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BEATIFICACIÓN DE LUIS MARTIN Y CELIA GUÉRIN

HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS

Lisieux (Francia)
Domingo 19 de octubre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Santa Teresa del Niño Jesús escribió en la "Historia de un alma": "Perdóname, Jesús, si desvarío queriendo decirte mis deseos, mis esperanzas, que tocan el infinito. Perdóname y sana mi alma dándole lo que espera..." (Ms B 2v). Jesús realizó siempre los deseos de Teresa. Incluso se mostró generoso ya antes de su nacimiento, puesto que, como ella misma escribió al abad Bellière —muchos lo saben ya de memoria—, "el buen Dios me dio un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra" (carta 261).

Acabo de concluir el rito de beatificación, mediante el cual el Santo Padre ha inscrito conjuntamente a estos esposos en el catálogo de los beatos. Es un gran estreno esta beatificación de Luis Martin y Celia Guérin, a quienes Teresa definía padres sin igual, dignos del cielo, tierra santa, totalmente impregnada de un perfume virginal (cf. Ms A).

Mi corazón da gracias a Dios por este testimonio ejemplar de amor conyugal, que puede estimular a los hogares cristianos a la práctica integral de las virtudes cristianas como suscitó el deseo de santidad en Teresa.

Mientras leía la carta apostólica del Santo Padre pensaba en mi padre y en mi madre; y en este momento quisiera que también vosotros pensarais en vuestro padre y en vuestra madre, y que juntos diéramos gracias a Dios porque nos ha creado y nos ha hecho cristianos a través del amor conyugal de nuestros padres. Recibir la vida es algo maravilloso, pero, para nosotros, es más admirable aún que nuestros padres nos hayan conducido a la Iglesia, la única capaz de hacer cristianos. Nadie puede hacerse cristiano por sí mismo.

El matrimonio es una de las vocaciones más nobles y más elevadas a las que los hombres están llamados por la Providencia. Luis y Celia comprendieron que podían santificarse no a pesar del matrimonio, sino a través, en y por el matrimonio, y que su unión debía ser considerada como el punto de partida de una ascensión de dos personas. Hoy la Iglesia no solamente admira la santidad de estos hijos de la tierra de Normandía, un don para todos, sino que se mira en esta pareja de beatos que contribuye a hacer más hermoso y espléndido el vestido de novia de la Iglesia. No sólo admira la santidad de su vida; reconoce en este matrimonio la santidad eminente de la institución del amor conyugal, tal como la ha concebido el Creador mismo.

El amor conyugal de Luis y Celia es reflejo puro del amor de Cristo a su Iglesia; también es reflejo puro del amor con el que la Iglesia ama a su Esposo, Cristo. El Padre "nos eligió en él antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1, 4).
Luis y Celia testimoniaron el radicalismo del compromiso evangélico de la vocación al matrimonio hasta el heroísmo. No temieron hacerse violencia a sí mismos para arrebatar el reino de los cielos, y así se convirtieron en luz del mundo, que hoy la Iglesia pone en el candelero a fin de que brillen para todos los que están en la casa (la Iglesia). Brillan ante los hombres, para que estos vean sus buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Su ejemplo de vida cristiana es como una ciudad situada en la cima de un monte, que no puede ocultarse (cf.Mt 5,13-16).

¿Cuál es el secreto del éxito de su vida cristiana? "Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Dios de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios" (Mi 6, 8). Luis y Celia caminaron humildemente con Dios en busca del consejo del Señor. Señor, danos tu consejo. Buscaban el consejo del Señor. Tenían sed del consejo del Señor. Amaban el consejo del Señor. Se conformaron al consejo del Señor sin quejarse. Para estar seguros de caminar en el verdadero consejo del Señor, se dirigieron a la Iglesia, experta en humanidad, poniendo todos los aspectos de su vida en armonía con las enseñanzas de la Iglesia.

