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SIMPOSIO TEOLÓGICO-PASTORAL
DEL XLVIII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

EUCARISTÍA, MISTERIO DE LA FE

Conferencia del Card. Angelo Scola
Patriarca de Venecia

Guadalajara, México
Jueves 7 de octubre de 2004

1. Mysterium fidei

La teología en cuanto a reflexión sistemática y crítica sobre la experiencia de fe del pueblo santo de Dios reclama una profundización del misterio eucarístico que permita evitar el riesgo de confundirlo con una práctica mágica. La Eucaristía, es decir, el sacramento que cumple aquello para lo que todos los otros sacramentos existen, actúa la lógica de la Encarnación en cuanto nos asimila corporalmente a Jesucristo reuniendo visiblemente a los hombres para hacer de ellos la Iglesia.

Por ello toda reflexión teológica que se precie no puede en última instancia evitar medirse con la teología eucarística, dado que quizá ningún otro misterio cristiano constituya un reto para el pensamiento como el misterio eucarístico. De este modo la Eucaristía es el test de toda teología.

Y, sin embargo, considerada con atención, la Eucaristía constituye el misterio de fe más oscuro y, a la vez, más concreto. En efecto, ¿cómo se puede explicar un don, teniendo en cuenta además que se trata del don que Jesucristo nos hace de Sí mismo pidiéndonos que comamos su Cuerpo y bebamos su Sangre? Un don, ante todo, pide ser recibido. Quien pretendiese comprenderlo antes de recibirlo, se revelaría incapaz de acogerlo. En este sentido el filósofo Jean-Luc Marion afirma que «un don no pide ante todo ser explicado, sino más bien ser recibido (...) Si se debe hablar de ‘explicaciónÂ’, será en el sentido de una ‘explicación entre peleonesÂ’, o, si se prefiere, en el sentido de la explicación entre Jacob y el ángel en el vado de Yabboq: en una explicación de este tipo no se trata de hablar, sino de luchar; cada uno de los adversarios exige del otro, ante todo, la confesión o la “bendición”, y por tanto el reconocimiento»[1]

En este sentido el pueblo cristiano, postrado en adoración ante el Señor Jesús real y substancialmente presente en las especies del pan y del vino apenas consagrados, escucha la proclamación del sacerdote: mysterium fidei. Y así la teología sacramental está llamada a pensar el sacramento eucarístico como la manifestación de la verdad absoluta del misterio pascual a través del encuentro entre la libertad de Dios y la libertad del hombre.

Mysterium fidei: en estas dos palabras, elegidas por el Santo Padre como título del primer capítulo de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, se nos ofrece de forma extremadamente sintética el contenido esencial del credo eucarístico.

Mysterium: el término es utilizado por san Pablo para indicar el designio salvífico de la Trinidad. Un designio que encuentra su origen en el amor intratrinitario entre el Padre y el Hijo en el Espíritu que quiere hacer partícipes a todos los hombres de su misma Vida; que se cumple en la Pascua de Jesucristo – muerte y resurrección – encuentro de benevolencia trinitaria y obediencia del Verbo encarnado; que da lugar al nacimiento de la Iglesia como forma mundi y que incluye la redención del cosmos[2].

Y mysterium fidei: la referencia a la fe presente en la aclamación eucarística implica el contenido de la fe de la Iglesia que se transmite de generación en generación y el acto de libertad en virtud del cual el cristiano se adhiere con toda su humanidad (razón y voluntad) a la libertad trinitaria que le sale al encuentro en el sacramento.

2. Mysterium fidei como encuentro de libertades

Para profundizar en este misterio la encíclica Ecclesia de Eucharistia nos ofrece el siguiente punto de partida: «la Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación» (EdE 11).

En efecto, solo si contemplamos con estupor – el Papa habla de «Â“asombro” eucarístico» (EdE 6) - el radical carácter de don que posee la Eucaristía será posible descubrir integralmente su verdad. El sacramento del altar constituye el misterioso intercambio de amor (don) entre la Trinidad y el fiel cristiano en la suprema mediación del sacrificio de Jesucristo muerto en cruz y resucitado propter nos et propter nostram salutem.

