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48° CONGRESO EUCARÍSTICO
INTERNACIONAL 

del 10 al 17 de Octubre de 2004 

“La Eucaristía, luz y vida
del nuevo milenio”
 

XLVIII Congreso Eucarístico Internacional

texto base
Arquidiócesis de Guadalajara 

 

Índice  

SIGLAS

PRESENTACION

I. QUEREMOS VER TU ROSTRO, SEÑOR   
La presencia real de Cristo en el Misterio Eucarístico

Contempladores de Jesucristo Eucaristía    
Creemos en la presencia real de Jesús en la Eucaristía    
“Los discípulos se alegraron de ver al Señor”: el itinerario del espíritu  
“Señor, busco tu rostro”: el rostro eucarístico de Jesús          

II. “LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS Y LAS TINIEBLAS NO LA VENCIERON” (Jn 1,5)          
Luces y sombras del mundo actua

Las luces          
Las sombras
      

III. LA EUCARISTÍA LUZ Y VIDA DEL NUEVO MILENIO         
“La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana” (LG 11)

1. La Eucaristía acompaña nuestra peregrinación               
Sacrificio de la Nueva Alianza     
Pan que transforma

2. La Eucaristía, misterio de comunión y centro de la vida de la Iglesia      

3. La Eucaristía, exigencia de compartir               

4. Jesucristo Evangelizador y la Eucaristía, fuente de evangelización             

5. María, “Madre del verdadero Dios por quien se vive”        
María,
“estrella de la evangelización”                

PLEGARIA A Jesucristo Eucaristía         

ORACIÓN DEL CONGRESO EUCARÍSTICO            



SIGLAS 

CEC Catecismo de la Iglesia Católica (11-X-1992)
ChL Juan Pablo II, Exhortación apostólica, Christifideles Laici (30-XII-1988)
CCL Corpus Christianorum. Series Latina, Tournhout 1953ss 
CSCO Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium, Paris-Louvain,1903ss
DD Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dies Domini (31-V-1998)
DetV Juan Pablo II, Carta Encíclica II, Dominum et Vivificantem (18-V-1986)
DH H.Denzinger-P. Hünermann, El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona, 2000
DI Congregación para la Doctrina de la Fe, Dominus Iesus (6-VIII-2000)
DM Juan Pablo II, Carta Encíclica, Dives in Misericordia (30-XI-1980)
DTC Dictionnaire de théologie catholique, Paris 1903-1970
DV Concilio Vaticano II, Const. Dogmática Dei Verbum (18-XI-1965)
EA Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America (22-I-1999)
EN Pablo VI, Carta Encíclica Evangelii Nuntiandi (8-XII-1975)
EV Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae (25-III-1995)
FetR Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et Ratio (14-IX-1998)
GS Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes (7-XII-1965)
LG Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium (21-XI-1964)
NMI Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (6-I-2001)
OLM Congregación para los Sacramentos y el Culto, Ordo lectionum Missae (21-I-1981)
PO Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis (7-XII-1965)
RH Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptor Hominis (4-III-1979)
SC Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium (4-XII-1963) 
TMA Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millenio Adveniente (10-XI-1994)
UR Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis Redintegratio (6-VIII-1993)
VS Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis Splendor (6-VIII-1993) 

 

 

PRESENTACIÓN

 

1 Jesús es la Palabra que existía desde el principio, Palabra creadora y dadora de vida (cfr. Jn 1,1.3-4). Esta Vida era la luz de los hombres: “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9; cfr. Jn 1,4). Y la Palabra se hizo carne, precisamente para que la pudiéramos contemplar y tocar (cfr. Jn 1,14) y recibiéramos la plenitud de vida de que está llena (cfr. Jn 1, 4.16). Jesús nos comunica la vida por medio de su carne y de su sangre, como lo enseña con insistencia en su discurso de Cafarnaúm (cfr. Jn 6, 51-58).  

2 En los albores de un nuevo milenio y después de haber celebrado con gozo y gratitud el Gran Jubileo de la Encarnación de Cristo Jesús, el Señor, “el mismo ayer, hoy y siempre” (cfr. Hb 13,8), la Iglesia por Él fundada continúa experimentando su renovada presencia a través de su Palabra,—lámpara que ilumina su caminar—, de la Liturgia y del hermano, especialmente el pobre, rostro humano del Cristo sufriente (cfr. EA 12); pero sobre todo en la Eucaristía: sacrificio, memorial, banquete y presencia (cfr. SC 7). En efecto, en la Eucaristía, Cristo presente corporalmente[1]ofrece como alimento para la vida nueva el mismo cuerpo que asumió de María Virgen hace 2000 años (cfr.TMA 55), carne vivificada y vivificante por el Espíritu, que da vida a los hombres (cfr. PO 5).   

3 Confiados en esta presencia prometida por el mismo Señor Resucitado: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), hemos recibido la motivación e impulso para avanzar en el camino, a través de la voz del sucesor de Pedro, como eco de las palabras que el apóstol escuchó de su Maestro: “¡Rema mar adentro!”(Lc 5,4; cfr. NMI 1). La Iglesia se adentra en el mar de un nuevo milenio y sabe que podrá llegar a puerto seguro porque no va sola ni confiada en sus propias fuerzas, sino porque su Señor está con ella, dándole su Espíritu y alimentándola con sus sacramentos, de manera particular con la Eucaristía. 

4 Esta Iglesia peregrina, volviendo su mirada agradecida a Jesucristo Eucaristía, se reunirá en contemplación en el 48° Congreso Eucarístico Internacional, en la ciudad de Guadalajara, México, tierra de mártires recientemente canonizados, que encontraron en la Eucaristía la fuerza y valentía para entregar su vida por su pueblo y por su fe, al grito de: “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”.En esta Statio orbis, la Iglesia congregada en oración, contemplación y celebración, se adentra en el nuevo milenio con esperanza renovada, adorando a Jesús Eucaristía, luz y vida para el peregrinar de la Humanidad en busca de mejores condiciones de vida, mientras anhela la patria definitiva. 

