólogos se sitúan en la Iglesia y están para beneficio de ella, es con una desemejanza en esta referencia eclesial.

1. El Magisterio es un cargo eclesial oficial conferido por el mismo sacramento del orden. Como elemento institucional, no podría existir de otra manera sino en la Iglesia. Asimismo, los diferentes titulares del Magisterio no pueden usar de su autoridad y de su poder sagrado «más que en vista de la edificación de su rebaño en la verdad y en la santidad»[17]. Esto no concierne solamente a las Iglesias particulares confiadas a cada uno de ellos, sino que «como miembros del Colegio episcopal [...], cada uno de ellos está obligado, en relación con la Iglesia universal, por institución y precepto de Cristo a esta solicitud que [...] es provechosa para la Iglesia entera»[18].

2. La obra teológica, aun cuando no se ejerce en fuerza de una «misión canónica» explícita, no puede realizarse fuera de una comunión viviente con la fe de la Iglesia. Por esta razón, todos los bautizados pueden desempeñar la tarea de teólogo en la medida en que, por una parte, viven efectivamente la vida de la Iglesia, y cuando, por otra, están dotados de la competencia científica requerida. La tarea del teólogo recibe su dinamismo de la vida del Espíritu Santo. Esta vida anima a la Iglesia y se comunica por los sacramentos, la predicación y la comunión en la caridad.

Tesis VIII

La diferencia entre el Magisterio y la teología reviste un aspecto particular en lo que concierne a su libertad y a la función crítica a ella asociada. Esta función crítica se ejerce en relación con los fieles y el mundo, e incluso entre el Magisterio y la teología.

1. El Magisterio posee evidentemente en su ejercicio la libertad que le garantizan su naturaleza y su institución. Esta libertad va unida a una gran responsabilidad. También es frecuentemente difícil, aunque necesario, usar de esa libertad de tal manera que, a los ojos de los teólogos y de los otros fieles, no parezca su ejercicio arbitrario o exorbitante. Por otra parte, entre los teólogos, algunos reivindican la libertad científica de una manera exagerada, sin tener en cuenta suficientemente el hecho de que el respeto con relación al Magisterio constituye uno de los elementos específicos de la ciencia teológica. Además, no es raro que la tendencia democrática actual suscite un movimiento de solidaridad que lleva a que algunos teólogos se opongan a las disposiciones tomadas por el Magisterio en el ejercicio de su misión de vigilancia doctrinal en materias de fe y de costumbres. No deja de ser conveniente, aunque ello no sea cosa fácil, encontrar constantemente una manera de actuar que, aun siendo libre y valiente, evite cualquier especie de arbitrariedad y todo daño al sentimiento de comunidad en la Iglesia.

2. A la libertad del Magisterio corresponde, del lado de los teólogos, con su carácter propio, la que se deriva de su responsabilidad científica. Ésta, sin embargo, no carece de límites. Ante todo, está sujeta a la ley de la verdad. Por otra parte, también para ella es verdad que «en el uso de todas las libertades debe ser observado el principio moral de la responsabilidad personal y social»[19]. De otra parte, si los teólogos tienen que interpretar las enseñanzas eclesiales actuales y pasadas del Magisterio, si deben situarlas en el contexto total de la verdad revelada y promover su mejor inteligencia con la ayuda de la hermenéutica, esta tarea debe ser llevada de una manera positiva y no destructiva, incluso cuando presente aspectos críticos.

Tesis IX

No es raro que en la realización de las tareas respectivas del Magisterio y de la teología se dé lugar a algunas tensiones. Ni hay que extrañarse ni se puede esperar que aquí abajo se pueda llegar a eliminar plenamente las divergencias: al contrario, por donde quiera que hay vida verdadera, hay igualmente tensión. Pero ésta no debe ser interpretada en el tono de la hostilidad ni de una verdadera oposición: representa, por el contrario, un factor de dinamismo y un estímulo que incita al Magisterio y a la teología a desempeñar concertadamente sus funciones respectivas practicando el diálogo.

III. Cómo promover hoy las relaciones entre los teólogos y el Magisterio

Tesis X

El diálogo entre los teólogos y el Magisterio halla su fundamento y sus condiciones de eficacia en la comunidad de la fe de la Iglesia y en la voluntad de servirla. En efecto, ellas determinan las funciones del Magisterio y la teología, por muy diferentes que ellas sean.

Esta unidad en la comunicación y la participación en la verdad es anterior, como afinidad y predisposición, a todo intercambio concreto. A su vez, se ve reforzada y se hace más viva por el ejercicio del diálogo en sus formas más diversas. Así el diálogo asegura la mejor de las ayudas recíprocas. El Magisterio se encuentra más iluminado en el anuncio y la salvaguardia de la verdad en materia de fe y costumbres. La comprensión de la fe, que ha de ser creída y vivida, propuesta por la teología, alcanza, por otra parte, la certeza gracias a la confirmación que recibe del Magisterio.