Podemos profundizar la realidad de la Eucaristía como don considerando en primer lugar quién es el protagonista del don, la Trinidad y, en segundo lugar, afrontando el estudio sobre el modo en el que se dona la Trinidad (la lógica sacramental) a la libertad finita y redimida de los bautizados.

a) La Trinidad, protagonista del don eucarístico

Protagonista del don eucarístico es la Trinidad. La encíclica profundiza este aspecto en el número 13: «el don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida (cf. Jn 10, 17-18), es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; Jn 10, 15), pero don ante todo al Padre: sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo ‘obediente hasta la muerteÂ’ (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección». La Eucaristía, sacramento de la Pascua del Verbo encarnado, es don del Padre en cuanto es el Padre quien, en comunión perfecta con el Verbo y el Espíritu, entrega al Hijo encarnado al sacrificio de la cruz: «a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en El» (2 Cor 5, 21). Desde este punto de vista el misterio pascual de Jesucristo es obra de la benevolencia misericordiosa y gratuita de la Trinidad. Dicha benevolencia, sin embargo, no actúa en solitario sino que encuentra la cooperación del misterio de la obediencia del Hijo encarnado: he aquí la razón por la que el Santo Padre no duda en hablar de la Eucaristía como don de amor de Jesucristo al Padre. Pero en la lógica trinitaria todo don implica reciprocidad. Por esta razón a la obediencia del Hijo encarnado corresponde la sobreabundancia paterna del don de la resurrección. El Papa, citando el número 18 de la encíclica Redemptor hominis, no teme hablar de entrega paternal: come hemos dicho la muerte de Cristo es el «sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo ‘obediente hasta la muerteÂ’ (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección» (EdE 13).

Así pues nuestra redención es el fruto de la cooperación salvífica de la benevolencia trinitaria y de la obediencia humana de Jesucristo[3]. Una obediencia que encuentra su perfección en la acogida de la nueva vida de la resurrección, don del Padre. Por esta razón la obediencia di Jesucristo es salvífica: se trata, en efecto, de la obediencia humana de una Persona divina.

El Espíritu Santo – la Persona-don como la llama Juan Pablo II en la encíclica Dominum et vivificantem 10 – es el nexo eterno y económico que vincula internamente la dinámica del don, fruto de la convergencia entre la benevolencia trinitaria y la obediencia de Jesucristo[4]. El Espíritu mantiene en unidad Padre e Hijo incluso en el momento del supremo abandono en la cruz y, al mismo tiempo, constituye el don supremo del Resucitado. En virtud de la obra del Espíritu el don del misterio pascual permanece en la historia de los hombres como don sacramental, como don eucarístico: «no queda relegado al pasado, pues ‘todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos» (EdE 11).

Un primer filón que se ofrece a la teología dogmática lo encontramos, por tanto, en la raíz trinitaria del misterio eucarístico. Dicho filón posee, además, la ventaja de permitir una elaboración de la teología eucarística a partir de la analogía de la fe con los dogmas cristológico y trinitario.

b) La dinámica del don eucarístico: la lógica sacramental

Con una fórmula sintética podemos decir que la experiencia de la fe del pueblo de Dios reconoce en la Eucaristía la mediación (simbólica) que hace contemporáneo el evento del misterio pascual con la existencia de todo hombre a través de la historia. «Todo el Triduum paschale (...) está como incluido, anticipado, y “concentrado” para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa “contemporaneidad” entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos» (EdE 5).

b1. El evento y su mediación

Para comprender adecuadamente esta afirmación es necesario afrontar, aunque sea brevemente, la cuestión de la naturaleza del evento y la del conocimiento de un evento por parte de la razón-libertad del hombre. Esta cuestión nos permite hacer presente el nexo que la teología contemporánea reconoce entre el ámbito sacramental y el campo de la teología fundamental y la filosofía[5]. En efecto, el don sacramental constituye, en cierta medida, el caso eminente de la relación del hombre con la realidad.

Para describir la dinámica profunda del conocimiento humano, es necesario reconocer que en cada ente singular el ser sale al encuentro del hombre, se dona a él[6]. Se podría decir que cada ente singular constituye en cierta manera una ‘promesaÂ’, una ‘anticipaciónÂ’, un don que el ser hace de sí mismo a la libertad del hombre. Es posible denominar esta dinámica hablando de evento. Un evento no puede ser reducido a un mero objeto. Ayudados de la mejor especulación filosófica contemporánea y superando la concepción moderna de la relación sujeto-objeto, podemos afirmar que un evento, conservando la objetiva densidad de lo real, implica siempre el acto de la libertad de aquel a quien se ofrece. Hablar de evento significa reconocer, por una parte, que el ser se comunica a través del ente singular, a través de una mediación, es decir, simbólicamente; por otra, que dicha comunicación simbólica implica la libertad de aquel al que se ofrece.