5 El próximo Congreso Eucarístico Internacional podrá ser para la Iglesia una maravillosa oportunidad de glorificar a Jesucristo—presente en ella—venerándolo públicamente con vínculos de caridad y de unidad; una magnífica ocasión de manifestar su fe en la presencia eucarística; de profundizar en algunos aspectos de este misterio y de resaltar su centralidad en la vida y misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, así como de asumir nuevos compromisos en relación con la evangelización.Para lo cual se requiere una esmerada preparación.  

6 Así pues, se ofrece el presente texto con el fin de proporcionar a las Iglesias locales algunas pistas de reflexión, que puedan servir de base para ulteriores desarrollos y profundizaciones en encuentros de estudio y de oración, tanto durante la preparación como en la celebración del Congreso. Se parte de una invitación a experimentar el anhelo de la contemplación de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, de dejarse mirar por Él y experimentar su presencia: Queremos ver tu rostro, Señor (cap. I), por medio de la contemplación que “no nos aleja de nuestros contemporáneos sino, al contrario, nos hace atentos y abiertos a los gozos y a los trabajos de los hombres y amplía el corazón a las dimensiones del mundo”,[2]preparando así, una visión de fe sobre nuestro presente, con la certeza de que “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5), (cap II). “Cumbre de toda evangelización y el testimonio más eminente de la Resurrección de Cristo”,[3] LaEucaristía es luz y vida del nuevo milenio para la Iglesia que peregrina y se empeña en el trabajo de una nueva evangelización (cap. III). Finalmente, en el inicio de este nuevo milenio, es necesaria una proclamación fuerte y gozosa de nuestra fe en Jesucristo, que ilumine esta nueva etapa de la historia: Plegaria a Jesucristo Eucaristía. 

+ Juan Cardenal Sandoval Iñiguez
Arzobispo de Guadalajara.


I. QUEREMOS VER TU ROSTRO, SEÑOR
La presencia real de Cristo en el Misterio Eucarístico 

 

Contempladores de Jesucristo Eucaristía. 

7 Así como aquellos peregrinos griegos que acudieron a Jerusalén para la celebración pascual le dijeron a Felipe que querían ver a Jesús, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre en forma consciente, piden a los cristianos de hoy no sólo que les hablemos de Jesús, sino en cierto modo hacérselos ver. ¡Esta es precisamente la tarea de la Iglesia!: reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio. Pero no podremos cumplir con tal cometido si no somos los primeros contempladores del rostro de Cristo (cfr. NMI 16). Por consiguiente, es indispensable que primero vivamos la experiencia que nos expresa el apóstol Juan: “lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (1Jn 1, 3). 

8 ¿Cómo podemos, hoy, ver y contemplar esa Vida, luz de los hombres (cf. Jn 1,4) que se ha nos manifestado? Gracias a la Encarnación del Hijo de Dios (cf. NMI 22), Cristo se ha hecho visible, ha puesto su morada entre nosotros (cfr. Jn 1,14). Gracias a ello, los Apóstoles pudieron contemplar en el rostro humano de Jesús el rostro del Padre, sobre todo al ser testigos de sus múltiples signos y señales (cfr. Jn 20,30-31; cfr. NMI 24). Contemplaron también el rostro doliente de Cristo, expuesto en la Cruz, Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración (cfr. NMI 25). Y, sobre todo, contemplaron el rostro del Resucitado (cfr. NMI 28) que les devolvió toda la paz y la alegría perdidas (cfr. Lc 24,36-43). Todo esto lo experimenta la Iglesia en la contemplación del misterio Eucarístico. Pues es ahí donde nos encontramos diariamente con ese Jesús, Dios y hombre verdadero; ahí mismo se actualizan, en forma incruenta, su pasión y su muerte; finalmente, ahí nos encontramos con Jesús resucitado, pan de vida eterna, prenda de nuestra resurrección. 

9 Jesús es luz y vida (cfr. Jn 8,18). Por tanto, urge se busquen los medios adecuados para que su Palabra se proclame y su Eucaristía sea frecuentada en las comunidades eclesiales y desde ahí trascienda a todos los ámbitos de la sociedad, como fermento de una nueva civilización. 

 

Creemos en la presencia real de Jesús en la Eucaristía 

10 ¿Podemos encontrarnos realmente con Jesús en la Eucaristía? A partir de la Última Cena (cfr. Mt 26,17ss; Lc 22,15), la Iglesia cree en la presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, con su alma y divinidad, en las especies del pan y del vino: “En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo” (CEC 1333).Es cierto, como nos lo enseña la Iglesia, que Cristo se hace presente de muchas maneras en ella, pero, sobre todo, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino (cfr. CEC 1373).  

11 Recogiendo una serie de testimonios de la Tradición, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “el modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella ‘como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos’” (CEC 1374).La Iglesia siempre entendió el realismo de las palabras de Jesús a la hora de la institución de la Eucaristía; por eso, el Concilio de Trento resumió la fe en la presencia real diciendo: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio” (CEC 1376).  

12 El discurso de Jesús en Cafarnaúm, después de la multiplicación de los panes (cfr. Jn 6,1-71), resalta el realismo de las palabras de Jesús al revelarnos que Él es el pan bajado del cielo (v. 51), y por tanto debemos comer su cuerpo y su sangre (v. 53) para poder tener la vida que nos ofrece el Pan de la vida (v. 48). Fue tal el impacto del realismo de las palabras de Jesús, que la gente discutía: “¿cómo puede éste darnos a comer su carne?” (v. 52). Y ante la insistencia de parte de Cristo en la veracidad literal de sus afirmaciones: “porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (v. 55), se escandalizaron muchos de sus discípulos, hasta el punto de abandonar a Jesús (v. 66).Al final del discurso interpela también a sus Apóstoles, preguntándoles si también ellos quieren marcharse.Las palabras de Pedro manifiestan a Jesús que ellos sí creen en la veracidad de sus palabras: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (v. 68). Lamentablemente hubo y hay quienes no creen en la presencia real de Jesús en el pan eucarístico ( v. 64).La Iglesia, al inicio del tercer milenio, se tiene que preguntar: ¿por qué resulta difícil descubrir el rostro de Jesús en la Eucaristía?¿Qué hacer para que más personas aprecien y gocen a ese Cristo que se nos entrega?¿Qué hacer para que en silencio sea adorado ante el sagrario o aclamado solemnemente en la fiesta del Corpus Christi?