Tesis XI

El diálogo entre el Magisterio y los teólogos no está limitado más que por la verdad de la fe que hay que mantener y exponer. Por esta razón todo el campo de la verdad está abierto a este intercambio de ideas. Mas, por otra parte, no se trata de buscar la verdad indefinidamente como un objeto indeterminado o una pura incógnita. La verdad ha sido realmente revelada y confiada a la Iglesia para que ella la guarde fielmente. El proceso del diálogo queda agotado cuando se pretende salir de los limites de la verdad de la fe.

Esta finalidad del diálogo, que lo coloca al servicio de la verdad, es frecuentemente puesta en peligro y su posibilidad queda reducida por ciertas maneras de proceder. El diálogo está condenado al fracaso cuando se quiere convertirlo en un instrumento de acción como si se tratase de una lucha política en la que cada una de las partes pretende asegurarse los medios de presión, y, en fin de cuentas, carece de una preocupación auténtica por la verdad. Las mismas leyes del diálogo quedan violadas desde el momento en que se quiere ocupar todo el espacio de una manera unilateral. Entre el Magisterio y los teólogos, se encuentra particularmente falseado cuando se abandona prematuramente el nivel de la argumentación y los intercambios, para apelar de golpe a los medios de presión, a la amenaza y a la sanción. Lo mismo ocurre cuando el debate entre los teólogos y el Magisterio se lleva al público, católico o no, por una publicidad y una información inadecuada a la naturaleza del tema. Se movilizan entonces presiones poderosas, como las de los mass media, que son extrañas a las exigencias mismas de la discusión.

Tesis XII

Antes de establecer un proceso formal en materia doctrinal, la autoridad competente agotará todas las posibilidades ordinarias de llegar a un acuerdo por la vía del diálogo (por ejemplo, conversaciones personales, preguntas y respuestas cruzadas por correspondencia). Si no se puede llegar a un verdadero acuerdo en estas gestiones, el Magisterio debe poner en marcha un procedimiento de investigación amplia y flexible, comenzando por diversas formas de advertencia, de «sanciones verbales», etc. Si el caso encierra una gravedad particular, el Magisterio está obligado después de consultar a teólogos de diversas escuelas y no sin haber agotado todos los recursos de diálogo a restablecer la verdad comprometida y a salvaguardar la fe del pueblo fiel.

Según las reglas clásicas, el hecho de «herejía» no puede ser definitivamente establecido más que cuando el teólogo acusado ha dado pruebas de obstinación, es decir, rehúye cualquier intercambio apto para hacer luz sobre una opinión contraria a la fe y rechaza prácticamente todo diálogo. Esta constatación presupone la aplicación de todas las reglas de interpretación del dogma y de las cualificaciones teológicas. De esta manera está asegurado el «ethos» de un procedimiento dialogal hasta en el caso en que las decisiones no pueden ser evitadas.


Notas

[*] Texto de las conclusiones aprobadas «in forma specifica» por la Comisión teológica internacional. Texto oficial latino en Commissio Theologica Internationalis, Documenta (1969-1985) (Città del Vaticano [Libreria Editrice Vaticana] 1988) 124-140.

[1] Pablo VI, Alocución al Congreso Internacional sobre la Teología del Concilio Vaticano II (1 de octubre de 1966): AAS 58 (1966) 890.

[2] Ibid.

[3] Pablo VI, Alocución al Congreso Internacional sobre la Teología del Concilio Vaticano II:  AAS 58 (1966) 891.

[4] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Dei Verbum, 10: AAS 58 (1966) 822.

[5] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Dei Verbum, 24: AAS 58 (1966) 828-829.

[6] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Lumen gentium, 12: AAS 57 (1965) 16.

[7] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Dei Verbum, 10: AAS 58 (1966) 822.

[8] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Lumen gentium, 12: AAS 57 (1965) 16.

[9] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Lumen gentium, 25: AAS 57 (1965) 30-31.

[10] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Dei Verbum, 10: AAS 58 (1966) 822.

[11] Pablo VI, Alocución al Congreso Internacional sobre la Teología del Concilio Vaticano II:  AAS 58 (1966) 892.

[12] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 22: AAS 58 (1966) 973.

[13] Concilio Vaticano II, Cost. pastoral Gaudium et spes, 62: AAS 58 (1966) 1082.1083.

[14] Pablo VI, Alocución al Congreso Internacional sobre la Teología del Concilio Vaticano II:  AAS 58 (1966) 892.

[15] Pablo VI, Alocución al Congreso Internacional sobre la Teología del Concilio Vaticano II:  AAS 58 (1966) 891.

[16] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Lumen gentium, 21: AAS 57 (1965) 25.

[17] Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Lumen gentium, 27: AAS 57 (1965) 32.

[18]Concilio Vaticano II, Cost. dogmática Lumen gentium, 23: AAS 57 (1965) 27.

[19] Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, 7: AAS 58 (1966) 934.

 

 

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