Veamos ahora un poco más detenidamente la relación que existe entre un evento original (en nuestra reflexión nos referimos al evento de la muerte y de la resurrección de Jesucristo) y su necesaria mediación simbólica en el espacio y el tiempo.

Para que la verdad del evento original pueda ser conocida a través de una mediación, es necesario que dicha mediación tenga el carácter de evento: el evento que se da a conocer puede ser conocido sólo través de otro evento. Sólo así la mediación puede proponerse como lugar de la verdad del evento original. En caso contrario acabaría por perder y corromper el evento original y por convertirse en una alternativa. En cambio en la relación evento-mediación que estamos describiendo, se mantiene el carácter objetivo de la verdad original (evitando de este modo todo peligro de relativismo), sin que disminuya la naturaleza de evento propio de la mediación. La condición que permite este delicado equilibrio es la diferencia, entendida según su etimología: dif-ferre, llevar a otro lugar (atravesar, pasar de un lado al otro) una misma cosa. Sintéticamente podemos decir que la forma de la mediación no puede asumir el carácter estático de un mero objeto, sino que debe ser ella misma un evento. Al mismo tiempo es imprescindible que dicha mediación-evento conserve y comunique el evento original. Este último, lejos de perderse hasta desaparecer en el evento-mediación, es custodiado en el evento diferente de la mediación. En el corazón de la mediación, por tanto, encontramos una diferencia que, si se quiere mantener el acceso al evento original, debe ser reconocida según su carácter propio de diferencia. Desde el punto de vista del evento-mediación esta diferencia expresa un ‘plus de acontecimientoÂ’ respecto a la mediación misma: para poder llevar a cabo su función propia el evento-mediación debe necesariamente reconocer que media un evento diferente. El pan y el vino que, por la potencia del Espíritu, se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, mantienen toda la fuerza de la diferencia. La inconmensurable distancia entre la pobreza de las especies sacramentales y Jesucristo que se dona real y substancialmente («Adoro te devote, latens Deitas, quae sub his figuris vere latitas») consiente a la Eucaristía ser el evento símbolo que media el evento original de la Pascua: «cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia» (EdE 58).

b2. Evento eucarístico y diferencia

El paso siguiente de nuestra reflexión consiste en preguntarnos cuál es la naturaleza propia de la mediación sacramental-eucarística y cómo dicha mediación implica la libertad del hombre[7].

El sacramento constituye el evento-mediación que en la diferencia permite a la libertad del bautizado decidir por el evento original de la redención que se le ofrece en el hoy de la historia.

Precisamente en virtud de la diferencia, el sacramento constituye la garantía permanente de la trascendencia absoluta de la Trinidad. En efecto, la forma sacramental concreta indica la imposibilidad humana de medir, conceptual y trascendentalmente, el carácter inconmensurable y diferente del don de la Trinidad que se ofrece precisamente en Jesucristo muerto y resucitado a través de la llamada presente en el rito de la celebración eucarística. Este dato constituye la garantía más segura de la relación Dios-hombre. En efecto, el término (¡no el objeto!) de la mirada del hombre se encuentra siempre por encima de sus posibilidades. Y este carácter inaferrable de la revelación de Dios mantiene permanentemente abierto el dinamismo en virtud del cual el hombre, históricamente situado, tiende continuamente a corresponder a este don inconmensurable. No es posible desarrollar en esta sede una consecuencia fundamental de este dato. Me refiero a la afirmación que reconoce en el sacramento el antídoto contra la idolatría: la diferencia que las especies eucarísticas expresan constituye la garantía permanente de la trascendencia del don de la Trinidad contra cualquier pretendida posesión idolátrica por parte del hombre, sin que por esto dejen de mediar ‘real y substancialmenteÂ’ el evento original, Jesucristo mismo.