 

“Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20): el itinerario del espíritu. 

13 El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección, era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido tres años, y que ahora les daba pruebas de la verdad asombrosa de su nueva vida, mostrándoles las manos y el costado. Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cfr. Lc 24, 13-35). El apóstol Tomás creyó sólo después de haber sido invitado a tocar al Resucitado (cfr. Jn 20, 24-29). En realidad, ver y tocar de suyo no bastan para creer, sólo la fe puede franquear el misterio. Ésta era la experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida mortal de Cristo, interpelados a diario por sus prodigios y sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Replicando Jesús, le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’” (Mt 16,16-17; cf. NMI 19). 

14 San Pedro fue capaz de afirmar la fe en Jesús eucaristía porque no procedió al modo humano, sino que recibió de Dios esa gracia (cfr. NMI 20). Por tanto, “no es, pues, a través de los sentidos como lo percibimos y estamos cerca de Él. Bajo las especies de pan y de vino, es la fe y el amor lo que nos lleva a reconocer al Señor”.[4] Hoy más que nunca es importante señalar que “sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio” (NMI 20). 
  

“Señor, busco tu rostro” (Sal 27,8): el rostro eucarístico de Jesús. 

15 “El antiguo anhelo del salmista no podía recibir una respuesta mejor y más sorprendente que en la contemplación del rostro de Cristo. En Él, Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho ‘brillar su rostro sobre nosotrosÂ’ (Sal 67,2). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, ‘manifiesta plenamente el hombre al propio hombre’” (NMI 23). Este anhelo del salmista está presente en el corazón de todo ser humano, pero especialmente en quien por la fe, ya ha sido tocado por Dios. Este anhelo de contemplar el rostro de Dios no es vano, porque Cristo no se ha ido,sino que cumple su promesa: “He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).  

16 Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, gracias a la Eucaristía, y “después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. ‘Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudiaÂ’: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él ‘es el mismo ayer, hoy y siempreÂ’ (Hb 13,8)” (NMI 28). 

17 Siguiendo la invitación de Su Santidad Juan Pablo II, de “dejar abierta más que nunca la Puerta viva que es Cristo” (NMI 59), conviene reflexionar sobre el modo de compartir la experiencia de la contemplación eucarística que ilumine nuestras comunidades y las transforme en comunidades llenas de gozo y esperanza.  


 

II. “LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS
Y LAS TINIEBLAS NO LA VENCIERON
”( Jn 1,5)

Luces y sombras del mundo actual. 

18 Jesús es la luz y la vida. Estas palabras son como la síntesis de todos los bienes que Él nos ofrece y que se compendian el en misterio de la Eucaristía. Pan y vino son medios para mantener la vida natural. Análogamente, si no comemos el pan eucarístico, no alimentamos la vida recibida en el Bautismo. Es una vida que se va perfeccionando porque en la Eucaristía se aumentan las virtudes y se promueven todos los dones espirituales, a fin de llevarnos a la salvación, para la cual fue instituida. A diferencia de la vida natural, la vida de la gracia no tiene límite. En el horizonte de este nuevo milenio aparecen interrogantes y esperanzas, luces y sombras; es la eterna lucha de las tinieblas por opacar la luz. El Salvador ya ha venido y su presencia en la Eucaristía es una garantía de salvación para nosotros y para la historia.

 

Las luces 

19 Su Santidad el Papa Juan Pablo II pide frecuentemente que miremos las luces que hacen este mundo amable, digno de afecto, a pesar de su miseria. Porque el Hijo de Dios se hizo carne en un mundo hermoso que su Padre había creado bueno, al hacer cada una de las cosas (cfr. Gn 1, 10.12.18.21.25). En el Nuevo Testamento, Lucas contrapone los hijos de la luz con los hijos de este mundo, San Juan nos dice que Dios es la plenitud de la luz. Cristo, como revelación del Padre, es luz que se revela a los hombres, pero este mundo que es tinieblas no recibe la luz. Como hijos de la luz estamos llamados a darle sentido, a resaltar esos rayos de luz. De los cuales destacamos algunos en particular: 

20 Es una dicha constatar el aumento del número de católicos en los últimos años, el crecimiento de muchos movimientos eclesiales, un esperanzador despertar de la vida espiritual. El seguir a Jesús sigue siendo respuesta a las inquietudes de tantos hombres y mujeres en el mundo. Igualmente percibimos un aumento de vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, motivo de esperanza de un futuro mejor. 

21 La defensa de la dignidad y los derechos humanos, en nombre del Evangelio, es un aspecto central en la misión y labor de muchos cristianos. El Papa Pablo VI decía: “La Iglesia se declara, en cierto sentido, durante todo el Concilio, sierva de la humanidad”.[5] Una gran luz es el ver cómo la Gloria del Señor se ha manifestado “a lo largo de los siglos, y especialmente en el siglo que hemos dejado atrás, concediendo a su Iglesia una gran multitud de santos y de mártires [...] Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa, al vivo, el rostro de Cristo” (NMI 7). También son signos de esperanza: la caída de los totalitarismos ateos, los nuevos espacios de libertad y el progreso de la democracia en muchas naciones. 

22 El hombre busca la verdad, no quiere vivir en la mentira; por eso el Papa, con justa razón, ha propuesto a los jóvenes una magnífica tarea: la de hacerse “centinelas del mañana” (cfr. NMI 9; Is 21, 11-12). La Eucaristía será siempre para ellos el sol que ilumina y da calor a sus vidas, en ella encuentran al que es la Vida. En la Eucaristía no es sólo el hombre quien busca a Dios, es Dios quien busca y espera al hombre.  

