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Ese principio decisivo de la teología católica

Adelbert Denaux

 

El 8 de marzo de 2012 se publicó el último documento de la Comisión teológica internacional, titulado La teología hoy: perspectivas, principios y criterios. El texto fue aprobado in forma specifica el 29 de noviembre de 2011. Posteriormente fue presentado al presidente de la Comisión, el cardenal William Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien autorizó su publicación.

El motivo por el que la Comisión teológica internacional redactó el documento está relacionado con los grandes avances en el campo de la teología católica producidos a partir del concilio Vaticano II. Estos avances muestran interesantes oportunidades, pero también grandes retos. Por un lado, la teología realmente se ha convertido en una empresa múltiple y diversa. Por otro, la cuestión de la identidad y de la unidad de la empresa de la teología en el seno de la Iglesia está bajo presión (nº 1).

La Comisión teológica internacional tiene, por tanto, la necesidad de cuestionar: ¿qué es lo que hace católica a la teología? ¿Cuáles son sus principios fundamentales? ¿Existen criterios que permiten saber con certeza que aquélla que se presenta como teología católica puede realmente ser considerada como tal?

Dicho esto, la Comisión teológica internacional no entiende la “teología católica” en sentido fundamentalmente confesional. Relaciona la teología con las notae ecclesiae, o sea con las características fundamentales de la Iglesia, y en modo más específico con la “catolicidad” y con la “unidad” de la Iglesia. Una teología que quiere ser “católica” debe participar en la catolicidad y en la unidad de la Iglesia, que en última instancia se fundamenta en la unidad trinitaria de Dios mismo. “El hecho de que solo haya un Salvador nos muestra la necesidad de que exista un lazo que una la catolicidad y la unidad. La teología, igual que explora el inagotable Misterio de Dios y los infinitos caminos por los que su gracia opera en diversos contextos para la salvación, adopta de forma recta y necesaria multitud de formas, y, si bien las investigaciones de la única verdad de la trinidad de Dios y del único plan de salvación se centran en el único Señor Jesucristo, esta pluralidad debe manifestar unos rasgos familiares distintivos” (nº 2).

Por consiguiente, el documento de la Comisión teológica internacional busca identificar los “rasgos familiares distintivos” de la teología católica. “Considera perspectivas y principios básicos que caracterizan la teología católica, y ofrece criterios por medio de los cuales teologías múltiples y diversas pueden ser reconocidas, sin embargo, como auténticamente católicas” (nº 3). El texto está compuesto por tres capítulos que desarrollan los siguientes temas: en la rica pluralidad de sus expresiones, sus  protagonistas, sus ideas y sus contextos, la teología es católica y, por tanto, fundamentalmente una cuando nace de la atenta escucha de la Palabra de Dios (cf. primer capítulo), cuando se sitúa consciente y fielmente en el interior de la comunión de la Iglesia (cf. segundo capítulo) y cuando se orienta al servicio de Dios en el mundo (cf. tercer capítulo). A continuación nos concentraremos en los contenidos del primer capítulo.

La afirmación central del primer capítulo es que “la teología, en sus diversas tradiciones, disciplinas y métodos, se basa en el acto fundamental de la escucha en la fe de la Palabra de Dios revelada, Cristo mismo. La escucha de la Palabra de Dios es el principio definitivo de la teología católica; conduce al entendimiento y al habla, y a la formación de la comunidad cristiana” (nº 4). El 2 de diciembre de 2011 el Papa Benedicto XVI recibió en audiencia privada a los miembros de la Comisión teológica internacional. En el discurso que les dirigió confirmó esta afirmación diciendo: “El punto de partida de toda teología cristiana es la acogida de esta Revelación divina: la acogida personal del Verbo hecho carne, la escucha de la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Sobre esta base de partida, la teología ayuda a la inteligencia creyente de la fe y a su transmisión”. De hecho, “la teología es la reflexión científica sobre la revelación divina que la Iglesia acepta como verdad salvadora universal por medio de la fe. La absoluta plenitud y riqueza de esa revelación es demasiado grande como para ser abarcada por cualquier teología única, y de hecho, da lugar a teologías múltiples al ser recibida de diversas maneras por los seres humanos. En su diversidad, no obstante, la teología está unida en su servicio a la sola verdad de Dios” (nº 5). Una teología realmente católica debe buscar mantener el delicado equilibrio entre unidad y diversidad (o pluralidad) y evitar la uniformidad y la fragmentación. Cuando los teólogos – creyentes, pastores o laicos – entienden la unidad como uniformidad y la pluralidad como fragmentación, entonces hay algo de erróneo en su teología.

El primer capítulo se subdivide en tres apartados: la primacía de la palabra de Dios; la fe, respuesta a la palabra de Dios; la teología, comprensión de la fe. La estructura general del capítulo es evidente. Hacer teología presupone una cosa fundamental: que haya un diálogo constante entre Dios y la humanidad; entre Dios, que se revela, y el hombre, que le responde. La teología no es posible sin que Dios hable al hombre y sin que éste le responda. La teología nace de esto y es una reflexión “razonable” sobre este diálogo entre Dios y la humanidad.

