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El código genético de la teología católica

Serge Thomas Bonino, O.P.

 

Inspirada por el Espíritu, la Iglesia está movilizando hoy todas sus energías con vistas a la “nueva evangelización”. La teología católica no puede quedarse al margen de este movimiento de fondo. No obstante, para desempeñar lo mejor posible su rol insustituible en la misión de la Iglesia, debe mantenerse fiel a su naturaleza específica. Ahora bien, en el contexto actual, diversos factores, tanto internos como externos, perturban la justa percepción de esta naturaleza. En el interior, la teología católica está amenazada de fragmentación. Por una parte, debido a una legítima especialización que deriva de su propia exigencia de cientificidad, las distintas disciplinas teológicas tienden a alejarse las unas de las otras y a veces llegan a ignorarse. Biblistas, dogmáticos o moralistas viven demasiado a menudo en planetas distintos. Por otra parte, la no menos legítima reivindicación de pluralismo dentro de la teología católica sirve a veces para justificar la falsa idea según la cual las distintas teologías serían “inconmensurables” las unas para las otras: la gran diversidad de contextos culturales y de puntos de vista metodológicos harían imposible cualquier diálogo e impedirían cualquier valoración crítica recíproca. En efecto, todo diálogo presupone la referencia común a una verdad objetiva y universal. En el exterior, en virtud de una legitima diferenciación de los saberes, la teología ya no tiene el monopolio de las cuestiones religiosas. Además, ella ahora debe definir su derecho de existencia frente a la filosofía de la religión o de las ciencias religiosas. El prejuicio racionalista según el cual la naturaleza “confesante” de la teología perjudicaría a su objetividad conduce a una progresiva marginalización de la teología en el mundo universitario.

Por tanto, resulta vital para la teología católica cuestionarse a sí misma lo que es y debe ser, y mostrarlo a aquellos con los que debe colaborar en el concepto de las ciencias. En esta perspectiva, los teólogos de la Comisión teológica internacional (CTI) acaban de publicar un documento dirigido a sus colegas titulado La teología hoy: perspectivas, principios y criterios. Este documento se propone “identificar los rasgos familiares distintivos de la teología católica. Considera perspectivas y principios básicos que caracterizan la teología católica, y ofrece criterios por medio de los cuales teologías múltiples y diversas pueden ser reconocidas, sin embargo, como auténticamente católicas y partícipes, por tanto, de la misión de la Iglesia católica, que es proclamar la buena nueva a personas de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” (nº 3). En resumen, el documento recuerda el código genético de la teología católica, es decir, los principios que definen su identidad y, en consecuencia, garantizan su unidad en la misma diversidad de sus realizaciones concretas. A partir de estos principios de base, el documento deduce de forma sistemática un cierto número de criterios que permiten determinar si una enseñanza o una obra se ajustan o no a la metodología propia de la teología católica.

Para hacer esto, el documento procede en tres etapas que corresponden a tres capítulos. En el primer capítulo, la CTI sitúa la empresa teológica en el interior del diálogo entre Dios y el hombre. Dirigiéndole la Palabra, Dios toma la iniciativa de darse conocer al hombre y entrar en relación con él. El hombre responde a esta iniciativa por la fe y acoge así el don de Dios en su vida. Como la Palabra de Dios tiene un contenido inteligible, y es alimento y luz para la inteligencia, la fe hace nacer espontáneamente en el espíritu del creyente el deseo. Tal es la fuente y la motivación del proceso teológico. Fides quaerens intellectum.

En cuanto es intrínsecamente dependiente de la fe, la teología sólo puede ejercerse in medio Ecclesiae, en el seno mismo de la Iglesia. El teólogo católico se sitúa bajo la Palabra de Dios transmitida en la Iglesia por la Tradición apostólica. La fe de la Iglesia es, por tanto, para él “su fuente, contexto y norma” (nº 15). El capítulo 2 “Permanecer en la comunión de la Iglesia” extrae algunas consecuencias de esta relación constitutiva de la teología a la fe y a la vida de la Iglesia. El teólogo debe estar atento al sensus fidelium del pueblo cristiano y adherirse de forma responsable a las enseñanzas del Magisterio, ya que éste tiene competencia para “proporcionar una interpretación auténtica de la Palabra de Dios procedente de las Escrituras y de la Tradición” (nº 44). También debe escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias a través de las “señales de los tiempos”. Un apartado original del documento subraya cuánto es importante que el teólogo se integre en esta comunidad fraternal de fe, de vida cristiana y de búsqueda intelectual que forman el conjunto de los teólogos.

El capítulo 3 considera diversas problemáticas ligadas a la dimensión propiamente científica de la teología. A través de un breve recorrido histórico, la CTI recuerda que la exigencia de verdad y de cientificidad ha estado siempre presente en la teología y que ésta explica su relación, a la vez fructífera y tumultuosa, con la filosofía. Frente a los riesgos de división o dilución que amenazan hoy en día a la teología católica, ésta destaca su especificidad epistemológica y su principio fundamental de unidad: la teología examina todo sub ratione Dei, a la luz del misterio de Dios revelado en su Palabra. En fin, dirige la atención sobre la dimensión sapiencial de la teología y sobre sus consecuencias.

El documento La teología hoy: perspectivas, principios y criterios no pretende renovar la autocomprensión de la teología católica. Es, por tanto, lógico que se refiera abundantemente a los textos ya existentes que ponen las bases de la teología o que sacan a la luz la vocación eclesial del teólogo. No obstante, toma nota de ciertas perspectivas actuales (como la creciente participación de los laicos en la vida teológica) y de ciertas problemáticas ligadas a la evolución cultural reciente (como, por ejemplo, la marginalización de la teología en el mundo universitario).

Una de las características más importantes de este documento es que pone un fuerte acento sobre lo que puede parecer una paradoja de la teología católica: es al mismo tiempo, por su propia naturaleza, plenamente “confesante” y plenamente científica. Lejos de contradecirse, estas dos dimensiones se refuerzan.

Plenamente “confesante”, el oficio de teólogo es una auténtica vocación en la Iglesia y, si él ha vivido según todas sus exigencias constituye un camino de santidad. La práctica de la teología comporta una vida teológica intensa y suscita una espiritualidad original: “el amor a la verdad, la disposición hacia la conversión del corazón y la mente, el esfuerzo por la santidad, y el compromiso con la comunión y la misión eclesial” (nº 93).

Esta fuerte implicación espiritual y eclesial del teólogo no perjudica en nada la dimensión objetiva y científica de la teología. Al contrario, sitúa al teólogo en las mejores condiciones para abordar su tema – el misterio de Dios revelado – para el cual realmente está. En efecto, es reducir al plano epistemológico el hecho de reservar el monopolio de la racionalidad a las ciencias que se creen “neutras” o “exteriores”. La razón no es menos razón cuando se ejerce y se despliega a partir de un dato que ella recibe que cuando lo saca de su propio fondo. Es la verdad lo que importa a la inteligencia y no el modo en que ella entra en posesión de esta verdad.

Auténtica opus rationis en el interior de la fe, la teología ocupa todo su lugar en el concierto de las ciencias. La presencia, humilde y fuerte, de la teología en el seno de las instituciones universitarias garantiza la plena apertura de la inteligencia humana a la verdad como tal, y constituye una invitación a la vocación última de la vida intelectual: la sabiduría. Tal como declaró en 2006 Benedicto XVI en su celebre discurso en la universidad de Ratisbona: es urgente “superar la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias”.

 

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