23 La Iglesia nos ha hablado frecuentemente de la cultura de la vida, nos presenta el valor incomparable de toda persona humana y de cómo “el evangelio del amor de Dios al hombre, el evangelio de la dignidad de la persona y el evangelio de la vida son un mismo Evangelio” (EV 2). La Eucaristía, Pan de vida eterna, nos lleva a proclamar una vez más que el valor de la vida humana es sagrado desde su concepción hasta la muerte natural. En cada encuentro con la Eucaristía, Jesús nos recuerda: “¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!” (EV 5). 

24 La comunidad cristiana y la sociedad civil han propuesto, y siguen proponiendo, muchas iniciativas en beneficio de los más débiles e indefensos. Los hijos se aprecian como un don de Dios. Surgen centros de ayuda a la vida. Se da un mayor aprecio al progreso de la ciencia, la técnica y la medicina, siempre que se pongan al servicio de la dignidad de la persona humana y al bien común de las naciones. Se nota una aversión más fuerte a la pena de muerte y a la guerra, como solución de los conflictos (cfr. EV 26-27). 

25 Igualmente, respecto de la naturaleza, se tiene una mayor conciencia de que los hombres hemos recibido en ella un regalo y una tarea, la de ser administradores de la creación. De hecho, el pan y el vino eucarísticos, fruto de la naturaleza y del trabajo del hombre, representan el anhelo de llevar a plenitud toda la creación que gime con dolores de parto, esperando la redención (cfr. Rom 8, 22).  

26.  Agradecidos por las luces que hemos constatado, nos preguntamos: ¿cómo se pueden incrementar los aspectos positivos en el mundo actual, implorando para ello la gracia divina y aportando nuestro esfuerzo y responsabilidad? 
  

Las sombras

27 Nos encontramos con graves problemas: vivimos en una globalización ambivalente, y por eso a veces excluyente. Aparecen sistemas económicos salvajes que no tienen en cuenta al hombre, culturas poderosas que no excluyen a las más débiles, la brecha entre ricos y pobres en vez de acortarse se ensancha. 

28 Lamentamos el oscurecimiento de la conciencia moral, la pérdida de la capacidad de amar hasta el fin, el terrorismo, la muerte y el sufrimiento ocasionados por la violencia, el desinterés por la verdad, la desunión de las familias, el dolor de vivir la vida sin sentido, el aborto que mata sin piedad a los más indefensos, empleos precarios que van asfixiando lentamente la vida individual y familiar de muchos. 

29 Las tinieblas parecen ensombrecer el camino del cristiano: “entre estos pecados se deben recordar ‘el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturalezaÂ’. Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en el afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social” (EA 56). 

30 Notamos una ausencia de Dios, que va siendo excluído de la vida privada y de la vida social, mientras proliferan manifestaciones de una religiosidad sectaria y fanática, con frecuencia fundamentalista, o de una espiritualidad vaga sin referencia a Dios y sin compromiso moral.  

31. Estas y otras luces y sombras, propias de nuestro tiempo, nos obligan a preguntarnos: ¿Qué hacer para que nuestras comunidades, con su vocación cristiana de hijos de la luz, ofrezcan al mundo los frutos de la luz: bondad, santidad y verdad? (cfr. Ef 5, 8).  

 

 

III. LA EUCARISTÍA, LUZ Y VIDA DEL NUEVO MILENIO

“La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana” (LG 11) 

 

1.     LA EUCARISTÍA ACOMPAÑA NUESTRA PEREGRINACIÓN 

32 Al inicio del tercer milenio, la Iglesia celebrará el 48° Congreso Eucarístico Internacional, con la confianza de la presencia siempre nueva del Señor. La Iglesia, pueblo peregrino, encuentra en la Eucaristía el alimento de vida que la sostiene en su caminar, pues sabe que va rumbo a la patria definitiva (cfr. Hb 11, 13-16). La Iglesia “celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso” (Prefacio Dominical X). 

 

Sacrificio de la Nueva Alianza. 

33 La Eucaristía es un sacrificio: el sacrificio de la Redención y, al mismo tiempo, el sacrificio de la Nueva Alianza.[6] En la Última Cena, Jesús instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos su sacrificio en la cruz y a entregar a su Iglesia el memorial de su muerte y resurrección (cfr. SC 47). 

34 Jesús, en la Eucaristía, es la víctima que el Padre nos regala para ser inmolada; víctima que se entrega para purificarnos y reconciliarnos con Él.Esta entrega en sacrificio se encuentra prefigurada en el Antiguo Testamento, en el Sacrificio de Abraham (cfr. Gn 22, 1-14) que poéticamente se canta en la secuencia del Corpus Christi: “In figuris praesignatur, cum Isaac immolatur” (Secuencia “Lauda Sion”).El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las mismas palabras de la institución: “cuerpo que se entrega” y “sangre que se derrama” (cfr. Lc 22, 19-20; CEC 1365).El sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio: la víctima es la misma, sólo difieren en el modo de ofrecerla (cfr. Trento DH 1743; CEC 1367). El sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su cuerpo, de manera que “la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así, un valor nuevo” (CEC 1368).  

35 Asimismo, “La Eucaristía es el memorial de la pascua de Cristo, la actualización de la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia, que es su cuerpo” (CEC 1362). Memorial que es proclamación de las maravillas que Dios ha realizado a favor de los hombres, y que hace presente la Pascua de Cristo. El sacrificio que ofreció de una vez y para siempre en la cruz se actualiza por la celebración (cfr. Hb 7, 25-27). Haciendo presente el pasado, el memorial nos lanza al futuro, en la esperanza del retorno del Señor: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas” (Aclamación 2 después de la consagración). 

36 Desde sus orígenes, la Iglesia, celebra la Eucaristía en obediencia al mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía” (1 Co 11, 24-25). Así lo proclamamos en la parte central de la Plegaria Eucarística, inmediatamente después del relato de la Institución: “Así, pues, Padre, al celebrar el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo” (Plegaria Eucarística III).  

