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Discurso del cardenal Joseph Ratzinger,
Presidente de la Comisión teológica internacional,
por el XXV aniversario de su creación

Sala del Consistorio
Viernes 2 de diciembre de 1994

 

Santo Padre:

Es con un gran sentimiento de profunda gratitud que el presidente, los miembros y colaboradores de la Comisión teológica internacional se presentan delante Vuestro esta mañana, en este vigésimo quinto aniversario de su institución.

Sin duda, se puede considerar que su primer boceto se remonta a 1967, ya que fue en el transcurso del primer Sínodo de obispos cuando se propuso la idea. Ahora, en este año 1994, han transcurrido veinticinco años desde que, en el Consistorio del 28 de abril de 1968, Vuestro predecesor Pablo VI anunciara la creación de este organismo, conocido en lo sucesivo como «Comisión teológica internacional», asignándole una función de investigación de nuevas cuestiones y de los modos más apropiados de exponer al mundo moderno la doctrina de Cristo y de la Iglesia. Así, él decía «la Santa Sede podrá tener la colaboración especial de teólogos expertos, escogidos en las diversas partes del mundo y aprovecharse así de un más amplio intercambio y de experiencias más variadas para profundizar y tutelar la fe, es decir, para profundizar y tutelar la genuina verdad revelada y, por consiguiente, también para alimentar la auténtica vida espiritual de todos los órdenes de la Santa Iglesia».

El 11 de abril siguiente, Pablo VI recibía en audiencia al cardenal Seper y aprobaba los estatutos ad experimentum de la Comisión teológica Internacional. Siguieron el primero de mayo la nominación de los 30 primeros miembros, quienes en su mayoría se habían hecho ilustres como expertos en el Concilio, y la primera reunión de la Comisión del 8 de octubre de 1969. Vos mismo le disteis, después de un tiempo de experiencia razonable, unos estatutos definitivos promulgando la Carta apostólica Tredecim anni el 8 de agosto de 1982, y no habéis dejado nunca ni de estar al corriente de sus trabajos, ni de prodigar vuestro aliento a sus miembros en ocasión de sus reuniones anuales, de lo cual os estamos profundamente agradecidos.

Durante estos veinticinco años, han transcurrido cuatro quinquenios completos, y el quinto, éste que nos ve hoy reunidos, está en curso. Por las filas de la Comisión han pasado un gran número de miembros, muchos de los cuales han sido llamados por el Señor. Entre las personas que han ilustrado con distintos títulos nuestra Comisión, muchos merecerían aquí ser nombrados, en particular los cardenales y los obispos escogidos entre sus miembros. Por deber de fidelidad, y debido al rol particularmente determinante que tuvieron en la organización y en la “puesta en marcha” de la Comisión, me limitaré a mencionar tres: llamados por el Señor: su primer presidente, el cardenal Franjo Šeper y sus dos primeros secretarios generales, Mons. Gérard Philips y Mons. Philippe Delhaye.

Veinticinco años de existencia: una buena ocasión para hacer balance, más para las instituciones que para las personas. Si se considera el de la Comisión teológica internacional, una constatación se impone: la Comisión ha trabajado mucho; la Comisión, es decir, concretamente todos sus miembros. Individualmente, nunca han dejado de aportar su ciencia, su reflexión, sus talentos, cuando lo han pedido los distintos dicasterios de la Santa Sede. En grupos restringidos, repartidos en subcomisiones, han preparado, y posteriormente desarrollado, los textos sometidos al estudio colectivo, y autorizados de las Asambleas plenarias.

De este modo, han visto la luz, entre 1970 y 1991, dieciséis documentos dedicados a los sectores más diversos, pero siempre actuales, del magisterio de la Iglesia, y cuya simple enumeración de los títulos permite intuir su interés: desde los problemas de la teología fundamental (La unidad de la fe y pluralismo teológico, Magisterio y teología, La interpretación de los dogmas, La fe y la inculturación), hasta las cuestiones propiamente más dogmáticas (Cristología, Eclesiología, Teología sacramental, Escatología), pasando por reflexiones generales o particulares sobre la moral, más determinadas a instancias de la actualidad (Normas de la ética cristiana, Promoción humana y salvación cristiana, Dignidad y derechos de la persona humana).

Estos documentos, como yo he creído poder escribirlo presentando el primer volumen que los reúne, «constituyen un tramo de la historia de la teología post-conciliar, cuya importancia todavía no ha sido reconocida», a pesar de los múltiples esfuerzos para darlos a conocer en condiciones técnicamente arduas y, a veces, incluso desfavorables. Considerando ya realizado este Corpus, pensando también en los trabajos de este quinquenio ya en curso de realización sobre la teología de la Redención y las relaciones entre el cristianismo y las religiones no cristianas, sólo podemos desear que los textos de la Comisión conozcan una mayor difusión. Este vigésimo quinto aniversario constituye una ocasión favorable para llamar con fuerza la atención en ellos de teólogos y pastores.

Santo Padre, gracias por vuestra acogida. Asegurándoos nuestra comunión en la oración y el servicio de la Iglesia, solicitamos de Vuestra Santidad el precioso aliento de Vuestra paternal bendición apostólica.

 

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