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La Curia Romana  
 

 

 
 
 
 

Mons. Giampietro Dal Toso
Secretario del Pontificio Consejo Cor Unum

Diálogo académico
«Teolog
Ía dE La caridad e/o Ética social

(Ciudad del Vaticano, 4 de marzo de 2013)


Organizado por el Consejo pontificio Cor Unum y por la Katholische Sozialwissenschaftliche Zentralstelle (ksz), se ha celebrado en Roma, 4 y 5 de marzo, el coloquio académico «¿Teología de la caridad y/o ética social?». En el encuentro, que había recibido el apoyo y aliento de Benedicto XVI, participaron una veintena de profesores y expertos —sobre todo en doctrina social de la Iglesia y en teología de la caridad— procedentes principalmente de Alemania, pero también de la República Checa, Italia y Austria. Significativa en este sentido fue la contribución de la ksz, ente de la Conferencia episcopal alemana, y del Comité central de los católicos alemanes (zdk), surgido en 1963 y dirigido por monseñor Peter Schallenberg, profesor de teología moral en la Facultad de Teología en Paderborn. Los contenidos del coloquio los sintentiza para nuestro periódico el secretario de Cor Unum en esta página.


    La relación entre teología de la caridad y doctrina social de la Iglesia no es en absoluto irrelevante, puesto que interpela la inspiración última de la actividad caritativa de la Iglesia y, más a fondo todavía, se convierte en un interrogante que hay que situar en el horizonte más amplio de la cuestión sobre las relaciones entre Iglesia y mundo.
    Todo itinerario teológico tiene su fundamento en Cristo, el primero en describir su misión en la figura de la diaconía: «Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud» (Marcos 10, 45). El servicio en la entrega plena de sí por amor caracteriza, pues, la existencia de Cristo. En Él se revela con toda su luz la vida trinitaria, la plenitud de la caridad. También la encíclica Deus caritas est (Dce) demostró ampliamente la fuente trinitaria de la caridad cristiana, por lo demás confirmada por los Padres de la Iglesia: «Si ves la caridad, ves la Trinidad», escribía san Agustín (cf. Dce, 19).
    Antes que a las estructuras, en el ámbito de la caridad debemos referirnos a la persona, más precisamente al cristiano, llamado, con el bautismo, a asumir la forma de Cristo siervo. La misión de servicio se dirige a todo cristiano. El mandamiento central del cristianismo es, por tanto, el amor a Dios y al prójimo (cf. Marcos 12, 30-31). También éste es sustancialmente el camino de la santidad: el bautizado, configurado con Cristo siervo, en nombre de Dios, sirve concretamente al otro, quienquiera que sea, dando la propia vida. Naturalmente, este círculo se amplía análogamente hacia cada hombre, a quien se dirige la llamada de Dios.
    Por otra parte —visto ya no desde la perspectiva de la persona, sino del sentido de las estructuras—, sobre el hombre debe medirse y dejarse medir todo sistema humano. En la Gaudium et spes ya resuenan las palabras acerca de la centralidad del hombre, en el que también la creación tiene su ápice. «El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social» (n. 25; cf. también n. 12).
    Con esta premisa sobre la centralidad de la persona, como sujeto y como objeto de la vida, tanto eclesial como social, se puede tratar de individuar una respuesta a nuestra pregunta inicial a propósito de la relación entre las dos disciplinas, concentrándonos en la naturaleza de la Iglesia y de su relación con el mundo.
    La Iglesia está constituida —al menos en su núcleo— por todos los que han empezado a recorrer, mediante el bautismo, el camino de configuración con Cristo. Por otro lado, la misión de la Iglesia, en el seguimiento de su Señor, consiste en ofrecer a todos los hombres la salvación divina. Cuanto la Iglesia realiza, debe comprenderse en este sentido. Ello también vale evidentemente para las tres dimensiones fundamentales, es decir, el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. La vida de la Iglesia en todas estas expresiones responde a una única misión, que es la salvación del hombre, y que es al mismo tiempo glorificación de Dios: al hombre se le manifiesta que Dios le ama y, al acoger este mensaje, el hombre se salva. Esta única misión eclesial se especifica luego en sus diversas realizaciones.
    Una de ellas es precisamente la diaconía eclesial. Este modelo también es visible ya desde la experiencia de la primera comunidad cristiana, como relata la Escritura, tanto en su realización fundamental (Hechos de los Apóstoles 2), como en la institución de los siete diáconos (ib., 6), donde el servicio de la caridad se presenta vinculado sacramentalmente al don del Espíritu Santo. Es interesante notar cómo también las primeras formas de caridad institucionalizada mantienen vivo este vínculo: los primeros hospitales fueron dedicados al Espíritu Santo. El hospital de Roma, en el barrio Santo Spirito, es sólo uno de los numerosos ejemplos. Este vínculo íntimo de la caridad con las otras dimensiones eclesiales nos permite reconocer que la Iglesia misma está presente de manera incompleta si falta el servicio de la caridad. La Iglesia se da plenamente en la simultaneidad de Palabra, sacramento y caridad, y no puede soportar menoscabo alguno. Este rasgo profundamente eclesial de la caridad fue destacado fuertemente por Benedicto XVI (cf. Dce, 25).
