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XLVIII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

LA FE EN LA SAGRADA EUCARISTÍA EN LAS IGLESIAS
QUE PEREGRINAN EN AMÉRICA LATINA

Presentación de las delegaciones

Conferencia de Mons. Emilio Berlie, arzobispo de Yucatán

Auditorio de la Expo, Guadalajara (México)
Lunes 11 de octubre de 2004


I. Introducción

Cuando san Lucas redactó el episodio en el que narra el encuentro de Jesús resucitado con aquellos dos discípulos de Emaús, describió de manera concisa lo que ocurriría muchísimas veces en el devenir de la historia. Porque no sólo aquellos dos hombres se iban a encontrar perplejos ante la realidad que les había desbordado, sino que también otros muchos hombres y mujeres, como ellos, caminarían por el mundo "con los ojos cegados y haciéndose preguntas" (cf. Lc 24,15-16). San Juan también nos dice que, al concluir Jesús de explicar que él es "el pan de vida", y que quien comiera de su cuerpo y de su sangre tendría "vida eterna", eso provocó una fuerte discusión entre los judíos y que, peor aún, "muchos de sus discípulos se retiraron y ya no andaban con él" (cf. Jn 6, 52. 66).

Hoy también nos encontramos con enorme cantidad de gentes que se encuentran perplejas ante problemas que no logran resolver o que les rebasan por completo. En efecto, dice el Papa Juan Pablo II, "son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando a millones y millones de personas no sólo al margen del progreso, sino también sujetas a condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana" (Novo millennio ineunte, 50 ; cf. Ecclesia de Eucharistia, 20).

Y continúa el Papa preguntándose: "¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre, quien está condenado al analfabetismo, quien carece de la asistencia médica más elemental, quien no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social" (Novo millennio ineunte, 50).

"¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?" (ib., 51).
Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede quedar insensible y busca respuestas, a la par que acciones concretas. Es entonces cuando se repite aquel inusitado encuentro entre el Señor y los discípulos que le descubrieron "al partir el pan". Es entonces cuando la fuerza de la Eucaristía hace mella en el alma y el corazón de cada bautizado. Porque... ¿a quién podemos acudir si solamente él tiene palabras de vida eterna? (cf. Jn 6, 68).

Dios mismo es el único contenido del misterio cristiano. El misterio que es Dios, el misterio tremendo y fascinante es el que se hace presente en la Eucaristía, porque en ella se han concentrado y condensado las situaciones básicas del ser humano, la vida y la muerte, el dolor y la alegría, la lucha por la justicia y el don de la fraternidad, todo hecho manjar que se comparte y se sublima (cf. J. Terán Dutari, El misterio eucarístico hoy día, en AA.VV., Jornadas teológicas sobre la Eucaristía, Quito, Ecuador, 1974, 16).

Desde Jesús Eucaristía miramos el mundo presente con sus tristezas y sus alegrías, con sus angustias y melancolías. Y queremos que, al partir para nosotros el pan, le descubramos vivo entre nosotros, y con la fuerza de su presencia redentora transformemos este mundo de salvaje en humano, y de humano en divino, según la consigna del Papa Pío XII (cf. M. Oliver, La Eucaristía y la nueva evangelización, en Revista Católica internacional "Communio", mayo-junio 1993, 217).

La Eucaristía es, desde los tiempos apostólicos, la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia. El Señor, por su muerte y su resurrección, ha pasado a un tipo diverso de existencia, no menos real pero diferente en cuanto al modo, al resucitar a un modelo de vida nueva. Él es ahora el Señor exaltado a la diestra de Dios que se ofrece continuamente al Padre por nosotros (cf. Hb 7, 24). Es el único Jesucristo real hoy, y por lo mismo el que está presente en la sagrada Eucaristía. Desde cuando compartía su vida con los Apóstoles, les prometió a ellos y a la Iglesia que nunca la dejaría, sino que estaría presente siempre en ella y entre ellos hasta el final de los tiempos.

II. La doctrina y las orientaciones pastorales
relacionadas con la Eucaristía
de los documentos de Río de Janeiro,
Medellín, Puebla y Santo Domingo

Río de Janeiro (1955)

Es opinión común que el mayor fruto del encuentro de los obispos de América Latina en Río de Janeiro en 1955 fue la creación del Consejo del episcopado latinoamericano (CELAM). Sus frutos doctrinales y sus orientaciones pastorales no son muy conocidos, al punto que no resulta raro que, incluso algunos clérigos, no sepan de la existencia de este documento y que, a no ser por las recientes versiones cibernéticas, sea imposible encontrar en las librerías una edición de sus textos.