El primer apartado explica entonces lo que la Comisión teológica internacional define “la primacía de la Palabra de Dios”. Empieza con una meditación bíblica sobre el Prólogo del Evangelio de Juan (nº 6). El primer versículo de este Evangelio afirma que “en el principio era el Verbo”. La Palabra de Dios es anterior. La Palabra existe desde el principio, antes del tiempo de la creación. Dios no es un Dios lejano, que permanece en absoluto silencio. Por naturaleza, Dios es un comunicador: habla, se revela él mismo en la creación y a través de la Reencarnación. El cristianismo no es una religión del libro, sino la religión de la Palabra de Dios. ¿Pero dónde puede el hombre escuchar esta palabra viva de Dios? La respuesta es: en la Escritura y en la Tradición. “El evangelio de Dios está testimoniado fundamentalmente por la sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento” y “la tradición es transmisión verdadera de la Palabra de Dios, atestiguada en el canon por los profetas y los apóstoles y en la leiturgia (liturgia) y diakonia (servicio) de la Iglesia” (nº 7). El proceso de transmisión de la Palabra de Dios a los hombres y mujeres es posible gracias al Espíritu Santo que, “no solamente inspiró a los autores bíblicos a encontrar las palabras verdaderas del testimonio, sino que también ayuda a los lectores de la Biblia de todas las épocas a comprender la Palabra de Dios por medio de las palabras humanas de las santas Escrituras”. Por tanto “La Palabra de Dios se nos da en la Sagrada Escritura como testimonio inspirado de la revelación que, junto con la Tradición viva de la Iglesia, es la regla suprema de la fe (Verbum Domini nº 18)” (nº 8). Esta aclaración le permite, por tanto, a la Comisión formular el primer y más importante criterio de la teología católica: “Es criterio de la teología católica el reconocimiento de la primacía de la Palabra de Dios. Dios habla «de muchas y variadas formas», en la creación, a través de los profetas y sabios, a través de las Sagradas Escrituras, y de manera definitiva, por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, la Palabra hecha carne (cf. Heb 1,1s)” (nº 9).

El segundo apartado – “La fe, respuesta a la Palabra de Dios” – empieza con una meditación bíblica sobre la observación del apóstol Pablo, quien señala que la fe procede de la escucha de la palabra de Cristo (nº 10). Esta “obediencia” de la fe es al mismo tiempo el acto de confiar (fides qua) y esto que es creído o confesado (fides quae): “Ambos aspectos trabajan juntos de manera inseparable, puesto que la confianza es adhesión a un mensaje con un contenido inteligible, y la confesión no puede reducirse a meras palabras vacías, debe surgir del corazón. La fe es al mismo tiempo una realidad profundamente personal y eclesial” (nº 13). La Comisión, además, destaca el hecho de que desde los comienzos de la Iglesia, algunas personas han propuesto interpretaciones “heréticas” de la fe común. Esta sombra permanente de la herejía sobre la vida de la Iglesia distorsiona el Evangelio y daña la comunión eclesial (nº 14). Por tanto, un [segundo] criterio de la teología católica es que ésta toma la fe de la Iglesia como su fuente, contexto y norma. La teología mantiene juntas la fides qua y la fides quae. “Expone la enseñanza de los apóstoles, la buena nueva sobre Jesucristo «según las Escrituras» (1 Cor 15,3s), como norma y estímulo de la fe de la Iglesia” (nº 15).

En el tercer apartado, la Comisión describe la “teología” como comprensión de la fe. De hecho, la fe abre la inteligencia del creyente a nuevos horizontes. Le lleva a conocer la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo (2 Cor 4,6). Este “intellectus fidei adopta distintas formas en la vida de la Iglesia y en la comunidad de creyentes según los diferentes dones del fiel (lectio divina, meditación, predicación, la teología como una ciencia, etc.). En sentido estricto, se hace teología cuando el creyente se compromete a presentar el contenido del misterio cristiano de una manera racional y científica. La Teología es por tanto scientia Dei en tanto que es participación racional de la sabiduría que Dios tiene de sí y de todas las cosas” (nº 18). Los teólogos no son los únicos creyentes que “saben”, participan también en el conocimiento de todos los creyentes; su conocimiento tiene, pero, un carácter más sistemático y “científico”. Por tanto, “un [tercer] criterio de la teología católica es que, precisamente como ciencia de la fe, “fe que busca comprender [fides quaerens intellectum]”, está dotada de una dimensión racional. La teología se esfuerza en comprender esto en que la Iglesia cree, porque cree, y qué puede ser conocido sub specie dei. “Como  scientia Diei, la teología aspira a comprender de manera racional y sistemática la verdad salvadora de Dios” (nº 19).

 

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