    Nuestra pregunta inicial comienza a encontrar una primera respuesta: la diaconía de la Iglesia es el lugar propio de la teología de la caridad. La teología reflexiona fundamentalmente sobre el misterio de la salvación a la luz del Dios de Jesucristo. Pero este misterio se revela en el acontecimiento Cristo. Y tal acontecimiento se realiza hoy en la Iglesia: se pronuncia a través del kerigma del anuncio, se sella mediante los sacramentos y se hace presente a través de la diaconía. La teología de la caridad refleja las implicaciones teológicas de la representación de Cristo en el servicio de la caridad, o sea, en este espacio caracterizado al mismo tiempo por el anuncio y por el sacramento. Aquí se inserta por tanto la reflexión sobre el vínculo entre caridad y ministerio episcopal, entre caridad y estructuras parroquiales, entre caridad y pastoral, entre caridad y evangelización, entre caridad y espiritualidad. De aquí parte también la pregunta a nuestras instituciones caritativas, si y cómo se realiza en ellas la Iglesia. Y, por otro lado, aquí reside la pregunta para toda comunidad eclesial: si considera y vive el servicio de la caridad como su dimensión constitutiva.
    Refiriéndose a la persona, la teología de la caridad refleja la cuestión sobre la calidad del servicio al hombre que se dirige a nosotros, pero también la pregunta sobre la motivación y la espiritualidad, que hay que renovar constantemente, de nuestros colaboradores y del personal directivo. Aquí se sitúa también el interrogante, cada vez más evidente, respecto a nuestros colaboradores en el mundo de la caridad, sobre el ser testigos de Cristo y de la Iglesia en su servicio. En este ámbito tiene un lugar también la reflexión y el ofrecimiento de una fundada antropología cristiana, o sea, de esa visión de la persona que motiva desde sus fundamentos nuestro obrar, teniendo presente que no se trata sólo de una cuestión teórica de antropología. En efecto, también desde un punto de vista existencial el hombre se debe al otro, a su amor y, específicamente, al amor de Dios, su Creador.
    Si, pues, por una parte, la Iglesia está en relación con la persona, porque la sirve, por otra se encuentra en una relación de reciprocidad con el mundo, específicamente con la sociedad en la que nos movemos y que, a su vez, no es idéntica a la política o a las estructuras de la política. ¿Cómo se desarrolla esta relación de reciprocidad, que es también colaboración con vistas al bien común? La respuesta se sitúa en diversos niveles. Dada la temática del seminario, el primer nivel se refiere a la dimensión propiamente social.
    En efecto, la Iglesia elabora, conforme al patrimonio de la fe y al intercambio con las ciencias, principios y reflexiones fundamentales sobre importantes aspectos de la vida social (trabajo, economía, macrorrelaciones, desarrollo, ecología). En este ámbito de la reciprocidad con la sociedad se sitúa el papel de la doctrina social, a diferencia de la teología de la caridad, más relacionada con el aspecto propiamente eclesial. Se debe pensar en la clave interpretativa de la analogía: la Iglesia (un espacio definido sacramentalmente) y la sociedad no son identificables; entre ellas hay una continuidad, pero también una discontinuidad; el aparato conceptual (justicia, caridad), que vale en la Iglesia, puede aplicarse sólo de manera condicionada, precisamente análoga, a la sociedad y viceversa (solidaridad).
    Junto a esta dimensión teórica, la Iglesia ofrece además al mundo modelos concretos de vida lograda, de buenas instituciones, de servicio auténtico. A este nivel práctico, siempre deberá prestar atención para que sus instituciones caritativas respondan a los criterios de profesionalidad y de buena gestión que las hagan ejemplares en el ámbito público. También la competencia en el sector de los servicios hace que este sea un desafío cada vez más actual.
    Más ampliamente, la Iglesia presenta también a la sociedad una cultura. En su constitución, cada cultura está determinada también por lo sagrado. Por consiguiente, el culto incide en la cultura y contribuye a darle forma. Parece importante destacar esta aportación cultural propia en un período de crisis, que a primera vista parece financiera, pero que ante una mirada más profunda se revela cultural. Gracias a esta contribución, el mundo se puede regenerar.
    Otro ámbito de esta relación es la evangelización, una presentación del Evangelio con palabras y gestos (verbis et gestis), según la estructura encarnatoria del diálogo de Dios con el hombre (y tampoco aquí se debe subestimar el papel de la caridad). Jesús describió esta relación utilizando el concepto de levadura. La Iglesia está presente en el mundo como levadura (cf. 13, 33), o, según las palabras de Diogneto, los cristianos son en el mundo como el alma en el cuerpo.
    En esta relación de reciprocidad, también la Iglesia recibe del mundo. Los cristianos son hombres en el mundo, hijos de su tiempo, y caracterizados por el espíritu que les rodea. Además, asumen las diversas instancias del mundo, ante el cual no pueden ser sordos: la demanda de mayor justicia, de mayor fraternidad, de defensa de la vida. En este sentido estamos en el mundo, aun no siendo del mundo, y por eso tenemos nuestra responsabilidad con el mundo. También en torno a esta tensión —en el mundo, pero no del mundo— se puede articular el componente teológico de la doctrina social.
    De todos estos elementos resulta que la misión de la Iglesia en el mundo no es sólo misión social. Por eso, junto a la doctrina social de la Iglesia, se deben comprometer también otras disciplinas teológicas. Esto, a su vez, implica una mutua referencia intrínseca, que nos induce a considerar la interdisciplinariedad como necesidad siempre emergente para la reflexión teológica.

 

L'Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, 12 de abril de 2013, p. 3

 

 


 

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