A pesar de eso, podemos anotar que las conclusiones de esta asamblea latinoamericana sí dedican un espacio al tema de la Eucaristía, que, aunque es muy breve, deja ver la importancia que el sacramento de la presencia real de Jesucristo tiene en la acción pastoral de la Iglesia.

En el número 56, bajo el título "Organización de la cura de almas", los obispos expresan "su vivísimo anhelo de que los párrocos, que participan de la potestad del obispo de santificar, enseñar y gobernar, procuren santificar, buscando el progreso espiritual de sus fieles:

a) con la administración asidua de los sacramentos, especialmente la confesión y la Eucaristía;
b) promoviendo la asistencia frecuente y aun diaria a la santa misa, con el empleo de medios aptos para favorecer la consciente participación de los fieles en el santo sacrificio.

Medellín (1968)

La intención de Medellín es aplicar las enseñanzas y orientaciones del concilio Vaticano II en América Latina. Esto es claramente visible en la estructura redaccional de buena parte del documento final, que muestra muchos párrafos compuestos casi exclusivamente por citas textuales de los documentos conciliares. Sin embargo, y con respecto al tema que nos ocupa, las conclusiones finales hacen acentuaciones importantes, que presentamos a continuación:

a) La Eucaristía es mostrada como "raíz y quicio" de la comunidad y de toda comunidad cristiana, sin cuya presencia es imposible la edificación de la Iglesia (Pastoral popular, 9).
b) La comunión eclesial se sustenta y crece por la celebración eucarística, por eso, su presencia en las Comunidades eclesiales de base es más que recomendable, aunque compete a los obispos "permitirla teniendo en cuenta las circunstancias de cada lugar" (Pastoral popular, 13, y Liturgia, nn. 12 y 14).
c) A los sacerdotes se les encomienda la tarea de incorporar a la Eucaristía todo quehacer temporal [1].
d) Con respecto a la vida consagrada, en el número 5 del apartado sobre los religiosos, el documento apunta: "El testimonio del mundo futuro se manifiesta de un modo especial en la vida religiosa contemplativa. (...) Para que este testimonio sea auténtico, se requiere, tanto en la vida activa como en la contemplativa, un íntimo trato con Dios a través de la oración personal y una profundización en el sentido de la caridad cuya mejor expresión es la celebración eucarística".

Intentando hacer una recopilación de la doctrina eucarística del Documento de Medellín, se puede decir que, en comunión con la Tradición de la Iglesia y atentos a las circunstancias históricas, los obispos latinoamericanos subrayan la importancia de fundamentar la comunión eclesial en la Eucaristía, como celebración de los hermanos en la que Jesucristo nos congrega en la comunión de un mismo Espíritu (Pastoral de conjunto, 6). Se podría decir que una de las grandes preocupaciones de Medellín es la comunión y que insiste en consolidarla por la vía de la comunión en los Sacramentos, particularmente la Eucaristía, y por la vía de la comunión jerárquica, especialmente con el propio obispo.

Puebla (1979)

Las conclusiones de la III Conferencia del CELAM, sin dejar la clara fidelidad al Magisterio papal y conciliar, muestran un paso de madurez con respecto a Medellín, al ofrecernos aportaciones propias.

Atendiendo a las aportaciones del Documento de Puebla con respecto a la doctrina y pastoral de la sagrada Eucaristía, podemos hacer las siguientes anotaciones:

La acción litúrgica tiene una importancia irrenunciable y debe estar sustentada por la reflexión teológica. Es acción de Cristo en la Iglesia y la cumbre y fuente de su vida. En ella, la celebración de los sacramentos, presidida por los ministros ordenados, ocupa un lugar central. Pero no basta recibir los sacramentos de manera pasiva, es necesario hacerlo vitalmente insertados en la comunión eclesial, ya que, por los sacramentos, Cristo continúa encontrándose con los hombres y salvándolos y, si esto se puede decir de todos los sacramentos, se dice de manera especialmente verdadera de la celebración eucarística (cf. nn. 916-923).