 

Pan que transforma

37 La Sagrada Escritura presenta la Eucaristía también como alimento. Las figuras eucarísticas del Antiguo Testamento anuncian y ponen en relieve este aspecto. Una de estas figuras es el sacrificio de Melquisedec, que ofreció al Dios Altísimo pan y vino (cfr. Gn 14, 18). También el cordero pascual y los panes ázimos figuran la Eucaristía como alimento (cfr. Ex 12, 1-28): antes de liberar al pueblo de la esclavitud se realiza este banquete en el cual el cordero es signo de la acción salvadora de Dios; además, el pueblo emprende el largo peregrinar que lo llevará a la tierra prometida. Es figura de la misma Eucaristía el banquete que celebró Moisés con los setenta ancianos, después del sacrificio con que se ratificó la alianza (cfr. Ex 24, 11). 

38 El sentido de banquete del peregrino que tiene la Eucaristía se encuentra también en la figura del Maná (cfr. Ex 16, 1-35; Dt 8, 3), alimento milagroso que Dios envió al pueblo hebreo y que durante cuarenta años lo sustentó en su travesía por el desierto, y al que se refirió expresamente Cristo al hablar del pan de vida bajado del cielo, su cuerpo eucarístico (cfr. Jn 6, 49-51. 58).  

39 Otra figura de la Eucaristía, en cuanto banquete que alimenta al peregrino, es el pan cocido bajo las cenizas que comió Elías: “Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb” (1 Re 19, 5-8).  

40 La condición de la Eucaristía, como el alimento del peregrino, la recoge, de una manera poética, la secuencia de la solemnidad de Corpus Christi: “Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum” (Secuencia “Lauda, Sion”). El pan de la Eucaristía es fuerza de los débiles: “En efecto, cuando comemos su carne, inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos” (Prefacio de la Eucaristía I); es consuelo de los enfermos, viático de los moribundos, en el cual Cristo “se hace comida y bebida espiritual, para alimentarnos en nuestro viaje hacia la pascua eterna” (Prefacio de la Eucaristía III); es el alimento sustancial que sostiene a tantos cristianos en su testimonio a favor de la verdad del Evangelio, que han de dar los diversos ambientes.  

41 “El que me coma vivirá por mí”(Jn 6, 57), nos dice Jesús para urgir la necesidad que tiene el cristiano de alimentarse de Él, que es el pan bajado del cielo. La participación en este sagrado Banquete nos edifica como Cuerpo místico de Cristo. Jesús Eucaristía es, pues, el centro de la vida de la Iglesia.  

42 La Iglesia tiene en la Eucaristía el alimento que la sostiene y transforma interiormente. A este respecto, afirma San León Magno: “nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos”.[7] Somos asimilados por Cristo, somos transformados en hombres nuevos, unidos íntimamente a Él, que es la cabeza del Cuerpo Místico. 

43. La vida nueva que Cristo nos da en la Eucaristía se convierte para nosotros en Â“medicina de inmortalidad, antídoto contra la muerte y alimento para vivir siempre en Jesucristo” (San Ignacio de Antioquía, A los Efesios 20, 2).Los que vivimos de Cristo que quiere que todos tengamos vida en abundancia, debemos proclamar el carácter sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta su ocaso natural y contrarrestar las nocivas influencias de la cultura de la muerte.

 

2.     LA EUCARISTÍA, MISTERIO DE COMUNIÓN Y CENTRO DE LA VIDA DE LA IGLESIA

44 La Eucaristía es sacramento de unidad en la Iglesia, como lo proclama San Pablo: “Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor 10,17). Cristo mismo, en la oración que elevó al Padre por sus discípulos, después de haber instituido la Eucaristía, expresa su anhelo de que todos sean uno y permanezcan en Él, como Él permanece en el Padre (cfr. Jn 17, 20-23). Los Hechos de los Apóstoles nos muestran la realización eficaz de una comunidad de vida y de sentimientos en torno a la fracción del pan (cfr. Hech 2, 42-47). Es la unidad que simboliza y produce la Eucaristía. 

45 La participación en una única mesa es ya, por sí misma, símbolo de fraternidad y de comunión de sentimientos. El signo exterior del alimento que se consume es también, como nos recuerda la Didaché (cfr. 9,4), fruto del trigo disperso por los campos y recogido en un mismo pan, como símbolo de la unidad de la Iglesia, reunida de todas las extremidades de la tierra.Este simbolismo eucarístico en relación con la unidad de la Iglesia ha sido suficientemente tratado por los Padres desde el inicio de la Iglesia, y el Concilio de Trento lo recoge cuando afirma que Cristo dejó la Eucaristía a su Iglesia “como símbolo de su unidad y caridad, con la que quiso que todos los cristianos estuvieran entre sí unidos y estrechados” (DH 1628), y como símbolo de aquel único Cuerpo del que es Él mismo la cabeza. También el Vaticano II describe la Eucaristía como “sacramento de amor, signo de unidad, vínculo de caridad” (SC 47 – refiriéndose a San Agustín). 

46 Ahora bien, si la Eucaristía es fuente de unidad, es tambien centro de la vida de la Iglesia, y esto se debe a que en ella tenemos un principio único y trascendente, en virtud del cual puede conseguirse lo que a los hombres les es imposible en razón de su pecado y de su disgregación.Este principio de unidad es el Cuerpo físico de Cristo, entregado a su Iglesia para edificarla como su cuerpo místico, del cual Él es cabeza y nosotros sus miembros.  

47 La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia (cfr. RH 20). Por eso, la Eucaristía es centro de la vida de la Iglesia, y hacia ella se ordenan los demás sacramentos (cfr. SC 7), los ministerios eclesiáles y las obras de apostolado. Es la sagrada Eucaristía la fuente y cúlmen de la predicación evangélica. En la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, que da vida a los hombres (cfr. PO 5). 

