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Dios Trino para la vida de los hombres

Presentación del capitulo 5

Javier Mª Prades López

 

¿Quién no recuerda la famosa tesis kantiana de que de la “doctrina de la Trinidad tomada literalmente no se puede sacar absolutamente nada para la práctica, aun suponiendo que uno se esfuerce por comprenderla (…). Si hemos de adorar a tres o a diez personas en Dios, el alumno aceptará nuestra palabra con idéntica indiferencia, porque no tiene idea alguna de un Dios en tres Personas, y porque de esta diferencia no puede él sacar ninguna regla para andar por la vida”? Tras un proceso largo y sumamente complejo, la Europa ilustrada se había ido alejando de la experiencia cristiana de Dios. Por eso, sus élites intelectuales llegaron a pensar que la Trinidad no sólo es incomprensible en sí misma sino inútil para la vida de los hombres y de los pueblos. La fe en un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo añadía complicaciones innecesarias al conocimiento racional del único Dios del deísmo. Complicaciones que, además, derivaban en sutilezas dañinas para el bien común. De ello se lamentaba Goethe: “Yo creía en Dios y en la naturaleza y en la victoria del bien sobre el mal; pero eso no era suficiente para las almas piadosas, tenía que creer además que tres son uno y uno es tres, pero eso repugnaba al sentido de la verdad de mi espíritu y yo no veía que con ello se me fuese a ayudar en lo más mínimo”.

El texto de la Comisión Teológica Internacional quiere hacerse cargo de estas dificultades, compartidas todavía hoy por no pocos conciudadanos nuestros, en un horizonte más marcado por el pluralismo cultural y religioso. Las examina tanto desde el punto de vista especulativo como desde el punto de vista de sus implicaciones antropológicas y morales. Mientras que los capítulos 1 a 4 se ocupan de dar razón del monoteísmo trinitario, a partir de su originalidad revelada en Jesucristo, y mediante una profundización teológica y filosófica, especialmente para afrontar la acusación tan difundida de que el monoteísmo –y en particular el monoteísmo cristiano—es intolerante y potencialmente violento, el capítulo 5 explora algunos aspectos de la fe en el Dios Trino relacionados con la vida personal y social.

Como es natural, el documento no se limita a una “defensa” de la revelación cristiana –aun cuando no le falte una sana dosis de apologética— sino que quiere presentar la originalidad inconcebible de una comprensión de Dios a la que sólo hemos tenido acceso por la libre iniciativa del Padre enviándonos a su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo, propter nos homines et propter nostram salutem. ¿Qué beneficios se siguen para el hombre del hecho de que Dios Trino se haya revelado? El gozo del Evangelio se reconoce precisamente a partir de su máxima conveniencia para la vida humana: el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna (con persecuciones). De otro modo no sería una buena nueva que suscita alegría sino una más de las muchas fatigas que comporta el humano penar.

Describir la “ganancia” antropológica derivada de la fe trinitaria es el objeto del capítulo 5 del documento. Se nos recuerda la comprensión cristiana de la imago Dei genesíaca, interpretada cristológicamente por san Pablo y san Juan. En efecto, la revelación pretende desvelar que el principio radical de todas las cosas, y por tanto también del hombre, se encuentra en el designio salvífico de Dios Trino. La condición humana refleja por ello las trazas de su Hacedor, no sólo en sus inalienables características personales en cuanto es “uno en alma y cuerpo”, con su consiguiente dignidad moral incondicionada, sino también por su constitutiva socialidad. La imagen de Dios no remite sólo al varón o a la mujer aislados sino a la misteriosa “unidad dual” de varón y mujer. Ya en la creación misma encontramos así una “gramática” común a todos los hombres que permite leer la realidad, y que ha quedado incluida en la plena manifestación y comunicación gratuita de Dios en Cristo. La diferencia, constitutiva e insuperable, entre el varón y la mujer, y, en un sentido más amplio, la diferencia entre el individuo y la comunidad, pueden ser leídas justamente como una riqueza y no como un motivo de desconfianza o de sospecha. Se trata en ambos casos de una diferencia que remite a una unidad original, y de una unidad que se expresa misteriosamente en la comunión de amor. Es así en el hombre porque es así en Dios, de manera eminente. Aun cuando la herida del pecado ha dañado profundamente la experiencia humana elemental, ésta conserva su capacidad de remitir más allá de sí misma, hacia un Misterio sin el que no puede ser comprendida y vivida por lo que es.