Al hablar de participación activa, Puebla se cuida de interpretaciones que separen la vida diaria del católico de su vida litúrgica y dispone claramente que "ninguna actividad pastoral puede realizarse sin referencia a la liturgia" (n. 927). Debe haber una "circularidad" entre la vida y la celebración, entre la celebración y la vida (cf. nn. 924-931).

El sacerdocio es contemplado en íntima relación con la Eucaristía como "servicio de la unidad de la comunidad", en virtud de su participación sacramental con Cristo Cabeza (n. 661). Es claro que la más importante acción pastoral para la edificación de la comunidad eclesial es la celebración eucarística: "El ser y el obrar del sacerdote, en la identidad de su servicio, está referido a la Eucaristía, raíz y quicio de toda comunidad, centro de la vida sacramental, hacia la cual lleva la Palabra. Por eso, se puede decir que donde hay Eucaristía hay Iglesia. Como esta es servida por el obispo, en unión con el presbiterio, es igualmente cierto decir "donde esté el obispo está la Iglesia"" (n. 662).

Puebla es consciente de la diversidad y complejidad que existe entre los miembros de la Iglesia y sabe que muchos de sus problemas surgen de la falta de armonización de las diferencias. Al mismo tiempo reconoce en ellas la acción del Espíritu que reparte sus dones a los bautizados para enriquecer a la Iglesia (cf. nn. 244 y 245). Si esta variada riqueza es obra del Espíritu, su armonización no puede darse sólo como fruto de un esfuerzo humano de organización. La coordinación entre laicado y jerarquía por sí mismas no bastan, puesto que son necesarias: a) la cohesión que viene de la comunión en la fe y en el amor; b) la coincidencia plena en la verdad de Jesucristo; y c) los sacramentos (cf. n. 246. Como es evidente, entre los sacramentos destaca siempre la Eucaristía, "pues congrega al pueblo de Dios como familia que participa de una sola mesa, donde la vida de Cristo, sacrificialmente entregada, se hace la única vida de todos").

Finalmente, y mostrando otro modo de "circularidad" de la vida eucarística de la Iglesia, el Documento de Puebla señala: "La Eucaristía nos orienta de modo inmediato a la jerarquía, sin la cual es imposible. Porque fue a los Apóstoles a quienes dio el Señor el mandato de hacerla "en memoria mía" (Lc 22, 19). Los pastores de la Iglesia, sucesores de los Apóstoles, constituyen por lo mismo el centro visible donde se ata, aquí en la tierra, la unidad de la Iglesia (n. 247). Según el Concilio, el papel de los pastores es eminentemente paternal (cf. Lumen gentium, 28; Christus Dominus, 16; Presbyterorum ordinis, 9). Es evidente, entonces, que suceda en la Iglesia lo que en toda familia: la unidad de los hijos se anuda -fundamentalmente- hacia arriba. Cuando la comunicación con la Iglesia se debilita y aun se rompe, son también los pastores los ministros sacramentales de la reconciliación" (n. 248).

En conclusión: ya Medellín había acentuado la importancia de la comunión eclesial centrada en la comunión por la Eucaristía y a través del obispo; ahora, Puebla subraya la importancia de una vida eucarística de todo el pueblo de Dios. Ella debe caracterizar la acción de los pastores, porque es la cumbre y la fuente de la vida de la familia que conducen; debe vitalizar y recibir la acción de los laicos en el mundo, dejando claro que el creyente debe llevar la ofrenda de su vida diaria a la celebración eucarística y también debe llevar el espíritu de comunión eucarístico y renovación salvífica a los ambientes en los que se desenvuelve para santificarlos; pero, ante todo, la Eucaristía es constructora de comunión (cf. R. Eduardo de Roux Guerrero, Eucaristía desde Puebla, en Revista Theologica Xaveriana, año XXIX [1979] 291-306).

Santo Domingo (1992)

En Santo Domingo la Eucaristía es reconocida, en primer lugar, como sacramento del amor de Cristo, con el que permanece en medio de su pueblo para ser memorial de su sacrificio redentor, alimento y fortaleza de los fieles, expresión de la comunión y solidaridad entre ellos y desde donde se envía a fieles y pastores a proclamar el Evangelio (cf. nn. 6 y 11; C. Ignacio González, La Eucaristía en el documento de Santo Domingo y en la primera evangelización de la Iglesia, en Revista Teológica Limense, vol. XXVII [1993] 476-495).