48 El misterio eucarístico debe ser también en consecuencia el centro de la Iglesia local.La Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles que, unidos a sus pastores, reciben también, en el NT, el nombre de Iglesias. En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio, y se celebra el misterio de la Cena del Señor, para que, por medio de su cuerpo y sangre, queden unidos todos en fraternidad. En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Pues la participación del cuerpo y la sangre del Señor hace que pasemos a ser aquello que recibimos (cfr. LG 26). 

49 La Eucaristía, misterio de comunión, es para la salvación del mundo. Las Iglesias y comunidades separadas, a pesar de sus deficiencias, son medio de salvación, cuya virtud, dice el Vaticano II (cfr. UR 3), deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica. Dichas Iglesias no gozan de aquella unidad que Cristo confirió a su Iglesia, porque no disfrutan de la plenitud de los medios de salvación con los que Cristo la enriqueció.Entre estos medios de salvación reviste particular importancia la celebración de la Eucaristía, en la que se simboliza y realiza la unidad de todos los que creen en Cristo.  

50 Las Iglesias de Oriente, afirma el mismo Concilio Vaticano II, han mantenido el sacramento del orden y nuestra misma fe eucarística (cfr. UR 15), mientras que algunas comunidades cristianas no católicas de Occidente no han conservado la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, debido sobre todo a la carencia del sacramento del orden, aunque conmemoran en la Santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida y esperan su glorioso advenimiento (cfr. UR 22). Por esta razón, la misma celebración del sacramento de la unidad nos urge a descubrir los valores positivos que se dan en las Iglesias y comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica y a dirigirlos a su plenitud en una actitud que sepa reconocer que la unidad, al igual que la Eucaristía, es obra de Dios, que nos llama a una cooperación activa y responsable “con amor a la verdad, con caridad y humildad” (UR 11). 

51. Una parroquia viva es idéntica a una comunidad eucarística: “No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Sagrada Eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la formación para el espíritu de comunidad” (PO 6). Por lo tanto, la planificación y actuación de los programas pastorales deben comenzar y pasar realmente por la Eucaristía celebrada, y contemplada en la adoración, para producir frutos, particularmente, en el campo vocacional. 

  

3.  La Eucaristía, exigencia de compartir 

52 “El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte, de por sí, en escuela de amor activo al prójimo” (Dominicae Cenae, 6). Comprendemos así, la relación entre la Eucaristía y la Luz, según la afirmación del Apóstol San Juan: “Quien dice que está en la Luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas” (1Jn 2, 9). 

53 Ofrecer de verdad el sacrificio de Cristo implica continuar este mismo sacrificio en una vida de entrega a los demás. Así como Él se ha ofrecido en sacrificio bajo la forma de pan y vino, así debemos darnos nosotros, con fraterno y humilde servicio, a nuestros semejantes, teniendo en cuenta sus necesidades más que sus méritos, y ofreciéndoles el pan, o sea, lo más necesario para una vida digna. 

54 El cristiano no ha inventado la comida, ni el banquete. Son elementos constitutivos del existir humano, necesidades vitales. Su riqueza de contenido se manifiesta no tanto en el hecho material de comer y beber sino en el hecho de comunicar, compartir y fraternizar. Para el cristiano, con la conciencia de que es miembro del Cuerpo Místico de Cristo, el poder celebrar el “Banquete Eucarístico” es un privilegio, pero también una interpelación. El pan y el vino que presentamos en el altar, nos están remitiendo a esa comida o bebida que debiera estar en la mesa de todo ser humano, porque hay muchos hombres que no pueden disfrutar de tal derecho, bien porque no tienen qué comer o porque les falta con quién compartir, lo que representa una clamorosa injusticia. 

55 Esta situación se opone radicalmente a aquello que Jesús predicó y realizó durante su vida, y a lo que la primitiva comunidad atendió y vivió, siguiendo las enseñanzas de Cristo. Por tanto, la Eucaristía, celebrada y participada como banquete, nos invita a unir la fracción del pan con la comunicación de bienes (cfr. Hech 2,42.44; 4,34), con las colectas a favor de los necesitados (cfr. Hech 11,29; 12,25), con el servicio de las mesas (cfr. Hech 6,2), con la superación de toda división y discriminación (cfr. 1Cor 10,16; 11,18-22; St 2, 1-13). De todo esto se desprenden evidentes consecuencias para la evangelización en el mundo y, concretamente, en los países en vías de desarrollo. 

56 La Eucaristía actualiza la diakonía o servicio de Cristo, y es lugar de renovación de la misión de la Iglesia, sobre todo a favor de los más necesitados. Así, la Eucaristía es escuela, fuente de amor y diakonía que necesariamente tiende a realizarse en la vida. Esto supone que en la Eucaristía, y por la Eucaristía, sean promovidos los valores de acogida fraterna, de solidaridad y de comunicación de bienes. Este testimonio de amor es un elemento indispensable de la verdadera evangelización. 

 

4. JESUCRISTO EVANGELIZADOR Y LA EUCARISTÍA, FUENTE DE LA EVANGELIZACION  

57 Al centro de la misión salvífica de Jesucristo, se encuentra su tarea evangelizadora. Sin embargo, el anuncio del Reino no lo realiza Jesús sólo con palabras, sino “con su total presencia y manifestación personal [...] sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos” (DV 4); en el fondo, podemos decir que Jesús mismo es el Reino. 

58 Como indica el mismo Paulo VI, la evangelización “tiene su arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe continuar pacientemente a través de la historia, hasta realizarse plenamente el día de la Venida final del mismo Cristo” (EN 9); por ello, la Iglesia tiene como deber primero continuar la misión de Jesús y debe apropiarse las palabras de san Pablo, “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1 Cor 9, 16). 

59 La Eucaristía es fuente de evangelización porque ella es, en cierta manera, el “centro del Evangelio”, ya que aparece relacionada con la Pascua, como está narrado en los textos de la institución de la Eucaristía (cfr. Mt 26, 17-25 y par.), y con los temas más importantes del mismo Evangelio, como la proclamación de la Palabra de Dios, la conversión y la fe, la caridad y la koinonía, la reconciliación y el perdón e, incluso, la vida eterna (cfr. Jn 6; Hech 2, 42-46; 1 Cor 10, 14-22; 11, 17-26). 