Dios Trino nos revela además cómo la generación, y con ella la filiación, -de la que todos los hombres tenemos experiencia porque todos somos hijos— tiene su plena realización en Dios. Tan divino es el misterio de la unidad y unicidad divinas como el misterio de la eterna generación del Hijo por el Padre, en el Espíritu Santo. Se abre aquí el espacio para la mejor comprensión de la libertad y de la realización de cada persona, que es quizá el emblema de nuestro tiempo. Por muy distintas que sean sus interpretaciones, nadie dejará hoy de reivindicar su exigencia de libertad y de autonomía. La propuesta que nos hace Dios Hijo es la de una libertad generada, que no necesita ni resignarse ni rebelarse frente al Padre, sino precisamente ser filial, para alcanzar la mayor autoposesión. Quien tenga la experiencia del bien que es su propio padre, no sólo en la infancia y la adolescencia sino durante toda su vida, comprenderá bien la credibilidad del anuncio cristiano. Y podrá conmoverse al descubrir por gracia que el Principio radical, el Fundamento al que se orienta a través del conocimiento y el amor de todas las cosas, no es un Ente impersonal o un anónimo Sujeto absoluto, sino un Padre amoroso, sabio y bueno, que se manifiesta como Amor sin reservas, hasta la entrega de su Hijo único para que podamos seguir teniendo la experiencia humana de la libertad, del amor, del para siempre.

El documento profundiza en las características de esta impensable iniciativa amorosa de Dios Trino en favor de los hombres. El envío kenótico del Hijo culmina en la muerte de Cruz para derrotar la potencia del mal y del pecado, asumiendo hasta sus últimas consecuencias la condición histórica en la que ha venido a encontrarse el género humano al ejercer su libertad. En la pasión del Hijo, que asume nuestra debilidad extrema, se revela la singular concepción cristiana de la potencia divina del amor, a la que nada puede detener en su lucha contra la violencia de cualquier tipo, ya sea atea o religiosa. Se nos advierte frente a las teologías reductivas que insisten unilateralmente en una exaltación del amor como debilidad, separada del poder divino. Si esto fuera así, un Dios cuyo amor es incapaz de derrotar a la muerte, abajado hasta el extremo de fracasar por completo, no ofrecería más consuelo que el de una inane cercanía sentimental.

Por el contrario, de la victoria pascual del amor del Padre en el Hijo resucitado y en el don del Espíritu, brota una vida nueva que puede ser descrita como una verdadera fraternidad. Nace una comunidad nueva, compuesta de hermanos, que permite vivir la experiencia de la unidad entre los hombres, tan anhelada como irrealizable por nuestras propias fuerzas. Con  ayuda de las vigorosas fórmulas paulinas se nos recuerda que somos “uno en Cristo”, superando las más crueles y dolorosas separaciones entre los hombres. Esta koinonía cristiana es a su vez el origen permanentemente renovado de una actitud abierta, en tensión hacia los confines de la tierra, hasta el punto de que el nombre de la Iglesia, mientras llega la consumación final, es el de misión.

La fe en Dios Trino muestra así su máxima conveniencia para “la práctica”, para la vida de los hombres, en todas sus dimensiones personales y sociales. No como un apriori que deba ser acogido por obligación, sino por el atractivo que supone su realización efectiva ante nuestros ojos.

Javier Mª Prades López
Rector UESD
Madrid

 

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