Como en los documentos anteriores, se enseña con claridad que la unidad de la Iglesia local brota de la Eucaristía y es expresión de la unidad de la Iglesia universal. En torno al obispo y en perfecta comunión con él tienen que florecer las parroquias y comunidades cristianas como células pujantes de vida eclesial. Una vez más se pone el acento en la comunión sacramental y jerárquica (cf. n. 55; J.L. Idígoras, Eucaristía e Iglesia Latinoamericana, en Revista Teológica Limense, [1-1987] 12-15).

Algo novedoso es la concretización explícita de lo anterior en la parroquia, que "está fundada sobre una realidad teológica porque ella es una comunidad eucarística... La parroquia es una comunidad de fe y una comunidad orgánica en la que el párroco, que representa al obispo diocesano, es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular" (n. 58. Por otro lado, en los números 51-53, 78-80, 123, 142, 143, 225 y 231 se dan orientaciones que buscan responder a algunas carencias).

Así pues, en los documentos analizados encontramos que existe una clara fidelidad al Magisterio universal y a la Tradición de la Iglesia y que, por las características propias del catolicismo en América Latina, se hace una deliberada insistencia en la Eucaristía como fuente y componente indispensable de la unidad y de la comunión, siempre en relación directa a la comunión jerárquica.

III. Magisterio de Su Santidad Juan Pablo II


Para nadie es un secreto que el magisterio de Juan Pablo II a lo largo de estos casi 26 años de pontificado ha sido pródigo en enseñanza y mensaje. Particularmente en el tema de la Eucaristía no ha tenido límites en ampliar y desarrollar el Magisterio eclesial ungido, además, de una verdadera piedad. La Iglesia universal, pero particularmente América Latina, se ha visto beneficiada con este ejercicio de enseñanza de Su Santidad. Los recientes documentos Novo millennio ineunte, Ecclesia in America y Ecclesia de Eucharistia, son un elocuente testimonio de la fe y amor de Juan Pablo II por la Eucaristía. A continuación hacemos un breve análisis de estos documentos.

Ecclesia in America (1999)

Juan Pablo II, al concluir el Sínodo de obispos de América regaló a la Iglesia, particularmente la que peregrina en tierras del continente americano, la exhortación apostólica Ecclesia in America, y quiso entregárnosla a los pies de la imagen de la santísima Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de toda América, el 22 de enero de 1999.

Se puede decir que el presente documento señala a la Eucaristía como uno de los tres lugares de encuentro con Jesucristo vivo (junto con la Escritura y el prójimo), y que conducen a la conversión, a la comunión y a la solidaridad (n. 12), aunque se anota que la Eucaristía es "el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo" (n. 35).

Al recordarnos que la vida cristiana nace y crece con los sacramentos de la iniciación cristiana, el Santo Padre nos señala que "la Eucaristía continúa siendo el centro vivo y permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial. Los diversos aspectos de este sacramento muestran su inagotable riqueza: es, al mismo tiempo, sacramento-sacrificio, sacramento-comunión, sacramento-presencia" (n. 35; cf. Lumen gentium, 26; Redemptor hominis, 20).

Señala que los fieles han de ser conscientes de que la Eucaristía es un inmenso don, a fin de que hagan todo lo posible para participar activa y dignamente en ella, al menos los domingos y días festivos (n. 35). Pero también agrega que los presbíteros han de hacer todo lo posible para no privar de las celebraciones eucarísticas a los fieles que habitan en comunidades lejanas siendo su presencia insustituible (ib.). La carencia de sacerdotes, como una sombra que oscurece el horizonte en cualquier región del mundo, hace indispensable un trabajo y fomento más eficaz de las vocaciones sacerdotales (ib.).

Novo millennio ineunte (2001)

Al concluir las celebraciones del gran jubileo de la Encarnación en el año 2000, en el que la Iglesia universal celebró los dos mil años del nacimiento de Jesús, Su Santidad nos regaló la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que traza los criterios, atisba los horizontes y presenta los desafíos de la Iglesia universal en el nuevo milenio (cf. Texto base del XLVIII Congreso eucarístico internacional, La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio, n. 2). Nos recordaba ahí mismo el Papa que el año 2000 debía ser un año "intensamente eucarístico", en el que el XLVII Congreso eucarístico internacional tuviese un significado determinante (cf. Novo millennio ineunte, 11). Agregaba que "es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar" (n. 15).