La trascendencia absoluta de la Trinidad no implica este dato posee una importancia determinante en el diálogo interreligioso su incognoscibilidad. O dicho con otras palabras la mediación sacramental no difumina el evento original. La objetividad de la verdad que no permite que el evento original se pierda en el evento-mediación – está salvaguardada en el sacramento gracias al hecho que sólo los símbolos (fórmulas y gestos) prescritos por el rito litúrgico median el evento cristológico. Sólo porque el rito depende teológicamente de la ‘instituciónÂ’ raíz cristológica de los sacramentos – la celebración litúrgica posee esa forma objetiva que le permite ser símbolo de la trascendencia de Dios que se dona al hombre. En la naturaleza objetiva del sacramento se manifiesta el fundamento, al mismo tiempo ontológico y epistemológico, que justifica la contemporaneidad del evento redentor de Jesucristo con todo hombre a través de la historia: «el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo» (EdE 12).

Las fórmulas y los gestos prescritos por el rito sacramental, en cuanto acciones humanas, muestran de forma inequívoca que la libertad del hombre concurre siempre en la determinación de la forma de la mediación del evento de Jesucristo.

Para manifestar la verdad absoluta del evento original, el rito litúrgico de la celebración evento-mediación exige la compresencia de la libertad de Dios y de la libertad del hombre. De este modo la verdad revela su carácter de regla respecto a la libertad.

b3. Evento eucarístico y actuación de la libertad

Es importante ahora profundizar un poco en el hecho que la mediación sacramental implica la libertad humana.

Todo acto de libertad está abierto a un sentido último que se manifiesta en el acto mismo y no fuera de él. Hemos visto, en efecto, que el ser-verdad se propone y se promete en su acontecer ofreciéndose como el sentido último de la elección libre y particular del hombre. Por esta razón cada acto de libertad posee siempre el carácter de un abandono al evento que se le ofrece anticipadamente: el hombre puede decidir en favor de lo que él mismo determina como su propio sentido, porque en el acto de la decisión se encuentra anticipado (simbólicamente) el sentido último de su libertad. Dicho sentido posee la forma de un evento en el que verdad y libertad coinciden. Esta dinámica constituye, por así decir, la dimensión antropológica de la diferencia (ontológica): el hombre necesita, por una parte, autodeterminarse y, por la otra, no posee en sí la medida de este dinamismo. En el corazón de la libertad humana habita una tensión (polaridad) ineliminable, que constituye la ‘versiónÂ’ antropológica de la diferencia (ontológica).

A la luz de estas afirmaciones ¿cómo el evento original de la redención (el evento pascual) que se ofrece en el evento-mediación del sacramento eucarístico implica concretamente la libertad del hombre[8]? Podemos responder a esta cuestión afirmando que sólo en el evento eucarístico, en el que se concentra todo el evento de la revelación cristiana, es posible que el hombre reconozca y actúe efectivamente su condición propia de hombre libre. Y esto porque el evento de Jesucristo tiene que ver con la instancia fundamental de la libertad humana. Efectivamente, en vista del propio cumplimiento, la libertad del hombre, inexorablemente indeducible porque siempre históricamente determinada, reconoce que debe ser-para-otro, pero se sabe esencialmente incapaz de ello. Precisa de un evento, que, siendo él mismo indeducible, actúe su potencialidad. Jesucristo es este evento totalmente gratuito. Él, responde perfectamente, por la potencia del Espíritu, a la voluntad del Padre a través de la ofrenda total de sí mismo. Y así otorga a todo acto de libertad del hombre la posibilidad de corresponder a su vez al Padre.

La Eucaristía existe precisamente para hacer presente el evento de la redención de los hombres, un evento que, habiéndose actuado en el acto libre del sacrificio de Jesucristo, es capaz de manifestar la identidad de Dios y la identidad del hombre. En virtud de su carácter absoluto, dicho evento original se repropone en la repetición del rito asumiendo la forma de la mediación simbólica de la actuación de la fe. Y así la existencia del hombre viene desvelada y hecha accesible a su propia libertad en la donación (simbólica) garantizada por el sacramento. En el sacramento es donada a la libertad la posibilidad de actuarse según su propia medida, dicha medida que no estaba a su alcance y que se le dona gratuitamente.

De este modo la Eucaristía (celebración ritual – sacramento) manifiesta la verdad absoluta del misterio pascual a través del encuentro entre la libertad de Dios y la libertad del hombre. En la mediación sacramental se ofrece a la libertad del hombre el fundamento (libertad de Dios) que le permite actuarse plenamente. Dicha actuación puede ser denominada acto de fe. La Eucaristía, de este modo, se revela mysterium fidei en cuanto posibilidad concreta en la historia del actuarse de la libertad del hombre en la correspondencia a la libertad de la Trinidad que se dona.