60 La Eucaristía es además el cúlmen del itinerario sacramental, pues ella sintetiza y nos remite a las diversas etapas sacramentales: del Bautismo, de la Confirmación y del Matrimonio, por medio de las cuales el cristiano va expresando su incorporación al misterio de Cristo y de su Iglesia. Por esto, la Eucaristía involucra a la Iglesia entera y a cada cristiano, no sólo para avanzar en la configuración con Cristo, sino también para asumir la tarea evangelizadora respecto a los demás, como miembros que somos del Cuerpo Místico de Cristo. 

61 Finalmente, la Eucaristía es impulso para la evangelización en este tercer milenio, porque ella no sólo es su centro, sino también fuente que desencadena y promueve toda la acción evangelizadora en el mundo contemporáneo (cfr. NMI 36). 

62 Un aspecto especial lo constituye, ciertamente, la devoción litúrgica y popular a Jesús Sacramentado. Los monumentos del Jueves Santo, la solemnidad de Corpus Christi con sus procesiones, la costumbre de la Visita al Santísimo, la adoración de las Cuarenta Horas, los Templos Expiatorios con la exposición continua, la Bendición con el Santísimo, la comunión de los Viernes primeros de mes, la Adoración Nocturna y los Congresos Eucarísticos son, entre muchas otras, expresiones de una fe sencilla y profunda en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, y de un amor entrañable a Aquel que ha querido “poner su morada entre nosotros”. Es innegable que la tarea evangelizadora de la Iglesia encuentra aquí también un terreno de purificación y crecimiento excepcional, sobre todo en nuestro tiempo; para que, ante “las tinieblas y sombras de muerte” (Lc 1,79) que envuelven nuestro mundo, la Eucaristía sea, en plenitud, luz y vida para toda la humanidad.  

63 La fuerza evangelizadora de la Eucaristía es tal que invita al cristiano a entregarse a sí mismo en un compromiso misionero generoso que responda a la situación de cada región y país, pues al decirnos Jesús en la Última Cena: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19), no podemos ignorar su invitación a ser, como Él, pan que se parte y comparte, sangre que se derrama para la vida del mundo; de otra manera, la celebración de la Eucaristía, sin compromiso, no sería plenamente “anuncio del Evangelio”, como lo advierte san Pablo a la comunidad de Corinto (cfr. 1Cor 11, 17-34).    

64.  Asimismo, la participación en la Eucaristía es el centro del domingo para todo cristiano. Santificar el día del Señor es un privilegio irrenunciable y un deber que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad, en orden a una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente (cfr. NMI 36). Por ello, el fomentar la participación en la Eucaristía, especialmente dominical, debe formar parte indispensable de los programas pastorales de la Nueva Evangelización.  

 

5.  MARÍA, “MADRE DEL VERDADERO DIOS, POR QUIEN SE VIVE”(Nican Mopohua

65 Santa María de Guadalupe dijo a Juan Diego, y hoy lo repite a cada cristiano: “Sábete que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”, y también le dijo: ¿Â“No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”.[8]La Virgen se presentaba así como Madre de Jesús y de los hombres.La Señora de Guadalupe es todavía hoy el signo de la cercanía de Cristo, invitándonos a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Contando con el auxilio materno de María, la Iglesia desea conducir a los hombres al encuentro con Cristo, que es el punto de partida y de llegada de una auténtica conversión y de una renovada comunión y solidaridad.  

66 La Virgen María constituyó para los moradores de estas tierras el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión.Así, la característica propia de la religiosisdad de los pueblos americanos, por su historia y su cultura, posee un tinte profundamente maternal y mariano, y tiene su expresión particular en el rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe que, siendo Madre de Cristo, se presentó también como Madre de los indígenas, de los pobres oprimidos y de todos los que de ella tengan necesidad. De hecho, los primeros misioneros llegados a América, provenientes de tierras de eminente tradición mariana, junto con los rudimentos de la fe cristiana, fueron enseñando el amor a la Virgen, Madre de Jesús y de todos los hombres. La aparición de María de Guadalupe a Juan Diego, en la colina del Tepeyac, México, repercutió decisivamente en la evangelización (cfr. EA 11), por eso el Papa Juan Pablo II afirmó que “el rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe fue ya desde el inicio en el Continente, un símbolo de la inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía” (EA 70). 

67 La presencia de María en el Cenáculo,es el punto de referencia de toda la comunidad eclesial que se prepara para recibir la gracia del Espíritu Santo, en orden a evangelizar (cfr. AG 4; LG 49; EN 82). Se puede afirmar, como realidad permanente, la experiencia mariana de las comunidades cristianas. Es un hecho que se constata en la celebración eucarística de las comunidades primitivas y actualmente en las grandes expresiones de piedad mariana popular. San Efrén, en sus cantos poéticos, subraya la relación profunda que existe entre la Virgen María y la Eucaristía: “María nos da la Eucaristía, en oposición al pan que nos dio Eva. María es además el sagrario donde habitó el Verbo hecho carne, símbolo de la habitación del Verbo en la Eucaristía. El mismo cuerpo de Jesús, nacido de María, ha nacido para hacerse Eucaristía.[9] 

 

María, “estrella de la evangelización” 

68 El Papa Pablo VI, al finalizar su exhortación apostólica, Evangelii Nuntiandi, da el título de “estrella de la evangelización” a la Madre de Dios: “En la mañana de Pentecostés ella presidió con su oración el inicio de la evangelización, bajo la acción del Espíritu Santo.¡Sea Ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y cumplir, sobre todo en estos difíciles tiempos, pero llenos de esperanza” (EN 82). Por eso, María es el camino seguro para encontrar a Cristo. La piedad hacia la Madre del Señor, cuando es auténtica, anima siempre a orientar la propia vida según el Espíritu y los valores del Evangelio (cfr. EA 11). 