Para los esposos Martin, era muy claro qué es del César y qué es de Dios. Al Señor Dios es al primero que se ha de servir, decía Juana de Arco. Los esposos Martin lo convirtieron en lema de su hogar: para ellos Dios ocupaba siempre el primer lugar en su vida. La señora Martin decía a menudo: "Dios es el Maestro. Hace lo que quiere". El señor Martin se hacía eco de esas palabras, repitiendo: "Al Señor Dios es al primero que se ha de servir". Cuando la prueba llegó a su hogar, su reacción espontánea fue siempre la aceptación de esta voluntad divina. Sirvieron a Dios en la pobreza, no por simple impulso de generosidad ni por justicia social, sino simplemente porque el pobre es Jesús. Servir al pobre es servir a Jesús, es dar a Dios lo que es de Dios: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

Dentro de algunos instantes proclamaremos nuestra profesión de fe, que Luis y Celia repitieron tantas veces en la misa y enseñaron a sus hijos. Después de haber confesado la santa Iglesia católica, el símbolo de los Apóstoles añade la comunión de los santos.
Yo creía —decía Teresa—, "sentía que hay un cielo y que este cielo está poblado de almas que me quieren, que me consideran como su hija..." (Ms B).

En este cielo poblado de almas ahora podemos incluir a los beatos Luis y Celia, a quienes por primera vez invocamos públicamente: "Luis y Celia, rogad a Dios por nosotros. Os pido que nos queráis, que nos consideréis como vuestros hijos; quered a toda la Iglesia, quered sobre todo, nuestros hogares y a sus hijos".

Luis y Celia son un don para los esposos de todas las edades por la estima, el respeto y la armonía con que se amaron durante diecinueve años. Celia escribió a Luis: "Yo no puedo vivir sin ti, querido Luis". Él le respondió: "Yo soy tu marido y amigo que te ama por toda la vida". Vivieron las promesas del matrimonio: la fidelidad del compromiso, la indisolubilidad del vínculo, la fecundidad del amor, tanto en las alegrías y en las penas como en la salud y en la enfermedad.

Luis y Celia son un don para los padres. Ministros del amor y de la vida, engendraron numerosos hijos para el Señor. Entre estos hijos, admiramos particularmente a Teresa, obra maestra de la gracia de Dios, pero también obra maestra de su amor a la vida y a los hijos.

Luis y Celia son un don para todos los que han perdido un cónyuge. La viudez es siempre una situación difícil de aceptar. Luis vivió la pérdida de su esposa con fe y generosidad, prefiriendo el bien de sus hijos a sus atracciones personales.

Luis y Celia son un don para los que afrontan la enfermedad y la muerte. Celia murió de cáncer; Luis terminó su existencia afectado por una arteriosclerosis cerebral. En nuestro mundo, que trata de ocultar la muerte, nos enseñan a mirarla a la cara, abandonándonos a Dios.

Por último, doy gracias a Dios, en esta 82ª Jornada mundial de las misiones, porque Luis y Celia son un modelo ejemplar de hogar misionero. He aquí la razón por la que el Santo Padre quiso que la beatificación se realizara en esta jornada tan amada por la Iglesia universal, como para unir a los maestros Luis y Celia a la discípula Teresa, su hija, que se ha convertido en patrona de las misiones y doctora de la Iglesia.

Los testimonios de los hijos de los esposos Martin a propósito del espíritu misionero que reinaba en su hogar son unánimes e impresionantes: "Mis padres se interesaban mucho por la salvación de las almas... Pero nuestra obra de apostolado más conocida era la propagación de la fe, para la cual cada año nuestros padres daban un cuantioso donativo. Este mismo celo por las almas les hacía desear mucho tener un hijo misionero e hijas religiosas".

Recientemente el cardenal Ivan Dias, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos (Propaganda Fide), escribió: "Para un discípulo de Cristo anunciar el Evangelio no es una opción, sino un mandato del Señor... Un cristiano debe considerarse en misión (...) para difundir el Evangelio en cada corazón, en cada hogar, en cada cultura (Conferencia de Lambeth, 23 de julio de 2008).

Hermanos míos, quiera Dios que vuestras familias, vuestras parroquias, vuestras comunidades religiosas de Normandía, de Francia y de todo el mundo, sean también hogares santos y misioneros, como lo fue el hogar de los beatos esposos Luis y Celia Martin. Amén.

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