Corolario: Eucaristía y lógica sacramental

El sacramento, en cuanto pone siempre en juego la libertad, salvaguarda la verdad profunda del evento de Cristo. Instituida por Cristo y transmitida en la Iglesia con precisos gestos y fórmulas prescritas por el rito, la Eucaristía (sacramentos) es símbolo (signo eficaz) del Dios trascendente que se da al hombre. En el sacramento están presentes a la vez la libertad de Dios y la del hombre: en él coinciden verdad y libertad.

Antes de proseguir con nuestra reflexión, permítaseme presentar brevemente una hipótesis que brota de cuanto se ha afirmado: todas las circunstancias y todas las relaciones que forman la trama de la existencia humana están, en cierto sentido, inscritas en la lógica sacramental característica del designio unitario de Dios (cfr. Fides et ratio 13)[9]. Por tanto, circunstancias y relaciones representan analógicamente el sacramento de la trascendencia de Dios que interpela a la libertad humana. El existir del cristiano en Cristo, en cuanto miembro de la comunidad eclesial, lo convierte en evento comunicativo (sacramento) de aquella verdad de la cual forma parte. En esta óptica, cada relación pide ser vivida sacramentalmente. Algo análogo se puede decir de todas las circunstancias (entendidas en sentido lato, como hechos o conjunto de hechos con las más variadas características). Éstas no se dan, en último término, por azar. Aun sin negar las múltiples causas concurrentes que las determinan, las circunstancias no escapan al juego de la libertad de Dios que llama (vocación) y moviliza (misión) la libertad del hombre. Es necesario, sin embargo, subrayar que el hombre, abandonado a sí mismo, no sabría reconocer el carácter de evento sacramental de las circunstancias y relaciones. Necesita estar dentro de una comunidad eclesial sensiblemente presente. Fuera del sacramento, sobre todo de la Eucaristía, no es posible ni siquiera intuir el valor sacramental de circunstancias y relaciones. Por otra parte, sin embargo, hasta que este valor no se convierte en experiencia concreta del creyente, movido en cada acto de su libertad por circunstancias y relaciones, se puede legítimamente dudar de un efectivo ensimismamiento con la Eucaristía.

3. Mysterium fidei como traditio fidei

Hemos visto que en el sacramento se encuentra la actuación simbólica de la fe que constituye la verdadera forma del saber y del conocimiento. En dicha actuación el fundamento (Verdad-Bien) se comunica efectivamente porque su naturaleza de evento original permanece en el evento-mediación del encuentro de la libertad de Dios con la libertad del hombre.

Una rigurosa inteligencia teológica de la Eucaristía revela de esta manera el sentido pleno de la traditio. No es una casualidad, en efecto, que su primera figura nos la ofrezca la institución eucarística tal y como nos la relata san Pablo: «porque yo recibí (parelabon) del Señor lo que os he transmitido (paredwkka): que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado tomó pan, y después de dar gracias lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo que se da por vosotros, haced esto en recuerdo mío”» (1Cor 11, 23-24).

De este modo la noción de traditio – fundamental en la teología católica – queda despojada de cualquier sabor mecánico. No se trata, en efecto, de una transposición en el tiempo del evento salvífico, sino que indica, como decía Maurice Blondel, un ámbito de práctica y de experiencia[10]. En efecto, la tradición se funda sobre «una experiencia siempre en acto»[11].

En este sentido la Eucaristía se presenta como la actuación fundamental de la traditio ya que ofrece históricamente al hombre la ocasión de conformarse con el acto de libre correspondencia al designio del Padre que el Hijo encarnado ha cumplido en su misterio pascual. Ahora bien, como hemos dicho anteriormente, la dinámica eucarística no implica «la transposición del evento salvífico de la muerte-resurrección de Jesucristo en la historia, sino que se trata, más bien, de su acontecer aquí y ahora para mí, en el respeto de la estructura ontológica de mi libertad»[12]. Por ello Eucaristía constituye el acto de traditio fidei por excelencia[13].

Para profundizar esta tesis es necesario recordar el significado de la llamada economía sacramental. Afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «el don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la “dispensación del Misterio”: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, “hasta que él venga” (1Co 11, 26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo. Actúa por los sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama “la Economía sacramental”; ésta consiste en la comunicación (o “dispensación”) de los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia “sacramental” de la Iglesia»[14]. La economía sacramental pone en la historia las condiciones objetivas para que pueda acontecer el acto de fe de cada bautizado. Dichas condiciones implican que «la fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: “Lex orandi, lex credendi”»[15]. A este propósito sería importante profundizar el protagonismo del Espíritu Santo en la economía sacramental y, por tanto, en la transmisión de la fe[16].