Es cierto, como nos lo recuerda Su Santidad, que "el mayor empeño se ha de poner en la liturgia, "cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza"" (n. 35). Asimismo, Juan Pablo II nos señala que es importante darle un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu (ib.).

Una de las luces, pues, para este nuevo milenio será la celebración y participación digna en la Eucaristía, donde cada bautizado debe tener el centro en el domingo, como previamente el mismo Papa nos lo había recordado en su carta apostólica Dies Domini (n. 35). El deber de la participación en la misa dominical debe ser un aspecto específico que identifique a los cristianos en medio de un milenio caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones. Será un reto el testimoniar con mayor fuerza este compromiso (cf. Novo millennio ineunte, 36). Será el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente.

Ecclesia de Eucharistia (2003)

En la solemnidad del Jueves santo del año 2003, el Santo Padre tuvo el tino y el detalle de entregar a la Iglesia, exactamente en el año vigésimo quinto de su pontificado, la carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, que en una correcta traducción según su sentido, se titularía "La Iglesia vive de la Eucaristía". En la Eucaristía, como al inicio nos señala Juan Pablo II, la Iglesia "no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia" (n. 1). Desea suscitar este "asombro" eucarístico, insertado en el inicio del tercer milenio, en el que ha invitado a toda la Iglesia a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización (cf. n. 8).

La encíclica, salpicada de anécdotas y recuerdos de sus largos 50 años de vida sacerdotal, es un ofrecimiento "con el corazón henchido de gratitud" (n. 59) de Su Santidad a toda la Iglesia. Está convencido el Papa que es la Eucaristía la que va edificando la Iglesia. La incorporación a Cristo por el bautismo se renueva y consolida con la participación en el santo Sacrificio del altar, particularmente en la comunión sacramental (cf. n. 22). "Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo" (n. 23)[2]. Presenta como una sombra de la humanidad los gérmenes de disgregación entre los hombres causada por el pecado. A estos se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres (cf. n. 24).

IV. Estado de la cuestión

Ha sido el Papa Juan Pablo II el que afirmó que "si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo"; esto, dice el Papa, "nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud" y, de inmediato, el Romano Pontífice afirma: "Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística" (Ecclesia de Eucharistia, 5).

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Esta no queda relegada al pasado, pues "todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos..." (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1085).

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y "se realiza la obra de nuestra redención" (Lumen gentium, 3). Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Esta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Esta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don (cf. Ecclesia de Eucharistia, 11; Pablo VI, Credo" del pueblo de Dios, 30 de junio de 1968, n. 24: AAS 60 [1968] 442; Juan Pablo II, carta apostólica Dominicae Coenae, 24 de febrero de 1980, n. 9).

Sin embargo, la certeza de que el Señor camina ahora con nosotros como luz y vida del nuevo milenio, nos invita a mirar con suficiente confianza el devenir histórico de cinco siglos de evangelización en América Latina, donde los frutos de santidad se palpan inobjetables, a la vez que son semilla para incrementar la fe y la caridad en este continente de la esperanza.

El conocimiento de la Iglesia latinoamericana ha progresado mucho en los últimos años, en gran parte gracias a las aportaciones de las Conferencias del Consejo episcopal latinoamericano realizadas en Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo y, desde luego, el Sínodo de obispos para América. Esta última reunión desarrolló numerosos aportes iluminadores de la historia y de la realidad de nuestra Iglesia. Sin embargo, tenemos la impresión de que, así como se ha aprovechado con hondura teológica el símbolo de María, Madre y Modelo de la Iglesia, no se ha hecho lo mismo suficientemente con la Eucaristía, y eso a pesar de que casi todos los problemas y tensiones eclesiales que se han dado en estos años han tenido repercusiones muy importantes en la Eucaristía. Cuando uno lee los documentos emanados de las Conferencias del CELAM, uno se asombra de la sensibilidad eclesial respecto de los problemas sociales que gravitan en el corazón de América y las respuestas que han surgido de dichos ámbitos.

Es por eso que, con admiración y gratitud, miramos la evangelización de América a lo largo de cinco centurias y descubrimos en ella las siguientes luces[3]:

1. Replanteamiento del domingo como el "día del Señor". En los últimos decenios se nota que ha crecido el amor a la celebración eucarística. Cada año se cuentan por millones los niños, adolescentes (y hasta jóvenes), que hacen su primera Comunión.