69 María es “estrella de la evangelización” en varios sentidos: porque participó maternalmente en los inicios de la Iglesia con su oración junto a los Apóstoles, logrando la gracia del Espíritu Santo; porque es, por su maternidad, modelo y figura de la iglesia; porque con su actitud de fe y su intercesión maternal hace crecer la fe de la Iglesia. Ella es la que acompaña la acción evangelizadora de la Iglesia que, por la Palabra y los sacramentos, suscita la fe, lleva a la conversión del pecado y confiere la vida de hijos de Dios. Su acción, por tanto, es verdaderamente maternal. 

70.  Encomendamos a la Santísima Virgen María la preparación y realización del próximo 48º Congreso Eucarístico Internacional, para que sea una acontecimiento de fe y un impulso evangelizador en el nuevo milenio, tan necesitado de la verdadera luz y vida, que es Jesucristo Eucaristía. 


PLEGARIA A JESUCRISTO EUCARISTÍA

 

1. Padre Dios, creemos que eres creador de todas las cosas 
y que te nos haz hecho cercano en el rostro de tu Hijo, 
concebido de María Virgen por obra del Espíritu Santo, 
para ser nuestra condición y garantía de vida eterna. 

2. Creemos, Padre providente,
que por la fuerza de tu Espíritu El pan y el vino 
se transforman en el cuerpo y la sangre de tu Hijo,
flor de harina que aligera el hambre del camino. 

3. Creemos, Señor Jesús, que tu Encarnación 
se prolonga en la simiente de tu cuerpo Eucaristía,
para dar de comer a los hambrientos de luz y de verdad,
de amor y de perdón, de gracia y salvación. 

4. Creemos que en la Eucaristía te prolongas en la historia,
para alimentar la debilidad del peregrino, 
y el sueño del que anhela dar fruto en su trabajo.
Sabemos que en Belén, la “casa del Pan”, 
el Padre Eterno preparó en el vientre de María Virgen,
el pan que ofrece a los hambrientos de infinito. 

5. Creemos, Jesús Eucaristía, que estás real y verdaderamente 
presenteen el pan y el vino consagrados,
prolongando tu presencia salvadora
y ofreciendo a tus ovejas pastos abundantes y aguas claras. 

6. Creemos que los ojos se engañan al ver pan
y nuestra lengua se equivoca al probar vino,
porque estás Tú todo entero,
ofrecido en sacrificio y dando vida al mundo,
de paraíso siempre hambriento. 

7. Aquella noche del Cenáculo,
al tomar, Señor, el pan y el vino entre tus manos,
estabas ofreciéndolos a todos,
por los años y siglos infinitos. 

8. Contigo, Cordero de la Alianza,
se elevan en cada altar donde te ofreces al Padre,
los frutos de la tierra y del trabajo del hombre,
la vida del creyente, la duda del que busca,
la sonrisa de los niños, los proyectos de los jóvenes,
el dolor de los que sufren
y la ofrenda del que da y se da a sus hermanos. 

9.Creemos, Señor Jesús, que tu bondad ha preparado
una mesa para el grande y el pequeño,
y que en tu mesa hermanos nos hacemos
hasta dar la vida unos por otros,
como Tú lo hiciste por nosotros. 

10. Creemos, Jesús, que sobre el altar de tu sacrificio,
recuperamos la fuerza de una débil carne,
que no responde siempre a los anhelos del espíritu,
pero que tú transformarás a imagen de tu cuerpo. 

11. Creemos que en la mesa preparada para todos,
siempre habrá un lugar para el que busca, 
un espacio para el marginado de la vida,
superando los signos de la muerte,
inaugurando cielos nuevos y una tierra nueva. 

12. Creemos, Jesús, que no has dejado a tus hermanos solos,
permaneces discreto en el sagrario de la conciencia
y en el pan y el vino de tu mesa,
como luz y fuerza del débil peregrino. 

13. Creemos, en fin, que en los inicios del Tercer Milenio 
te haces compañero en el camino.
“Remar mar adentro” es la consigna,
en este momento de tu Iglesia,
para construir, llenos de esperanza,
una nueva etapa de la historia.

14. Gracias, Jesús Eucaristía, por impulsarnos
a una nueva evangelización por Ti fortalecida.
Que tu Madre acompañe a los que aceptan
vivir y anunciar tu Palabra,
y que su intercesión haga fecunda tu semilla.

Amén. 


ORACIÓN PARA EL 
48° CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

 

Señor, Padre Santo,
que en Jesucristo, tu Hijo, 
presente realmente en la Eucaristía,
nos das la luz que ilumina a todo hombre 
que viene a este mundo,
y la vida verdadera que nos llena de alegría;
te pedimos que concedas a tu pueblo 
que peregrina al inicio del tercer milenio,
celebrar con ánimo confiado 
el 48° Congreso Eucarístico Internacional,
para que, fortalecidos en este Banquete sagrado,
seamos en Cristo, luz en las tinieblas, 
y vivamos íntimamente unidos a Él que es nuestra vida.    

Que la presencia eficaz de Santa María, 
Madre del verdadero Dios por quien se vive, 
nos sostenga y acompañe siempre.    

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, 
que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios por los siglos de los siglos.     
Amén.

 



[1]Cfr. Myst Fid: AAS 57 (1965) 766
[2]Juan Pablo II, Carta sobre la Adoración Eucarística enviada al obispo de Lieja con ocasión del 750° Aniversario de la fiesta del SS. Cuerpo y Sangre de Cristo, 28 de mayo de 1996 n. 4.
[3] Ibid. n. 7 – citando LG 28; PO 6.
[4]Juan Pablo II, Carta sobre la Adoración Eucarística, n. 3.
[5]BIFFI F., Il magistero dei Papi: Seminarium 35 (1983) 347
[6] Cfr. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, 9
[7] Sermón 12, 7; citado en LG 26
[8]LAMADRID J.G., Nican Mopohua, ed.Jus, p. 45
[9]BACK E., CSCO, 218-219, Louvain, 1961

 

 

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