En este contexto se recupera con naturalidad una de las aportaciones de la Sacrosanctum Concilium sobre la que los comentaristas teológicos han insistido con frecuencia. Me refiero a la consideración de los sacramentos como sacramenta fidei: «los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe»[17]. La Eucaristía, en cuanto centro del organismo sacramental, se presenta de este modo como el sacramentum/mysterium fidei por excelencia. El Santísimo Sacramento, de este modo, constituye el ámbito histórico por excelencia de transmisión de la fe.

Respecto al tema que nos ocupa es importante insistir en el hecho que la Eucaristía es mysterium fidei en cuanto «los sacramentos de la fe "son" fundamentalmente la fe celebrada»[18]. La forma de la transmisión-confesión (traditio) de la fe es la celebración. Sólo el rito – y precisamente en virtud de su carácter repetitivo exigido por el singular carácter absoluto del evento pascual – libera simultáneamente del riesgo de la magia (una reproposición automática del evento) y del riesgo de la idolatría (la pretensión de la conciencia-libertad de poseer el evento). Usando el lenguaje tradicional podemos decir que el ex opere operato y el ex opere operantis son los dos centros de la única elipse eucarística. La unidad del evento eucarístico es dual porque repropone la unidad dual del evento original: Jesucristo muerto y resucitado que se dona a la libertad creyente.

En la celebración eucarística la Iglesia confiesa auténticamente su fe y el evento salvifico se hace presente de modo infalible: «cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y “se realiza la obra de nuestra redención”. Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don» (EdE 11).

4. Conclusión

Sería necesario, si el tiempo lo permitiese, detenerse a considerar las consecuencias “pastorales” de una profundización teológica como la que hemos propuesto. Me limito a señalar algunas pistas.

En primer lugar la consideración de las circunstancias y situaciones en las que la libertad del hombre se encuentra según la lógica sacramental apenas expuesta, conducirá a reconocer que la vida es en sí misma vocación. Toda circunstancia y situación de la vida, en efecto, provoca la libertad del fiel a responder a la libertad de la Trinidad que le sale al encuentro. De este modo el tema de la vocación recupera su peso objetivo coincidiendo con la vida y no pudiendo ser reducido a la cuestión de la elección de estado.

En segundo lugar si la Eucaristía constituye el ámbito propio de la transmisión de la fe en Sí misma y en cuanto da origen, como hemos afirmado, a la lógica sacramental - ¿no debería ser pensada y actuada la catequesis en clave sacramental? En este sentido, Juan Pablo II, ya en 1979, afirmó con extrema claridad que «la pedagogía catequética encuentra su fuente y su plenitud en la Eucaristía»[19]. Lejos de reproponer esquemas catequéticos definitivamente superados, partir de la Eucaristía significará ser conscientes del peso de la libertad de nuestros interlocutores. No dirigirse a la libertad del hombre que se encuentra es condenar inexorablemente el anuncio cristiano a la irrelevancia.

En fin la dinámica eucarística y sacramental favorecerá el crecimiento de comunidades cristianas de pertenencia fuerte, capaces de acompañar a sus miembros en los ambientes cotidianos de la existencia. La consecuencia inmediata será una renovación del ímpetu misionero de estas comunidades.


[1] Cfr J.-L. Marion, Dieu sans lÂ’être, PUF, Paris 1991, 226-227.

[2] Cfr. L. Cerfaux, Le Christ dans la théologie de saint Paul, Cerf, Paris 19542, 315-324; R. Penna, Il “mysterion” paolino, Paideia, Brescia 1978, 53-85; Id., I ritratti originali di Gesù il Cristo t. 2, San Paolo, Cinisello Balsamo 1998, 240-242.

[3] Cfr. F.-M. Léthel, Théologie de lÂ’agonie du Christ, Beauchesne, Paris 1979.