2. Los agentes cualificados de la pastoral se han abocado a una evangelización sobre la Eucaristía más integrada a la vida. Ha crecido el número de parroquias y rectorías que cuentan con equipo de liturgia al servicio, particularmente, de la santa misa.

3. Como primicia de la renovación conciliar, cada vez ha sido más decidido el uso y la aceptación de la lengua viva en la celebración eucarística. Son ya, en la actualidad, varios cientos de miles de monaguillos al servicio del altar.

4. Cada vez se ha ido logrando un mejor acercamiento de la celebración al pueblo y su consiguiente participación más plena; prueba de ello son el creciente número de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión que, con particular fervor, vuelven cercana la presencia de Jesús Eucaristía a los enfermos e impedidos físicamente.

5. Enriquecimiento de la doctrina de la transubstanciación con la perspectiva de la transignificación, que, sin sustituir a la doctrina tomista y tridentina, permite una mejor aproximación a la contemplación del misterio eucarístico (cf. M. Gesteira Garza, La Eucaristía. Misterio de comunión, ed. Sígueme, Salamanca 1999, 473-612).

6. Ha crecido el impulso que da la Eucaristía a la comunidad para comprometerse en la construcción de un mundo más justo. Además, como algo significativo, se ha señalado repetidamente la enorme influencia que los emigrantes de América Latina ejercen al llevar el fervor religioso, particularmente el eucarístico, a otras latitudes.

7. Han sido bastante elocuentes los ejemplos de los mártires latinoamericanos testigos de la Eucaristía ("Una gran luz es el ver cómo la gloria del Señor se ha manifestado a lo largo de los siglos, y especialmente en el siglo que hemos dejado atrás, concediendo a su Iglesia una gran multitud de santos y de mártires" [Documento base para el XLVII Congreso eucarístico, n. 21]).

8. La Eucaristía es luz y calor para la vida de innumerables jóvenes que ayudan a los demás a través de sus experiencias apostólicas. Además, se han vuelto más frecuentes en las parroquias las escenificaciones juveniles de la última Cena y de la Pasión del Señor, gesto muy particular con que los jóvenes inculcan la doctrina eucarística a la multitud de fieles.

9. La adoración al Santísimo es fuente inagotable de santidad. En casi todos los templos del continente latinoamericano se ha impulsado la participación de los fieles en la fiesta del "Corpus", las Horas santas, el jubileo de las "Cuarenta horas" y la misa del Jueves santo "In Coena Domini". Se nota un auge e incremento del número de fieles en la visita a los "Siete monumentos" la noche del Jueves santo y, de igual modo, cada vez son más los fieles que la noche del 31 de diciembre, para dar gracias a Dios por el año que termina, participan fervorosamente en la Hora santa parroquial.

10. La esmerada exposición doctrinal del Magisterio de la Iglesia sobre la sagrada Eucaristía. Innumerables páginas de los Sumos Pontífices, Conferencias episcopales y obispos, han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y el amor a la sagrada Eucaristía.

Por otra parte, también debemos detenernos a considerar con responsabilidad y realismo las siguientes sombras: (sin pretender ser exhaustivos, sólo anotamos algunas desviaciones o defectos, teniendo en cuenta que la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos ha sobreabundado sobre este asunto; cf. Instrucción Redemptionis sacramentum sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la santísima Eucaristía, 23 de abril de 2004).

1. Minimización del valor sacrificial de la sagrada Eucaristía. Se pone más el acento en el sentido de "una comida de acción de gracias", un convivio social para las interrelaciones humanas, al grado que casi desaparece su intrínseco valor sacrificial.

2. Todavía hay quienes intentan apropiarse de la liturgia sin consideración de su verdadero sentido eclesial, como el caso de quienes, con improvisaciones arbitrarias, reducen la anáfora eucarística a la inspiración personalista del celebrante o cuando se pretende privatizar la misa porque se ha pagado el estipendio por una intención.

3. Persiste el abandono de la praxis eucarística a nivel de la misa dominical y festiva, fenómeno más perceptible en las nuevas generaciones, en los cinturones de miseria, en medios rurales largo tiempo desprovistos del cuidado pastoral, en los estratos sociales urbanos que han entrado más de lleno en el movimiento económico, social y cultural de un mundo secularizado y hedonista (cf. R. Eduardo de Roux, Aproximación a la religiosidad popular eucarística, en Revista Theologica Xaveriana, 96 [1990] 260).