[4]Cfr. L. Bouyer, Le Consolateur. LÂ’Esprit Saint et vie de Grâce, Cerf, Parigi 1980; F. X. Durrwell, LÂ’Esprit Saint de Dieu, Cerf, Parigi 1983; J.-Y. Lacoste, La théologie et lÂ’Esprit, en «Nouvelle Revue Théologique» 109 (1987) 660-671; H. U. Von Balthasar, Teologica t. 3, Jaca Book, Milano 1992; G. H. Müller, Der Heilige Geist. Pneumatologie, Styria, Graz 1993; M. Bordoni, Cristologia nellÂ’orizzonte dello Spirito, Queriniana, Brescia 1995.

[5] Cfr. A. Scola, Libertad humana y verdad a partir de la encíclica Fides et ratio, en «Revista Católica Internacional Communio» 20 (1999) 3, 261-281.

[6] Cfr. Id., ¿Qué fundamento? Notas introductorias, in «Revista Católica Internacional Communio» 22 (2002) n. 1, 98-112.

[7] Retomo sintéticamente cuanto escrito en: Id., Donato alla libertà, en N. Reali (ed.), Il mondo del sacramento, Paoline, Milano 2001, 367-374.

[8]Cfr. S. Ubbiali, Il sacramento cristiano e l'agire libero dell'uomo. Per una "drammatica" dell'azione sacramentale, en N. Reali (ed.), Il mondo del sacramento, 239-265, en particular 257-265.

[9] Cfr. A. Scola, Eucaristia e Libertà: la logica sacramentale della vita cristiana, in Aa. Vv., Eucaristia porta santa giubilare, Quaderni de “LÂ’Osservatore Romano” 51, Città del Vaticano 2000, 128-131; Id., Per una ecclesiologia “di missione”, en Aa. Vv., In Cristo nuova creatura, N. Reali – G. Richi Alberti (a cura di), PUL-Mursia, Roma 2001, 127-146.

[10] Cfr. M. Blondel, Storia e dogma, Queriniana, Brescia 1992, particolarmente 103-137.

[11] Ibid., 108.

[12] A. Scola, La logica dell'incarnazione come logica sacramentale: avvenimento ecclesiale e libertà umana, en Aa. Vv., Wer ist die Kirche? Symposium zum 10. Todesjahr von Hans Urs von Balthasar, Johannes Verlag, Einsieldeln 1999, 99-135, aquí 106-107.

[13] Cfr. G. Richi Alberti, La transmisión de fe por la Iglesia. Profesión y testimonio de fe, en «Teología y Catequesis» (2002) n. 81, 35-48.

[14] Catecismo de la Iglesia Católica 1076.

[15] Catecismo de la Iglesia Católica 1124. Para profundizar en este tema se vea: P. Rodríguez, Fe y sacramentos, en P. Rodríguez et Al. (ed.), Sacramentalidad de la Iglesia y Sacramentos. IV Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Eunsa, Pamplona 1983, 551-584.

[16]Cfr. A. G. Martimort, L'Esprit Saint dans la liturgie, en Aa. Vv., "Credo in Spiritum Sanctum". Atti del Congresso Teologico Internazionale di Pneumatologia (Roma 22-26 marzo 1982) t. 1, Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano 1983, 517-539; B. de Margerie, L'Esprit-Saint dans le formules sacramentelles, en ibid. t 2, 1057-1079.

[17] Sacrosanctum Concilium 59: «Sacramenta ordinantur ad sanctificationem hominum, ad aedificationem corporis Christi, ad cultum denique Deo reddendum; ut signa vero etiam ad instructionem pertinent. Fidem non solum supponunt, sed verbis et rebus etiam alunt, roborant, exprimunt; quare fidei sacramenta dicuntur». Otras referencias conciliares a los sacramentos de la fe se pueden ver en: Sacrosanctum concilium 9 y Presbyterorum Ordinis 4. Sobre la recepción de esta constitución conciliar cfr.: P. Tena Garriga, La sacra liturgia fonte e culmine della vita ecclesiale, en R. Fisichella (a cura di), Il Concilio Vaticano II. Recezione e attualità alla luce del Giubileo, San Paolo, Cinisello Balsamo 2000, 46-65; A. M. Triacca, Attuazione della Sacrosanctum Concilium, en ibid., 232-255.

[18] G. Bonaccorso, La dimensione sacramentaria della fede celebrata, en Associazione Professori di Liturgia (a cura di), Celebrare il mistero di Cristo v. 2, Edizioni Liturgiche, Roma 1996, 29-50, aquí 29.

[19] Juan Pablo II, Catechesi tradendae 48.

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