4. Se ha descuidado, en todos los niveles, la seria y permanente formación litúrgica según las instrucciones y documentos del Magisterio (cf. carta apostólica Vicesimus quintus annus, 4).

5. No se atiende todavía el proceso de una sana inculturación de la liturgia y esto hace que las celebraciones sean aún, para muchos, algo ritualista y privado, que no los hace conscientes de la presencia transformadora de Cristo y de su Espíritu, ni se traduce en un compromiso solidario para la transformación del mundo (cf. Documento de Santo Domingo, n. 43).

6. En algunos lugares se han omitido las formas tradicionales del culto al sacramento, como la bendición con el Santísimo, procesiones, visita orante al Señor Sacramentado.

7. Todavía no se tiene una suficiente conciencia clara del ejercicio del sacerdocio común como participación plena, consciente y activa -aunque esencialmente distinta- del oficio del sacerdote ordenado.

8. La celebración eucarística dominical no siempre es reconocida en la práctica por los fieles como el centro y culmen de su vida. Hay quienes profesándose católicos todavía se preguntan para qué les sirve la misa.

9. El lazo existente entre la Eucaristía y la caridad y, por consiguiente, su compromiso de promoción integral de la persona y de servicio al bien común, no siempre está presente de manera explícita en la vida de nuestras comunidades (cf. Ecclesia de Eucharistia, 35).

V. Conclusión

El concilio Vaticano II considera a la Eucaristía como "fuente, a la vez que culminación, de toda la vida cristiana" (Lumen gentium, 11). Mediante ella vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios (cf. Unitatis redintegratio, 15). En estas afirmaciones se expresa con acierto el sentir generalizado de todo el pueblo de Dios.

Tomando como norte la revelación, tal y como se plasma en la fe y en la praxis fundamental de la Iglesia, la reflexión teológica se ha esforzado por encontrar formas renovadas de expresión de la fe tradicional, adecuadas a la mentalidad propia de cada época (cf. Gaudium et spes, 62). Esta tarea se realiza en el marco de una doble fidelidad: por una parte, la teología no puede volver la espalda a la cultura y al pensamiento contemporáneos, así como a las esperanzas e inquietudes, a los problemas y a los logros de nuestro tiempo (cf. Optatam totius, 15). Pero, por otra, la teología deberá mantenerse siempre fiel a la Escritura (cf. Dei Verbum, 24) y permanecer atenta a ese rico venero que es la tradición eclesial, donde se encierra un enorme caudal de sabiduría, así como de pluriformes expresiones de la fe (cf. M. Gesteira Garza, op. cit., 19. Es muy actual a este respecto la enseñanza del concilio Vaticano II: "El mensaje cristiano, no aparta a los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber" [Gaudium et spes, 34]).

La insistencia que el magisterio de los obispos latinoamericanos hacen en mostrar y pedir la comunión sacramental-eucarística y jerárquica, parece mostrar una de las posibles sombras amenazadoras en esta parte de la geografía eclesial: si no se viven, entonces caminaremos necesariamente hacia la división. Pero, al mismo tiempo, se presenta como una luz orientadora, ya que marca un acento irrenunciable para la pastoral en todas nuestras comunidades.

La Eucaristía como memorial salvífico, como presencia real de Jesucristo y como celebración de la Iglesia reunida en oración tiene la vocación de ser luz que haga retroceder las sombras, que denotan que en el campo pastoral quedan muchas cosas buenas por hacer. Son muchos los testimonios de hombres y mujeres, clérigos y laicos, fundadores, fundadoras y miembros de institutos de vida consagrada que fortalecieron su vida con la sagrada Eucaristía y en ella se inspiraron para alcanzar el martirio[4]. Además, el continente de la esperanza está sembrado de centenares de conventos y monasterios cuyos miembros han consagrado su vida a la adoración perpetua del santísimo Sacramento, mientras que miles de laicos aguardan sus turnos de velación en los templos expiatorios y capillas de adoración a Jesús sacramentado (en la actualidad, sólo en territorio mexicano, suman ya más de 4 millones de fieles asociados a la Adoración nocturna mexicana. Se espera que aumente dicho número con motivo del presente Congreso eucarístico internacional).

En la escuela de María, "mujer eucarística", adoramos a Jesús verdaderamente presente en los humildes signos del pan y del vino. Supliquémosle que no cese de llamar al servicio del altar a sacerdotes según su corazón. El Santo Padre tiene un hermoso párrafo donde relaciona el "fiat" de María y el "amén" que cada creyente dice cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió que creyera que aquel a quien ella concebiría "del Espíritu Santo" era "el Hijo de Dios". En continuidad con la fe de María, en el misterio eucarístico se nos pide creer que aquel a quien ella concibió del Espíritu Santo era el Hijo de Dios y el Hijo de María. Se nos pide que creamos que Jesús está presente en su total humanidad y divinidad bajo los signos del pan y el vino. Cuando decimos sí a la Hostia, estamos diciendo, "creo en Jesucristo que en este momento está viniendo a mi corazón". Cuerpo de Cristo, Amén. Cuerpo de Cristo, Sí. Cuerpo de Cristo, "Fiat". Qué importante puede ser una pequeña palabra cuando expresa la grandeza de la fe y el amor (arzobispo Sean O' Malley, Congreso eucarístico en la basílica de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C., agosto de 2003).

Pidamos también al Señor que no le falte nunca al pueblo de Dios el Pan que le sostenga a través de la peregrinación terrena. Y que la Virgen Madre nos ayude a maravillarnos al descubrir que toda la vida cristiana está ligada al "mysterium fidei", al misterio de la sagrada Eucaristía.


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Notas

[1] Ha de procurar (el sacerdote), por la palabra y la acción apostólica suya y de la comunidad eclesial, que todo el quehacer temporal adquiera su pleno sentido de liturgia espiritual, incorporándolo vitalmente en la celebración de la Eucaristía" (Documento de Medellín. Sacerdotes, n. 18).

[2] Hermosa es la incorporación de la reflexión en el texto de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, que el Santo Padre hace de la santísima Virgen María. Le dedica todo el capítulo VI de la carta titulándolo "En la escuela de María, mujer "eucarística"". Agrega ahí que "si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia". Agrega que María practicó su fe eucarística antes incluso de que esta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios (cf. nn. 53. 55).

[3]Desde el momento en que recibí la encomienda de relatar esta panorámica latinoamericana, me puse en contacto vía epistolar con las 22 Conferencias episcopales de nuestro continente, con todos los obispos de México y el acervo tan abundante del Instituto teológico-pastoral de América Latina (ITEPAL). Mi agradecimiento fraterno a todos. Sus aportaciones, observaciones y sugerencias fueron muy valiosas y todas, de algún modo, están presentes en esta reflexión.

[4]Tal es el caso de san Pedro de Jesús Maldonado Lucero, que nació en la ciudad de Chihuahua, arquidiócesis de Chihuahua, México, 15 de junio de 1892. Párroco de Santa Isabel, Chih., su propósito de seminarista fue: "He pensado tener mi corazón siempre en el cielo, en el sagrario", lo cual se convirtió en el ideal de su vida. Sacerdote enamorado de Jesús sacramentado, estaba seguro de que moriría mártir y que no le faltaría la sagrada Eucaristía en el momento de morir. Fue, además, un continuo adorador y fundador de muchos turnos de adoración nocturna entre los feligreses a él confiados. El 10 de febrero de 1937, miércoles de ceniza, celebró la Eucaristía, impuso la ceniza y se dedicó a confesar. De pronto se presentó un grupo de hombres armados para apresarlo. El padre Pedro tomó un relicario con hostias consagradas y siguió a sus perseguidores. Al llegar a la presidencia municipal, políticos y policías le insultaron y le golpearon. Un pistoletazo dado en la frente le fracturó el cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. El sacerdote bañado en sangre, cayó casi inconsciente; el relicario se abrió y se cayeron las hostias. Uno de los verdugos las recogió y con cinismo se las dio al sacerdote diciéndole: "Cómete tu superstición". Por manos de su verdugo se cumplió su anhelo de recibir a Jesús sacramentado antes de morir. En estado agónico fue trasladado a un hospital público de Chihuahua y al día siguiente, 11 de febrero de 1937, aniversario de su ordenación sacerdotal, consumó su glorioso sacrificio el sacerdote mártir.

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